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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

19/4/23

CONTRA JUECES

 


(Publicado en El viejo topo  de abril 2023)

Por Miguel Angel Doménech

 

Es esto lo que significan  los jueces en tanto que profesión estatal: No son sus sentencias injustas sino lo es la  propia institución. Ella misma- la institución-  es sentencia estructural  injusta   por constituir  el rechazo permanente de la capacidad de juicio y discernimiento moral de la  voluntad popular.”

 


Sucede con frecuencia que la ocupación en lo apremiante nos hace desatender lo necesario. Esto ocurre también con la discusión  y con la reflexión que en ella se produce, que versa sobre lo inmediato y no consigue profundizar al nivel de lo fundamental. Se trata de lo que podría   llamarse profundizar en la superficie en lugar de bucear en la profundidad. Sin embargo, es en las profundidades que sustentan la superficie y no en el oleaje y las mareas  donde se  descubren los movimientos de la mar de fondo.

Esto sucede  con la polémica sobre la actualidad de la reciente resolución del Tribunal Constitucional acerca de un debate parlamentario. Existe en efecto, un problema de intereses partidarios de los jueces. Precisamente obtuvieron el puesto en esa institución por su fidelidad a aquellos intereses  partidarios.  Existen también, y  no puede cabernos duda  cuando nos conocemos a nosotros mismos, intereses prosaicos tales como mantener sueldos y honores preferentes. Que cumplan con el honor  del partido para el que fueron nombrados o que cumplan con el honor de su conciencia, cuando  normalmente  esta misma conciencia   consiste en la  adhesión al partido, viene a ser lo mismo. Que cumplan con la ley y la Constitución o lo que los suyos ven en la ley  y la Constitución es  una redundancia no una alternativa. En cualquier caso, que cumplan con lo colectivo o con sus intereses privados o de partido, “puede ser que si o puede ser que no, lo más seguro es que quien sabe”.  Existe, probablemente, un quebrantamiento del equilibrio de poderes, pero ¿no son todos los equilibrios, por defunción inestables? El discurso, en estos términos, transcurre en todo caso, en la superficie, repitiendo lo ocioso.

 También es superficie, espuma  y marea – marear la perdiz- la cuestión de si los jueces del Tribunal Constitucional  deben ser nombrados por otra institución (división de poderes) o por si mismos, o si a las mayorías parlamentarias debe corresponder la mayoría  de esa Institución (indivisión de poderes). El Estado es por definición  no solo el monopolio del poder y la violencia sino también – como muestra Bordieu- el monopolio de la legitimario de ese monopolio. Todo quedará dentro del monopolio en el que unos pocos piensan y deciden por todos y todas. En todos los niveles de la democracia representativa, los electos lo son para que sean ellos quienes decidan en nuestro lugar. Mientras nos quedamos en ese valor  acordado de discurso estamos suponiendo y dando por bueno  que   la política  y sus instituciones son siempre un saber superior, un logos de mando y obediencia. Son siempre unos pocos  los que saben, y quienes  juzgan, los  demás   deben  ser representados. No tienen juicio, no poseen  discernimiento técnico suficiente (no saben la ley positiva y sus retruécanos ni los hechos sólidos), ni tienen discernimiento moral bastante (no saben lo que quieren y plantean las  irrealidades de lo que debería ser en lugar de o que es). No es de extrañar la desafección de los muchos   por la política cuando   la política marcha por esos senderos en que solo  los optimates son actores.

Además parecería como si al enfrentarnos a un asunto político en que  muestra su rostro una institución constituida mostrase su  cara la mismísima Gorgona. De esta manera cuando la miramos y ella nos mira, quedamos convertidos en piedra. La  petrificación del juicio consiste en  que no nos está permitido ponerla en cuestión. La Constitución es la Gorgona y el Tribunal Constitucional su mirar. Deberíamos hacer como Perseo: enfrentarla al espejo de lo que  es realmente ella misma y  su rostro. 

