por Maurizio
Viroli (*)
Nadie en la historia del
pensamiento político ha proclamado tan intensamente su conexión personal con
una determinada república como Rousseau respecto a Ginebra. En el Discours sur
les sciences et les arts oculta su identidad, firmando «un ciudadano de Ginebra»;
en el Discours sur l'inegalité, añade ese mismo «ciudadano de Ginebra» tras su
nombre, como si fuera su título nobiliario, contrapuesto al de los
aristócratas. Idéntica inscripción aparece en la cubierta del Contrat Social.
Rousseau se proclamaba con
orgullo «ciudadano de Ginebra» no sólo para distinguirse polémicamente de sus
lectores franceses, que eran súbditos de un rey, sino también para confirmar su
lealtad a los valores políticos de la pequeña república fundada por Calvino. Y
a pesar de tantas y tan explícitas declaraciones, el contenido del nexo entre
Rousseau y Ginebra sigue siendo un tema controvertido.
Están por una parte los
estudios de hace un siglo, ya olvidados, que subrayan, aun con diferencias
significativas, el contenido esencialmente ginebrino del pensamiento de
Rousseau. Jules Vuy, por ejemplo (Les origines des idées politiques de
Rousseau, Ginebra, 1889) resaltó las raíces católicas de las ideas de Rousseau;
Gaspard Vallette, por su parte (Jean Jacques Rousseau, ginebrino, GinebraParís,
1911), sostuvo que el Contrat Social era una obra inspirada en la concepción
protestante y ginebrina del Estado.
Para relegar a las sombras
estos y otros libros escritos con la intención de reivindicar las raíces
ginebrinas de Rousseau, vino primero el ensayo de John Spink, Jean-Jacques
Rousseau et Genève, essai sur les idées politiques et religieuses de Rousseau
dans leur relation avec la pensée genevoise au XVIIIe siècle, pour servir
d'introduction aux «Lettres écrites de la Montagne», París, 1934; y más tarde
el libro fundamental de Robert Derathé, Jean-Jacques Rousseau et la science
politique de son temps, París, 1950.
Las afirmaciones de Spink,
retomadas luego por Derathé en el capítulo sobre «Rousseau et la Constitution
de Genève», cerraban el tema de la relación entre Rousseau y Ginebra con la
rotundidad de una lápida sepulcral. Merece la pena citarlas:
«Dejemos de decir que el
ContratSocial es un trasunto de la constitución de Ginebra, ni siquiera bajo
forma «idealizada». Todo lo que podemos afirmar es que Rousseau creyó, en
cierto momento, encontrar en las instituciones ginebrinas la realización de su
ideal. Devolvamos a esta obra el lugar que le pertenece en la gran corriente
del pensamiento especulativo del siglo XVIII.»
Habrían de pasar treinta
años antes de que el problema se reabriera de manera convincente. Lo hizo Ralph
Alexander Leig, responsable de la monumental Correspondance Complète de
Jean-Jacques Rousseau, con el artículo «Le Contrat Social, oeuvre genevoise?»
(Annales de la Société J.-J. Rousseau, 1980, págs. 93-111). Incluso si el
Contrat Social es una obra que trata de los principios generales del derecho
político, afirma Leigh, no cabe comprender su significado sin situarlo en el
contexto de la historia y de la política ginebrina del siglo XVIII.
Pero todavía más importante
es el reciente trabajo de Helena Rosenblatt, Rousseau and Geneva (1997), que a
diferencia de los estudios anteriores, concentrados sobre todo en el Contrat
Social, examina también las demás obras políticas, y sostiene que todo el
pensamiento político de Rousseau debe considerarse como una respuesta, o mejor
como un conjunto de respuestas a problemas específicos del contexto político e
intelectual ginebrino. En vez del método tradicional de indagar las influencias
de Ginebra sobre Rousseau, Rosenblatt sigue el método de interpretación
contextual de Quentin Skinner, y trata de poner de relieve cómo Rousseau usa y
redefine las convenciones intelectuales y lingüísticas dominantes en la Ginebra
del siglo XVIII.
Gracias a este cambio de
perspectiva metodológica, Rosenblatt puede captar en las páginas de Rousseau
significados que hasta ahora habían permanecido en la sombra. Todos los
lectores del Discours sur les sciences et les arts saben que es un ataque a la
«politesse» y a la civilidad en nombre de los ideales de sinceridad y de
simplicidad de costumbres. Sin embargo, Rosenblatt muestra, y de modo
convincente, que las virtudes que Rousseau defiende en ese Discours son los
valores apasionadamente defendidos por los pastores protestantes de Ginebra.
Con el Discours sur les sciences et les arts estamos, pues, ante un
relanzamiento y reelaboración de los tradicionales valores ginebrinos.
