En septiembre de 1940 el
filósofo Walter Benjamin se quitó la vida en Portbou (Girona) por miedo a ser
entregado a los nazis. En esta carta, que forma parte de la correspondencia
entre Hannah Arendt y Gershom Scholem que publica Trotta esta semana, la
pensadora relata las circunstancias de la muerte de su amigo.
Hannah
Arendt-Bluecher / 317 West 95th Street / Nueva York, N. Y.
17 de octubre de 1941
Querido Scholem
Miriam Lichtheim me dio su
dirección y me transmitió sus saludos. Aunque creo que sin este empujón también
me hubiera animado a escribirle, debo reconocer que ha sido un empujón muy
efectivo.
Wiesengrund
me dijo que le hizo llegar un informe detallado sobre la muerte de Benjamin1. Yo misma me he enterado
al llegar aquí de algunos detalles nada irrelevantes. Quizá tampoco esté
demasiado cualificada para exponer los hechos, pues apenas había contado nunca
con un desenlace como este, de manera que durante varias semanas después de su
muerte creí todavía que era todo un chismorreo de emigrantes. Y esto a pesar de
que precisamente en los últimos años y meses éramos muy amigos y nos veíamos
con regularidad.
Al
comienzo de la guerra estuvimos todos juntos de veraneo en un pequeño nido
francés cerca de París. Benji estaba en excelente forma, había acabado partes
de su Baudelaire2 y pensaba —con razón, según mi opinión— que
estaba a punto de hacer cosas óptimas. El estallido de la guerra le asustó en
seguida sobremanera. El primer día de la movilización huyó de París a Meaux por
miedo a los ataques aéreos. Meaux era un famoso centro de la movilización, con
un aeropuerto de gran importancia militar y una estación de tren que constituía
un punto estratégico para toda la concentración de tropas. La consecuencia fue
por supuesto que desde el primer día las alarmas aéreas no cesaron, y Benji
volvió rápidamente bastante espantado. Llegó justo a tiempo para que lo
encerraran en un campo de internamiento. En el campo provisional de Colombes,
donde mi marido [Heinrich Blücher] mantuvo largas conversaciones con él, se
encontraba muy desesperado. Y ello naturalmente por buenos motivos. En seguida
puso en práctica una forma peculiar de ascetismo, dejó de fumar, regaló todo su
chocolate, se negó a lavarse, a afeitarse o incluso a moverse. Tras su llegada
al campo definitivo no se sintió tan mal en realidad: tenía a su alrededor un
grupo de chavales jóvenes que le tenían aprecio, que querían aprender de él y
que le libraron de todo tipo de cargas3. Cuando volvió a mediados o
finales de noviembre estaba más bien contento de haber hecho esa experiencia.
También había desaparecido por completo su pánico inicial. En los meses
siguientes escribió las Tesis filosófico-históricas, de las que también le
envió a usted, como me dijo, una copia4, y de las que podrá deducir
usted que andaba sobre la pista de cosas nuevas. No obstante, en seguida se
sintió bastante temeroso de la opinión del Instituto. Usted sabrá seguramente
que el Instituto le había comunicado antes del comienzo de la guerra que su
honorario mensual ya no estaba asegurado y que debería intentar buscar otra
cosa. Eso le entristeció mucho, aunque la verdad es que tampoco estaba muy
convencido de la seriedad de esta pretensión. Pero en lugar de mejorar su
situación, esto la hizo aún más difícil. Este miedo desapareció con el
estallido de la guerra, pero siguió temiendo la reacción a sus teorías más
recientes y por cierto bastante poco ortodoxas. En enero, uno de sus jóvenes
amigos del campo, que casualmente era también un amigo o discípulo de mi marido,
se suicidó. Fundamentalmente por razones personales. Esto le afectó de manera
extraordinaria, y en todas las conversaciones tomaba partido por este chico y
su decisión con una vehemencia realmente apasionada.
El
cementerio da a una pequeña bahía, directamente al Mediterráneo. Es con
diferencia uno de los lugares más fantásticos y hermosos que he visto en mi
vida
En la primavera de 1940
todos emprendimos el camino del consulado americano con el corazón pesaroso, y,
a pesar de que ahí se nos explicó de forma unánime que tendríamos que esperar
entre dos y diez años hasta que nos llegara el turno en la lista de espera, los
tres empezamos a tomar clases particulares de inglés. Ninguno de nosotros se lo
tomó muy en serio, pero Benji aspiraba a aprender lo suficiente como para poder
decir que no le gustaba en absoluto ese idioma. Y lo logró. Su horror a América
era indescriptible, y ya entonces dicen que había comunicado a amigos que
preferiría una vida más corta en Francia a una más larga en Estados Unidos.
