Por Pablo Scotto (1)
Los primeros son los republicanos moderados o
burgueses que empiezan brindando por la fraternidad de Lamartine y acaban
empuñando los fusiles de Cavaignac. Los segundos son los contrarrevolucionarios
de diversos signo que toleran la naciente republica hasta que se ven con la
fuerza suficiente para conspirar contra ella. Los terceros son los partidarios
de la república democrática y
social que se refugian en el gestualismo
anacrónico de Ledru-Rollin. A grandes rasgos, los azules representan a la burguesía,
los blancos a la Iglesia y a la aristocracia, los rojos a las clases trabajadoras.
El burgués de bolsillos llenos
sostiene sobre su cuerpo, y señala, una gran moneda de cinco9 francos. Es el
símbolo de su poder. En las postrimerías d e la Revolución Francesa el sistema
métrico decimal y el franco habían sustituido las viejas unidades de medida o
intercambio. Medio siglo después, el franco es el medio con el que la burguesía
sustituye todo lo viejo por el duro interés
y el duro pago al contado. La gran moneda de plata representa el mercado universal
de mercancías mesurables e intercambiables, un espacio en el que el burgués se
mueve a sus anchas. Eso es lo que enseña con sorguillo, mientras oculta, con la
otra mano, la fuente oscura de esa riqueza resplandeciente. Bajo el sombrero
estás, nutualmente, todo aquello que no puede ser mostrado. Están el humo, la
suciedad y el despotismo de la fábrica. El burgués dice: “la sociedad soy
yo” reformando la famosa sentencia
atribuida al Rey Sol. Aspira a ser, en efecto, el monarca de la incipiente sociedad
industrial.
A su derecha está el obispo
vestido de flor de lis. El pétalo superior le sirve de mitra. A sus pies, el
escudo d e los Borbones. El báculo pastoral en su mano derecha, el sable enfundado en la izquierda. De un lado vestido con el hábito eclesiástico,
del otro con el uniforme militar. Este curioso personaje, mezcla de Iglesia y
espada, representas el clericalismo, el conservadurismo, el orden, la tradición. Enemigo del espíritu igualitario de la
revolución Francesa, no está dispuesto a
que, ahora que ha vuelto la república, el discurso de los derechos vuelva a poner en cuestión sus privilegios.
Acepta, reticente, el nuevo tablero de juego mientras sus prerrogativas estén incluidas
en la lista: “El privilegio es mi derecho”.
En el margen, ondeando al
viento de la competencia está el trabajador desocupado. Una mujer apoyada en su
espalda sostiene a un niño entre sus brazos. El hombre agarra el pico con la
mano derecha: no tiene trabajo pero está dispuesto a trabajar. Quebrada la esperanza
de que la republica garantice el derecho al trabajo, se ha visto reducido a la
mendicidad. La revolución, es cierto, ha reconocido que el pueblo es el
único soberano y los poderes públicos han sido elegidos por
primera vez en la historia mediante el sufragio universal masculino. Una
cabeza, un voto, el burgués y el obispo son ahora sus iguales al menos desde un punto de vista político.
. El problema es que él, bajo la coerción del hambre, no puede permitirse esa soberanía
d e la misma forma que ellos. El único
derecho que puede ejercer realmente es el derecho a la asistencia, es decir,
pedir limosna a las gentes de bien.
¿Cómo se ha llegado hasta
aquí? En febrero, los azules y los rojos
hacen juntos la revolución poniendo fina una monarquía que, a pesar de sus ropajes ciudadanos e
igualitarios seguía estando bajo el control d e los blancos Juntos traen la
republica peor pronto aparecen las discrepancias sobre el tipo der Republica que
debe ser puesta en marcha. Los azules, asustados pro el cariz que van tomando
los acontecimientos, o quizás por sus propios fantasmas, se convierten desde junio en los sangrientos garantes del
orden. Ahogan a los rojos en su roja sangre pero al hacerlo firman su propia
derrota política. No se dan cuenta de
que si de Orden se trata, los blancos llevan siempre las de ganar. La
capitulación de los rojos a manos de los azules es la antesala, en fin, del progresivo blanqueamiento de estos
últimos.