 

La política es el lugar por excelencia donde se generan y se heredan modos de pensar de los que no somos conscientes, modos de pensar que funcionan como creencias, al resguardo de todo cuestionamiento de manera  que su discusión parezca un disparate inverosímil.  En este asunto, ocurre lo mismo. El mar de fondo pasado por alto  en la polémica posee dos caras que son otras tantas fundamentaciones originarias  e inconfesadas de la creencia en la suprema perfección constitucional del instituto de la división de poderes y  de los checks and balances. La primera de ellas es que ambas instituciones constitucionales son el producto de una radical desconfianza en el poder del pueblo. La segunda es el enfoque platónico de desconfianza en la política misma. La política en occidente, se contempla como una techné, una sabiduría, una ciencia, en lugar de una conciencia.  Ambas cosas están relacionadas porque cuanto más sea la política administración de cosas que la realidad hace necesarias y no opciones de la libertad,  tanto más será preciso dejarla en manos de los conocedores, más alejada de  pueblo, menos democrática.

 

1.- La desconfianza en el poder del pueblo.

La funciones de revisión de la constitucionalidad de las leyes por órganos jurisdiccionales, sea en la forma de Tribunal Constitucional especifico concentrado, sea el la forma difusa de función  encomendada a los tribunales ordinarios,  en el constitucionalismo moderno, son un producto tardío de la misma inspiración que engendró la división de poderes y cheks and balances: evitar la potencia del pueblo. Esto se manifiesta de manera repetida y palmaria en todos los debates constitucionales desde los que precedieron a la Constitución americana que fue el paradigma de este género de construcciones. Incluso en sus antecedentes, en prácticas  anglosajonas interpretadas por Montesquieu, es producto de un esfuerzo  del conservadurismo como reacción a las revoluciones reales o potenciales. El pueblo, entregado a si mismo es la causa de  todo desorden, es la amenaza de las propiedades privadas de los ricos, e indefectiblemente  causaría la persecución de las minorías. La literatura de sostén de este argumento, en infinitas modulaciones, está entre las más abundantes del pensamiento político de casi todas las épocas. A pesar de la experiencia histórica masiva de que la persecución- y exterminio-  de minorías ha sido permanentemente obra de las tiranías y de que la apropiación  privada de los bienes comunes ha sido  invariablemente la conducta d e los poderosos en el poder, las guerras cosa dinástica, eclesiástica o de intereses  económicos, de oligarquías,  coloniales, etc.…el argumento nunca se estremece lo más mínimo: el pueblo es desorden y tiranía. Siempre debe de ser moderado, dirigido, apacentado, mediado, representado.  Donde Jean Jaurès decía  que “la democracia es, ante todo, una gran operación de confianza en el pueblo”, el Tribunal Constitucional está diciendo:  El orden constitucional es ante todo  desconfiar en el pueblo”.

Por decirlo lisa y llanamente, la revisión constitucional a cargo de los jueces no es democracia. Podrá ser otra cosa cuyo nombre queda por acertar, pero siempre teniendo en cuenta que las realidades no se entienden por lo que se llaman, sino por lo que son, no por su nombre (onoma) sino por su razón (logos). Pongámosle este espejo a la Gorgona.

Este discurso de la desvalorización del pueblo que la Gorgona constitucional pronuncia petrificándonos no va sin otras terribles miradas.       Perseo debía de cuidarse también de la cabellera de la Gorgona hecha de serpientes. Todo en el monstruo es monstruoso.

 


2º.- La desconfianza en la política misma.

Si seguimos a Hannah  Arendt,  hemos heredado en la filosofía occidental  desde Platón,  el enfoque de hacer prevalecer  en la ciudad al sabio ilustrado, apartado y distinto  del    lugar de discusión  y del  ágora popular.

