Por Miguel Ángel Doménech Delgado
El viejo topo. Revista nº 370. Noviembre 2018
El apasionamiento polémico
que suscita el asunto de la Memoria Histórica en España da que pensar. Significativamente
el mismo hecho ortográfico de que no parezca una anomalía su reproducción en
mayúsculas como si de un nombre propio se tratase señala que paradójicamente no
estamos ante una denominación común por muy común que sea su tratamiento. No
hay nada más común, y discutido por todos, derecha e izquierda- por señalar los
extremos de la polémica- que ese asunto tan propio y exclusivo de los
españoles. Porque, en efecto, la memoria
de acontecimientos políticos es algo pacificado en los países de nuestro
entorno. Referirse a los acontecimientos
históricos de la contemporaneidad y sus antecedentes es cosa compartida con normalidad por todos los otros
países de nuestro entorno como es el caso
del enorme acontecimiento del nazismo.
Nadie, en el mundo discute la presencia aceptable de la reflexión sobre aquellos
hechos, su rememoración institucional, intelectual y popular y la practica
política de conmemoración y de homenaje
a las victimas y condena de los verdugos. España es una excepción. Esta anomalía lo es más si consideramos
que la referencia a la historia y los valores y categorías que
en ella se destacan, es en principio una
de las actitudes de la mentalidad conservadora, uno de cuyos rasgos es
precisamente la de la reivindicación de lo pasado como guía del presente y la
desconfianza a los movimientos que supongan
un olvido de lo sedimentado por la tradición.
Las izquierdas, los movimientos no conservadores , en cambio , siempre han tenido una mirada hacia atrás con ira y contraria a que ” sean los muertos los que dirigen los destinos de los vivos, puesto que la tierra pertenece a los vivos” y “ los muertos ya no tiene poderes ni derechos sobre ella” por decirlo en los términos en que Jefferson se expresaba (1). La derecha por el contrario ha seguido siempre el modelo que diseñara Burke: la tradición política que la historia había traído era un depósito sagrado y la referencia a ella y su memoria eran una prescripción política más relevante que los derechos o elecciones que pudiesen reclamarse. Lo que la historia nos ha dejado depositado es lo mejor conseguido por la especie. , es una “elección deliberada de las épocas que nos precedieron”. (2) El desprecio por aquel depósito de memoria conservable sería siempre sospechoso y las rupturas evitables en cualquier caso porque en esas rupturas que no la tienen en cuenta se alimentarían los peligros de las revoluciones y los riesgos de la autonomía. Burke escribía aquello con los ojos del miedo puestos en la Revolución Francesa.
Esta paradoja de inversión de las posiciones más
clásicas se produjo con el llamado consenso de la Transición. En él confluyeron dos intereses. De un lado el conservador de la tradición que renunciaba así a su coherencia pues la tradición supone necesariamente la memoria de ella. Del otro lado, la izquierda oficial resultante actuó como si por mor de ganarse argumentativamente
al adversario propusiera una mínima reivindicación, una minima moralia que aún perdura
consistente no más que en la mínima memoria de dar sepultura adecuada a muertos en cunetas para
su traslado a la normalidad del cementerio. Parece como si, glosando a Kant, la
única paz perpetua, una vez más, debiese desembocar en el cementerio. Pero el
equilibrio alcanzado era imposible. En los términos del juicio político democrático la confrontación es inevitable. Ni la democracia ni la oligarquía
son fundamentalmente un consenso. Todo lo más puede llamarse como tal un equilibrio de acuerdos estratégicos que no
podrían denominarse de moralidad sino de concertación de intereses.
No basta con señalar una de
las causas psico-sociales que pueden
verificarse en el sofisma del argumento
de las derechas sobre que se deben de “superar antiguas heridas” para construir
una “reconciliación” que mira al
futuro. A estas alturas ya es patente que se trata de un argumento de hipócrita y culpable compensación que en realidad si que pretende el mantenimiento del
status quo anterior. Un conservadurismo que incluye no solo la permanencia de los antiguos poderes facticos y de los oportunistas
poderes nuevos que se beneficiaron de lo antiguo, sino incluso la de la conservación de los símbolos materiales y públicos que conmemoran
al franquismo y sus ominosos y bestiales cómplices. La desmemoria planificada permite que no termine de aplicarse el calificativo de verdadero genocidio a lo
producido en los años de paz de Franco, que son una aplicación de libro de la definición misma de
genocidio como aniquilación o exterminio sistemático y
deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos. Tan
insoportable es para la conciencia de
los vencedores y sus vergonzantes
seguidores actuales, la barbarie del franquismo que estos
inconfesos partidarios deben proponer como necesario cerrar con mayor fuerza los ojos - que llaman “
heridas”- a medida que las ultimas investigaciones
históricas acrecientan el testimonio de
lo que fue una barbarie. Se echa de menos
que alguien hubiese preguntado a
la manera de un T. Adorno español, si aún es posible escribir poesía en
España después de lo que sucedió con Franco.
