Por Andrea
Luquín Calvo(*)
Cuando
Hannah Arendt finaliza su libro Los orígenes del totalitarismo, desarrolla en
sus últimas páginas unas líneas de advertencia, un consejo al lector que habita
en los tiempos futuros a los hechos que analiza en su trabajo, para que se
mantenga alerta. Después de que hemos seguido su brillante trabajo, Arendt se
nos muestra contundente: “Las soluciones totalitarias”-nos dice- “pueden muy
bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de
fuertes tentaciones, que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria
política, social o económica en una forma valiosa para el ser humano.”1
Arendt sabía que las sombras de aquellos tiempos de oscuridad que había vivido eran muy largas y que podían proyectarse y continuar a mucha distancia de su origen. En épocas de crisis, de desengaño político y social, el suelo se encuentra abonado para que surjan esas sombras, esas terribles tentaciones que había vivido nuestra pensadora. Una breve hojeada a nuestra actualidad puede darnos una idea de uno de los escenarios donde las sombras, a las que tanto temía Arendt, se mueven: la inmigración. En julio del 2006, un barco español avistó una barca perdida repleta de inmigrantes que llevaban días sin comer ni beber. Rescatándolos, tomó rumbo hacia Malta, pero las autoridades se negaron a aceptar el desembarco manteniéndolos en alta mar. En julio de 2008, el parlamento europeo aprobó la Directiva de Retorno que establece los llamados Centros de Internamiento, en donde los detenidos son privados de su libertad sin haber cometido ningún delito. En el verano de este año, las patrullas de vigilancia de voluntarios en Italia se han puesto en marcha, dispuestas a erradicar los delitos que ocurren en sus calles.2
Arendt sabía que las sombras de aquellos tiempos de oscuridad que había vivido eran muy largas y que podían proyectarse y continuar a mucha distancia de su origen. En épocas de crisis, de desengaño político y social, el suelo se encuentra abonado para que surjan esas sombras, esas terribles tentaciones que había vivido nuestra pensadora. Una breve hojeada a nuestra actualidad puede darnos una idea de uno de los escenarios donde las sombras, a las que tanto temía Arendt, se mueven: la inmigración. En julio del 2006, un barco español avistó una barca perdida repleta de inmigrantes que llevaban días sin comer ni beber. Rescatándolos, tomó rumbo hacia Malta, pero las autoridades se negaron a aceptar el desembarco manteniéndolos en alta mar. En julio de 2008, el parlamento europeo aprobó la Directiva de Retorno que establece los llamados Centros de Internamiento, en donde los detenidos son privados de su libertad sin haber cometido ningún delito. En el verano de este año, las patrullas de vigilancia de voluntarios en Italia se han puesto en marcha, dispuestas a erradicar los delitos que ocurren en sus calles.2
Este grupo de civiles, aunque no armados,
contribuyen a dibujar ese estado de excepción donde la inmigración, (que desde
agosto es considerada un delito dentro del llamado “paquete de seguridad”
impulsado por el gobierno de aquel país), es señalada como la principal fuente
de inseguridad para los ciudadanos. Estos hechos son sombras de aquella lógica,
de aquella terrible política que desprecia al ser humano y que se proyectan en nuestro
presente: no se trata, como expresaría Arendt, de banalizar el uso del término
totalitario, pero si de observar sus sombras siniestras, que, aunque sin
alcanzar la oscuridad de aquellos tiempos, se sigue moviendo en nuestras vidas.
Los
sucesos que hemos señalado, nos muestran como Europa se vuelve a reconocer y a definir,
en algún sentido, bajo el mito griego del que viene su nombre.3
En la mitología, Europa nace bajo el signo
del sujeto privado de derechos y de protección. Por ello, ante la luz de las
palabras de Arendt, no podemos dejar de pensar como hoy, el viejo continente se
enfrenta en la inmigración ante una “masa residente de no-ciudadanos”, de sujetos
que no son representables dentro del Estado-nación, los cuales viven
abandonados de todo derecho, prácticamente en un estado de excepción. Es
imposible no remitirnos a las masas de expatriados que Hannah Arendt analiza no
sólo en Los orígenes del totalitarismo sino también en su ensayo Nosotros, los
refugiados, donde la escritora coloca a la figura del no - ciudadano, del
refugiado o expatriado, como el nuevo paradigma de la política. Y es que no es para
menos: Las políticas de confinamiento y control, capaces de suspender temporalmente y “legalmente” el
orden jurídico y político, dejando a los seres humanos desamparados, muestran
como esas sombras, han sobrevivido a los
tiempos oscuros que vivió.