El gobernante es  el  que conoce lo verdadero desde lo profesional. Es decir, lo sabe por su ubicación  en  otro sitio reservado, como  oficina  sagrada  y como descifrador de textos sagrados. Sabe lo adecuado y cierto para la ciudad – y para el vivir mismo- desde su conciencia. Platón es el primer pensador por culpa del cual la política es un espacio que abandonado a si mismo condena a Sócrates y a los sabios. Serían, dice Platón y la filosofía política  habitual,  estos últimos los que deben dirigir la polis y no que sea dirigida desde el ágora. Más precisamente, el lugar del ágora peor de todos, desde esa perspectiva, son  los tribunales igualitarios  del pueblo. ( la Heileia) pues tales tribunales son el lugar donde el pueblo ejerce su juicio en vez de ser el sitio donde  ejercen los sabios especializados en saber político y saber tout court. Precisamente era lo contrario, el reconocimiento del saber político de la gente común, los tribunales populares igualitarios , los que mejor definían  la verdadera democracia en Atenas.

Hace ya tiempo que cayó en  desuso el  tradicional planteamiento en la teoría política sobre quienes son más sabios, si los muchos o los pocos. Aquello quedó olvidado y olvidada también  que la razón de superación de este planteamiento no era la de la sabiduría sino la de la libertad. Política no es saber más sino ser más libre. Quien pretende saber más y por lo tanto mandar más, en el orden político, sabe menos. El gobierno de los sabios no solo es el gobierno de los ignorantes sino el de los tiranos. Como  señalaba Erasmo “no ha habido  un gobernante más perjudicial para la república -( ¡pestilentiores!  ) - que en aquellas ocasiones en que el poder ha recaído sobre los filósofos” (1).

 La política, dice el discurso platónico occidental, es una ciencia que no puede estar al alcance del vulgo. Una materia   en que solo uno o algunos  alcanzan y  uno o pocos  contemplan la verdad cuando salen de la caverna. La multitud  está encadenada y engañada  por  no contemplar  sino apariencias. Al rebajar  la política a  ciencia   se hace cosa no pública- no política-  sino   cosa del rey/filósofo, que conoce  lo absoluto. La res pública  no  es asunto de la discusión  y la deliberación de todos. La política, en definitiva, no debería ser política. Habría  un vínculo vicioso entre política y pueblo enfrentado a un círculo virtuoso entre sabiduría y conciencia personal de  uno o pocos. Debe, en definitiva, desconfiarse de lo político y la política. La ciudad debe ser gobernada por la clase de los sabios. En su versión moderna, la clase de los competentes y de los profesionales.



En su versión jurisdiccional, el logos mismo que la propia institución judicial profesional significa , repite incesantemente, con su existencia, este discurso. Es esto lo que significan  los jueces en tanto que profesión estatal. No son sus sentencias injustas sino la propia institución lo es en cuanto que  ella misma- la institución-  es,   por así decirlo, sentencia permanente y constantemente afirmada    del rechazo de la capacidad de juicio de la  voluntad popular.

La sabiduría, desde esta originaria versión platónica va siendo protagonizada, según las  ocasiones, por los tecnócratas,  o por  la sapiencia financiera y jurídica o por  el político profesional competente. Tanto da con tal que  se sitúe  lejos del vulgo cavernario y de la asamblea. La política occidental,  mira con mirada altiva y lejana, precisamente y paradójicamente, a  la misma   política. Lo hace por ser cosa pública,  cosa  de discusión y conflicto.  Ningún esfuerzo que aleje a la plebe ciudadana de la política es vano aunque con ello se sacrifique la política misma haciendo de ella una especialidad,  un coto vetado y  de responsabilidad  de una reservada  y reducida sala. Su símbolo máximo sería un tribunal de restringidos intérpretes del bien y del mal. A contracorriente de la política como ágora, del OXI masivo, estaría  el juicio de los expertos. La política, para ese pensamiento, no sería el lugar de intercambio de opiniones, de búsqueda y de lo provisional, lo acordado y convenido con todos sus riesgos de circunstancia y de libertad sino el lugar de las declaraciones inamovibles, deducidas de la Verdad, de lo absoluto e inaccesible a la decisión de los muchos, muchas  y libres. La política es el reino de lo necesario. La política sería la glosa incesante de lo dado, de lo constituido, de la Constitución. La interpretación de esa glosa cerrada  se ubica en el lugar cerrado cuyos miembros se eligen entre ellos calibrando lo que es cierto y lo que no lo es. La Constitución es la Ciudad Perfecta, atalaya  vigilante de lo político para que no se desmadre en voluntad de la polis que es el pueblo bajo, siempre engañado e ignorante.

