Entrevista A Jacques Rancière:
por Federico Galende (*)
Días
atrás, Jacques Rancière (75) estuvo en Chile, invitado por el rector de la
Universidad de Valparaíso, quien le otorgó el Doctorado Honoris Causa. La tarde
en la que estaba a punto ya de marcharse lo visité en el hotel enviado por este
medio y tuvimos una conversación ondulante, sin pautas ni puntos precisos, que
el filósofo aprovechó para explayarse por una gran cantidad de temas: el
impulso de los movimientos democráticos con los que se inició el siglo y el
aciago contrapunto que acaba de ponerle el triunfo de Donald Trump, las
diversas configuraciones del pueblo, las luchas por la igualdad y las fronteras
siempre imprecisas entre las performances del arte y las de la política.
Rancière es un filósofo atípico: alejado de la previsible pausa reflexiva que
solemos reconocer en el orador vacilante, habla a toda velocidad, soltando
manojos de frases que estallan unos detrás de otros, poseído por una prosa
inquieta, arrebatada, que emplea hundiéndose con pasión en la materia que
trata. Su estilo es tan punzante como sencillo, propio de quien revela en la
filosofía una larga y cultivada amistad con la igualdad como presupuesto de
toda política.
Pregunta. Partamos quizá por el “pueblo”, una
noción que la moda filosófico política de los noventa había dado de baja y que
varios de tus libros trajeron de vuelta. Veníamos bien, el siglo se abría con
movimientos, marchas, primaveras e intifadas, las democracias neoliberales se
caían a pedazos y de pronto aparecen el impeachment, Macri, el Brexit, Le Pen,
Donald Trump.
Jacques Ranciere.
Creo que el siglo, como tú dices, comenzó con la irrupción cada vez más
creciente de movimientos democráticos, movimientos que de alguna manera
trataron de crear una nueva idea de “pueblo”. Este es mi punto. Pero mi punto
es también que el pueblo no existe per se, no es algo en sí mismo, sino más
bien el efecto de una construcción: nosotros somos el pueblo cuando nos
reunimos en una plaza, cuando llevamos a cabo nuestras reivindicaciones, pero
la Constitución crea también un pueblo, los medios crean un pueblo, y por eso
la pregunta que corresponde hacerse, la que a mí me interesa al menos, es qué
pueblo es ahora.
Pregunta.¿Y qué pueblo es ahora?
Jacques Ranciere Bueno, te respondería la pregunta
partiendo por el otro lado. Pienso que en países como Francia o Estados Unidos
ha habido una monopolización de este asunto por parte de una clase política muy
reducida. Al interior de esa clase política la derecha y la izquierda
parlamentarias se han ido indiferenciando cada vez más, han ido perdiendo
especificidad y tienden hoy a ser más o menos lo mismo. A la vez siguen
existiendo estos movimientos más pequeños que proponen otra idea de lo popular,
movimientos que generan el espacio para la enunciación de un “nosotros”. Este
enunciado trata de correr por fuera de la integración cada vez mayor al poder
político y al poder financiero, así que lo que tenemos es nuevamente una
división entre la élite política y todo aquello que es excluído del sistema.
Pregunta. -Pero Trump le habla a buena parte
de esos excluídos, por mucho que no nos guste.
Jacques Ranciere Trump ocupa demagógicamente un lugar
vacío: el lugar de un pueblo que no puede representarse a sí mismo. Y finge por
eso volver a la América profunda, como lo hace Marine Le Pen evocando la
Francia profunda, cuando lo que en realidad están haciendo es producir desde
arriba una especie de identificación imaginaria. No hay que olvidar que la
materia de la política es lo simbólico.
Pregunta. -Pero en tus escritos la materia de
la política es más bien la experiencia sensible, la relación entre los cuerpos,
la vida en común. Acá en Chile hay un programa de radio que se llama La
comunidad de los iguales y a la vez nuestros historiadores suelen dividirse
actualmente entre los que siguen apelando a la voz de los que no tienen voz y
los que, como Miguel Valderrama, postulan una especie de poshistoria en la que
no hay ya ningún centro, ningún eje, ningún horizonte que pueda ser prometido,
un poco como lo planteas tú en el hermoso libro sobre Béla Tarr.
