Por Diego Abad de Santillán
PALABRAS PREVIAS
A distancia de un siglo asociamos como casos de excepción dos nombres a quienes vincula un origen similar y una misma pasión: el origen proletario más humilde y la pasión de la justicia y de la libertad. Nos referimos al tipógrafo francés Pierre Joseph Proudhon y al encuadernador alemán Rudolf Rocker. La herencia ideológica del primero ha nutrido y nutre el pensamiento social del mundo occidental desde hace más de una centuria; la del segundo sobrevivirá también a las generaciones por venir. Hasta por leyes fundamentales de eugenesia, es muy difícil que de la esfera del trabajo manual puedan surgir pensadores de primera fila incluso sobre los propios problemas del trabajo, de la liberación del hombre. La obra del pensamiento requiere cierto margen de ocio, de holgura económica, muchas horas, años, decenios de estudio, de meditación, de esfuerzo y cuando es forzoso sacrificar una parte importante de la existencia al logro del pan cotidiano, queda escaso sobrante para la elaboración de ideas y para las tareas absorbentes de la cultura. Casi todos los grandes reformadores sociales han sido en los últimos ciento cincuenta años miembros de la llamada clase media e incluso de la alta burguesía y de la aristocracia, príncipes y nobles como Miguel Bakunin, León Tolstoi y Pedro Kropotkin, en Rusia; Ferdinand Lassalle, Friedrich Engels y Karl Marx en Alemania; Carlo Pisacane, Carlo Cafiero, Errico Malatesta, en Italia; Robert Owen y tantos otros en Inglaterra; Saint-Simon, Pierre Leroux, en Francia. La lucha por el progreso humano, muy frecuentemente restringido a lo que se llama la emancipación de los trabajadores, ha sido iniciada, formulada, sostenida muy comúnmente por miembros de las clases no oprimidas ni desheredadas.
Por eso hay que recordar como exponentes
raros, nombres de la jerarquía de Proudhon y Rocker. Rocker era una
personalidad extraordinaria, escritor fecundo, orador de talla poco común,
historiador, crítico, combatiente sin miedo y sin tacha, misionero
imperturbable de la cultura. Su vida fue una antorcha al servicio de la
justicia y, si sus escritos han iluminado amplios sectores sociales desde hace
muchos decenios, la trayectoria de su existencia laboriosa y su sentido moral y
humano no son menos educativos e inspiradores. Era uno de los justos de este mundo,
como lo calificó un periódico de New York, un idealista de la más pura cepa. Se
quería tanto al hombre como al pensamiento que encarnaba; se respetaba tanto al
combatiente como la siembra que ha realizado a manos llenas a través de no
menos de 70 años, desde su primera juventud.
En varios idiomas eran
transmitidos sus nobles mensajes, en alemán, en inglés, en español, en yidish,
y también en chino, en bengalí, y en otras lenguas. Era un buen alemán, pero
los judíos askenazi lo consideraban suyo, como suyo lo consideraban los
españoles, y es que si era un buen alemán, era también un buen europeo y un
buen ciudadano del mundo. *
INFANCIA Y JUVENTUD
Nació Rocker en Maguncia en
marzo de 1873, en un humildísimo hogar obrero. Murió su padre cuando apenas
había llegado a los seis años de edad y su madre antes de haber cumplido once.
Concurrió algunos años de la escuela primaria y sus amargas experiencias en
ella ofrecen un cuadro espantoso de lo que era la educación popular entonces,
cuando el maestro, más que un educador, era generalmente un cabo de vara
disciplinario. Muy poco obtuvo de la escuela y de sus maestros; los
conocimientos de que pudo hacerse, los debió al propio esfuerzo, a las lecturas
al margen y a escondidas para nutrir su imaginación, para colmar su sed
creciente de saber, su curiosidad insaciable. Fue internado en un orfanato, y
lo que recuerda en sus memorias sobre los años transcurridos en aquella casa de
tortura y de degradación, hace estremecer de espanto. Lo salvó su fuerte
personalidad, su rebeldía instintiva, su fortaleza física y moral de los
ensayos monstruosos y refinados para doblegarlo. Huyó varias veces del orfanato
y otras tantas fue capturado; castigado, pero supo resistir y persistir y
terminó su período escolar reglamentario para iniciarse en el aprendizaje de un
oficio. Entró como grumete en un barco de carga, donde debía realizar un
trabajo duro y agotador, y el administrador del orfanato, tutor de oficio,
desaprobó la elección del trabajo. Fue llevado al taller de un zapatero, donde
se encontró peor que en el orfelinato; hizo ensayos con un hojalatero, donde
debía trabajar doce horas diarias; probó suerte con un tonelero, con un sastre,
con un talabartero, con un carpintero.