Todo esto acabó rápido
cuando, a partir de mediados de abril, a todos los internados liberados hasta
la edad de 48 años se les realizó un reconocimiento médico con el fin de
determinar si eran aptos para el servicio de trabajo militar. Este servicio de
trabajo en realidad solo era otra palabra para el internamiento de trabajos
forzados y, en comparación con el primer internamiento, significó en la mayoría
de los casos un empeoramiento. Que iban a declarar a Benji no apto estaba claro
de antemano para todos, excepto para él. En este tiempo anduvo muy irritado y
me explicó repetidas veces que no podía pasar otra vez por el mismo drama.
Luego, naturalmente, fue declarado no apto. Independientemente de esta medida,
a mediados de mayo vino el segundo y más minucioso internamiento, del cual
usted ya habrá tenido noticia. Tres personas se libraron de milagro, entre
ellas Benji. No obstante, en medio del caos de la administración nunca pudo
saber si y por cuánto tiempo iba la policía a acatar una orden del Ministerio
de Exteriores, y si no lo iba a detener sin más. Yo misma ya no lo vi más por
entonces, porque también me habían internado5, pero unos amigos me
contaron que ya no se atrevía a salir a la calle y que se hallaba en un estado
de pánico constante. Logró salir de París con el último tren. Solo llevaba
consigo un pequeño maletín con dos camisas y un cepillo de dientes. Se dirigió,
como sabe usted, a Lourdes. Cuando yo salí de Gurs a mediados de junio, también
fui a Lourdes por casualidad y me quedé ahí varias semanas por iniciativa de
él. Era el momento de la derrota; pocos días después ya no circulaban los
trenes; nadie sabía dónde habían quedado familias, hombres, niños o amigos.
Benji y yo jugábamos al ajedrez de la mañana a la noche y en las pausas leíamos
el periódico, si lo había. Todo esto estuvo bastante bien hasta el instante en
que se proclamó el armisticio con la famosa cláusula de extradición6.
Evidentemente a continuación nos sentimos bastante peor, aunque no puedo decir
que Benji realmente entrara en pánico. Al poco tiempo supimos de los primeros
suicidios de internados mientras huían de los alemanes, y Benjamin por primera
vez empezó a hablar conmigo y de manera repetida del suicidio. De que
justamente quedaba esta salida. Ante mi protesta sumamente enérgica de que a
uno siempre le quedaba tiempo para eso, repitió de manera muy estereotipada que
esto nunca se podía saber y que en ningún caso debería uno retrasarse
demasiado. Por otra parte hablábamos de Norteamérica. Parecía haberse
reconciliado más con esta idea que antes. Tomó en serio una carta del Instituto
en la que se le explicaba que se estaban haciendo todos los esfuerzos para
llevarlo allí. Menos en serio se tomó otra declaración que decía que iba a
formar parte del consejo editorial de la revista con un salario asegurado7.
Lo tomó por un contrato simulado para facilitarle un visado. Tenía mucho miedo,
parece que sin razón, de que una vez aquí le pudieran dejar en la estacada. A
principios de julio salí de Lourdes para ponerme à la recherche de mon
mari perdu [en busca de mi marido perdido]. Benji no estaba muy
entusiasmado, y yo dudé durante mucho tiempo si no debería llevarlo conmigo.