Jacques Ranciere Sí, pero yo no confundiría este
asunto sobre el que he escrito a propósito de Béla Tarr, el del tiempo de la
espera o el de un tiempo alejado de las promesas de la historia, con este
imaginario de carácter poshistórico o pospolítico que de alguna manera termina
siendo funcional a la política del consenso. Esta es para mí la ideología de
los que monopolizan hoy el poder y los defensores de esta ideología, con
independencia de lo que mencionas sobre la poshistoria, saben muy bien cómo
enmascarar el neoliberalismo con esta falsa política de los acuerdos. Con esto
pasamos a creer en el fin de la política o, peor aun, en que la política puede
ser reducida en última instancia a la gestión del poder, cuando lo que sucede
más bien es la conjunción entre dos fenómenos: por un lado la extrema derecha
simula encarnar al pueblo situándose estratégicamente por fuera del
establishment de la clase política, por otro lado esto nos recuerda que
entonces la política no está muerta, que necesita de símbolos, que necesita de
ciertos dispositivos de simbolización colectivos. Esto en primer lugar.
Pregunta. -¿Y en segundo lugar?
Jacques Ranciere En segundo lugar, me parece
importante considerar que el neoliberalismo no es hoy solamente un credo
económico, sino también una forma de pensamiento global. Este pensamiento
global tiene que ver con la fe en que una sociedad puede fundarse en la desigualdad.
Hay un odio a la igualdad, un desprecio, como si la igualdad fuese algo infame.
Pero en esto hay también una paradoja, puesto que a título del neoliberalismo
se pretende fingir que la política está muerta siendo que, a la vez, se la
necesita para dar justamente un aspecto político a ese mismo neoliberalismo. Lo
que estas élites plantean es algo que no me parece que sea verdad: que la
política puede ser reducida a la gestión del poder y que la comunidad puede
fundarse en la desigualdad.
- Pregunta. Bueno, pero siempre fue un
poco así.
Jacques Ranciere Pero la novedad reside esta vez en
que la extrema derecha está volviendo a ser exitosa en su evocación de símbolos
identitarios muy primitivos, muy elementales, de modo que lo que se produce es
una fusión entre los símbolos identitarios porpuestos por la extrema derecha y
la fe política en una desigualdad programada. Piensa que hasta hace muy poco en
Francia y en los mismos Estados Unidos la derecha se rehusaba a llamarse a sí
misma de esta manera.
Pregunta. -Acá todavía se rehúsa.
Jacques Ranciere (Risas) ¿Se rehúsa? Bueno, ya se
desnudarán, como lo hicieron allá, donde hasta hace poco tiempo decían cosas
del tipo “nosotros somos el centro” y decían también, por mucho que no fuera
cierto, que creían en la igualdad. Lo nuevo es que hoy toda esta gente se proclama
a sí misma de derecha y proclama abiertamente que quiere la desigualdad.
Pregunta. -Trump dice en realidad cualquier
cosa, dice casi todo lo que se le cruza por la cabeza, lo que no deja de tener
ciertos resabios experimentales, en el sentido de que produce al voleo
anudamientos imprevisibles: se sitúa por fuera del establishment, dispara
contra los medios más poderosos, denuncia la improductividad del sistema
financiero, confiesa su devoción por Putin, etcétera. Y a la vez es cierto:
llama a regresar a una identidad bastante convencional que está lejos de
cualquier forma de experimentación.
Jacques Ranciere Es cierto lo que dices, Trump anuda
dos formas discursivas que son normalmente antitéticas: por un lado se exhibe
como un triunfador, un campeón, un hombre de negocios que representa a la
América de los que ganan contra la América de los perdedores, y por otro apela
a los excluidos, a los que han sido dejados de lado por la clase política. Con
esto genera una confluencia muy rara entre la América triunfalista y la América
de los que sufren. ¿Por qué sufren? ¿Sufren a causa de los mexicanos, de los
latinos, de los inmigrantes? Trump ha sabido conjugar con mucha astucia las dos
formas de la identidad americana.
Pregunta. -Pero entiendo que a la vez la
política no tiene para ti mucho que ver con esto. No tiene que ver con la
gestión ni con la vida, ni siquiera probablemente con el poder. En tu trabajo,
la política se juega más bien en la lucha perpetua entre ricos y pobres.
Jacques Ranciere La política para mí reside
efectivamente en esa lucha, en esa oposición, solo que ricos y pobres no
responden a categorías sociológicas específicas o a grupos sociales
determinados: funcionan más bien en la estructura simbólica de esta oposición.
Movimientos como los Occupy Wall Street, por dar un ejemplo, resultan de la
conjunción de muchos grupos, de muchas identidades, de muchas formas de
subjetivación. En este sentido, el lugar de los oprimidos es heterogéneo, es
múltiple, como tú sugieres, pero a la vez estos oprimidos se construyen a sí
mismos en oposición a la gestión neoliberal del poder.