Cruzando
el Mediterráneo
Miles
de barcos cruzan, como lo hizo Europa a lomos de un toro, cada día, el Mediterráneo.
Entre todos esos barcos el buque español Francisco y Catalina se encontró con una barca perdida en alta mar,
el viernes 14 de julio del 2006, repleta de inmigrantes que gritaban pidiendo
auxilio. Llevaban dos días sin comer y sin beber. Eran 43 hombres y ocho mujeres,
entre ellas dos embarazadas y una niña de dos años que, desesperados, les
hacían señas para que les auxiliaran. El barco intentó pedir auxilio por los
canales de socorro, pero todo fue en vano. Rescatándolos, el capitán del
Francisco y Catalina esperaba que en el puerto más cercano, La Valeta, tuvieran
acogida los náufragos, con acuerdo el derecho de asilo, que obligaba a dar
cobijo, refugio y salvamento a estos condenados que huían, la mayor parte, de una
muerte segura en Eritrea, en conflicto con Etiopía. Sin embargo, las
autoridades maltesas se negaron a aceptar el desembarco de los inmigrantes y
detuvieron el barco a 12 millas de su puerto, impidiéndole el acceso a tierra.4
Mientras que la tripulación del pesquero no
dudó en sustituir durante siete largos
días su habitual actividad por el cuidado de los inmigrantes rescatados, la
Unión Europea y los gobiernos implicados en el rescate dieron cobertura a una vergonzosa
subasta de inmigrantes entre países, mostrando como los estados son incapaces
deresponder ante la desgracia humana, ante la vida de 51 seres humanos
abandonados en el mar, sin tierra, y que por ello mismo, eran condenados a
vivir sin ningún derecho. Las palabras de Arendt regresan junto con las sombras
que se proyectan en el mediterráneo porque “Lo que carece de precedentes en esta historia,”- escribe Arendt en Los
orígenes del totalitarismo- “no es la pérdida de un hogar, sino la
imposibilidad de hallar una nuevo. Repentinamente ya no había lugar en la
tierra al que pudieran ir los emigrantes, sin encontrar las más severas restricciones,
ningún país al que pudieran asimilarse, ningún territorio en el que pudieran hallar
una nueva comunidad propia... (Este es) un problema no de espacio sino de organización
política.”5
Así,
los pasajeros del Francisco y Catalina, pronto descubren que son simplemente
suprimibles sin que a nadie le importe lo que son. Durante los siguientes días,
España pide a la Comisión Europea, a Libia y a Malta que encuentren una
solución, pero La Valeta se niega. “Algo mucho más fundamental que la libertad
y la justicia, - dice Arendt- que son derechos de ciudadanía, esta en juego
cuando… aparecieron millones de personas que habían perdido y no podían
recuperar esos derechos debido a la nueva situación política global.” 6
Las reflexiones sobre lo político que Arendt
realiza, son siempre el pensamiento de una persona que quiere responder al
desafío del presente y de ese futuro que se cimenta en él. Por ello, ya en
aquellos tiempos de oscuridad, Arendt
comprendió que esos miles de barcos que veía surcar en el océano y cuyo flujo
prometía no parar, llenos de seres humanos sin derechos, eran la avanzadilla de
una nueva condición de la humanidad, sin tierra y sin puerto. La nula actividad de los gobiernos para
actuar y proteger al ser humano, el vaciamiento de significado en la política
de los derechos humanos que observa durante el auge de los totalitarismos en
las propias democracias, hace que Arendt publique un en 1943 Nosotros los
Refugiados, en donde la filósofa ahondaba en la condición del refugiado y
emigrante, y pasaba a proponerla como punto clave de una nueva conciencia
histórica, la cual ya había delimitado en Los Orígenes del Totalitarismo.
Arendt observaba como en el momento en que los seres humanos carecían de su
propio gobierno y querían recurrir al respeto de sus mínimos derechos, no quedaba
ninguna autoridad para protegerles, ni ninguna institución que deseara
garantizarlos.
De
esta manera, la gran novedad de las emigraciones del siglo XX consistía en
negar no sólo los derechos elementales del ser humano, en un determinado
estado o territorio, sino incluso, la posibilidad de que volviesen a ser
reconocidos en cualquier lugar del mundo. La odisea del Francisco y Catalina y
la negativa de Malta y otros países en aceptar a sus tripulantes en su territorio,
muestra como los desplazados se convirtieron, tal y como lo habían apuntado
Arendt,
en el paradigma político y ético contemporáneo al que la política había dejado
de dar respuesta al dejarles abandonados de todo derecho. Esta era la verdadera
oscuridad y su sombra que Arendt percibía navegaría los mares, como buque
fantasma, aún después de la caída del totalitarismo, como mera forma de
administración económica y política. En un mundo cada vez más global, aparece
en escena un ser humano incapaz de encontrar un lugar en el mundo en donde
pueda obtener refugio, un ser humano en estado de abandono.