La vida le fue enseñando más
cosas desagradables, experiencias amargas y crueles, hasta que por fin entró en
el tallercito de un encuadernador, por cuyo oficio sentía predilección. Tuvo
ocasión así de leer vorazmente todo lo que caía en sus manos, lecturas que supo
digerir con su sano instinto y su sólida inteligencia natural. Mientras
aprendía el oficio, tropezó con viejos revolucionarios del 48 y comenzó a
penetrar en la historia de la revolución francesa, muy poco divulgada en lengua
alemana; también entró en contacto con el socialismo, que en su país era
equivalente al marxismo por entonces y lo fue por muchos años. No circulaba
entonces otra literatura de carácter social que la marxista y Rocker absorbió
con curiosidad todo lo que se le presentaba a mano.
Las leyes bismarkianas de
excepción contra el socialismo, lejos de ser una traba, fueron un estímulo para
la juventud de aquella época. Pronto estuvo en cuerpo y alma en el movimiento
clandestino de su región natal. Ingresó en la asociación profesional de
encuadernadores; conoció las grandes personalidades de la socialdemocracia en
ocasión de sus viajes de propaganda a Maguncia, a Wilhelm Liebknecht, a Georg
von Vollmar, a Paul Singer, a August Bebel; pero conoció también posiciones
divergentes, sobre todo por parte de algunos obreros que combatían el
autoritarismo y el parlamentarismo considerado como panacea suprema.
Tuvo la suerte de entrar pronto en relación
con el movimiento berlinés de oposición al dogmatismo y a la rigidez de los
jerarcas socialdemócratas, que tenían por divinidad suprema a Marx y por único
profeta a Engels. Hubo momentos en que la oposición estuvo a punto de lograr el
predominio, apoyada en el descontento creciente de obreros a intelectuales
socialistas ante directivas del partido que violaban toda concepción de
autonomía y de dignidad individual.
También llegaron a sus manos folletos que
hablaban de la Internacional, de Miguel Bakunin, de la Federación jurasiana, de
la posición de Johann Most, rebelde impenitente y escritor de honda injundia
popular. Su independencia característica le hizo entrar pronto en conflicto con
funcionarios socialdemócratas y vincularse con los “jóvenes” de Berlín, la
oposición organizada. Ese movimiento fue ferozmente combatido en nombre de los
principios marxistas ortodoxos, y sus portavoces, Richard Baginski, Wildberger,
W. Werner, Bruno Wille, anatematizados como herejes y expulsados del partido.
De ese movimiento surgió el periódico Der Sozialist, bajo la dirección de
Gustav Landauer, uno de los pregoneros más elocuentes y sutiles del pensamiento
libertario alemán, filósofo de la revolución, pero de la revolución que libera
y no de la que oprime y degrada.
Con esa corriente se identificó Rocker ya en su período de aprendizaje del oficio de encuadernador. Cuando terminó el aprendizaje, hizo un viaje a Bélgica, lleno de peripecias, pero fecundo para su vida intelectual ulterior por las impresiones que había de recibir. Entró en contacto con obreros y periódicos libertarios belgas e internacionales; asistió como espectador a un congreso socialista internacional en Bruselas, al que acudió la plana mayor del socialismo parlamentario europeo; allí vio por primera vez a Domela Nieuwenhuis, el admirable patriarca holandés, que habló contra la guerra y expuso el desarrollo general de Europa después de la guerra francoprusiana de 1870-71, cuyas interpretaciones quiso rebatir Wilhelm Liebknecht.
El duelo oratorio
Nieuwenhuis-Liebknecht fue sumamente instructivo para el joven Rocker, pues
puso ante sus ojos dos posiciones divergentes dentro del socialismo, tan
divergentes que no era posible ampararlas con una denominación común. Cuando
volvió a Alemania, volvió dentro de un nuevo cauce, inspirado por una nueva
orientación y en esa línea comenzó a trabajar en su región renana con celo
propagandista y con tenacidad insobornable.
Su actividad, sin embargo, no se prolongó
mucho tiempo. En el invierno de 1892-93 tuvo que huir de Alemania para evitar
algunos años probables de prisión por sus actividades como agente de
publicaciones prohibidas y como integrante de asociaciones secretas y
calificadas de conspirativas.
EN PARÍS
Llegó a París a comienzos de 1893. Conoció
allí penurias constantes, pero pronto fue uno de los militantes más activos y
escuchados de la inmigración social alemana. Su capacidad extraordinaria para
la polémica, que ya había llamado la atención de los que lo conocieron en
Alemania, tuvo un campo de acción también en París.