Pero esto hubiera sido sencillamente irrealizable. Ahí estaba tan a salvo de
las autoridades locales (con un escrito de recomendación del Ministerio de
Exteriores) como no lo podría haber estado más en ninguna otra parte. Hasta
septiembre solamente tuve noticias suyas por carta8. Mientras tanto,
la Gestapo había estado en su piso y había confiscado todo. Me escribió muy
deprimido. Aunque entretanto se han recuperado sus manuscritos, tenía entonces
razones para dar todo por perdido. —
En septiembre fuimos a
Marsella, porque nuestros visados ya habían llegado allí. Benji ya estaba allí
desde agosto, dado que su visado había llegado a mediados de ese mes. También
estaba en su poder el famoso Transit [visado de tránsito]
español y, por supuesto, el portugués. Cuando lo vi de nuevo, a su visado
español tan solo le quedaban ocho o diez días de validez. No había entonces
ninguna esperanza de obtener una visa de sortie [visado de
salida]. Me preguntó desesperado qué debía hacer y si no podríamos encontrar
rápidamente visados españoles para poder cruzar la frontera todos juntos. Le
dije y le mostré que era inútil y que por otro lado él debía salir ya, pues los
visados españoles en aquel tiempo ya no se renovaban. Además le dije que me
parecía muy incierto cuánto tiempo más iban a existir estos visados en general
y que no debería uno arriesgarse a dejarlo caducar. Que evidentemente lo mejor
sería que los tres fuéramos juntos, que luego debía venir a Montauban, donde
estaríamos nosotros, pero que nadie podía asumir la responsabilidad de todo
ello. A lo cual sí que decidió partir precipitadamente. Los dominicos le habían
dado una carta de recomendación para algún abad español. Esta nos impresionó
mucho entonces, aunque era totalmente absurda. — En aquellos días en Marsella
mencionó nuevamente intenciones de suicidio. — Lo demás lo sabrá usted
seguramente: que tuvo que partir con personas que le eran completamente
desconocidas; que eligieron el camino más largo, que implicó una caminata a pie
por la montaña de aproximadamente siete horas; que por razones inconcebibles
destruyeron sus documentos de residencia franceses y así se impidieron
ellos mismos la vuelta a Francia; que luego llegaron a la frontera española
justamente veinticuatro horas después de su cierre a personas sin pasaporte
nacional —a todos tan solo nos quedaban los papeles del consulado americano—;
que Benji se había derrumbado varias veces ya en la ida; que a la mañana
siguiente deberían ser entregados en la frontera española, y que él, en la
noche que se les había concedido, se suicidó. Cuando meses más tarde llegamos a
Portbou, buscamos su tumba en vano: no se podía encontrar, en ninguna parte
ponía su nombre. El cementerio da a una pequeña bahía, directamente al
Mediterráneo, está esculpido en terrazas de piedra; en aquellos pedrizos
también se mete los ataúdes. Es con diferencia uno de los lugares más
fantásticos y hermosos que he visto jamás en mi vida.
El Instituto tiene el
legado, pero de momento no se atreve a publicar nada en lengua alemana9.
Me pregunto si independientemente de esto no se podrían publicar las Tesis
filosófico-históricas en Schocken. Me regaló el manuscrito y el Instituto tan
solo lo obtuvo gracias a mí. Querido Scholem, esto es todo lo que le puedo decir,
y lo he hecho lo más escrupulosamente que he podido y con los menos comentarios
posibles.
A usted y a su mujer saludos
afectuosos de Monsieur y míos.
Suya,
Hannah Arendt [a mano]
1. Tras una primera carta
del 8 de octubre de 1940, que comenzaba con la frase: «Walter Benjamin se ha
quitado la vida», el 19 de noviembre Adorno escribía otra carta a Scholem en la
cual le daba detallada cuenta de lo que sabía de la muerte de Benjamin.
2. En julio de 1939
Benjamin terminó el ensayo «Sobre algunos motivos de Baudelaire», publicado en
enero de 1940 en el último número doble de la Zeitschrift für
Sozialforschung (8 [1939, e. d., 1940]/1-2, pp. 50-89) que vio la luz
en Europa [Obras, libro I, vol. 2, Abada, Madrid, 2008, pp. 204-260].
3. Benjamin fue internado
en «Clos St. Joseph», en Nevers.
4. Por lo que se sabe, la
copia manuscrita de las «Tesis sobre la filosofía de la historia» que Benjamin
mandó a Scholem se extravió durante el envío. Había otra copia que Arendt
entregó a Adorno, en su calidad de albacea del legado literario de Walter
Benjamin, tras su llegada a Nueva York.
5. Arendt estuvo
internada en un campo de mujeres en Gurs en el sur de Francia durante cinco
semanas, entre mayo y junio de 1940. Pudo escapar aprovechando el vacío de
poder durante el armisticio.
6. El tratado de
armisticio de Compiègne, del 22 de junio de 1940, obligaba al gobierno francés
a la derogación del derecho de asilo y a la puesta en libertad de todos los
prisioneros de guerra y civiles alemanes. Además, el gobierno se comprometía a
extraditar, «a requerimiento», a todos los antiguos ciudadanos alemanes,
presentes en Francia o en los territorios franceses.
7. Adorno envió una carta
de apoyo a Benjamin el 15 de julio de 1940, igual que una declaración formal
del Instituto de Investigación Social el 17 de julio de 1940, en la que este se
manifestaba dispuesto a mantener a Benjamin en Estados Unidos como editor de la
revista.
8. Estas cartas se
publicaron en D. Schöttker y E. Wizisla (eds.), Arendt und Benjamin,
Fráncfort M., 2006.
9. La revista del
Instituto apareció a partir de 1940 con el título inglés Studies in
Philosophy and Social Science (SPSS).
10. Jenny Blumenfeld, la
esposa de Kurt Blumenfeld, se quedó en Palestina durante el viaje a Estados
Unidos de su marido.
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