La tarea de inculcar tales
valores al joven Jean-Jacques corrió a cargo sobre todo del pastor Jean-Jacques
Lambercier, en los dos años (1722-1724) que Rousseau pasó en Bossey. Citando
sermones inéditos y hasta ahora desconocidos, Rosenblatt pone en evidencia que
el tema fundamental de la predicación de Lambercier era que la avaricia
endurece los corazones y sofoca cualquier sentimiento natural de piedad, y que
la sociedad contemporánea estaría dominada por una difusa simulación que ha
expulsado de su seno a la amistad, la franqueza y la confianza entre las
personas. Insistía también Lambercier en el hecho de que en Ginebra, a
diferencia de otros Estados, gobiernan las leyes, no los hombres, y por tal
razón los ciudadanos disfrutan de una preciosa libertad. Todas estas ideas son
los temas fundamentales del Discours sur les sciences et les arts, y de todas
las obras políticas que le siguen.
Rosenblatt demuestra que
Rousseau obtiene también del ambiente ginebrino la crítica a la teoría del doux
commerce propuesta por autores de gran prestigio intelectual como Bernard
Mandeville, Montesquieu y Hume, y retomada luego por los críticos del Discours
sur les sciences et les arts, en particular el rey Estanislao de Polonia,
Joseph Gautier y Charles Bordes. Según estos autores, el desrrollo del comercio
y de las manufacturas hace del hombre un ser más sociable y más humano: aleja
de su corazón pasiones violentas e incontroladas y hace germinar en su lugar la
tranquila y razonable búsqueda del propio interés, con efectos benéficos sobre
toda la sociedad.
Contra tal teoría, Rousseau
sostiene que el hecho de que los hombres se vuelvan más civiles por efecto de
las artes y del comercio no quiere decir que se hagan también moralmente
mejores. Y subraya que la causa fundamental de los males sociales es que los
hombres aprecian las cosas equivocadas, como el lujo, la distinción, el status
social. Frente a Mandeville, Rousseau no piensa que los vicios puedan anularse
entre sí, produciendo así el bien de la sociedad; cree, por el contrario, que
la pasión fundamental del ser humano, que es la pasión de sí, puede ser
dirigida hacia finalidades virtuosas. De esta manera, asevera Rosenblatt,
Rousseau critica el lenguaje del doux commerce «a fin de promover un ideal a la
vez republicano y ginebrino-calvinista».
Es el propio Rousseau, según
apunta Rosenblatt, quien sugiere que se lea el Discours sur l'inegalité o el
Contrat Social como obras escritas principalmente para Ginebra. Dedica el
primero a los ciudadanos de Ginebra; escribe el segundo para ser útil a su
patria o, como explica en una carta a Marcet de Mézières, para defender los
derechos de la burguesía ginebrina amenazados por los patricios. Y en las
Lettres de la Montagne, tras haber resumido las tesis fundamentales del libro,
subraya que el Contrat Social es una historia del gobierno de Ginebra.
De hecho, el texto del
Contrat Social está trufado de referencias a discusiones e ideas ginebrinas, y
en particular la tesis de fondo de la obra, esto es, que la soberanía política
pertenece a los ciudadanos y que no cabe delegación del poder soberano. También
de origen ginebrino es la propuesta de asambleas periódicas regulares como
medio para prevenir la tendencia del gobierno a degenerar. Ambas ideas, como
subraya Rosenblatt, eran sostenidas con empeño por la burguesía ginebrina
contra el patriciado.
En otros casos, las
referencias a la realidad ginebrina que apunta Rosenblatt son menos
convincentes. Con ocasión de la crítica que Rousseau dirige a la teoría del
derecho natural en el Discours sur l'inegalité, por ejemplo, Rosenblatt observa
que «las modernas teorías del derecho natural estaban siendo utilizadas para
apoyar un régimen represivo y absolutizante. Los juristas que como Barbeyrac y
Burlamaqui, reconocían su deuda intelectual con Grocio y Pufendorf, resultaban
ser cómplices de lo que Rousseau y sus amigos ginebrinos consideraban un
régimen políticamente injusto» (pág. 164).
Pero si leemos la Mémoire au
sujetdu droit de chasse (1704), escrita por Marc Revilliod, abogado
abiertamente alineado con el partido popular contra los aristócratas, podemos
observar que también los burgueses en lucha contra el patriciado recurrían al
lenguaje del derecho natural. La democracia, escribe Revilliod, no sólo es la
mejor forma de gobierno, sino también el estado originario y primitivo de los
pueblos. La soberanía, consustancial a la libertad de un pueblo, «es un derecho
primitivo o natural del cual no se puede ser privado sino por una fuerza
superior o a partir de su acción propia, esto es, de su consentimiento».
Rosenblatt no cita este
texto de Revilliod. Quien sí lo hace es Gabriela Silvestrini, en el libro Alle
radici del pensiero di Rousseau. Istituzioni e dibattito politico a Ginevra
nella prima metà del Settecento, Angeli, Milano, 1993 (un estudio importante
que Rosenblatt no utiliza), donde demuestra también que la fuente de Revilliod
es precisamente aquel Pufendorf que en opinión de Rosenblatt sería uno de los
autores más usados por los ideólogos del patriciado.
