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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

14/2/16

HANNAH ARENDT . NOSOTROS LOS REFUGIADOS





Hannah Arendt, 1906-1975, es otra filósofa que vivió la amarga experiencia del exilio. Su condición de judía alemana le hizo participar, como víctima, de la terrible barbarie nazi. Conoció el peregrinaje sin retorno del exilio. Huyendo del nazismo, tuvo que abandonar su tierra, pasando por Ginebra, Praga, hasta llegar a París. El avance del nazismo sobre Francia le hizo conocer la prisión y el campo de concentración, Gurs22, hasta 1941, cuando consiguió huir hacia Estados Unidos. Arendt conoció la experiencia del exilio y de ser apátrida. En Estados Unidos permaneció como apátrida hasta 1951. Después, aunque volvió en diversas oportunidades a Alemania, nunca más consiguió regresar definitivamente a su tierra ni hacer la nueva tierra algo suyo. Peregrinó existencial y políticamente como exiliada.

En 1943, escribe un artículo, We refugees, para una pequeña revista Menorah, en que aborda de forma reflexiva la condición de los refugiados a partir de su propia experiencia. Arendt inicia su reflexión con una afirmación contundente: “No nos gusta que nos llamen de refugiados”23. Entre nosotros mismos, escribe Arendt, preferimos llamarnos emigrantes o recién llegados. En este punto, Arendt traza la paradoja que atraviesa a muchos de los refugiados con los que convive. Hasta ese momento, el término refugiado es un nombre que daba a aquellos que tuvieron que procurar refugio porque cometieron algún delito político de opinión u oposición. Con ellos, con los refugiados judíos, cambia el sentido del término refugiados. Muchos de los que tuvieron que huir y abandonar su tierra en Alemania, Francia, Italia no tenían una opinión política ni una militancia social definida. Llegaron a la condición de refugiados al ser perseguidos por su mera condición de judíos y porque fueron acogidos por “Comités de refugiados”.

Antes de la guerra era común que los que tenían que salir se auto-convenciesen de que lo hacían como emigrantes o nuevos pobladores, ocultando la condición judía que, en muchos casos, les obligaba a salir. La condición de emigrantes parecía ofrecer un horizonte de optimismo y nuevas posibilidades. Envueltos por este optimismo, ocultaban la realidad de que fueron forzados a salir y con la salida dejaron para atrás grandes pérdidas existenciales. Perdieron la casa, lo que significa perder la familiaridad de la vida cotidiana; perdieron sus trabajos, que equivale a perder la confianza en el saber hacer de este mundo; perdieron la lengua, lo que trae consigo perder la familiaridad de los gestos, la espontaneidad de expresar los propios sentimientos; perdieron familiares y amigos en los guetos y campos de concentración, lo que supuso una ruptura abismal en sus vidas particulares.

Todas estas pérdidas son arrastradas silenciosamente en cada nueva adaptación, exigida por las circunstancias de cada nueva tierra y nación. A cada lugar que llegaban, intentaban adaptarse como su nueva casa, esforzándose por ser buenos franceses en Francia, buenos americanos en Norte América, como fueron buenos alemanes en Alemania. Incluso los más optimistas pretendían pensar que su antigua vida era un exilio pasado y que la nueva vida es mucho mejor. Arendt presenta, irónicamente, el ejemplo de Mr Cohn que en Berlín había sido 150% alemán, un alemán super-patriota. En 1933, se encontró refugiado en Praga y muy rápidamente se volvió un patriota 150% checo. En 1937, expulso de Praga por el gobierno Nazi, se refugia en Viena, donde decide ser definitivamente un patriota 150º% austríaco, como era requerido. La invasión alemana le obliga a ir para Paris, donde Mr. Cohn nunca recibió un permiso de residencia regularizado. A pesar de estas pequeños inconvenientes administrativos, decide de forma convicta que su vida futura está en Francia y que se debe preparar para ser un buen francés, como "nuestro" antecesor Vercingetorix

En muchos casos, se evitaba hablar de las persecuciones y de los campos de concentración, para que no se interpretase como pesimismo o desconfianza de la nueva tierra. Aparentemente, nadie estaba interesado en conocer el horror del infierno tan próximo, ni el tipo de seres humanos a que habíamos sido reducidos en los campos de concentración25.

Quien es forzado a abandonar su tierra, deja para atrás lo que él era. En la nueva situación, el tratamiento burocrático le rebaja la condición de persona ciudadana a la de mero ser humano indiferente e potencialmente indigno. Todos los refugiados dejan para atrás su historia y pasan a incorporar el vacio de un formulario; ellos son simples datos formales rellenados por un funcionario. Un número abstracto que debe ser recibido y encajado en procedimientos burocráticos. La gran paradoja es que los refugiados son acogidos en los diversos países en nombre de los derechos humanos, pero: “aprendemos rápidamente que en este mundo pervertido es más fácil ser aceptado como un ‘gran hombre’ que como un mero ser humano”. Arendt anota que hay leyes no escritas que vigoran más eficientemente que las leyes formalmente establecidas. Esas leyes no escritas, las del prejuicio cultural, las del desprecio social, aunque no son oficialmente admitidas, son las que más directamente afectan a los refugiados. Esas leyes tienen la fuerza de una opinión pública. Lo que lleva a concluir, a Arendt, que la silenciosa opinión pública es más importante en sus vidas (la vida de los refugiados) que todas las declaraciones oficiales de hospitalidad y bienvenida. Eso provocaba que: “´podíamos fácilmente detectar el desespero enfermizo de la asimilación”.