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La política, incluso la filosofía política, no puede seguir marchando por esa senda platónica y elitista tan adecuada para la dominación .La filosofía política  y la política misma  son  un ejercicio de  pensar y no  una doctrina  definitiva, clara y distinta. Es un pensamiento y una praxis atenta a   la pluralidad, a la colectividad de los humanos y a lo que ellos quieren para ellos mismos.  La política Es ponerse en lo relacional, lo intersubjetivo. No es ni lo subjetivo ni lo objetivo. Política es  “ponerse en lugar del otro”, contemplar con “el pensamiento ampliado” por decirlo  en términos kantianos de la Critica del juicio (2). Al contrario, la política de hoy – la ilustrada por un Tribunal Constitucional- es ponerse a leer un texto en la soledad de la conciencia subjetiva  o en la soledad en compañía  de los suyos.  En la genuina  política, en efecto, lo intersubjetivo  es lo substancial. La responsabilidad es el  aparecer ante toda la colectividad   y decir públicamente .No es de extrañar que los grandes pensadores de la política entendida como fidelidad a  a una Idea, a un Texto,  se entreguen a la tiranía, como Platón con su aventura de Siracusa.


 Al hacer que el único o los únicas personas virtuosas   sean las sabias y  competentes, la virtud pública desaparece y con ella la res publica misma. Se extingue la república. Solo queda el texto como objeto sagrado y privado. Tan privado, mudo  y absoluto  como cualquier otra posesión o  propiedad particular. Privado de lo público.

Por algo estamos en monarquía.

 

  3.-La respuesta republicana:

 

 Mientas  tanto, seguimos enzarzados  en el planteamiento de la composición del Tribunal Constitucional.  En realidad se está discutiendo en la superficie de la espuma: ¿Quienes deben elegir a los jueces para que las resoluciones sean justas y sabias? La respuesta podría ser la deducida de  aquella sentencia radical y escéptica. Dado que   “ Crímenes, se cometen tanto por el senado como por el pueblo romano!”.(3) será justa, por ser libre, la sentencia del pueblo romano. Será sabia por ser libre desde el momento en que libertad es gobierno de nosotros mismos.  Porque   si crimen, injusticia o error  ha de cometerse, será nuestro crimen, nuestra responsabilidad libre de toda la república. No podemos renunciar a nosotros mismos ni a la necesidad de decidir todos .La de todos y todas  es la sabiduría propia  de  la democracia. El único juez justo y sabio  es el Tribunal Popular. El pueblo soberano hace dictar las leyes a sus mandatados, que  no representantes. El pueblo soberano, designa a quienes deben aplicarlas a los casos particulares, es decir juzgar con la radicalidad de la igualdad: Esta designación, en república,  se hace   por sorteo y rotativamente para que a todos alcance la obligación.  Cualquier intermediación  ilustrada por mayor conocimiento deliberativo  en la creación o aplicación de las normas  no puede ser sino de orden técnico y asesoría  pero  nunca de gobierno y mando.

 

(1) Erasmo. Elogio de la locura.  XXIV

(2). I. Kant. Critica del Juicio. Ak V,294

(3). Pascal. Pensamientos.  294

 

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