Silvestrini prueba también
que otra idea importante del Contrat Social, la separación entre el poder
soberano –que se ocuparía sólo de las cuestiones relativas a la totalidad del
cuerpo de la república– y el gobierno –que lo haría sólo de cuestiones
particulares e individuales– había sido propuesta por Pierre Fatio, uno de los
más convencidos defensores de la burguesía en 1707. De nuevo la fuente resulta
ser Pufendorf, y precisamente el Droit de la Nature et des Gens, lib. VII, cap.
8, pár. 7. Si es cierto, como sostiene Rosenblatt, que en el Discours sur
l'inegalité Rousseau somete a una severa crítica la escuela de derecho natural,
no es menos cierto que en el Contrat Social utiliza elementos importantes de
aquella tradición que había tenido un notabilísimo relieve en el debate
político e intelectual de la Ginebra del setecientos.
Rosenblatt sostiene que la
referencia al contexto ginebrino ayuda a captar «la mezcla, en apariencia
paradójica, de lenguaje republicano clásico y moderno derecho natural que se
opera en el pensamiento de Rousseau». Sin embargo, no explica en qué consiste
tal paradoja. Imagino que Rosenblatt se refiere al hecho de que los teóricos
del derecho natural eran sostenedores de la monarquía, mientras que Rousseau
era republicano.
Pero la imbricación de
republicanismo y derecho natural pone sobre el tapete otra cuestión, esto es,
la compatibilidad teórica entre ambos lenguajes. El republicanismo proclama la
sumisión del interés privado al interés público, insiste en la necesidad de
cultivar la virtud cívica, exalta el amor a la patria; mientras que el
iusnaturalismo asume como punto de partida normativo el interés individual,
considera tarea prioritaria del Estado la tutela de las libertades y derechos
individuales, se expresa, en suma, en el lenguaje del interés y del cálculo
racional.
El libro de Rosenblatt no
ayuda mucho a entender este problema. Como tampoco ayuda a entender por qué,
con qué fin Rousseau, tras haber criticado ásperamente la teoría del contrato
social en el Discours sur l'inegalité, pasa a elaborar su propia teoría del
contrato social para justificar la constitución republicana.
Otra limitación de la
investigación se refiere a la reconstrucción del republicanismo ginebrino.
Rosenblatt pone bien en evidencia la importancia de la tradición calvinista:
pasa por alto, sin embargo, el republicanismo de derivación italiana, importado
en buena medida por los artesanos de Lucca. En el seno de dicha tradición, la
figura de mayor relieve era evidentemente Maquiavelo, cuyas obras circulaban
profusamente en los ambientes artesanales ginebrinos del seiscientos y del
setecientos.
Maquiavelo era una fuente
fundamental para Rousseau. Y el único autor moderno a quien Rousseau cita
siempre con aprobación. El Discours sur l'inegalité contiene las primeras
referencias explícitas. En el artículo Economie politique escribe que las máximas
de la tiranía «están inscritas en los archivos de la historia y en las sátiras
de Maquiavelo». En el Contrat Social llega incluso a escribir que El Príncipe
de Maquiavelo es «el libro de los republicanos»; y entre las notas que tenía
previsto añadir al Contrat Social hay una donde afirma que Maquiavelo era «un
hombre de bien y un buen ciudadano» que hasta entonces sólo habría tenido
lectores «superficiales o corruptos». En fin, en una carta a Lanieps del 4 de
diciembre de 1758, distingue de manera tajante entre Maquiavelo y el
maquiavelismo.
En su importante comentario
a la dedicatoria del Discours sur l'inegalité, Rosenblatt observa
perspicazmente que la referencia de Rousseau a los romanos como modelo de todos
los pueblos libres es un eco de los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio,
y apunta que otros defensores de los derechos de la burguesía contra el
patriciado habían remitido explícitamente al capítulo XVI del libro de los
Discorsi donde Maquiavelo habla de la corrupción de los romanos bajo los
Tarquinos. Pasa por alto, sin embargo, el hecho de que el tema típicamente
maquivaliano de la imposibilidad de que un pueblo corrompido viva libremente
retorna también en el Contrat Social, en concreto en el libro II, cap. 8, donde
Rousseau sigue casi al pie de la letra a Maquiavelo: «Pueblos libres, recordad
esta máxima: puede adquirirse la libertad; pero nunca puede recobrarse».
Como apunté al principio de
esta nota, el libro de Rosenblatt es un estudio fundamental para aprehender
aspectos del pensamiento de Rousseau que hasta hoy no han sido adecuadamente
analizados. Rosenblatt recurre con maestría al método contextual, y opone a la
interpretación de Derathé, completamente focalizada sobre la relación entre
Rousseau y los grandes teóricos del iusnaturalismo, una novedosa lectura
«ginebrina». No acaba de captar, con todo, que Ginebra era un universo cultural
complejo, donde convivían la herencia, transformada y renovada, de Calvino, la
tradición del derecho natural, y las obras de Maquiavelo.
(*) .-Recension del Del libro : Rousseau and Geneva.
From the first Discourse to the Social Contract.-HELENA ROSENBLATT.-Cambridge
University Press, Cambridge (mass.), 1997
Traducción de Julio A. Pardos.
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