por Jeanne Moisand,
(*)
La intensidad de los debates
franceses y de la producción intelectual en torno a la Comuna contrasta con el
relativo vacío de memoria sobre la España revolucionaria de los mismos años. En
2018, el 150 aniversario de la revolución septembrina de 1868 pasó casi
desapercibido. Se publicó, es cierto, un número especial de una revista sobre
la Gloriosa (“Revisitar la Gloriosa”, Ayer, n°112), se celebraron
varias jornadas universitarias y se organizó una exposición en el Museo del
Romanticismo de Madrid. Pero la comisaria Carmen Linés Viñuales tuvo cuidado de
desanimar a cualquier curioso explicando de entrada que “no fue en realidad una
revolución como tal” con el argumento de que “no hubo cambios en la estructura
social o económica del país, pero sí en el sistema político” (El País,
29/08/2018). Subrayado por el título de la exposición (“La Revolución que no
fue”), este juicio tajante recoge el tono de buena parte de la historiografía
española desde la Transición, no sólo sobre la Gloriosa sino sobre todas las
revoluciones españolas del siglo XIX. Bebiendo de una concepción
maximalista de lo que tiene que ser una revolución, cuyo modelo idealizado
oscila entre el francés de 1789-1793 y el ruso de 1917, estos juicios deniegan
a la vez la percepción de los eventos por los coetáneos, que por algo calificaron
la Gloriosa como una “revolución”, como la intensa movilización popular que
acompañó el movimiento y que no desarmó en los seis años siguientes. Tan
importante y tan rupturista fue de hecho la Gloriosa que, de no haberse
producido, tampoco hubieran ocurrido ni la guerra franco-prusiana de 1870, ni
la Comuna de 1871.
La revolución cantonal de 1873
A pesar de estos rasgos
compartidos, la memoria del cantonalismo no ha despertado nunca un interés
comparable con el que produjo la Comuna. En París, “capital del mundo”
en el siglo XIX (W. Benjamin), los ojos de todas las bolsas y de
los periódicos del mundo entero observaron con atención la insurrección y le
dieron en seguida un eco global. En la Cartagena que encabezó el movimiento
cantonal, puerto secundario de una periferia europea, algunos corresponsales de
periódicos internacionales como The Times también informaron
al resto del mundo pero sin que el eco fuera comparable. Imbuidos por un
sentimiento de superioridad civilizacional y social, describieron el cantón
como un movimiento de “ragamuffins” (“granujas”) (The Times,
26/08/1873). Los enemigos españoles del cantón, que agrupaban amplios sectores
de las élites sociales y de las clases medias (desde los monárquicos hasta los
republicanos moderados), recuperaron con gusto este relato. Represaliados,
exiliados y deportados en masa, los cantonalistas no tuvieron la fuerza para
rebatirlo. En cuanto al movimiento obrero, dividido después de la escisión de
la Internacional entre marxistas y bakuninistas en
1872, no defendió tampoco la memoria del cantón, a pesar de la participación
masiva de sus militantes en las insurrecciones.
En el siglo XX, e incluso después de terminada la dictadura franquista, los historiadores no hicieron más que confirmar los antiguos juicios sobre la revolución cantonal, describiéndola como un movimiento localista, romántico y desfasado, liderado por notables burgueses poco atentos a los problemas reales de su tiempo. El fracaso del movimiento y los golpes de Estado de 1874 y 1875 siguieron sirviendo para probar la inadaptación de la República o de la Federación al ser de España. En tal contexto, no puede extrañar que la historia del cantonalismo parezca no tener nada que ver con la de la Comuna.
El comunalismo francés como
referente
Sin embargo, los coetáneos
no tardaron en comparar el movimiento cantonal con las comunas francesas. “Uno
todavía se pregunta si la Junta Revolucionaria de Cartagena quiere y puede
imitar fielmente a la Comuna hasta el final”, resumía el periódico
francés Le Temps el 6 de septiembre de 1873. La visión del
Cantón de Cartagena como una réplica de la Comuna motivó la reacción de las
potencias europeas. En nombre de la lucha legítima contra comunistas y rojos,
unos oficiales de marina británicos y alemanes tomaron la iniciativa de
arrestar, en agosto de 1873, dos de los mayores buques de guerra amotinados en
manos de los cantonalistas. La intervención extranjera cambió drásticamente el
equilibrio de fuerzas entre republicanos de orden y cantonalistas, impidiendo
el rescate de los cantones de València y de Cádiz por el de Cartagena y
provocando en gran parte la derrota cantonal. En una España inestable desde
1868, con un ejército indisciplinado, una guerra civil contra los carlistas y
una guerra atlántica contra los independentistas cubanos, los grandes imperios
de Europa se asustaron de que una insurrección hermana de la Comuna pudiera
ganar esta vez. ¿Era este miedo pura fantasía conservadora, o eran
efectivamente comparables las dos insurrecciones?
