Edgar Straehle (*)
En este texto, la
investigadora Samantha Rose Hill ha profundizado en esta cuestión, y lo ha
hecho sobre todo desde la perspectiva de una soledad que en verdad no dejaba de
ser ambivalente para Arendt. En su opinión, la soledad, entendida más bien como
aislamiento e incluso abandono, podía convertirse en un peligro a nivel
político, puesto que nos apartaba de los demás y de un sentido común (sensus
communis en latín) que la autora alemana reivindicó desde esta suerte de
aprendizaje y conocimiento colectivo que construimos en nuestro trato y
aprendizaje con los demás y que fragua ese mundo común y plural que
reivindicaba.
Ahora bien, la soledad también
tenía para Arendt un reverso potencialmente positivo, pues la consideraba como
necesaria para la reflexión, para el pensamiento o para la creación. De todos
modos, conviene apuntar que en estos casos la soledad no era completa en su
opinión, ya que consideraba que lo que se desarrollaba entonces era más bien
una especie de diálogo interior de nosotros con nosotros mismos. Eso explica
que, según Arendt, el totalitarismo también temiera este reducto de interioridad
y que no se contentara con desterrar a las personas al aislamiento, sino que
también quisiera penetrar en la esfera privada y en la conciencia de las
personas para evitar que pudiera ser un terreno fértil para la reflexión y la
resistencia.
(*). Fuente: https://conversacionsobrehistoria.info/2020/12/12/hannah-arendt-como-la-soledad-alimenta-el-autoritarismo/
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