Era difícil hallar un
trabajo regular, de modo que el pan no fue abundante para él, pero en cambio
abundaron las oportunidades para leer cosas nuevas, para conocer hombres,
ideas, hechos del pasado y del presente. Conoció en París a obreros judíos,
visitó a Eliseé Reclus, y el breve intercambio de ideas bastó al joven Rocker
para confirmar el alto respeto que le merecía aquel sabio ilustre; pero también
bastó al gran geógrafo para percibir que tenía ante sí una personalidad
promisora, pues le obsequió su colección de la Freiheit, los cinco primeros
años de aquel periódico de combate, ya raras. Treinta años más tarde, mientras
escribía la biografía de Johann Most, nos mostraba con orgullo aquellos tomos
encuadernados y nos explicaba con emoción su historia.
Se encontró en París
precisamente en uno de los períodos culminantes del llamado anarquismo heroico,
cuando la mejor literatura de la época, los artistas más renombrados, los
poetas más notables se confesaban abiertamente en favor de la libertad y de la justicia
y no vacilaban en expresar su solidaridad con la lucha activa en favor de las
mismas. Fue la época de Ravachol, de Etiévant, de Vaillant, de Emile Henry, del
atentado contra Sadi-Carnot en Lyon y de otros hechos de violencia individual
que suscitaron encontradas y apasionadas opiniones; fue también el período del
llamado proceso de los treinta en que fueron incluidos intelectuales conocidos
en un intento gubernativo para sembrar el terror acusando a esos hombres de
instigadores o favorecedores de la acción individual violenta, proceso que dio
a los acusados la oportunidad bienvenida para convertirse en acusadores. Aquel
período lleno de incidentes, fue un impulso vigoroso, contó con amplia
solidaridad intelectual y moral, le siguió la etapa de la organización obrera,
la C. G. T., campo de actividad que con el tiempo perdió mucho de su idealismo
originario, del espíritu que le había infundido F. Pelloutier.
Para los extranjeros se cerró por algunos años
la posibilidad de una vida libre en Francia; hubo expulsiones, persecuciones y
éxodo forzoso de militantes socialistas hacia otros países. Rocker se dirigió a
Londres, a donde llegó en los primeros días de 1895.
EN INGLATERRA
Veinte años habían de
transcurrir para Rocker en Inglaterra. Dos libros nos explican ese período de
trabajo tenaz, de estudio, de propaganda, de prisión. Uno es el que hemos
bautizado con el título En la borrasca, traducido al inglés y al yidish; el
otro trata solamente de sus años de internamiento durante la primera guerra
mundial, Hinter Strcheldraht und Gitter, y sólo apareció en alemán.
Se admira uno de la
resistencia física de Rocker para sobrellevar la tarea intensa de esos veinte
años sin desfallecer, sin perder la fe en sí mismo y en la humanidad. El vigor
de su juventud y el ansia de saber y de enseñar lo que sabía le hicieron
superar los escollos del camino espinoso. Su repugnancia instintiva contra todo
autoritarismo, contra todo dogmatismo, le salvó del naufragio y de toda tentación
bastarda.
Era ya un hombre libre, un verdadero amante de
la libertad en el campo social, religioso, político, racial. Todo lo que iba a
significar para él la permanencia en Inglaterra, estaba ya en germen en su
espíritu. Por razones de amistad y por razón del idioma, entró Rocker en el
ambiente de los emigrados socialistas alemanes. Fue encargado de la biblioteca
de la Communistische Arbeiter-Bildungs Verein, organización creada en 1845, a
la que pertenecieron las personalidades más famosas del socialismo
internacional. Quedó luego en manos de la tendencia de los “jóvenes”, de la
oposición libertaria iniciada en Berlín. Tuvo ocasión, pues, para conocer
numerosas rarezas bibliográficas anteriores al marxismo. Los materiales que
revisó entonces para su catalogación, periódicos, revistas, folletos y libros,
le dieron una visión del pasado del pensamiento y del movimiento sociales que
tenían muy pocos de los hombres de su generación, fuera de algún especialista
como Max Nettlau.
Durante los períodos más duros de las persecuciones contra los socialistas y militantes obreros en Alemania, Francia, España, Italia y Rusia, Londres se convirtió en el refugio de todos los perseguidos. Así estuvo Rocker muchos años en relación estrecha con ese mundo cosmopolita. Trató de cerca de Louise Michel, a Errico Malatesta, a Pietro Gori, a Charles Malato, a Sebastián Faure, a Fernando Tarrida de Mármol, a Francisco Ferrer, a Pedro Kropotkin, a Emma Goldman, etc.
Entre los nuevos contactos
figuraban los que tuvo pronto con los judíos. En 1896 apareció un artículo suyo
sobre la Comune de París en el Arbaiter Fraint, el periódico judío de Londres;
fue la primera entrada de Rocker en ese modo al que había de dedicar los
mejores años de su vida.
