LECCIONES DE OCTUBRE ROJO.
COMUNISMO ES DEMOCRACIA
Por Javier Segura (*)
Cuando a mediados del siglo
XIX los jóvenes revolucionarios Karl Marx y Friedrich Engels iniciaron su obra,
orientaron su trabajo hacia la resolución de un “enigma histórico”, el
planteado por la continuidad en el tiempo de las desigualdades entre minorías
acaudaladas y mayorías empobrecidas, al tiempo que la creciente productividad
del trabajo humano permite erradicarlas. Para ello, partieron de una cuestión
clave: ¿De qué manera debería reorganizarse el mundo para construir un nuevo
orden basado en la justicia? ¿Quién debería ser el agente impulsor de esta
transformación?
La respuesta estableció los
fundamentos del marxismo: que sintetizo a continuación: 1) Todo sistema social
se define por la manera en que establece la distribución de la riqueza y el poder.
2) El antagonismo y la competencia entre fuerzas sociales actúan como el motor
que propicia la evolución histórica. 3) La injusticia social es inherente al
capitalismo ya que deriva de la propiedad burguesa de los medios de producción
y de la explotación de la fuerza laboral, sometida a la lógica de la
acumulación de capital. 4) Por tanto, el reparto equitativo del poder y la
riqueza requiere la conversión de la propiedad burguesa en propiedad social
mediante la acción revolucionaria de las clases trabajadoras, en particular,
del proletariado, única clase social que, por su situación en la división del
trabajo, puede disponer del control colectivo de la economía. 5) La revolución
proletaria deberá ser internacional, apoyada en la unidad de los pueblos del
mundo, para así enfrentar con éxito el expansionismo capitalista. Es el sentido
del llamamiento: “Proletarios de todos los países, uníos”. 6) El trabajo
teórico, en medio de la lucha de clases, consiste en entender esta realidad de
modo que la intervención humana pueda ser eficaz en la práctica. 7) La
instauración del socialismo debe conducir a la sociedad comunista, basada en el
reparto igualitario del poder y los recursos y la consiguiente extinción del
aparato dominador del Estado.
Lenin tomó las ideas de Marx
y Engels y las desarrolló a partir de la realidad concreta de Rusia: un país
gobernado por un estado autocrático y militarizado, con 100 millones de
campesinos sometidos a 100 mil terratenientes, un modelo de industrialización
impulsado por el Estado y financiado con fuertes inversiones extranjeras,
generadoras de de una deuda pública astronómica, y una posición en la
geopolítica mundial que explica su participación en la Gran Guerra de
1914-1918.
En el contexto de matanzas
masivas y privaciones generalizadas de la Gran Guerra, en la que ésta se
manifestó en toda su crudeza como una guerra entre potencias imperialistas en
la que el pueblo sólo contaba como carne de cañón, se gestó la Revolución Rusa,
dando lugar a la mayor oleada revolucionaria de la historia protagonizada por
la clase obrera, entre 1917 y 1923, .
Cuando el corresponsal
estado-unidense Jhon Reed llegó a Rusia y vivió la efervescencia de las
jornadas revolucionarias de Octubre y Noviembre de 1917, magistralmente
plasmadas en su obra “Diez días que estremecieron el mundo”, se dio cuenta de
que estaba siendo testigo y partícipe del acontecimiento político mundial más
importante del siglo XX. No le faltaba razón. Estaba asistiendo al primer gran
desafío histórico que supuso para la propiedad burguesa, sacrosanto pilar del
orden capitalista, la constitución del primer Estado obrero de la historia.
Es, precisamente, la
conflictividad derivada de este desafío y de las resistencias al mismo, el
núcleo que, a partir de la Revolución Rusa, explica la historia contemporánea.
Y es, precisamente, el interés “burgués” en camuflar este aspecto el que
sustenta falacias interpretativas, como la que convierte la Revolución de
Octubre en un golpe de estado leninista para imponer una dictadura, la que hace
del stalinismo la consecuencia inevitable del Estado proletario de 1917 o la
que alimentó durante décadas la imagen de la URSS como una amenaza para el
“mundo libre”. De ahí, la necesidad de situarse en la historia real de la
revolución y de la idea de comunismo como un ejercicio de memoria histórica, en
beneficio de la ciudadanía.
En esta línea, se inscriben
las siguientes consideraciones:
1) La Revolución Rusa fue un
movimiento de masas, del que los soviets de obreros, soldados y campesinos,
formados por delegados elegidos en las fábricas, los cuarteles, o las aldeas
campesinas, fueron los órganos de representación popular y constituyeron, en
toda Rusia, el núcleo del poder popular.