...
Dos años mas tarde.- y pasamos ya a l a litografía de Daumier-, nos encontramos a los blancos haciendo piña contra la república. Esta, serena y mirando de frente a los adversarios, sostiene la urna del sufragio universal, al tiempo que pone su cuerpo entre los intrigantes y la Constitución.
A primera vista puede
parecer que es la república la que tiene más peso la que está bajando en la balanza
mientras que los hombrecillos de la izquierda se fuerzan por no caer al
precipicio agarrándose como pueden al tablón de madera. En realidad está sucediendo
exactamente lo contrario.
El 30 de mayo de 1850 el
parlamento aprueba una ley que suprime el sufragio universal masculino. El proyecto de ley es obra de una Comisión de
17 miembros, los llamados burgraves. En su elaboración y defensa destacan las figuras
de Thiers, Molé, Montalambert, y Berryer, y también la de Faucher que es el encargado de presentar el
proyecto ante la Asamblea.
No está en la balanza el
católico Montalambert al que Daumier suele dibujar con aureola o con un cono
apagavelas (eteignoir) en la cabeza, pero se puede reconocer a los demás o , al
menos algunos de ellos. Colgado, a la izquierda, haciendo fuerza hacia abajo se
distingue claramente a Thiers “gnomo monstruoso”, siempre mutando, cuya
alargada sombra se extiende desde Lyon hasta Paris , es decir , desde la represión
del 34 hasta la de 1871. Sentado en el centro, con ojos de susto, está el
legitimista Berryer No cabe duda de que
su presencia contribuye decisivamente a que el plato descienda. El hombre que
está a su derecha, de rostro alargado y con patillas, podría ser el
economista Faucher, gran teórico contra
el derecho-al-trabajo. De espaldas, tirando d e la cuerda sobresale una nariz
que tal vez sea la del Conde Molé.
Estos monárquicos, como no
se atreven a aparecer abiertamente blancos, se esconden en un caballo de troya
llamado Cesar garante igual que ellos del orden y la prosperidad. Tras haber
apoyado la candidatura del sobrino de Napoleón a la presidencia de la república
y haber tenido éxito en su empeño, ahora le siguen, con mayor o menor entusiasmo,
en sus aventuras militares y en sus ataques al parlamento. De ahí que quien preside
la escena, con bigote a la imperial y barba de chivo, porra disuasoria y
sombrero d e medio lado, sea Ratapoil ( rat a poil) , la figura con la que Daumier simboliza el bonapartismo. Militar retirado, veterano de las grandes
batallas del Imperio, ahora viejo demacrado, este alter ego del general Rapatel
representa una conjunción de elementos sociales dispares: son todos aquellos
que, durante la Segunda República, se encargan de propagar el nuevo bonapartismo
de forme expeditiva, preparando el terrero para le futuro golpe de estado,.
Utilizado como marioneta por los blancos para desestabilizar la Republica,
Ratapoil estaba engullendo a sus titiriteros. Si uno se fija bien en la imagen,
vera que detrás, en la sombra, aparece una figura borrosa,…con el bicornio de Napoleón.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
En el 48 la Republica del sufragio universal consigue aligerar el peso de los
guardianes del privilegio, alejándolos del suelo, despidiéndolos hacia arriba.
Sin embargo, al no ir acompañada esa igualdad política de la igualdad d e las
condiciones sociales que representas el derecho al trabajo, la República va perdiendo
aplomo. Ya no puede contar con el apoyo masivo
de las clases trabajadoras que no perciben mejoras sustanciales de sus
condiciones de vida desde la llegada del nuevo régimen. Tiene que hacer frente,
además, al poder paralelo de Napoleón, quien situado al frente del ejecutivo,
aguarda a que llegue el momento para darle a Marianne su golpe de gracia. Estamos en 1850 y la balanza
está a punto de sufrir un vuelco. Pronto la urna de barro se hará añicos contra
el suelo. Es el preludio del 18 de marzo de 1851 , y de al supresión, el año
siguiente , de la misma República.
