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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

3/6/19

LA FUNDAMENTACIÓN ÉTICA DE LA MEMORIA HISTÓRICA


  


Por Miguel Ángel Doménech Delgado
El viejo topo. Revista  nº 370. Noviembre 2018


El apasionamiento polémico que suscita el asunto de la Memoria Histórica en España da que pensar. Significativamente el mismo hecho ortográfico de que no parezca una anomalía su reproducción en mayúsculas como si de un nombre propio se tratase señala que paradójicamente no estamos ante una denominación común por muy común que sea su tratamiento. No hay nada más común, y discutido por todos, derecha e izquierda- por señalar los extremos de la polémica- que ese asunto tan propio y exclusivo de los españoles. Porque, en efecto,  la memoria de acontecimientos políticos es algo pacificado en los países de nuestro entorno. Referirse a los acontecimientos  históricos de la contemporaneidad  y sus antecedentes  es cosa  compartida con normalidad por todos los otros países  de nuestro entorno como es el caso  del enorme acontecimiento del nazismo. Nadie, en el mundo discute la presencia aceptable de la reflexión sobre aquellos hechos, su rememoración institucional, intelectual y popular y la practica política de conmemoración y   de homenaje a las victimas y condena de los verdugos. España es una excepción.  Esta anomalía lo es más si consideramos que  la referencia  a la historia y los valores y categorías que en ella se destacan, es en principio  una de las actitudes de la mentalidad conservadora, uno de cuyos rasgos es precisamente la de la reivindicación de lo pasado como guía del presente y la desconfianza a los movimientos  que supongan un olvido de lo sedimentado por la tradición.


Las izquierdas, los movimientos no conservadores ,  en cambio ,  siempre han  tenido una mirada  hacia atrás con ira y  contraria a que ” sean los muertos los que dirigen los destinos de los vivos, puesto que la  tierra pertenece a los vivos” y “ los muertos ya no tiene poderes ni derechos sobre ella” por decirlo en   los términos en que Jefferson se expresaba  (1). La derecha  por el contrario ha seguido siempre el modelo que diseñara Burke: la tradición política  que la  historia había traído era un depósito sagrado y la referencia a ella y su memoria eran una   prescripción política más relevante que los derechos o elecciones  que pudiesen reclamarse. Lo que la  historia nos ha dejado depositado es lo mejor conseguido por la especie. , es una “elección deliberada de las épocas  que nos precedieron”. (2) El desprecio por aquel depósito de memoria conservable sería siempre  sospechoso  y las rupturas evitables en cualquier caso porque en esas rupturas que no la tienen en cuenta se alimentarían los peligros de las revoluciones  y los riesgos de la autonomía. Burke escribía aquello con los ojos del  miedo  puestos en  la Revolución  Francesa.

Esta paradoja  de inversión de las posiciones más clásicas  se produjo con  el llamado consenso de la Transición. En él  confluyeron dos intereses. De un lado  el conservador de la tradición que renunciaba  así a su coherencia pues  la tradición supone necesariamente   la memoria de ella. Del otro lado,  la izquierda oficial resultante actuó  como si por mor de ganarse argumentativamente al adversario propusiera una mínima reivindicación, una minima moralia que aún perdura  consistente  no más que en la mínima memoria de  dar sepultura adecuada a muertos en cunetas para su traslado a la normalidad del cementerio. Parece como si, glosando a Kant, la única paz perpetua, una vez más, debiese desembocar en el cementerio. Pero el equilibrio alcanzado era imposible. En los términos del juicio político  democrático la confrontación es  inevitable. Ni la democracia ni la oligarquía son fundamentalmente un consenso. Todo lo más puede llamarse como tal un  equilibrio de acuerdos estratégicos que no podrían denominarse de moralidad sino de concertación de intereses.