Precisamente,
este anonimato y abandono, es lo que más asustaba a nuestra pensadora. Para
Hannah Arendt, el punto de origen de esta posibilidad, la de dejar a los seres
humanos abandonados a su suerte, se encuentra en la mutación de los Derechos
del Hombre en los Derechos del Ciudadano. La continuidad entre nacimiento y
ciudadanía, tal y como la postula la Declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano desde la revolución francesa, permite introducir a la vida dentro
del orden estatal. El proceso de constitución del orden del sistema político de
las naciones modernas se basa en el nexo
entre un territorio y su ordenación mediante la inscripción automática de la
vida de cada uno de susdecir, el nacimiento se hace inmediatamente nación (cada
uno de nosotros hacemos ciudadanos desde el mismo momento de nacer en un
determinado territorio), de modo que entre
los términos, derechos humanos y derechos del ciudadano, no puede haber ninguna
diferencia. Así pues, los derechos humanos supuestamente inalienables a la
pertenencia al género humano, sólo se
atribuyen en la medida en que el ser humano se convierte inmediatamente en
ciudadano, siendo la ciudadanía el único lugar en donde se pueden conservar y
garantizar dichos derechos. Este vaciamiento del sentido se evidenciaba, para Arendt,
en la tragedia de los refugiados que
mostraba como los Derechos Humanos, supuestamente inalienables, eran
inaplicables allí, donde había personas que no eran consideradas ciudadanas de
ningún Estado. “Si un hombre pierde su status político, según las implicaciones
de los derechos innatos e inalienables del hombre,” –nos dice Arendt- “llegaría
exactamente a la situación para la que están concebidas las declaraciones de
semejantes derechos generales. En la realidad, el caso es necesariamente
opuesto. Parece como si un hombre que no es nada más que un hombre hubiera
perdido las verdaderas cualidades que hacen posible a otras personas tratarle
como a un semejante.”7
Los
inmigrantes y refugiados sacan así a la luz esa nuda vida, en palabras del
pensador italiano Giorgio Agamben, expuesta permanentemente a la amenaza de ser
desposeída de todo derecho por parte del poder soberano, que puede decidir
quien puede gozar ó no de dichos derechos.
Así, para Arendt, precisamente, “La concepción de los derechos del
hombre... basada en dar por supuesta la existencia de un ser humano como tal,
cae en ruinas cuando los que la profesaban se encontraron por vez primera frente
a unos hombres que habían perdido verdaderamente toda cualidad y relación
específicas, salvo el hecho de ser humanos.”8
Mar
adentro, en la tierra de Europa.
Pero
las sombras continúan. En julio de 2008, el parlamento europeo aprobó la
llamada Directiva de Retorno. Esta directiva, calificada por las organizaciones
de inmigrantes y de defensa de los derechos humanos de Directiva de la
Vergüenza, establece los Centros de Internamiento, donde los inmigrantes pueden
ser privados de su libertad sin haber cometido ningún delito. Con esta
directiva, los Estados pueden retener hasta un máximo de 18 meses a los
inmigrantes que esperan su expulsión. Se da así luz verde a un internamiento
sin base penal: se detiene a una persona en un limbo jurídico pues no hay delito
que perseguir. Esta misma directiva
autoriza de igual forma a repatriar a los menores de edad, solos, a terceros países.
No resulta exagerado, calificar estas cárceles administrativas de agujeros
negros en un Estado de Derecho. Incluso, la propia directiva señala que ante la
falta de centros de internamiento, los inmigrantes pueden ser ingresados en
prisiones, aunque se encuentren en módulos separados. Son, en definitiva,
nuevos territorios en donde rige el estado de excepción, como afirma Giorgio Agamben.
