PRÓLOGO (*)
En realidad, es muy
sencillo. Hoy tenemos muy claro que la manera en que hemos vivido hasta ahora
(la manera capitalista) conduce al desastre general. De ahí que debamos
cambiarla. Por completo. 1 Hacía falta una catástrofe, claramente, para cerrar
el largo paréntesis de la prehistoria (la del desarrollo material). La
desgracia no habrá sido en vano si nos hace entrar, por fn, en la historia (la
del desarrollo humano). La vida común debe, pues, rehacerse de arriba abajo.
Los individuos que han reinado durante la
prehistoria seguirán teniendo derecho de ciudadanía. Los observaremos como
curiosidades, apreciaremos sus transformaciones. Impediremos con firmeza a los
recalcitrantes que nos perjudiquen. Porque lo que debemos hacer es lo contrario
de lo que ellos han estado tanto tiempo imponiendo.
El que las sociedades de la prehistoria hayan
podido hacer del desarrollo de la acumulación monetaria su único horizonte
supone para ellas, por sí sola, la más terrible de las acusaciones. Una
sociedad humana jerarquiza sus prioridades de un modo distinto: según un orden
lógico para la razón (incluso aunque, claro está, todo es solidario y, en la
práctica, se entrega en su conjunto).
2 En primer lugar, están las
exigencias de la conservación de la vida. Para vivir bien, primero hay que
vivir.
De ahí que el sistema general de salud ocupe un puesto alto en el orden lógico. Por «sistema de salud» no hay que entender solo las instituciones de atención médica, sino el conjunto de prácticas que contribuye al mantenimiento y bienestar de los cuerpos. Dichas prácticas comprenden la difusión a través de la educación, el intercambio de experiencias y el tiempo de entregarse a ellas.
También se desprende que en
la conservación de las vidas humanas se incluya de forma decisiva la máxima
consideración posible hacia las existencias no humanas. Solo el disparate de
creernos «un imperio dentro de un imperio» ha conseguido que olvidemos que no
somos autosuficientes y que necesitamos a los demás; como mínimo, para organizar
nuestra simbiosis en su compañía (por lo tanto, para vivir «de manera
inteligente» con ellos).
Las nuevas formas de la
agricultura se encuadran en esta inteligencia. La medicina, las prácticas del
cuerpo, las atenciones a la simbiosis y la agricultura son las instituciones de
la salud humana.
3 Sin embargo, no hay salud posible en la
inquietud material. La segunda prioridad lógica les ahorra a los individuos las
preocupaciones por el futuro, una servidumbre mental que crea las servidumbres
políticas. Nadie debe tener ya miedo. Si el trabajo social no puede sino estar
dividido, es impensable que alguien tenga miedo de no poder acceder a todo lo
necesario. La sociedad surgida de la prehistoria aspira, a través de la
organización colectiva y en todos los ámbitos, a la mayor estabilización
posible de las condiciones de existencia material de los individuos.
Nadie debe depender para vivir de un
intermediario volátil, soberano y tirano, ya sea en forma de «empleador» o de
«mercado». De este modo, le corresponde a la sociedad en su conjunto garantizar
sin condiciones a cada cual el acceso a los medios socialmente determinados de
la tranquilidad material. Si consideramos esta cuestión básica como un mínimo,
el máximo deberá limitarse de forma rigurosa.
La propiedad privada no tendrá más disfrute que uso. Su explotación para fines de puesta en valor pertenece a la prehistoria, que es donde permanecerá definitivamente. El desastre nos habrá enseñado que la jerarquía prehistórica estaba cabeza abajo: los primeros, los ilustres, eran unos lerdos, inútiles en el mejor de los casos y, casi siempre, parásitos; la sociedad solo se sostenía, en realidad, gracias a los que consideraba sus subalternos. Una vez remodelada la división del trabajo con vistas a la eliminación de los lerdos, la sociedad identificará con claridad a quiénes debe más y les dará el trato que merecen.
4 Los títulos de la salud y la existencia
material son solo los requisitos previos para el auténtico fin de la vida común:
el desarrollo de las fuerzas creadoras de todos.
El acceso ampliado y permanente al mayor
número de saberes posible para el mayor número de individuos posible es
inherente a la sociedad del desarrollo humano. Quien cultiva su propia mente
tiende, ipso facto, a cultivar la de los demás. Por ello es útil para la
sociedad y cuenta con el respaldo de esta.
Si a este acceso se le da el nombre general de educación, todas sus formas se desarrollarán en el título de prioridades de la vida social: escolar, popular, asociativa, autónoma, etc. Y lo mismo con todos los ámbitos.
Los medios, que en la sociedad anterior eran
instrumentos de servidumbre, de conformismo y de embrutecimiento, recibirán una
especial atención. Se ceñirán estrictamente a la misión que su propio nombre
indica: dar a conocer a cada cual la vida de los demás, de la colectividad y de
las otras colectividades. Recibirán, asimismo, la función de informar acerca de
todas las ideas y todas las creaciones, lejos de la subordinación a cualquier
poder constituido.
Coda Los principios no
tienen más fuerza que la de la tinta sobre el papel. Para que se conviertan en
letra viva, es necesario, como dijo un pionero, que se «hagan con» la mayoría.
Hay que admitir que está en
la naturaleza de las declaraciones de principios mantener silencio en lo relativo
a las condiciones de materialización de los principios. Omiten muchas cosas y
no dicen nada sobre los detalles. Esta es otra debilidad. Pero también es una
fuerza. Primero, porque es una invitación a la contribución de todos: de cada
cual según sus capacidades, a la colectividad según su aspiración política. Y
luego porque, sin duda, el camino se hace al andar.
Sin embargo, querer ir a otra parte, por mucho
que hoy en día se considere una necesidad en términos de protección, no basta
por sí solo: no se va a ningún sitio sin haberse hecho antes una idea del
destino.
(*). Frederic Lordon. El capitalismo o el planeta. Cómo construir una hegemonia anticapitalista para el siglo XXI. Errata Naturae editores. 2022
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