Por Alberto Garzón
Izquierda
Unida define y decide su futuro en los próximos meses. Atacada una y otra vez
desde todos los flancos, externos pero también internos, es la organización que
más potencial transformador tiene de todas las existentes en la actualidad. No
obstante, para muchos es una sorpresa que aún estemos vivos. Recuerdo a Paco
Marhuenda decirme en privado hace unos meses que él contaba con que ya
hubiéramos desaparecidos bajo el tsunami de Podemos. Afortunadamente para la
izquierda y para las clases populares de este país, y desafortunadamente para
los tertulianos que representan a la oligarquía, eso no ha sucedido.
Es
verdad que lo hemos tenido casi todo en contra en los dos últimos años. Como
consecuencia de errores propios pero también por un claro interés externo en
quitar de en medio a la fuerza anticapitalista mejor organizada, hemos tenido
que esforzarnos mucho para seguir teniendo presencia institucional. Cuando
acepté ser candidato de IU, allá por noviembre de 2014, sabía perfectamente que
íbamos a un escenario de resistencia lleno de obstáculos. Hoy, comenzando 2016,
sabemos que no nos equivocábamos en absoluto.
Muchas
veces algunos amigos que me quieren me han preguntado que por qué hice eso. Que
por qué no me fui a Podemos, una organización en alza, y abandonaba así “un
proyecto agotado”. Siempre sonrío. Y trato de explicarlo con amabilidad. Les
comento que yo quiero ganar pero que para mí los resultados electorales sólo
son un poco de información más, que lo que verdaderamente importa es la red de
activistas y militantes comprometidos que, con una cultura política común,
inciden en la vida de la gente. Que el mundo no se cambia sólo a través de las
leyes. Y dedico minutos y minutos a explicar a mis amigos qué es para mí la
transformación social… Pero al final el mensaje que mejor se entiende es el
siguiente: porque soy comunista. Y es que ser comunista implica una serie de
cosas que se sobreentienden por casi todo el mundo.
Ser
comunista es defender un proyecto político basado en ideales de justicia social
y derechos humanos. Es tener una aspiración ético-política sobre la sociedad
del futuro. Pocos recordarán, a estas alturas, que el socialismo y el
movimiento obrero fueron los responsables de mantener viva la llama de los
derechos humanos desde 1794 hasta 1948. Y lo hicieron a un coste muy alto. Pero
ser comunista es también sentirse parte de la misma historia de los que luchan
por un mundo mejor, desde Espartaco hasta la Pasionaria, desde Robespierre
hasta Anguita, desde Luxemburgo hasta Ernesto Ché Guevara. No son las mismas
historias ni los mismos contextos, pero existe un hilo rojo de la historia que
da sentido a la noción de progreso. Y es verdad que el materialismo histórico
está tan dañado como la modernidad, que nos trajo guerras mundiales y bombas
atómicas y no un paraíso terrenal. Pero también es verdad que sin principios,
valores ni gente que lucha este mundo se hundiría en la competición salvaje del
sistema más insaciable e inhumano que ha existido: el capitalismo.
Y
para desplegar este/nuestro proyecto nos juntamos unos con otros; nos
organizamos. Lo hacemos en los centros de trabajo y en las calles, en los
institutos y facultades, en los pueblos y en las ciudades, y en todas partes
construimos organización. Una organización para transformar el mundo en el que
vivimos, para que nuestra gente abandone el reino de la necesidad y alcance el
reino de la libertad. Por eso estudiamos, pensamos, debatimos y enseñamos, para
tener ideología; y por eso elaboramos estrategias y tácticas, para convertirla
en realidad. Miramos a las encuestas y a los resultados electorales, sí, pero
mucho más el mundo real que nos rodea.
Conozco
muy bien esta organización y sus debilidades y fortalezas. Soy militante desde
el año 2003, un período muy difícil para nosotros y que para muchos significaba
el fin de la historia; ya se sabe, el fin de las ideologías y la reducción de
la política a la gestión posibilista del capitalismo. Ser comunista era
entonces aún más complicado, aunque parezca extraño. En ocasiones incluso me
sentía expulsado de mi propia organización por serlo. En el año 2008 no pude
votar en las primarias entre la candidata comunista –mi opción preferente- y
Gaspar Llamazares –entonces coordinador general y partidario de una política de
extremo acercamiento al PSOE- porque misteriosamente mi nombre había
desaparecido del censo. Porque yo era del PCE; comunista. Ni siquiera en
aquellos momentos pensé en dejar de luchar, ni dentro ni fuera.
Tampoco
ahora que otros han quedado deslumbrados por Podemos y han decidido
abandonarnos y tomar una salida individual que daña al proyecto colectivo. Una
ceguera causada por la idealización, cercana al enamoramiento, de nuevos
fenómenos sociales que se analizan sin el menor atisbo de crítica. ¡Como si uno
no pudiera reconocer lo que supone Podemos sin tener que engrosar sus filas o
plantear al mismo tiempo sus inconvenientes y errores! El daño a la izquierda
marxista es grande, pero de ningún modo determinante o definitivo.
En
estos años de militancia he luchado también contra el neocarrillismo y contra
los anticomunistas, que a veces van de la mano. ¿Recuerdan la alianza madrileña
en las últimas elecciones municipales? El neocarrillismo propugna una salida
puramente institucional, centrada en las elecciones, y en eso en nada se
diferencia de Podemos. El neocarrillismo se embadurna de retórica ortodoxa
vacía de contenido y se envuelve en banderas de patriotismo cuando detrás lo
que hay es lo de siempre: deseos indisimulados de ser la izquierda del régimen,
bien sea para cogobernar con el PSOE bien para sostener a las cúpulas
sindicales en sus regresivos pactos con la patronal. Un neocarrillismo que a
veces se dice comunista pero que vive de un marxismo fosilizado y simplista,
alérgico al estudio y aún más a la estrategia política. Un neocarrillismo que
niega la crisis de régimen y desconfía de las movilizaciones no sindicales
(15M, Rodea el Congreso, PAH…). ¿Recuerdan qué dijeron algunos patriotas sobre
las acciones del SAT o sobre Rodea el Congreso? En definitiva, un neocarrillismo
que dice querer fortalecer IU pero sólo trabaja para constituirla
definitivamente como partido clásico en el que las células vivas del PCE queden
prisioneras y ahogadas.
Por
todo ello, en estos momentos en los que nuestro país se juega tanto, un orden
social y las formas de vida de las próximas generaciones, muchos vamos a dar la
batalla. Pues un mundo mejor requiere instrumentos adecuados para construirlo.
Daremos la batalla para no dejar al alma podemita o al alma neocarrillista esta
organización. La batalla para que la militancia tome la palabra. La batalla
para que IU vuelva a ser lo que nunca debió de dejar de ser: un organismo vivo,
un movimiento social de carácter republicano, feminista, ecologista y
democrático-radical, un instrumento para la transformación social, una
organización que continúe el hilo rojo de la historia. Y un espacio desde el
que el PCE pueda desplegar su mejor tradición: la de Pepe Díaz y la unidad
popular. Y es que algunos somos, mal que pese a tantos, comunistas.
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entrada En defensa de IU aparece primero en Alberto Garzón.
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