2) Para Lenin y, en general,
para los bolcheviques, la democracia era el requisito necesario para que el
socialismo establecido tras el triunfo revolucionario conservase su victoria y
condujera a la extinción del Estado como instrumento de dominación. Lenin
representó el espíritu de los activistas bolcheviques y éstos, a su vez, el de
las masas organizadas en soviets. De ahí, el llamamiento expresado en las
famosas “Tesis de Abril”: “Todo el poder a los soviets”.
3) La Revolución Rusa fue
pacífica. La toma del Palacio de Invierno fue la culminación de un proceso social
en el que el Gobierno Provisional había perdido toda capacidad de acción. La
visión cinematográfica del acontecimiento, inmortalizada por Eisenstein, como
una gesta heroica del pueblo en armas nada tiene que ver con la realidad. En
toda Rusia el poder fue pasando de las manos de una clase a las de otra a
medida que los poderes locales delegaban en los soviets el control de la
situación. En este contexto, la disolución de la Asamblea Constituyente por el
Partido Bolchevique en 1918, algo que ha hecho correr ríos de tinta
liberal-anticomunista, no obedeció al deseo malévolo de imponer dictadura
alguna (la democracia real estaba en los soviets), sino a la situación de
emergencia que vivía el país.
4) La legislación adoptada
por el Consejo de Comisarios del Pueblo en Octubre de 1917 (retirada de la
guerra, expropiación de las grandes haciendas para distribuirlas en parcelas
campesinas, nacionalización de la banca, establecimiento del control obrero en
las fábricas, reconocimiento de los derechos universales a la salud, la
educación y a la igualdad entre hombres y mujeres...) supuso la abolición del
feudalismo agrario y del capitalismo industrial y financiero, dependiente de la
inversión extranjera, y prefiguró la sociedad socialista en su intrínseca
relación con la democracia y los derechos humanos. Que el nuevo régimen pudiera
mantenerse en un contexto de escasez generalizada dependía en gran parte de la
solidaridad internacional, es decir, de la revolución mundial. Éste fue el
punto de partida de la fundación en 1919 de la III Internacional. Sin embargo,
la derrota de la oleada revolucionaria en Europa, que había forzado el fin de
la Gran Guerra, frustró toda posibilidad de romper el aislamiento del régimen.
La aceptación de la paz Brest Litovsk impuesta por Alemania en 1918, que
significó paz a cambio de territorio y recursos, es decir, de ruina, se debió a
la malograda esperanza bolchevique en la revolución alemana.
5) La violencia y el terror
no fueron desatados por la revolución sino por la contrarrevolución armada
encarnada en el Movimiento Blanco y la vergonzosa intervención de las potencias
aliadas, tan olvidada en la historiografía occidental como recordada en Rusia,
donde costó la vida a millones de personas y provocó el derrumbe económico, la
desintegración de la clase obrera y el despoblamiento de las ciudades por la
huida al campo de la población urbana.
6) Tras la guerra de
1918-1921, la capacidad de los trabajadores rusos para actuar colectivamente
como clase había quedado aplastada. Venció el Ejército Rojo, pero la revolución
quedó derrotada. De ahí que, tras la debacle, la única fuerza social organizada
para operar en el plano nacional fuera la de los nuevos aparatos del partido y
el Estado, nutridos por militares y burócratas que no habían participado en la
revolución.
7) Joseph Stalin, que había
venido acumulando poder durante años, se convirtió en el delegado natural de la
nueva burocracia dominante: la nomenklatura. La teoría del socialismo en un
sólo país, elaborada en 1925, legitimó al nuevo poder. El fortalecimiento y
consolidación en el poder de la nomenklatura se cimentó en el crimen político,
perpetrado contra los veteranos de la insurreción de Octubre, y en el sacrifico
social derivado de la implantación forzosa de un modelo de economía
centralizada, cuyo objetivo era la equiparación militar con Occidente. Este
modelo se basó en la uso de los excedentes procedentes del campesinado,
sometido al proceso criminal de la colectivización forzosa, para financiar un
ritmo vertiginoso de industrialización en bienes de equipo, infraestructuras y
armamento, a expensas de los bienes de consumo. En realidad, un modelo
asimilable a la acumulación primitiva de capital, denunciado por el propio Marx
en su análisis del capitalismo, pero implantado por una burocracia estatal.
¿Socialismo o capitalismo de Estado?
8) El poder de esta
“burguesía de Estado” explica su supervivencia como oligarquía dirigente,
directamente beneficiada por el salvaje proceso de privatizaciones que conllevó
la restauración del capitalismo neoliberal tras la conmoción política provocada
por la caída de la URSS.