Tanto en París como en
Cartagena, las clases trabajadoras se habían insurreccionado para erigir un
poder popular. Al contrario de lo que afirma a menudo la historiografía, los
datos del exilio cantonalista en Argelia prueban la composición masivamente plebeya
del movimiento: numerosos obreros, reclutados principalmente en el arsenal de
Cartagena, se quedaron hasta la derrota, al lado de marineros militares, de
soldados del Ejército (en un contexto de conscripción desigualitaria) y de
presidiarios (un grupo compuesto de desertores, condenados políticos y penados
de clase baja). Miles de mujeres de clase popular también se quedaron en el
lugar, incluso durante el bombardeo, trabajando en diferentes tareas y a veces
tomando las armas. Raras veces se apuntó la velocidad con la que los notables
de Cartagena fueron marginados por la dinámica revolucionaria, entre julio de
1873 y enero del 74. En noviembre, en las elecciones a la junta revolucionaria,
los líderes plebeyos triunfaron en las urnas.
A través del exilio, de la
migración y del contrabando, este movimiento estaba vinculado con las
circulaciones del republicanismo radical francés (en particular desde la
Argelia colonial) y con las comunas. El communard más
importante de los que pasaron por Cartagena fue sin duda el andaluz Antonio de
la Calle, exiliado en París después de su participación en la insurrección
federal española de 1869, admitido en la milicia parisina durante el asedio
prusiano de 1870, y ascendido a capitán durante la Comuna. Refugiado en Madrid
después de la derrota del París insurrecto, desempeñó importantes
responsabilidades en el Cantón de Cartagena. Fue primero director del periódico
revolucionario El Cantón Murciano antes de ser miembro de la
junta revolucionaria. Adoptó toda una serie de decretos sobre la instrucción
pública, los bienes eclesiásticos, la “emancipación de las mujeres” y la
confiscación de la propiedad ilegítima (aunque debió moderar este último
después de publicarlo). Como director de la comisión de servicios públicos, De
la Calle también tuvo un papel clave en la organización del trabajo femenino,
terreno en el que el conocimiento de la potente Union des femmes bajo
la Comuna fue seguramente valioso.
Reivindicar su memoria
De la obra social del
Cantón, se suele decir que fue inexistente, como se dice también a menudo de la
escasa legislación laboral de la Comuna. En La Guerra civil en Francia,
Marx recordaba que “la gran medida social de la Comuna” había sido “su propia
existencia”. Lo mismo se podría decir del Cantón. La mayor tarea de la
revolución cantonal fue la autoorganización de obreros, marineros, soldados,
expresidiarios y mujeres para su defensa, en un ejercicio de democracia directa
que tuvo ciertamente sus límites, pero del que se encuentran pocos ejemplos en la
historia. Bajo el liderazgo de trabajadores y suboficiales ascendidos a puestos
de mando en los buques y en el arsenal, estos colectivos trabajaron en la
reparación de las fragatas de guerra y su puesta en marcha, en el
abastecimiento de la plaza asediada por medio de razzias marítimas
y terrestres, en la producción de pan, en la cocina y en la elaboración de
sacos de pólvora (siendo estas dos últimas tareas desempeñadas por mujeres) y
finalmente, en la defensa de las murallas. Esta organización fue lo suficientemente
eficaz para que la lucha durara seis meses a pesar de la intervención hostil de
dos marinas extranjeras y del asedio.
Si el 150 aniversario de la
Comuna merece toda la atención de los públicos actuales, lo deseable sería que
las revoluciones cantonales despertaran el mismo tipo de interés en 2023, lo
cual parece poco probable por ahora. Mucho se ha defendido la recuperación de
la memoria histórica en la España de las últimas décadas, pero el pasado
convocado no remonta casi nunca más allá de 1936. Indagar en las revoluciones
del siglo XIX permitiría sin embargo redescubrir las alternativas por
las que lucharon tantos españoles y españolas, y a través de ellas, el porvenir
de un pasado que se tiende a encerrar en un relato demasiado predeterminado y
condescendiente. El hecho de que estas alternativas hayan fracasado no debería
ser un motivo suficiente para desanimar a los curiosos o para infravalorarlas.
A pesar del fracaso rotundo de la Comuna, el movimiento social mundial se vio
reflejado en su historia y la utilizó para pensar su propio futuro. Los
cantones españoles forman parte de la misma lucha por la federación de
trabajadores y pueblos, y no merecen el desprecio con el que se suele contar su
historia.
(*):Jeanne Moisand
Profesora en la Universidad
París 1 Panteón-Sorbona e investigadora en la Universitat Pompeu Fabra. Es
coautora de ¡Viva la Comuna! 72 días que conmovieron Europa,
coordinado por Miguel Urbán y Jaime Pastor (Bellaterra, 2021).
Fuente: Le Monde Diplomatique.
https://mondiplo.com/de-la-comuna-de-paris-al-cantonalismo-popular
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