- Pregunta. Es lo que nos ocurrió a
nosotros con el movimiento estudiantil del 2011: dejaron secuelas, dejaron
marcas interesantes, dejaron una sensibilidad transformada…
Jacques Ranciere Seguramente, porque de lo que se
trata es de una configuración que genera un nuevo tipo de pueblo en tanto
símbolo colectivo, gente que proviene de horizontes muy diferentes y que, sin
embargo, ocupan el mismo espacio, el mismo lugar. Lo que así construyen es una
suerte de oposición frente al mundo oficial, frente a la política comprendida
como gestión del poder.
- Pregunta. Pero ¿no habrá cierto
conformismo en pensar el asunto de esta manera? Algunos han llegado a
considerarte una especie de socialdemócrata sofisticado.
- Pregunta. Bueno, lo sé, te lo pregunto
porque teniéndote aquí tan cerca me gustaría saber de primera mano cómo te
defines tú. ¿Cómo un comunista no vanguardista, como un anarquista, como un
populista de izquierda?
Jacques Ranciere Me defino como un demócrata radical.
Ahora bien, si el comunismo del que tu hablas, incluso el comunismo del hombre
solo, significase algo, sería un tipo de democracia radical, así como sería un
tipo de democracia radical el anarquismo. Me refiero a que lo que defiendo es
en realidad una implementación radical de la igualdad, lo que por cierto no
tiene nada que ver con la socialdemocracia, que como sabemos forma parte de la
política parlamentaria. En lo que respecta al populismo, creo que es un
concepto muy ambiguo, en parte porque por un lado remite al pueblo como un
importantísimo símbolo de la política mientras que, por el otro, designa como
sabemos una forma de relación muy específica entre el pueblo y el líder.
Pregunta. -¿Y cómo lo vinculas con lo de
Estados Unidos?
Jacques Ranciere Yo considero que lo que pasó en
Estados Unidos (y no solo en Estados Unidos) fue que los políticos pensaron que
era provechoso crear este tipo de enemigos: el populismo es el enemigo, el
populismo es lo que está al otro lado y todos los que no están de acuerdo con
quienes ejercemos actualmente el poder son en realidad populistas. El problema
es que les salió el tiro por la culata: pensaron que era inteligente hacer esto
y terminó apareciendo nada menos que Trump.
Pregunta. -O sea que para Rancière el
populismo de izquierda no es una chance.
Jacques Ranciere Como militantes de izquierda no
podríamos hablar de “populismo”, puesto que lo que se designa generalmente con
ese nombre es el acaparamiento de fuerzas democráticas en la figura de un líder
carismático, como en el caso de Cristina Kirchner, cuyo intento evidente fue el
de gobernar encarnando al pueblo. El pequeño problema está en que el pueblo no
se puede encarnar.
Pregunta. -No, por supuesto, pero yo no me
refería a la articulación o la encarnación, sino a la proliferación espontánea
de redes colaborativas que operan a distancia de las grandes urbes financieras
y del establishment político. El filósofo Rodrigo Karmy habla de intifadas sin
pastores ni vanguardias y Kaurismaki le llama a todo esto “comunismo idílico”,
un comunismo que es inmanente a las prácticas de los cuerpos y que no responde
a ningún horizonte utópico. Tu mismo lo dices en el prólogo al libro de
Blanqui: “el comunismo es la igualdad de todos los hombres que participan de un
mismo saber sobre el cielo”. Es una definición muy interesante, que postula de
paso el carácter indivisible de la inteligencia: la inteligencia como algo que
fue siempre en común y de la que cualquiera puede hacer uso subordinándola a la
voluntad.
Jacques Ranciere Bueno, claro, una intifada sin
vanguardia supone que la igualdad de las inteligencias es la base del
comunismo, y esto significa que lo que está a la base del comunismo es este
tipo de credo, de fe, en una inteligencia que es compartida por todos. Esta
base es para mí la confianza en la capacidad de cualquiera y no tiene nada que
ver, en tal caso, con la idea de Negri y de Hardt del general intellect o de
las destrezas supuestamente comunes que suscitan las nuevas tecnologías. Yo no
pienso de esta forma, no es esto a lo que me refiero, sino al hecho de que el
comunismo es algo que se construye o se teje en cada momento, en cada relación.
El punto que me interesa es que en cada uno de estos momentos, en cada tipo de
relación, en cada instante se puede presuponer la igualdad o se puede
reproducir la desigualdad. Y por lo tanto o bien construimos un mundo comunista
o bien estamos reproduciendo la lógica de la desigualdad.