Lo que contiene la propuesta
de Memoria Histórica va más allá de esta constatación de torpes estrategias. A
lo que se pregunta con profundidad no se debe reponer con ligereza. La
reflexión sobre Memoria Histórica debe de contribuir a dar cuerpo moral a la
reivindicación de lo acontecido y subrayar
con toda franqueza su potencial crítico y ético contra lo establecido.
Para ello, se hace necesario
insistir en la potencia moral que contiene la apelación a la necesidad
de fundamentar éticamente la
Memoria Histórica para una reconstrucción
digna de lo político en nuestro país.
Es en este marco donde debe
de comprenderse la propuesta del olvido de que deben de mantenerse las cosas como son,
resultado de la evolución de los hechos, respetándolos porque “ya
son historia”. Este es el argumento
que podría llamarse “del callejero”,
porque se expresa circunstancialmente en
el momento de cambio de nombres de las calles, por parte de los enemigos de la
Memoria Histórica. Pero que una sociedad
tenga historia no implica que
tenga memoria. La memoria es algo más que la historia, es la conciencia y el ejercicio activo colectivo de mantener
viva la significación de la historia de los hombres. La significación es la pregunta
sobre lo que ha sido y cómo pudo ser de otra manera y cómo debía de ser no
bastando lo que se ha dado. La memoria
rompe los brutos hechos, no acepta que la vida humana sea una cadena causal que
sigue su ley fatal, sino que la historia, lo sucedido, es y ha sido
contingente, dependiente de lo que los hombres con nuestra libertad queremos hacer.
Esta introducción de la memoria
en la historia , pasada por el filtro
del juicio moral de lo que debía
ser y pudo ser, es la introducción del logos en los hechos, de la palabra
humana – la que dice lo justo y lo injusto-
sobre los meros sonidos que se
registran. Esa palabra humana, ese logos, ese juicio ético, suele ser la que
pronuncia el pueblo bajo.
Walter Benjamin tiene las
páginas más hermosas escritas en defensa de aquellos con los que se
produjo injusticia y contra el
avasallamiento soberbio de los
que vencieron. Son textos que hacen valer el derecho que
tiene al respeto la humanidad venidera y la presente cuando se insiste en la
humanidad pasada aunque no haya sido viable.
“
… los cada vez poderosos son
los herederos de los que siempre han vencido. La empatía con
los vencedores siempre beneficia por consiguiente a los cada vez más
poderosos” ( 3)
Obviamente la palabra “vencedor” no hace referencia a las batallas o a las guerras habituales, sino a la guerra de clases en la que uno de los campos, la clase dirigente, “no ha cesado de ganar” (4) sobre los oprimidos. En nuestro contexto histórico reciente, nada es más evidente que es a este carácter de conflicto al que se refiere la Memoria Histórica.
“Hay entonces
una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra… a nosotros se nos
ha dotado de una débil fuerza mesiánica a lo que el pasado posee un
derecho” (5 )
Esa fuerza se alimenta en la solidaridad moral con los
que vivieron y ya no están entre nosotros. Esa fuerza propone una nueva fuente
de compromiso y reivindicación política. Una solidaridad ineficaz pero no obstante imperativa para nuestros
compromisos emancipatorios: la solidaridad con las generaciones pasadas y de
las presentes con ellas y con las del futuro.
Esa
potencia crítica se nutre de la
presencia de las vidas dañadas y, ante todo, el pasado sufrimiento de la
gente común, victimas ya desaparecidas que ningún consenso actual ni
emancipación futura conseguirá que deje de ser irreparable. El vivir mejor
juntos y en una sociedad justa y de iguales apela inexcusablemente
a que se nos hagan presentes los que la buscaron
y no podrán ya vivirla. Esta solidaridad es la más generosa exigencia de
la ética y su práctica es la muestra de la autenticidad de su ejercicio.