9) Por tanto, el stalinismo
supuso la abolición de los principios que inspiraron la Revolución Rusa. El
mecanismo ideológico para proclamarse, paradójicamente, heredero de los mismos
fue la reorientación de las fórmulas verbales del marxismo con el fin de
justificar las políticas públicas de la nomenklatura, la clase dominante
durante toda la historia de la URSS.
10) Es indudable el impacto
mundial de la Revolución rusa y la URSS, convertida en superpotencia
político-militar, con un papel decisivo en la derrota del nazismo durante la
Segunda Guerra Mundial y un poder de fascinación suficiente para conservar su aureola
como testimonio revolucionario. La idea de comunismo se expandió por medio
mundo como una llamada a la emancipación popular por la que valía la pena
luchar y hasta dar la vida y tuvo su propio eco en el mundo occidental en la
forma de lo que Joseph Fontana llama el “reformismo del miedo”, es decir, el
reformismo social que dio lugar al Estado del Bienestar entendido como pantalla
para neutralizar la influencia del “comunismo” en las clases populares. En esta
linea, conviene también recordar que los partidos comunistas que dominaron la
resistencia contra el nazismo en países como Francia, Italia, Yugoslavia y
Grecia, cuyo potencial revolucionario fue aplastado tanto por Londres y
Washington como por Moscú, también contribuyeron al nacimiento del Estado del
Bienestar, que los partidos comunistas occidentales continuaron su lucha en
espacios como el sindicalismo, la gestión municipal o las asociaciones de base,
que, en el caso de España, Grecia y Portugal, lideraron la lucha contra la
dictadura y por la democracia y que, en lo que respecta a la Europa Oriental,
fueron en gran parte comunistas quienes se levantaron contra el modelo
dictatorial soviético en nombre del “socialismo de rostro humano”.
11) La intolerancia
occidental a la existencia de la URRS, que dio origen a la Guerra fría, no fue
por el carácter dictatorial del Estado soviético, sino por ser una construcción
política desconectada del yugo imperialista occidental. La teoría de la amenaza
soviética fue la manipulación criminal que sirvió para justificar la carrera
armamentística. La URSS era una dictadura, sí, pero no la que pinta la
propaganda occidental. El poder soviético nunca pretendió exportar la
revolución y su apuesta geopolítica fue siempre la coexistencia pacífica. El
objetivo real de la URSS en el diseño de la postguerra tras la Segunda Guerra
Mundial no era la expansión territorial sino el establecimiento de garantías
mínimas para su supervivencia como Estado.
¿Qué podemos recuperar hoy
en día de todo lo dicho?
La caída de la URSS y de los
regímenes de Europa Oriental sirvió a la ideología anticomunista para proclamar
el triunfo definitivo de la “pax americana”, el mercado libre universal y la
democracia liberal, “lo natural”, frente a los monstruos de la escasez y la
tiranía generados por la utopía revolucionaria, “lo ideológico”. Sin embargo,
la crisis actual del capitalismo ha puesto en evidencia a todos los que habían
criminalizado las predicciones marxistas del aumento exponencial de las
desigualdades por la concentración progresiva de la propiedad capitalista en
pocas manos.
Hoy, las realidades en las
que se gestó el marxismo y la revolución están a flor de piel. Los anhelos
emancipatorios se han reactivado y se han proyectado en un sinfín de
movimientos sociales y organizaciones políticas que siguen apuntando a la
acumulación de capital y al secuestro de la democracia por los patronos,
gestores y gendarmes del gran capital como la piedra angular que explica la
explotación de la fuerza laboral, el saqueo de los recursos del planeta y la
represión política. De ahí que las viejas fobias destructivas del anticomunismo
continúen en su pretensión de usurpar a la ciudadanía el lenguaje propicio para
interpretar el mundo, interpretarse en él y participar en la construcción de
alternativas basadas en la democracia, la igualdad y la cooperación.
Desde esta perspectiva, hay
que tener en cuenta la lección básica de la Revolución Rusa: la abolición
directa de la propiedad privada y del intercambio regulado por el mercado, en
ausencia de formas concretas de participación popular, resucita las relaciones
de servidumbre y dominación. Sin embargo, ¿quién puede decir que esta
constatación conlleve la condena en bloque de las aportaciones humanitarias del
marxismo y el comunismo?
La idea de comunismo no entraña el sacrificio de la individualidad a la colectividad anónima, como pretenden hacer creer sus enemigos, sino la plena realización humana en su inmersión en la solidaridad social. Exactamente, la antítesis del capitalismo liberal y del capitalismo de Estado. Lo dijo Marx: “El libre desarrollo de cada uno es condición para el libre desarrollo de todos”. En otras palabras, comunismo es bien común, en la teoría y la práctica.
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