Pregunta. -No puedo estar más de acuerdo. La
igualdad es en todo caso para ti un presupuesto, no una promesa o algo que
aspiremos a conquistar. Es un punto de partida, uno que cuando se ejerce da la
impresión de tener un carácter bien performático. Cuando esto sucede, la lógica
del espectáculo cede a la del carnaval y algo de esto pasó en Chile a partir
del 2011.
Jacques Ranciere Es cierto, yo creo que hay que pensar
en todas las formas de creatividad, en todas las inteligencias que son actuadas
o son ejercidas cuando el orden normal de las cosas es subvertido. Nosotros
somos de alguna forma el testimonio de todos estos movimientos revolucionarios,
de todos estos tiempos revolucionarios, de todos estos días revolucionarios en
los que la gente hace una multiplicidad de cosas: performances, actos o fiestas
cuyos disturbios contrarrestan las fuerzas de la desigualdad. Se trata de los
momentos en los que los hombres, las mujeres, los pueblos pueden probarse a sí
mismos su habilidad para hacer cosas para las que se suponía que no tenían
ninguna capacidad. Pero este es solo un lado del asunto; el otro tiene que ver
con la temporalidad, que tú abrevias bien en la figura del carnaval.
Pregunta. -Pero intuyo que el carnaval no te
gusta.
Jacques Ranciere No, no es que no me guste; el
problema con el carnaval es que es una forma de invención popular o de
subversión popular que responde a una cierta institucionalidad. Todos los años
tienen un momento en el que los hombres o las mujeres del pueblo se convierten
en reyes o en reinas y subvierten el mundo, lo giran o lo dan vuelta, pero lo
hacen en un tiempo específico. Y eso para mí es diferente a esta capacidad de
la gente del pueblo que suele asomar en momentos inesperados, despojada de todo
programa, de todo cronograma. El del carnaval es el tiempo del pueblo, pero después
de este tiempo cada quien retorna al trabajo, retorna a su casa, retorna a su
condición. Lo que pienso de estos rituales es que no alcanzan a ser realmente
subversivos, en parte porque lo que para mí está en juego en la suspensión de
la incapacidad que los otros nos atribuyen es algo bien distinto: es la
invención de una nueva temporalidad.
Pregunta. -Como en La noche de los
proletarios.
Jacques Ranciere Exacto, desde donde se podría extraer
un ejemplo bastante anecdótico: esa noche de los proletarios empieza a
principios de marzo y normalmente se extiende hasta el treinta y uno, puesto
que después como todos sabemos comienza abril. Pero curiosamente allí no
existió abril, sino el treinta y dos de marzo y luego el treinta y tres de
marzo y así sucesivamente. Es solamente una anécdota, pero una que permite
ilustrar esta idea de la subversión del tiempo o de la invención de un tiempo
nuevo.
- Pregunta. Pero al carnaval le subyace
lo que toda historia ha vivido olvidando: la irrupción de las potencias
igualitarias de las tradiciones populares. ¿No hay ahí una suerte de
performance colectiva que es precisamente un tema del arte y de la política a
la vez?
Jacques Ranciere Por supuesto, porque lo que resulta
interesante al interior de los movimientos y de las prácticas de los pueblos es
justamente una indeterminación entre la performance política y la performance
artística. Lo que está allí es la idea de la política como un modo de moverse,
un modo de disposición entre los cuerpos, el corte de una unidad temporal. En
los movimientos políticos más recientes esto está tan presente como en las
performances más recientes del arte. Y por eso considero que habría que hablar
de dos intentos que son bien distintos: el primero de estos intentos estriba en
poner en la escena del arte todos los significantes de la política, en recrear
la política desde el arte; el segundo, en cambio, estriba en los anudamientos o
en las relaciones promiscuas que existen ya de por sí entre las formas que
provienen de la protesta política y aquellas que derivan de la performance o de
la invención artística. Lo que pienso sobre estas prácticas es que hay entre
ellas una indeterminación.
- Pregunta. Y una conjunción también.
-Jacques Ranciere Y una conjunción
también, una demarcación que es imprecisa. Y esto lo opongo a la pretensión
artística por recrear la palabra de la política a través de los medios del
arte.
-Muchas
gracias, Rancière.
Fuente. The clinic on line.
http://www.theclinic.cl/2016/12/04/jacques-ranciere-la-extrema-derecha-esta-volviendo-a-ser-exitosa-en-su-evocacion-de-simbolos-identitarios-muy-primitivos/
*Federico Galende, filósofo,
escritor y profesor de la Universidad de Chile.
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