Porque hacer un hueco para albergar la defensa de las causas perdidas y
de las victimas de aquellas causas es un rechazo de toda ética de éxito.
Murieron y sufrieron injustamente, nada puede repararlo. Ni siquiera su
recuerdo y homenaje es una reparación. La defensa y solidaridad con
aquellos es por lo tanto el paradigma del comportamiento
ético por excelencia, la de las actitudes y conductas que se emprenden
sencillamente porque son justas y con independencia de toda consideración de
utilidad. Vivimos juntos, y juntos estamos obligados incluso con
aquellos que murieron. Igualmente con los que hayan de nacer. El vivir
juntos con éstos y aquellos no es razón de precio, ni precio de
satisfacción de necesidades de mercado, ni precio de afecto, sino un valor
interno, esto es, dignidad. Esa es nuestra moralidad y es nuestra condición
de humanidad. Precisamente el carácter de ineficaz para con los que ya no están entre nosotros subraya la dimensión
de gesto colectivo de desinteresamiento y
es la mejor prueba de que se
construye un mundo de equidad. Non emoluento
aliquo sed ipsius honestatis decore (6).
El
imperativo kantiano de no servirse de
otras personas o de la humanidad en ninguna persona como mero instrumento se destruye constantemente con la marcha de
los acontecimientos. Los mecanismos selectivos brutos de la historia producen un desvalor a
los que perdieron. Son los humanos, creadores de un mundo moral los que
corregimos ese fatal curso de los hechos y este fenómeno se llama civilización.
Que
los seres humanos compartimos un mundo de fines, en los que nadie puede ser utilizado
como medio se extiende en la proposición
de la Memoria Histórica a las generaciones pasadas de manera que nada
puede darse por perdido y utilizado. Todos, en este reino- más bien república- de
los fines, somos iguales, incluidos los
muertos. Hacer valer este derecho del respeto que la humanidad pasada tiene es
una garantía de que nosotros mismos seremos respetados entre la humanidad venidera
y seremos mostrados a sus coetáneos como seres dignos no olvidados para que a
su vez nos muestren a los del futuro. La posición “no remover heridas” es además
de la de una inmoralidad inhumana un riesgo, pues supone que los de
hoy podemos ser tratados como medios despreciables, igual
que se trata a los de ayer.
De
forma negativa, los antiguos tenían una condena penal, la damnatio memoriae, que prohibía el nombrar y el nombre mismo
de los que a ella se condenaba. La
negación de la Memoria Histórica es en realidad no una negligencia y un olvido, sino una deliberada ejecución de
una injusta sentencia pronunciada por los poderosos. La mayor prueba de que va
a ser respetada nuestra humanidad presente es mostrar respeto por la dignidad
de la pasada. Que no se de nada por perdido es
la prueba de que no se nos
perderá a nosotros mismos en el futuro y que en el presente siempre
contaremos.
Desde la perspectiva del
tiempo, la injusticia ya no afecta a los que han existido con
anterioridad pues los muertos ya no la sufren. Pero en el fondo, la injusticia cuando se
toma con indiferencia es una corrupción sin importar quien la
inflige o a quien se le inflija, sean gentes del pasado o del presente. Cuando
en las únicas pretensiones de relevancia que sirven de pautas de
conducta y validez de la moralidad solo cuenta lo que resulta
eficaz, volverá a repetirse la injusticia tomándose victimas en el presente y
como una corrupción inagotable, se producirá en todos los futuros que recorra
la humanidad.
La tradición religiosa del pensamiento
de la inmortalidad asegurada en una vida más allá de la terrena ha sustituido y dejado en olvido la otrora potencia moral que se alojaba en
instituciones culturales tan antiguas
como la gloria o la memoria dejada entre los vivientes , como una eternidad
alcanzable en este mundo. La inmortalidad inmanente que se pronuncia y mantiene
en la rememoración, el homenaje, la gloria duradera que se adoptaba como
una alternativa existencial entre
los griegos no aparece desde esta perspectiva como una
mitología irracional sino como una afirmación de ese ethos de
justicia. Se trata de un radical rechazo de lo que de
corrupción contiene el olvido de los vencedores y de la dominación soberbia de lo que es contra lo que debe ser. La institución del derecho al
recuerdo activo y su conmemoración supone una ruptura de la fatalidad natural, es
la protesta humana colectiva que grita el no capitular ante la contingencia
del paso fatal del tiempo. La historia no puede ser únicamente historia sino
Memoria, es decir acción humana que es capaz de rectificarla, incluso
retroactivamente trayéndola con una materialización institucional, al presente.