El derecho al trabajo y el sufragio
universal son dos de las grandes
cuestiones que ocupan a los protagonistas d e la Revolución Francesa de
1848. El comentario d e las litografías de Devris y Daumier ha pretendido mostrar que la derrota del primero,
en 1848, y la supresión del segundo el 50, no son acontecimientos
independientes. El miedo d elos azules a una republica democrática y social
conduce, tras el intermedio d e la republica celeste, a la desaparición de la desaparición
d e la propia republica. En cualquier caso, no es esta casualidad histórica,
tomada en si misma, lo que me interesa destacar aquí. Entre otras razones que
va mas allá d los limites temporales de nuestro relato (1789- 1848). Si estas
dos imágenes pueden servir d e prefacio al libro es porque nos dicen algo
importante, me parece, sobre el sentimiento que cabe atribuir al derecho al
trabajo en 1848.
…
Las páginas que siguen pretenden explicar la historia del derecho al trabajo en Francia, desde su aparición en el socialismo de principios del siglo XIX hasta su auge y derrota en el 48. Al poner la lupa sobre esta idea me he encontrado con que había otras unidas a ella tan firmantemente que si se intentara separarlas solo se conseguiría romperlas. Esas otras ideas se llaman Revolución Francesa, caridad y derechos, Gironda y Montaña, propiedad y trabajo, república, democracia, y socialismo.
Este prefacio se puede entender como una
pequeña guía para no perderse cuando empiecen
a parecer las ramificaciones que espero no resulten excesivas. Si ahora hemos mostrado la importancia d
elo0s vínculos entre derecho al trabajo
y sufragio universal para e devenir de la Segunda Republica, en lo sucesivo
intentaremos hacer algo similar pare explicar
como surge uy se desarrolla la propia idea del derecho al trabajo. Lo que
quiero decir es que en lugar de avanzar rectos, iremos haciendo una suerte d e vaivén, yendo de un lado
a otro de ese eje que conecta la esfera social con la esfera política, el pan
con el poder de la de cisión, el bienestar con la libertad. La idea que nos ocupa,
es hija, es ciertos, de un socialismo peculiar, literario, incluso fantástico
pero acaba transformándose en algo bien distinto. El derecho al trabajo de 1848
es fruto de la unión entre ese socialismo inicialmente apolítico y la recuperación
del discurso republicano y democrática de la
de la Revolución Francesa. No se alcanza a entender su significado pero no se le
concibe únicamente como la garantía por parte del estado de un puesto de
trabajo para los desempleados. Eso esta flotando el aire, no cabe duda, pero lo
que está en juego es algo distinto.
En el 48 los socialistas
pretenden que la República se haga cargo d e las cuestiones sociales pero al
mismo tiempo aspiran a que la esfera social esté regida por os principios igualitarios d ela esfera política. Consideran que las instituciones deben
garantizar a todos las condiciones materiale se inmateriales de la
libertad, pero al mismo tiempo
enteienden que la libertad en el trabajo es la condición insoslayable de todas
verdadera prosperidad. Si el sufragio
universal ha sido reconocido en la esfera política ¿Porqué no reconocerlo también
en la económica? Si ya no somos súbditos sino ciudadanos de la República, ¿ no deberíamos
ser tratados también como tales en nuestras respectivas industrias?.¿Es posible
una República que no sea democrática y social? Preguntas audaces, impertinentes
y peligrosas para algunos, oportunas y necesarias para otros,… presentes en cualquier
caso en el vivero de ideas del 48. Es de este denso ecosistema de donde
intentaremos rescatar el derecho al trabajo.
..ooOoo..
Prefacio al libro Los orígenes
del derecho al trabajo en Francia (1789-1848). Pablo Scotto .Editado
por el Centro de estudios políticos y constitucionales. Madrid 2021
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