Para este pensador, (que sigue en su propuesta a Hannah Arendt y a Michel
Foucault) lo que caracteriza al estado de excepción no es tanto la
suspensión
de los derechos civiles o la anulación de las garantías individuales a la que
pueden ser sujetos los ciudadanos, sino esa capacidad de decisión del poder soberano sobre que aspectos de la vida entran en el mundo del derecho y del orden,
es decir, la decisión sobre la vida misma, decisión posible al encontrarse la
nuda vida atrapada dentro del orden del poder soberano desde el momento de su
nacimiento. Este ingreso de la vida o nuda vida en la esfera política para ser
normativizada y controlada se convierte en el núcleo del poder soberano. Máxime
cuando en nuestro tiempo este estado de excepción se convierte en una estable estructura
política en la cual vive esa vida que, por diversas necesidades del poder debe
de ser apartada de cualquier orden que le otorgue derechos y protección. Se
trata en palabras de Sheyla Benhabib de “La perversión del Estado moderno que
pasó de ser un instrumento de derecho a uno de discrecionalidad sin derechos…
creando así millones de refugiados,extranjeros deportados y pueblos sin Estado
por sobre las fronteras.”9
Cuando
los sujetos han sido expulsados del estado de derecho, no son existentes en el territorio
del Estado, desde el punto de vista jurídico. 10
Se trata de personas retenidas, no de ciudadanos
retenidos, precisamente porque su identificación de acuerdo con el principio de nacionalidad-ciudadanía,
no puede funcionar. El drama de su situación “no estriba” –explica Arendt- “en
que se hallen privados de la vida, de la libertad y de la prosecución de la felicidad,
o de la igualdad ante la ley y de la libertad de opinión —fórmulas que fueron concebidas
para resolver problemas dentro de comunidades dadas— sino que ya no pertenecen
a comunidad alguna. Su condición no es la de no ser iguales ante la ley, sino
la de que no existe ley alguna para ellos… Sólo en una última fase de un
proceso más bien largo queda amenazado su derechos a la vida; sólo si
permanecen siendo completamente «supefluos», si
no hay nadie que los «reclame» pueden hallarse sus vidas en peligro”11
Llegados
a este punto, las analogías con la figura del Homo Sacer de Giorgio Agamben resultan patentes, pues en
palabras del pensador italiano, la situación de excepción que se crea en esos
centros, ocasiona que las personas retenidas no tengan asignado ningún estatuto
jurídico. Nos enfrentamos así a seres humanos que, al caer en un estado de
excepción, en esta terrible sombra, se convierten inevitablemente, en Homo
Sacer, un ser que puede ser eliminado y cuya eliminación, paradójicamente no
constituye ningún delito, pues es una vida que no esta sujeta a ninguna ley,
a ningún estado de derecho. Los llamados
“sin papeles” carecen de derechos y por ello ya están condenados sin un
pasaporte, sin un visado, pues al calificarles de “extracomunitarios”,
“ilegales”, “irregulares” se les señala como no ciudadanos. De esta manera, los
mecanismos sociales, políticos y jurídicos que excluyen del reconocimiento de
ciudadanía convierten, simultáneamente, a quien es objeto de esa exclusión en
“no-persona”, un Homo Sacer, expulsado del sistema de garantías jurídicas,
colocándolo en una situación de total desamparo legal.
Pero,
¿qué consecuencias, incluso para nosotros, que creemos vivir protegidos por
nuestra condición de ciudadanos, pueden rastrearse de vivir en la cotidianeidad
de la exclusión permanente? Como lo
explica Arendt, la exclusión no se detiene: una vez que esta clase de movimiento
comienza es difícil que finalice, abraza a todo el cuerpo social: las patrullas
ciudadanas de voluntarios, son muestra de una sensación de cotidianidad de un
estado de excepción que no es tal y que se abre así a que el poder soberano decida
no solamente sobre la vida de la persona considerada “ilegal”, sino también,
poco a poco, sobre los derechos de sus ciudadanos. Una peligrosa línea fácil de
atravesar, si, esa nuda vida es realmente el centro del poder soberano. Por
eso, para Arendt, son justamente estas figuras extremas, del exiliado, del refugiado,
del emigrado, las que ponen al desnudo aquello que está detrás de la figura de ciudadano:
por ello, pueden transformarse en el núcleo de una reflexión encaminada a
pensar de otro modo, a superar los actuales conceptos de ciudadanía y
nacionalidad. Como lo expresa Sheyla Benhabib, siguiendo a Hannah Arendt “El
desafío por delante es desarrollar un régimen internacional que separa el
‹‹derecho a tener derechos›› de la condición nacional del individuo.”