No basta con señalar una de las causas psico-sociales que  pueden verificarse en  el sofisma del argumento de las derechas  sobre que se deben de “superar antiguas heridas” para construir una “reconciliación” que mira al futuro. A estas alturas ya es  patente  que se trata de un argumento  de hipócrita y culpable compensación  que en  realidad si que  pretende el mantenimiento    del status quo anterior. Un conservadurismo que incluye  no solo la permanencia de los  antiguos poderes facticos y de los oportunistas poderes nuevos que se beneficiaron de lo antiguo, sino incluso  la de la conservación de   los símbolos materiales  y públicos  que  conmemoran al franquismo y sus ominosos y bestiales cómplices. La desmemoria planificada   permite que no termine de aplicarse  el calificativo de verdadero genocidio a lo producido en los años de paz de Franco, que son una aplicación de libro de la definición misma de genocidio como   aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos. Tan insoportable es para la conciencia de   los vencedores y sus  vergonzantes  seguidores  actuales,  la barbarie del franquismo  que estos  inconfesos partidarios deben proponer como  necesario cerrar  con mayor fuerza los ojos - que llaman “ heridas”-  a medida  que las ultimas investigaciones históricas  acrecientan el testimonio de lo que fue una barbarie. Se echa de menos  que alguien  hubiese preguntado a la manera de un   T. Adorno  español, si aún es posible escribir poesía en España después de lo  que sucedió con  Franco.

Lo que contiene la propuesta de Memoria Histórica va más allá de esta constatación de torpes estrategias. A lo que se pregunta con profundidad no se debe reponer con ligereza. La reflexión sobre  Memoria Histórica  debe de contribuir a dar cuerpo moral a la reivindicación de lo acontecido y subrayar  con toda franqueza su potencial crítico  y ético  contra lo establecido.

Para ello, se hace necesario insistir  en la potencia moral  que contiene la apelación a  la necesidad  de  fundamentar éticamente   la Memoria Histórica para una  reconstrucción digna de lo político en nuestro país.

Es en este marco donde debe de comprenderse la propuesta del olvido  de que deben de mantenerse las cosas como son, resultado de la evolución de los hechos, respetándolos  porque “ya son historia”. Este  es el argumento que podría llamarse  “del callejero”, porque se expresa  circunstancialmente en el momento de cambio de nombres de las calles, por parte de los enemigos de la Memoria Histórica. Pero que una sociedad  tenga historia  no implica que tenga memoria. La memoria es algo más que la historia, es la conciencia  y el ejercicio activo colectivo de mantener viva la significación de la historia de los hombres. La significación es la pregunta sobre lo que ha sido y cómo pudo ser de otra manera y cómo debía de ser no bastando lo que se ha dado.  La memoria rompe los brutos hechos, no acepta que la vida humana sea una cadena causal que sigue su ley fatal, sino que la historia, lo sucedido, es y ha sido contingente, dependiente de lo que los hombres con nuestra libertad  queremos hacer.

Esta introducción de la memoria en la historia , pasada por el filtro  del juicio moral  de lo que debía ser y pudo ser,  es la introducción del logos en los hechos, de la palabra humana  – la que dice lo justo y lo injusto- sobre los meros  sonidos que se registran. Esa palabra humana, ese logos, ese juicio ético, suele ser la que pronuncia el pueblo bajo.

Walter Benjamin tiene las páginas más hermosas escritas  en defensa de aquellos con los que se produjo injusticia y contra el  avasallamiento soberbio  de los que vencieron. Son textos  que hacen valer el derecho  que tiene al respeto la humanidad venidera y la presente cuando se insiste en la humanidad pasada aunque no haya sido viable.  
“ … los cada  vez poderosos  son los herederos de los que siempre han vencido. La empatía con los  vencedores siempre beneficia por consiguiente a los cada vez más poderosos” ( 3)

Obviamente la palabra “vencedor” no hace referencia a las batallas o a las guerras habituales, sino a la guerra de clases en la que uno de los campos, la clase dirigente, “no ha cesado de ganar (4) sobre los oprimidos. En nuestro contexto histórico reciente, nada es más evidente que es  a este carácter de conflicto al que se refiere la Memoria Histórica. 

Hay  entonces una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra… a nosotros se nos ha dotado de una débil fuerza mesiánica  a lo que el pasado posee un derecho” (5 ) 

Esa fuerza  se alimenta en la solidaridad moral con los que vivieron y ya no están entre nosotros. Esa fuerza propone una nueva fuente de compromiso y reivindicación política. Una solidaridad ineficaz pero no obstante imperativa  para nuestros compromisos emancipatorios: la solidaridad con las generaciones pasadas y de las presentes con ellas y con las del futuro.

