Por Victoria Camps
La
conocida teoría de la banalidad del mal, enunciada en el subtítulo del
libro Eichmann en Jerusalén, lleva a Hannah Arendt a orientar
su investigación hacia las "actividades del espíritu", que son el
pensamiento, la voluntad y el juicio. A su modo de ver, lo característico del
mal perpetrado por los criminales nazis es la ausencia de pensamiento y de
juicio, la incapacidad de reflexionar sobre lo que se va a hacer o lo que se ha
hecho y juzgarlo de acuerdo con el sentido común de la moralidad. Desde tal
hipótesis, Arendt emprende el análisis de las facultades de pensar y juzgar con
el fin de establecer los momentos y las condiciones fundamentales para la
formación de la conciencia moral.
Pensar es dialogar con uno mismo, distanciándose al
mismo tiempo de la realidad con el fin de encontrarle un sentido. En tal
búsqueda hacia el interior de uno mismo, el individuo, ser comunitario por
definición, recaba asimismo el parecer de otros. Se constituye en el espectador
de "mentalidad amplia" que juzga una determinada realidad o
situación. Convencida de que los juicios morales no deben ir de los principios
generales al caso concreto, sino en la dirección inversa, de los ejemplos a las
máximas, Arendt siente más afinidad con el análisis kantiano del juicio del
gusto que con el imperativo categórico. Es la apreciación, en principio
subjetiva, de la obra de arte la que utiliza como modelo del juicio moral, un
juicio que aspira no a la universalidad abstracta, sino a extenderse
intersubjetivamente y merecer el asentimiento del mayor número de opiniones.
El objetivo del juicio moral es la reconstrucción de
un sensus comunis o un mundo común indispensable para
la vida política. Dicho sentido se adquiere o recupera a través de un doble
movimiento por el que el individuo busca el acuerdo de los otros, pero, en
mayor medida, el acuerdo con el propio yo. Es esa integridad con uno mismo, el
rechazo de todo aquello que obligue a renunciar a la autenticidad, lo que lleva
a la persona a decidir, al mismo tiempo, cómo y con quién quiere vivir. De esta
forma, el sentido común o sentido moral consiste, para Hannah Arendt, en el
esfuerzo de la persona por evitar la tendencia a dejar de pensar y juzgar
eludiendo, en consecuencia, la asunción de cualquier tipo de responsabilidad.
Muy consecuente con su pulsión antimetafísica y su
teoría de que la filosofía es un pensar sin apoyos, Arendt no se propone una
fundamentación de la moral, sino más bien una fenomenología del discernimiento
moral, que establezca tan sólo las condiciones en las que éste puede y debe
darse. No se trata de llegar a ninguna verdad moral, sino, sobre todo, de
evitar el conformismo acrítico con lo que viene dado. La integridad moral es,
por encima de todo, la lucha contra la indiferencia.
(*) Fuente: Ciclo: Pensadora del siglo. Hannah
Arendt: 1906-1975. Fundacion Juan March
Fecha: 26/10/2006
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