Fue testigo de aquel
congreso socialista internacional reunido en Londres en 1896, donde quedó
definitivamente rota la vinculación orgánica entre socialistas marxistas y
socialistas libertarios y en el que fueron empleados métodos y maquinaciones
que no hacen honor a sus autores. En esa línea de desviaciones y de
hostilidades consagrada en el congreso de La Haya de la primera Internacional
(1872), se llegó en 1896 a un pronunciamiento que privó a la fracción del
socialismo parlamentario del aguijón crítico y de la visión de otros métodos de
organización y de lucha, y se anticipó la claudicación de 1914, cuando la vieja
fórmula: “¡Trabajadores de todos los países, únanse!” fue suplantada en los
hechos por esta otra: “¡Trabajadores de todos los países, degüéllense unos a
otros en los campos de batalla!” En un congreso de los delegados de las
tendencias socialistas no reconocidas, como acto de protesta contra los
procedimientos empleados para decretar el divorcio definitivo entre dos alas
del socialismo que en verdad tenían objetivos extremadamente contradictorios,
hablaron hombres como Eliseo Reclus, Pedro Kropotkin, Tom Mann, Gustav
Landauer, Louise Michel, Pietro Gori, Domela Nieuwenhuis, Ch. Cornelissen y
muchos otros.
Quedó impresionado para toda
la vida cuando conoció los pormenores de los hechos monstruosos del proceso de
Montjuich en 1897 y cuando vio a los sobrevivientes desterrados en Londres
después de una violenta campaña solidaria internacional, apreció su carácter,
su hombría de bien y su valentía. Sus vínculos estrechos con España y con lo
español datan de aquella época.
Cuando cumplió 80 años,
recibió felicitaciones de todo el mundo, entre ellas una firmada por la
Confederación Nacional de Trabajo de España, en donde se le llamaba maestro. ¿Maestro?,
respondió Rocker. La verdad es que yo aprendí también de ustedes; he aprendido
de todos con aquellos con quienes he trabajado y luchado, dijo.
La historia de la primera
Internacional y la historia del movimiento obrero español fueron para él fuente
inagotable de inspiración y gracias a ese eslabón puede hablarse de un
desarrollo ininterrumpido de ideas a través de más de un siglo, eslabón que
también ha sabido remachar la investigación minuciosa y pulcra de Max Nettlau.
Influyó poderosamente en su vida el encuentro
en el ghetto de Londres de una muchacha originaria de Ucrania, de donde había
llegado en 1894; nos referimos a Milly Witkop. Formaron una pareja ideal que se
complementó maravillosamente; la armonía de su convivencia de seis largos decenios,
la compenetración perfecta, la coincidencia de caracteres y de aspiraciones,
dio a Rocker un impulso vigoroso y le marcó derroteros insospechados.
Después de un intento
frustrado de radicación en los Estados Unidos, la pareja Rocker-Witkop se
estableció definitivamente en Inglaterra; el azar quiso que Rocker fuera
nombrado redactor de un nuevo periódico en yidish en Liverpool, Das frai Wort y
luego, desde fines de 1898, redactor del Arbaiter Fraint, que desde entonces y
hasta la primera guerra mundial fue redactado por él. Incansable y prolífica
fue desde entonces su actividad; practicó la escritura hebrea y en poco tiempo
fue un escritor en yidish; participó como orador en los núcleos de la
inmigración judía, sin abandonar la propaganda con vistas a Alemania, la
publicación de libros y folletos para su difusión en el país natal, y sin
desperdiciar la ocasión de vincularse con amigos de otros países y lenguas.
El Arbaiter Fraint tuvo desde 1901 por
compañía la revista Germinal, gran revista de cultura, de arte y literaria, de
la que han sido entresacados unos cuantos de sus ensayos que vieron la luz en
1922 en Buenos Aires con el título de Artistas y rebeldes en traducción de
Salomón Resnick.
Cuando fue fusilado en España Francisco Ferrer, resumió en un libro, que sólo se publicó hasta ahora en yidish, la vida y las ideas del creador de la escuela moderna, que gravitó definidamente en las nuevas corrientes pedagógicas europeas.
El Arbaiter Fraint fue en
sus manos una antorcha brillante, una hoja favorita de una vasta colectividad
dispersa por el mundo; iluminaba con un espíritu nuevo, al margen de todo
dogmatismo, un periódico de lucha y de cultura donde nada humano era extraño.
Conoció por contactos múltiples los movimientos clandestinos de Rusia, de Lituania,
de Polonia; sus hombres, su literatura, sus hechos contra las tiranías
dominantes y creyó luego que tenía el deber de hacer la historia de esos
movimientos para que no se perdieran páginas tan valiosas para la historia.
Algo de ello fue recordado en el libro En la borrasca, traducido en inglés bajo
el título The London Years. Si hace más de treinta años nos hablaba ya de ese
propósito, y entreveíamos su significación, ahora comprobamos la razón que
tenía para salvar del olvido muchas de las experiencias vividas.