 Arendt, como hizo María Zambrano, reflexiona sobre la condición de los refugiados a partir de su experiencia personal. Por ello, su reflexión está cargada de matices existencialistas y de vivencias humanas con un tono crítico muy acentuado. Para Arendt, una parte importante de la asimilación forzada proviene de otro problema previo y mayor. Ellos se encontraban desposeídos de ciudadanía, en la condición de apátridas, abandonados de todo derecho, eran meros judíos. Eso significaba que, en una especie de insulto conceptual, eran, sólo, meros seres humanos.

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Este es uno de los puntos críticos del pensamiento de Arendt sobre la relación entre el derecho y la vida humana. A partir de la experiencia concreta ocurrida con el nazismo, aquellos que perdieron la ciudadanía y se tornaron apátridas no están protegidos por el derecho porque son meros seres humanos. En un efecto paradójico, ocurre que por encontrarse en la condición de apátridas, sin un derecho nacional y una ciudadanía que recubra su mera condición de seres humanos, incluso en los Estados de derecho, sus vidas son, para el derecho, meras vidas naturales o biológicas abandonadas a su suerte. El vacio del derecho, provocado por la ausencia de ciudadanía, es ocupado por el prejuicio de aquellos que mantienen este estatuto, en cierta forma, privilegiado. Ciudadanos que no se sienten meros seres humanos, como los refugiados apátridas, y que miran aquellos desterrados como extraños que llegan en la condición de intrusos. El refugiado llega como extranjero y es acogido por un acto de benevolencia, pero su condición de extraño permanece. El extrañamiento, su diferencia distante, es el caldo de cultivo de la discriminación. Lo que lleva a concluir a Arendt que:“desde que la sociedad ha descubierto que la discriminación es una poderosa arma social por la cual alguien puede ser muerto sin derramar sangre […] ya no son necesarios papeles para materializar la distinción social”.

Arendt desarrolla más ampliamente la contradicción entre el derecho y la vida humana de los refugiados apátridas en el capítulo 5, El declinio del Estado-nación y el fin de los derechos del hombre, de la II parte, El Imperialismo, de su obra, Orígenes del Totalitarismo29. La actual formulación de los derechos humanos vincula, de forma inexorable la vigencia efectiva de los derechos a la existencia del Estado nacional moderno, de tal modo que la falta del Estado equivale a la usencia de derechos. Lo paradójico es que el refugiado apátrida, figura que debería encarnar por excelencia los derechos de la vida humana, muestra el vacio que aparece cuando su vida, que reclama por derechos fundamentales, no encuentra medios efectivos que implementar esos derechos. La declaración formal de derechos está muy lejos de ser una garantía real de los mismos. El refugiado es un testigo palpable de que hay un abismo entre mera vida humana y el derecho30. El concepto de derechos del hombre, según Arendt, basado en la mera existencia del ser humano como tal, se ha arruinado a partir de todos los acontecimientos que muestran que aquellos que han perdido todas las otras formas de identidad política y sólo les resta el ser meros seres humanos, están en un total abandono del derecho. La vida humana despojada de los derechos otorgados por el Estado se encuentra totalmente desprotegida, por lo que esos derechos sólo pueden denominarse de derechos de los ciudadanos de un Estado y difícilmente derechos de la persona o de la vida humana.

Esta cisión ya está explícita en el propio título de la Declaración de 1789, Declaration des droits de l'homme et du citoyen. El título de la declaración refleja la ambigüedad y el dualismo que existe entre hombre y ciudadano. No deja claro si son dos realidades diferentes e in-asimilables una en la otra, o una especie de dualismo en que el segundo término (ciudadano) ya estaría contenido en el primero (hombre). En esta última hipótesis, cabría preguntarse: ¿Por qué diferenciar dos tipos de derechos si los derechos del hombre engloban los del ciudadano? La separación no es casual ni anodina, muestra la cisión que separa el derecho de la vida humana, y que no hemos conseguido superar.

Arendt concluye la reflexión de su artículo, We refugees, afirmando una especie de tesis política según la cual: “los refugiados que viajan de un país para otro representan la vanguardia de sus pueblos”. Esta afirmación no es desarrollada por la autora en otros textos que sean de nuestro conocimiento, y aparentemente se pierde en el contexto de su comentario anterior. Pero ella apunta para un nuevo significado político del refugiado, más allá del estatuto de marginalidad y tolerancia benevolente que se le otorga. Afirmar que los refugiados “son la vanguardia de su pueblo” los posiciona como paradigma de una nueva conciencia histórica. En la condición de vanguardia del pueblo, dejan aquella condición de deshecho social acogido por caridad, para a vigorar como modelo de un nuevo estatus político.

Castor M.M. Bartolomé Ruiz

https://revdh.revues.org/988

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