El reconocimiento y consolidación de la República, la única forma de gobierno compatible con los derechos de las personas y el desarrollo regular y libre de la sociedad.
La autonomía absoluta del
municipio se extenderá a todas las localidades de Francia y asegurará a cada
una la totalidad de sus derechos y a todos los franceses el pleno ejercicio de
sus facultades y sus aptitudes, como ciudadanos y trabajadores.
La autonomía de la Comuna
solo estará limitada por el derecho de igual autonomía de todas las otras
Comunas adheridas en el contrato, la asociación de las cuales tiene que
asegurar la unidad francesa.
Los derechos inherentes a la
Comuna son:
La votación del presupuesto
comunal, ingresos y gastos; la fijación y el reparto de los impuestos; la
dirección de los servicios locales; la organización de su magistratura, de la
policía interior y de la enseñanza; la administración de los bienes
pertenecientes a la Comuna.
La elección de la responsabilidad, por elección o por concurso, y el derecho permanente de control y de revocación de los magistrados y funcionarios municipales de todos los rangos.
La garantía absoluta de la
libertad individual, de la libertad de conciencia y de la libertad de trabajo.
La participación permanente
de los ciudadanos en los asuntos comunales por la libre manifestación de sus
ideas, la libre defensa de sus intereses; siendo la encargada de asegurar el
libre y justo ejercicio del derecho de reunión y de publicidad, la Comuna
garantizará estas manifestaciones.
La organización de la
defensa urbana por la Guardia nacional, que escoge sus jefes y velará
únicamente por el mantenimiento del orden dentro de la ciudad.
Paris no quiere nada más a
título de garantías locales, a condición, por supuesto, de reencontrar en la
gran administración central, delegación de las Comunas federadas, la
realización y la práctica de los mismos principios.
Pero, a favor de su
autonomía y aprovechando su libertad de acción, Paris se reserva el derecho a
poner en pie como crea conveniente las reformas administrativas que reclama su
población, así como a crear las instituciones propias y a desarrollar y
propagar la instrucción, la producción, el intercambio y el crédito; a universalizar
el poder y la propiedad según las necesidades del momento, el deseo de los
interesados y los datos suministrados por la experiencia.
Nuestros enemigos se engañan
o bien engañan al país cuando acusan Paris de querer imponer su voluntad o
superioridad al resto de la nación, y de pretender una dictadura que, en
realidad, sería un verdadero atentado contra la independencia y la soberanía de
las otras Comunas.
Se engañan o bien engañan al
país cuando acusan a Paris de querer la destrucción de la unidad francesa
constituida por la Revolución, que nuestros padres aclamaron cuando
concurrieron a la Fiesta de la Federación desde todos los puntos de la vieja
Francia [1].
La unidad tal como nos ha
sido impuesta hasta hoy por el Imperio, la monarquía o el parlamentarismo, no
es otra cosa que la centralización despótica, estúpida, arbitraria y cara.
La unidad política, tal como
la quiere Paris, es la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales,
el concurso espontáneo y libre de todas las energías individuales con un
objetivo común: el bienestar, la libertad y la seguridad de todos.
La Revolución comunal,
iniciada por la iniciativa popular el 18 de marzo, inaugura una era nueva de la
política, experimental, positiva y científica.
Es el fin del viejo mundo gubernamental y clerical, del militarismo, del burocratismo, de la explotación, de la especulación, de los monopolios, de los privilegios, a los que el proletariado debe su servidumbre, y la patria sus desgracias y sus desastres.
Que esté tranquila esta estimada
y gran patria, engañada por las mentiras y las calumnias.
La lucha emprendida entre
Paris y Versalles no se puede acabar con compromisos ilusorios: la solución no
puede ser dudosa. La victoria perseguida por la indomable energía de la Guardia
nacional, se corresponderá con la idea y con el derecho.
¡Hacemos un llamamiento
Francia!
Advertida de que Paris en
armas posee tanta calma como valentía; que sostiene el orden con tanta energía
como entusiasmo; que Paris se sacrifica tanto con la razón como con el
heroísmo; que no se ha armado si no es por devoción, por la libertad y la
gloria de todos, ¡que Francia cese este conflicto sangriento!
Francia tiene que desarmar
Versalles con la manifestación solemne de su irresistible voluntad.
Llamada a beneficiarse de
nuestras conquistas, que ella se declare solidaria de nuestros esfuerzos; ¡que
ella sea nuestra aliada en estos combates que no puede acabar de otra manera
que por el triunfo de la idea comunal o por la ruina de Paris!
Nosotros, ciudadanos de
Paris, tenemos la misión de cumplir las tareas de la revolución moderna, la más
amplia y fecunda de todas las revoluciones que han iluminado la historia.
¡Tenemos el deber de luchar
y de vencer!
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