En 1912, gracias al clima de
defensa y educativo que había sabido crear entre el proletariado judío, se
produjo una huelga memorable contra el peor sistema de explotación del trabajo
humano, particularmente en el gremio de la sastrería y de la confección. El
ghetto de Londres no había vivido hasta allí nada semejante. Fueron semanas
inolvidables de tensión y de sacrificios, de abnegación admirable, de
combatividad y de resistencia. La lucha terminó con la victoria de los
explotados y Rocker fue el héroe de aquellas jornadas; la dignidad alcanzada
por los obreros judíos gracias a aquella huelga justificadísima, dio origen a
testimonios cálidos de “Rudolf Rocker” de Diego Abad de Santillán 10 adhesión y
de simpatía. Un día fue detenido por una mujer en una callejuela del East
London, diciéndole: “Haga el favor de esperar un instante, que el abuelo quiere
saludarle”. Esperó Rocker y vio salir de la casa a un anciano tembloroso, con
una larga barba blanca, que apenas podía tenerse en pie; le alargó la mano
diciendo: “¡Quiera Dios darle todavía cien años! Usted ayudó a mis hijos cuando
la necesidad era más grande. ¡No es judío, pero es un ser humano, un ser
humano!”.
Terminada la huelga de los
proletarios judíos de Londres, emprendió un viaje de descanso y de propaganda
por Canadá y los Estados Unidos y encontró a muchos de los amigos que había
conocido en París y en Londres. Después de brillantes reuniones en Montreal, en
Ontario, en Winipeg y en otros centros canadienses, pasó a los Estados Unidos y
pronunció incontables conferencias en diversas ciudades; en Chicago visitó la
tumba de Waldheim, donde reposan los mártires de 1887 y volvió a Londres
reconfortado y satisfecho de la labor cumplida en América.
Las negras nubes de la
catástrofe de 1914-18 comenzaron a aparecer en el horizonte cotidiano de todos
los que sabían y querían verlas. Los trabajadores, los partidos socialistas no
quisieron abrir los ojos ante la perspectiva de la matanza que se aproximaba,
ante el desastre que se cernía sobre todas las cabezas. Un pretexto cualquiera
encendió la mecha, el atentado de Sarajevo contra el archiduque austriaco.
Estalló la primera conflagración mundial. La caída que había profetizado el
viejo Domela Nieuwenhuis en 1892 en Bruselas, la desviación que se había
manifestado en toda su fealdad en el congreso socialista de Londres en 1896, se
tuvo ahora como una espantosa realidad. Los movimientos socialistas y obreros
de Europa habían abdicado y se habían entregado dócilmente a los respectivos
amos nacionales. Apenas un diputado socialdemócrata, Karl Liebnecht, intentó
salvar el honor. Había terminado un capítulo de la historia del socialismo y
Rocker vio claramente entonces ya que el nacionalismo era incompatible con la
paz, con la solidaridad humana, con el socialismo, con la cultura, que son
fruto de la libertad y solamente pueden prosperar en ella. Escribió en el
Arbaiter Fraint del 7 de agosto de 1914: “… No se entregue nadie a la falsa
ilusión de que esta guerra es sólo de corta duración. Las apuestas son para
ello demasiado elevadas. Hay demasiado en juego. Es una lucha por la hegemonía
en Europa y en el mundo, y será llevada a todos los extremos”…
Nacido en Alemania, al
estallar la guerra de 1914 se le consideró ciudadano de un país enemigo por las
autoridades inglesas y de nada valieron en ese caso sus antecedentes nada
dudosos. Fue internado durante los cuatro largos años de la hecatombe. Toda la
grandeza moral de Rocker se manifestó en los campos para prisioneros enemigos.
Luchó con heroísmo en defensa de su dignidad y en defensa de sus compañeros de
encierro, entre los cuales, naturalmente, no faltaban también alemanes
precursores por educación y por miopía espiritual del futuro régimen nazi. Pero
su ejemplo solidario, su sentido humano superior, la brillantez de sus
conferencias a los presos eclipsó pronto a todos los adversarios e impuso
respeto incluso a las mentes poco accesibles de los militares encargados de la
custodia y de la administración de los lugares de internamiento. Más de un
centenar de conferencias extraordinarias rompieron en cuatro años la monotonía
de la prisión y sembraron en los compañeros de penurias ideas y sentimientos
elevados.
Fue allí un maestro y un
guía como raramente se encuentra en una universidad. Hubo de ceñirse en su
labor cultural, naturalmente, a los temas de cultura general, de historia de la
literatura, del arte, etc. Pero muchos de sus trabajos posteriores fueron
esbozados ya en esas conferencias. Los recuerdos que ha dejado sobre aquellos
años tras alambradas de púas y rejas serán siempre una lección de alta moral,
reconfortante para los que sufren injusticias y persecuciones inmerecidas.