La Memoria Histórica cumple la misma función que la
revolución. La revolución nos dice W. Benjamin,
es la “detención mesiánica del acaecer”.
Las clases revolucionarias, dice en la Tesis XV, con su acción, están “rompiendo el continuum de la
historia”. (7) La interrupción revolucionaria es pues la respuesta de Benjamin
a las amenazas que se ciernen sobre la especie humana con el sometimiento a dinámicas que se llaman “Progreso”, que acumula ruina sobre
ruina .No es el progreso lo que caracteriza lo humano sino la
suspensión de la selección natural, la modificación de la ley fáctica del mas
fuerte y del vencedor. Poner Memoria en la Historia es lo propio de la ciudad
de los hombres. De ahí la importancia en la que insiste H. Arendt del “espectador” llamado a poner esa memoria y significarla. Sin
espectadores que damos sentido a los actos, los hombres y mujeres que actuaron
en compromisos justos desaparecen puesto que no
somos realmente sino en la relación intersubjetiva, en el aparecer de
los ojos de los otros.
Kant nos habla de un
imperativo moral categórico que deriva del
Faktum de la Razón, es decir, del hecho de que los humanos somos racionales. La Memoria Histórica nos
proporciona no tanto una Razón como Ideal
de la que deduzcamos una moralidad sino razones vividas como ejemplos del comportamiento moral. La Memoria Histórica,
con acierto, se alimenta de Todos los Nombres (8) es decir de
aquellos que trataron de construir lo bueno y lo justo. El contenido biográfico
de esos nombres de la Memoria Histórica
se nos presenta como un guion de
ejemplos de virtud abierto a nuestra libertad. La moral, en esa dinámica que
presta la ejemplaridad de los que recordamos como meritorios y relatados en
esa Memoria Histórica es un faktum de lo que es el hombre. La moralidad no se referiría tanto a un Faktum de la Razón sino a un faktum
de existencias que se
propusieron ser vividas bajo condiciones
de razón. En muchos de ellos hasta el punto extremo de no considerar digno el
vivir de otra manera y optar por la entrega de su vida. Buena parte de la ética
se construye con el ejemplo memorable de las acciones de los hombres. Como muy
bien sabía Aristóteles, el criterio último
de la rectitud moral, de la prudencia,
es el hombre mismo. Con el fin de una vida moralmente buena debemos fijar los
ojos del juicio no en el Bien sino en los hombres de bien.
“La mejor manera de alcanzar una idea de
la prudencia es observar a los que llamamos prudentes (9)
Estos hombres eran particularmente virtuosos por caracterizarse en su juicio recto “hacia si mismos” y en su compromiso político “hacia los demás” (como Pericles) (10). En efecto,la mayor virtud no puede ser sino pública.
De este género de hombres y
mujeres, está llena la II Republica. La Memoria Histórica nos los trae.
(1) Thomas Jefferson. Carta a S.Kercheval 12-7-1816.-
en T.Jefferson Escritos políticos. Tecnos Madrid 2014 p
567
(2) E.Burke, Works. vol VI. Bohn London 1861 p 146
(3) W.Benjamin . Tesis sobre el concepto de la historia.Tesis VII
(4) W.Benjamin ibid. tesis VI.
(5) W:Benjamin ibid .Tesis II.
(6) “No por recompensa alguna sino por
la simple decencia de la honradez”. Ciceron. De finibus.I 10
(7) W.Benjamin ibid.Tesis
XV
(8)
El movimiento Todos los Nombres que recoge su denominación de una novela de Saramago , es una organización
republicana cuyo objetivo consiste en recoger en la memoria colectiva las biografías
de todos aquellos represaliados , olvidados o silenciados, bajo en franquismo e
integrarlos en el patrimonio de la Memoria Histórica colectiva haciendo real el lema de una de las Trece
Rosas: “ Que mi nombre no se pierda en la
historia”
(9)Aristóteles,
Ética a Nicómaco VI, V ,1140a
(10)Aristóteles.
Ibid,VI,V.1140,b
No hay comentarios:
Publicar un comentario