Abrirse
paso entre las sombras
¿Cómo
abrirse paso entre las sombras? Es una pregunta de difícil respuesta, que comienza innegablemente, como
expresa Arendt, por el derecho a tener derechos es decir, por poseer un estatuto
jurídico estable y seguro. Esto implica que una verdadera política de
inmigración debe de revisar la constitución de la ciudadanía y de la
extranjería, es decir, revisar de los fundamentos mismos de la ciudadanía
moderna. Sin un replanteamiento de lo que entendemos por ciudadanía, los
derechos estarán permanentemente amenazados por la lógica del poder y también
por la lógica del mercado, que pide tratar a los seres humanos en función
únicamente de las condiciones que este imponga (no en balde el ministerio
español encargado de estas políticas es el Ministerio del Trabajo e
Inmigración).
En
este sentido, tampoco podemos entender a los inmigrantes como simples huéspedes
sin integración, ni voz. Ágnes Heller establecía, en este punto, una analogía
entre el Estado o la sociedad y una casa, en su articulo “Diez tesis sobre la
inmigración.13
Para la pensadora, las normas de los Estados
modernos no tienen por qué diferir mucho de las normas domésticas, en donde los
huéspedes son invitados a quedarse por los propietarios de la casa, respetando
la minima urbanidad para lograr la convivencia posible. Esta analogía entre las
normas de un Estado y las normas de una casa plantea dificultades: en primer
lugar, se olvida que, en nuestro mundo, no existe un espacio vacío donde los
llegados puedan buscar construir su casa, sino que deben de buscar un hogar
donde asentarse, un hogar ya ocupado por otros.
Recordando
las palabras de Arendt, la gran novedad de las emigraciones de nuestra época consiste
precisamente en la posibilidad de encontrarse sin el reconocimiento de los
derechos humanos en ningún punto de nuestro mundo. Además, como hemos visto, no
se trata igual a quien toca a nuestra puerta, según la condición administrativa
y política del huésped: comunitario, extracomunitario, ilegal, irregular. En
tercer término, los llegados a nuestra casa no pueden convertirse, como explica
Sheyla Benhabib en su libro Los Derechos de los otros: Extranjeros, Residentes
y Ciudadanos, en huéspedes perpetuos, sin derecho de acceso a la ciudadanía,
apelando a la benevolencia constante de los propietarios del espacio doméstico,
sin voz ni voto en las decisiones que se toman. De esta manera, y por último,
el problema no trata simplemente de analizar la exclusión de los inmigrantes de
un estatus ciudadano y proponer sin más su incorporación al mismo, sino de
comprender dicha exclusión como un elemento que, entre otros, muestra las
contradicciones que el propio estatus de ciudadanía posee y que por ello mismo,
de igual forma, nos afecta. Vivimos en un mundo en el cual, a cada paso, se nos
muestra, por parte de los Estados modernos, la creciente tendencia de lo político
a apoderarse de la nuda vida que late como sustento de su propia organización:
a apoderarse así de nuestra propia casa y convertirnos en huéspedes en ella.
En
tanto esta reflexión sobre nuestra propia situación no suceda, los inmigrantes,
refugiados y desplazados, nos permitirán seguir observando, como le sucedió a
Arendt, la posible futura comunidad política en la que viviremos, poniendo al
desnudo la posibilidad de que cada uno de nosotros se vea, en algún momento, en
un estado de completo abandono. El peligro de las sombras es que pueden ser muy
largas. Por ello, Hannah Arendt consideraba que esos rostros podían
transformarse en el núcleo de una reflexión encaminada a pensar y construir
nuestro mundo de otro modo, en donde podamos entender como: “El factor decisivo
es que estos derechos y la dignidad humana que confieren, tendrían que seguir
siendo válidos aunque sólo existiera un ser humano en la Tierra… (estos
derechos) son independientes de la pluralidad humana y han de seguir siendo
válidos aunque el correspondiente ser humano sea expulsado de la comunidad
humana.” 12
Bibliografía
Agamben, Giorgio: Homo
Sacer: El poder soberano y la nuda vida. Valencia. Ed. Pretextos, 1998.
Arendt, Hannah: Los
Orígenes del Totalitarismo, Madrid. Ed. Alianza, 1987.
Arendt, Hannah: Hombres
en tiempos de oscuridad, Barcelona. Ed. Gedisa, 1990.
Arendt, Hannah: «Nosotros
los refugiados» Archipiélago, (Barcelona) número 30,
Problemas de Género. Ed.
Archipiélago, otoño 1997 pp. 100 -107.
Benhabib, Sheyla: Los
Derechos de los otros: Extranjeros, Residentes y Ciudadanos.
Barcelona.
Ed. Gedisa. 2005.
Heller Ágnes: «Diez tesis
sobre la inmigración», Diario El País, (Madrid) 30/05/1992.
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