Milly había sido detenida también, pero con la entrada de Rusia, de donde era originaria,
en la guerra a favor de los aliados, fue puesta en libertad y pudo hacerle
algunas visitas, aunque escasas. Próxima la terminación de la guerra, fue
transportado hasta Holanda y al llegar a la frontera alemana se encontró con
que había sido eliminado de la condición de ciudadano alemán y rechazado como
apátrida. Pudo refugiarse un tiempo en casa de Domela Nieuwenhuis, reponerse un
poco de los sufrimientos pasados y cambiar ideas con aquel anciano venerable.
EN ALEMANIA
Después de no pocos contratiempos, al fin pudo pasar la frontera alemana con Milly y su hijo Fermín en momentos en que el ejército imperial se desintegraba y surgían los consejos de soldados, poco familiarizados con los expedientes burocráticos; los soldados tomaron a Rocker y a su familia en uno de los trenes hacia Berlín. Su primer contacto en la capital convulsionada de Alemania fue con el movimiento sindicalista, encabezado por Fritz Kater, para orientar su acción y definir sus objetivos con la mayor claridad. Asistió a los embates de los espartaquistas de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg, vivió las jornadas del asesinato de esos revolucionarios que luchaban por un orden nuevo y por el poder, comprendió lo difícil que era para un pueblo sin grandes tradiciones liberales la organización de una república sin los lastres del imperio y de la disciplina heredada del imperio y de la misma socialdemocracia.
En nombre del movimiento sindicalista acudió a
una conferencia nacional de los obreros de la industria de los armamentos
reunida en marzo de 1919 en Erfurt. Fue una de sus primeras intervenciones
públicas ante un gran foro obrero en el propio país, después de tan larga
ausencia. Impresionó allí un tono que no estaban habituados a escuchar los
obreros alemanes, pues aparte de ser un tribuno excepcional, hablaba un
lenguaje excepcional y ofrecía ideas nuevas.
No estaba Rocker habituado a
la demagogia ni tenía por qué ocultar su pensamiento. No siempre están exentos
los pueblos de culpabilidad en los males que sufren; no está la causa de toda
desdicha en los poderosos; es difícil afirmar como axioma que la causa de la
esclavitud es la existencia de los tiranos; con igual rigor se puede asegurar
que los tiranos son producto de los esclavos y prosperan solamente donde hay un
terreno abonado por la servidumbre, que muchas veces es servidumbre voluntaria.
Era la hora en que la Alemania cansada de la guerra, clamaba en todos los
tonos: ¡Nieder die Waffen! (¡Abajo las armas!). Rocker habló ante los obreros
de la industria de los armamentos de la responsabilidad del proletariado, de la
labor consciente, de la no cooperación en fines antisociales. Si, ¡abajo las
armas! Pero ¡abajo también los martillos que las forjan! No habrá más armas
mortíferas cuando los sabios, los técnicos y los trabajadores se nieguen a
fabricarlas. Su intervención sensacional fue difundida en centenares de
millares de copias y contribuyó a transformar las fábricas de armamentos en
fábricas de elementos para llenar necesidades de una comunidad pacífica.
Recorrió luego y
constantemente los centros industriales de Alemania, alentando con nuevas ideas
a los trabajadores y despertando simpatías crecientes. El sindicalismo
revolucionario adquirió en aquellos años un gran incremento y hubo núcleos,
como el de la zona de Francfort a. M., en donde se convirtió en un movimiento
mayoritario y pudo emprender la publicación de un cotidiano, Die Schöpfung.
Estalló el movimiento
insurreccional de Munich, se proclamó la República bávara de los consejos, aplastada
por la socialdemocracia en íntima ligazón con los restos del militarismo
imperial, un anuncio previo en 1919. En aquel movimiento, que quería salvar la
revolución alemana estrangulada en Berlín a costa de ríos de sangre, fue
asesinado un socialista de alta jerarquía moral e intelectual: Kurt Eisner, y
poco después fue asesinado por la soldadesca el noble Gustav Landauer,
estilista eximio, ensayista, filósofo, soñador. Con mejor suerte, Erich Mühsam,
el gran poeta y el gran rebelde, fue condenado a 15 años de presidio; el fin
que pudo tener también entonces, lo tuvo en 1934 en el campo de concentración
de Oranienburg, donde fue ahorcado por los camisas pardas. Cuando se habla del
destino de García Lorca, nosotros no podemos menos de evocar la figura característica
de Erich Mühsam. ¡Una república que consentía tales crímenes, estaba condenada
de antemano a preparar lógicamente el triunfo del nazismo!