Esa potencia crítica se nutre  de  la presencia de las vidas dañadas y, ante todo, el pasado sufrimiento  de la gente común, victimas ya desaparecidas que ningún consenso  actual ni emancipación futura conseguirá que deje de ser irreparable. El vivir mejor juntos  y  en una sociedad justa y de iguales apela inexcusablemente  a que se nos hagan  presentes  los que  la buscaron  y no podrán ya vivirla.  Esta solidaridad es la más generosa exigencia de la ética y su práctica es la muestra de la autenticidad de su ejercicio. Porque  hacer un hueco para albergar la defensa de las causas perdidas y de las victimas de aquellas causas es un rechazo de toda ética de éxito. Murieron y sufrieron injustamente, nada puede repararlo. Ni siquiera su recuerdo y homenaje es una reparación.  La defensa y solidaridad con aquellos  es por lo tanto  el paradigma del comportamiento  ético por excelencia, la de las actitudes y conductas que se emprenden sencillamente porque son justas y con independencia de toda consideración de utilidad.  Vivimos juntos, y juntos estamos obligados  incluso con aquellos que  murieron. Igualmente con los que hayan de nacer.  El vivir  juntos con éstos y aquellos no es razón  de precio, ni precio de satisfacción de necesidades de mercado, ni precio de afecto, sino un valor interno, esto es, dignidad. Esa es nuestra moralidad y es  nuestra condición de  humanidad. Precisamente el carácter de ineficaz para con los  que ya no están entre nosotros subraya la dimensión de gesto colectivo de desinteresamiento y  es la mejor prueba de  que se construye un mundo de equidad.  Non emoluento aliquo sed ipsius honestatis decore (6).

El imperativo kantiano de no     servirse de otras personas o de la humanidad en ninguna persona como mero instrumento  se destruye constantemente con la marcha de los acontecimientos. Los mecanismos selectivos  brutos de la historia producen un desvalor a los que perdieron. Son los humanos, creadores de un mundo moral los que corregimos ese fatal curso de los hechos y este fenómeno se llama civilización.

Que los seres humanos compartimos un mundo de fines, en los que nadie puede ser utilizado como medio se extiende en la proposición  de la Memoria Histórica a las generaciones pasadas de manera que nada puede darse por perdido y utilizado. Todos, en este reino- más bien república- de los fines,  somos iguales, incluidos los muertos. Hacer valer este derecho del respeto que la humanidad pasada tiene es una garantía de que nosotros mismos seremos respetados entre la humanidad venidera y seremos mostrados a sus coetáneos como seres dignos no olvidados para que a su vez nos muestren a los del futuro. La posición “no remover heridas” es  además de la de  una inmoralidad  inhumana un riesgo, pues supone que los de hoy podemos   ser tratados como medios despreciables, igual que se trata a los de ayer.

De forma negativa, los antiguos tenían una condena penal, la damnatio memoriae, que prohibía el nombrar y el nombre mismo de  los que a ella se condenaba. La negación de la Memoria Histórica es en realidad no una negligencia  y un olvido, sino una deliberada ejecución de una injusta sentencia pronunciada por los poderosos. La mayor prueba de que va a ser respetada nuestra humanidad presente es mostrar respeto por la dignidad de la pasada. Que no se de nada por perdido es   la prueba de que no se nos perderá a nosotros  mismos  en el futuro y que en el presente siempre contaremos.
Desde la perspectiva del tiempo, la injusticia  ya no afecta a los que han existido con anterioridad pues los muertos ya no la sufren.  Pero en el fondo, la injusticia cuando se toma  con indiferencia es una corrupción sin importar quien la inflige o a quien se le inflija, sean gentes del pasado o del presente. Cuando en  las únicas pretensiones de relevancia que sirven de pautas de conducta y validez de la moralidad solo cuenta  lo que resulta eficaz, volverá a repetirse la injusticia tomándose victimas en el presente y como una corrupción inagotable, se producirá en todos los futuros que recorra la humanidad.
La tradición religiosa del pensamiento de la inmortalidad asegurada en una vida más allá de la terrena ha sustituido  y dejado en olvido la  otrora potencia moral que se alojaba en instituciones culturales  tan antiguas como la gloria o la memoria dejada entre los vivientes , como una eternidad alcanzable en este mundo. La inmortalidad inmanente que se pronuncia y mantiene en la rememoración, el homenaje, la gloria duradera que se adoptaba  como   una alternativa existencial  entre  los griegos no aparece desde esta perspectiva como una mitología  irracional sino como una afirmación  de ese ethos de justicia. Se trata de un radical  rechazo  de lo que de corrupción contiene el olvido de los vencedores y de la  dominación soberbia de lo que es  contra lo que debe ser. La institución del derecho al recuerdo activo y su conmemoración  supone una ruptura de la fatalidad natural, es la  protesta humana colectiva  que grita el no capitular ante la contingencia del paso fatal del tiempo. La historia no puede ser únicamente historia sino Memoria, es decir acción humana que es capaz de rectificarla, incluso retroactivamente trayéndola con una materialización institucional, al presente.