El crecimiento del
sindicalismo alemán independiente alarmó a los socialdemócratas en el poder;
contaba con un semanario en Berlín, un cotidiano en Francfort, una empresa
editorial que publicaba obras valiosas y difundía opúsculos en todo el país
para contrarrestar la prédica hasta allí poco menos que sin competencia del
socialismo autoritario. Se dispuso la prisión de Rocker y de Fritz Kater para
poner de ese modo trabas a esa corriente de pensamiento. Gustav Noske, al
frente de la represión en el gabinete de Fritz Ebert, tuvo la idea de expulsar
a Rocker de Alemania como apátrida, como extranjero indeseable. No logró sus
patrióticos designios y los presos hubieron de ser libertarios y reanudaron su
lucha por el esclarecimiento de ideas y objetivos sociales.
Muchas ideas que después, en el nuevo
destierro, habría de dar a conocer en sendos volúmenes fueron motivo de
incontables conferencias y ensayos en Der Syndikalist, Die Internationale, etc.
Ya en Londres había captado todo el alcance del nacionalismo y su peligro
mundial para la cultura y la libertad; en el campo de prisioneros de guerra en
Londres, dictó numerosas conferencias y cursillos sobre ese tópico; en la
universidad de Berlín enfrentó a los focos más activos de la reacción
nacionalista; pero los precursores de Hitler no eran accesibles a concepciones
superiores, aunque también Alemania podía reivindicar como suyo el humanismo de
un Goethe, de un Lessing y de un Herder.
Escribió una voluminosa biografía de Johann
Most, para recordar a las nuevas generaciones de su patria a un bravo
combatiente, un tono distinto en el campo de la beligerancia social, que en
gran parte deseaba reanudar con su acción cotidiana. Desplegó una actividad
agotadora y múltiple; colaboró en la prensa, escribió libros y folletos,
participó en reuniones, asambleas y congresos obreros.
Fue en 1922 el principal
factor de la fundación de la nueva Asociación Internacional de los
Trabajadores, a la que dieron todo su apoyo desde América, la Argentina,
Uruguay, Chile, México, y que se proponía levantar una barrera contra la
irrupción del estatismo bolchevista en las filas del proletariado occidental.
Combatió la degradación que llevaba a proclamar la idea de la dictadura como un
instrumento revolucionario progresivo y puso en descubierto el sofisma de la
lucha de clases y de la dictadura de clase, propagada desde Moscú. Algunos de
esos trabajos dispersos fueron reunidos por nosotros después con el título de
Ideología y táctica del proletariado moderno (Barcelona, 1926).
Escribió ensayos literarios
como Los seis, sobre seis caracteres centrales de la literatura mundial, Don
Quijote, Hamlet, Don Juan, etc.; examinó la llamada racionalización de la
industria y sus consecuencias; divulgó conocimientos sobre el socialismo
constructivo, la corriente de pensamiento anterior al marxismo, calificada
despectivamente como socialismo utópico, y los presentó en su esencia
verdaderamente socialista; resumió una posición ponderada contra el
revolucionarismo palingenésico y palabrero en el trabajo La lucha por el pan
cotidiano. Los avances de la regresión redujeron cada vez más el radio de sus
actividades y aprovechó la pausa forzosa para elaborar su gran obra
Nacionalismo y cultura, cuyos manuscritos pudieron ser salvados felizmente de
la destrucción segura. Fue publicada por primera vez por nosotros en 1935-37,
en Barcelona, reeditada en Buenos Aires en 1940 y 1946 y traducida al inglés,
al holandés, al yidish, al sueco y publicada en alemán tan sólo en 1949. En
Puebla, la Editorial Cajica publicó una nueva edición recientemente.
Asistió día tras día a la
tragedia alemana, al encumbramiento del nacionalismo; luchó con todas sus
fuerzas contra esa corriente, aunque en su sentido realista no se le escapaba
que se hallaba en un puesto perdido. La socialdemocracia se había alejado hacía
muchos años del espíritu socialista, sacrificado a la pasión parlamentaria, y
fue perdiendo terreno y entregando el país enemigo. El Tercer Reich encontró
prácticamente abiertas las puertas de par en par. Hindenburg le entregó el
poder y el incendio del Reichstag fue señal evidente de lo que se preparaba
contra todos los opositores eventuales. Horas antes de cerrarse la frontera,
Rocker tuvo la buena suerte de cruzarla hacia suiza. Más tarde halló refugio en
los Estados Unidos.
EN LOS ESTADOS UNIDOS
Comenzó un nuevo capítulo de
su agitada existencia en el nuevo destierro, que habría de ser el definitivo.
Ingresó en los Estados Unidos como refugiado ante las persecuciones
totalitarias y reinició desde la nueva base de trabajo sus giras de
conferencias, sus colaboraciones periodísticas, la elaboración de libros
valiosos por su contenido y su inspiración.