La Memoria Histórica  cumple la misma función que la revolución.  La revolución nos dice W. Benjamin,  es la “detención mesiánica del  acaecer”. Las clases revolucionarias, dice en la Tesis XV, con su  acción, están “rompiendo el continuum de la historia”. (7) La interrupción revolucionaria es pues la respuesta de Benjamin a las amenazas que se ciernen sobre la especie humana con el  sometimiento a  dinámicas que  se llaman “Progreso”, que acumula ruina sobre ruina .No es el progreso lo que caracteriza lo humano sino   la suspensión de la selección natural, la modificación de la ley fáctica del mas fuerte y del vencedor. Poner Memoria en la Historia es lo propio de la ciudad de los hombres. De ahí la importancia en la que insiste  H. Arendt del “espectador” llamado a poner esa memoria y significarla. Sin espectadores que damos sentido a los actos, los hombres y mujeres que actuaron en compromisos justos desaparecen puesto que no  somos realmente sino en la relación intersubjetiva, en el aparecer de los ojos de los otros.  

Kant nos habla de un imperativo moral categórico que deriva del Faktum de la Razón, es decir, del hecho de que los humanos somos  racionales. La Memoria Histórica nos proporciona no  tanto  una Razón  como Ideal  de la que deduzcamos una moralidad sino razones vividas como ejemplos del comportamiento moral. La Memoria Histórica,  con acierto, se alimenta de Todos los Nombres (8) es decir de aquellos que trataron de construir lo bueno y lo justo. El contenido biográfico de esos nombres de la Memoria Histórica  se nos presenta como un guion  de ejemplos de virtud abierto a nuestra libertad. La moral, en esa dinámica que presta la ejemplaridad de los que recordamos como meritorios y  relatados  en    esa Memoria Histórica es  un faktum de lo que es el hombre. La  moralidad no se referiría tanto a un Faktum de la Razón sino a un faktum  de existencias  que se propusieron  ser vividas bajo condiciones de razón. En muchos de ellos hasta el punto extremo de no considerar digno el vivir de otra manera y optar por la entrega de su vida. Buena parte de la ética se construye con el ejemplo memorable de las acciones de los hombres. Como muy bien sabía Aristóteles,  el criterio último de  la rectitud moral, de la prudencia, es el hombre mismo. Con el fin de una vida moralmente buena debemos fijar los ojos del juicio  no en el  Bien sino en los hombres de bien.
“La mejor manera de alcanzar una idea de la prudencia es  observar a los que  llamamos prudentes (9)

Estos hombres eran particularmente virtuosos por caracterizarse en su juicio recto “hacia si mismos” y en su compromiso político  hacia los demás” (como Pericles) (10). En efecto,la mayor virtud no puede ser sino pública.

De este género de hombres y mujeres, está llena la II Republica. La Memoria Histórica nos los trae.

 (1) Thomas Jefferson. Carta a S.Kercheval  12-7-1816.- en T.Jefferson   Escritos políticos. Tecnos Madrid 2014 p 567
(2) E.Burke, Works. vol VI. Bohn London  1861 p 146
(3)  W.Benjamin . Tesis sobre el concepto de la historia.Tesis VII
(4) W.Benjamin  ibid. tesis  VI.
(5) W:Benjamin ibid .Tesis II.
(6) “No por recompensa alguna sino por  la simple decencia de la honradez”. Ciceron. De finibus.I 10
(7) W.Benjamin  ibid.Tesis XV 
(8) El movimiento Todos los Nombres  que recoge su denominación  de una novela de Saramago , es una organización republicana cuyo objetivo consiste  en  recoger en la memoria colectiva las biografías de todos aquellos represaliados , olvidados o silenciados, bajo en franquismo e integrarlos en el patrimonio de la Memoria Histórica colectiva  haciendo real el lema de una de las Trece Rosas: “ Que mi nombre no se pierda en la historia
(9)Aristóteles, Ética a Nicómaco VI,  V ,1140a
(10)Aristóteles.  Ibid,VI,V.1140,b




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