Los manuscritos de
Nacionalismo y cultura fueron dados a la publicidad y esta obra, en la que
aparece el pensador y el filósofo de la historia, llamó la atención de los
estudiosos y fue juzgada como uno de los libros más interesantes y fecundos de
la primera mitad del siglo XX.
Estalló la guerra civil en
España y Rocker vivió aquellos acontecimientos con emoción no contenida; estuvo
desde la primera hora en su defensa y en su interpretación contra todos los
enemigos y sufrió como el que más la inmerecida derrota; varios folletos y
libros salieron de su pluma incansable, testimonios de su amor y de su
comprensión de lo español. Terminada la contienda de España, no se rindió al
desaliento; esbozó la trayectoria del pensamiento liberal en los Estados
Unidos, un volumen en el que hace historia de un pasado norteamericano de libre
iniciativa, de espíritu constructivo, de evocación del sentido progresista,
humano y lo menos gubernamental posible, en cuyo cauce se mantuvo la gran
figura de Thomas Jefferson.
Estalló la segunda guerra mundial, que
restringió sus actividades, pues ya no podía llegar, por ejemplo, hasta Canadá.
Los amigos le proporcionaron por suscripción voluntaria una casita en Crompond,
donde pudo consagrarse a escribir sus memorias, que resultaron tres volúmenes
nutridos sobre la historia del pensamiento y de los movimientos sociales de
Europa y de América, un monumento en donde lo puramente biográfico aparece casi
marginalmente. La obra completa sólo ha sido publicada en castellano1
parcialmente en yidish y en inglés. Guía preciosa para la interpretación de la
historia moderna, ha de ser para las generaciones por venir una fuente de
consulta insustituible.
Rindió también homenaje a Max Nettlau, el historiógrafo pulcro y el crítico social profundo en un vasto estudio biográfico original, publicado hasta ahora en español y en sueco. Escribió un mensaje sobre el porvenir de Alemania después de la derrota del nazismo y resumió allí sugestiones para los sobrevivientes adultos y para la juventud que entraba en la vida activa, haciendo resaltar la idea de la federación de la labor en las comunas, por encima de todos los partidismos y particularismos. Y se preparaba parauna especie de testamento ideológico, cuando le sorprendió la muerte en New York el 10 de septiembre de 1958. Milly le había precedido en dos años en el viaje sin retorno. Personalidad magnífica y heroica de la lucha por la libertad, estuvo animada hasta el último instante por una notable frescura espiritual, por un profundo sentido humanista, por una fe inquebrantable e insobornable en la justicia y en el renacimiento de la comunidad libre de entre los escombros del totalitarismo. Antorcha y abanderado de toda buena causa en un mundo de tinieblas y de desconcierto, su puesto es difícil de colmar.
Era Rocker un reformador
social sin apriorismos castradores. No creía en ningún futuro milenio en donde
las condiciones sociales habrían de ser absolutamente perfectas y que por tanto
no habrían de necesitar ningún mejoramiento más. “Esto es imposible, nos
escribía hace unos años, por el hecho de que el hombre mismo no es perfecto y
por tanto tampoco puede engendrar nada absolutamente perfecto. Pero creo en un
proceso constante de perfeccionamiento, que no termina nunca y sólo puede
prosperar de la mejor manera en las posibilidades de vida social más libres
imaginables. La lucha contra toda tutela, contra todo dogma, lo mismo si se
trata de una tutela de instituciones o de ideas, es para mí el contenido
esencial del socialismo libertario. También las ideas más libres están
expuestas a ese peligro, cuando se convierten en dogmas y no son accesibles ya
a ninguna capacidad de desenvolvimiento interior. Donde una concepción
cualquiera se petrifica en dogma muerto, comienza el dominio de la teología.
Toda la teología se apoya en la creencia ciega en lo fijo, la inmutable, lo
irreductible, que es el fundamento de todo despotismo. A dónde llega eso, nos
lo muestra hoy Rusia, donde incluso se prescribe al hombre de ciencia, al
poeta, al músico y a los filósofos lo que deben pensar y crear, y eso en nombre
de una teología estatal omnipotente, que excluye todo pensamiento propio e
intenta introducir con todos los medios despóticos la era del hombre mecánico”…
Pocos pensadores como Rocker
han combatido con tanta pasión y con tan sólidos argumentos todos los
dogmatismos y absolutismos, cualesquiera que fueran los promotores y los
pretextos; no sabemos de nadie que tuviera tal repugnancia a las frases hechas
que ocupan para los más el lugar de los pensamientos propios y que haya
exhortado con tanto vigor a aplicar al campo social, tan expuesto a la utopía,
el método científico del examen objetivo y de la libre experimentación. Era, en
toda la acepción de la palabra, un hombre libre, y fue en todas las
circunstancias, además, un hombre digno de la condición humana
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