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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

13/1/12

EL ARBOL REPUBLICANO DEL CONOCIMIENTO: HANNA ARENDT : Las raices del republicanismo moderno ( I PARTE)




“El pensamiento político de Hanna Arendt está entre los muy pocos que pasan la prueba del año 1989, y que han salido reforzados del impacto con el muro derrumbándose”
Paolo Flores d´Arcaes



“Nadie como Hanna Arendt ha sabido captar en este siglo que el lugar público determina nuestra humanidad”.- Paolo Flores d´Arcais.




Considerada por muchos  como la filosofa política más importante del siglo XX, e incluso como una pensadora para el siglo XXI,  Hannah Arendt (1906-1975) no es clasificable en ninguno de los  “ismos” convencionales.  La intención de incluirla en el “Árbol Republicano”  no es por lo tanto de encasillarla  sino traerla como uno de los antecedentes, de entre los más fructíferos e inagotables, del resurgimiento del pensamiento político republicano de los últimos años. En su obra se encuentran muchos rasgos y hasta  raíces  de esa tradición que con posterioridad a ella se ha “redescubierto” en la filosofía política de hoy en torno a dicho termino. En efecto, Hannah Arendt,  como dice F.Vallespin. “fue republicana antes del republicanismo”.    Su reflexión  hoy es un grito de combate filosófico frente a la reducción de los teóricos convencionales de la política, a menudo realistas y banales, y  una verdadera reflexión política frente a la homogenización  y superficialidad conformista llevada a cabo por los políticos profesionales. Pero sobre Hannah Arendt es difícil no matizar ,  es imposible seguirle sin    enfrentarse valientemente a la paradoja, es imposible acceder a ella sin un esfuerzo de atreverse a salir de los espacios manidos.. Por eso, al mismo tiempo, su grito valiente por el valor de la política  y la actividad política, la enfrenta también a la superficial condena tan de actualidad hoy de los políticos y la política.  “Somos personas normales y corrientes, no somos políticos” “Somos personas e individuos no ciudadanos”,….y otros tantos slogans  de éxito  entre postmodernos y o movimientos populistas  de éxito serían  para Annah Arednt signo de un rebaja  de la   condición humana mas digna. Ese “ciudadano normal y corriente , no político” cuya actividad política es simplemente  reclamar servicios y derechos  de instancias superiores es el resultado de una  deshumanización.  Pero Arendt tiene para todos. Contra  lo que se considera banalmente  y superficialmente la la izquierda y la derecha . Si contra aquellos populismos de izquierda  se puede dirigir hoy su critica actualizada , no menos recibe un varapalo la derecha que reivindica “ mas sociedad menos estado”, ”, desvelando y denunciando Arendt el profundo significado alienador de rechazar lo público y extender el reino  exclusivo de lo privado, es decir el reino de la legitimación de la  dominación y la sumisión . Sus textos, nunca sistemáticos, son difíciles, e inútil de  abordarlos  sin esfuerzo de acompañarlos de reflexión personal. Cuando esto se hace, es difícil también no quedar seducido.


Traemos aquí una selección de un  capítulo de un texto suyo  ¿Que es la política? Reconstruido con manuscritos de una obra que no publicó: “Introducción a la política” .Es un texto privilegiado para conocer su pensamiento y su  concepción central de  la política como espacio de relación y de humanidad.


Este texto es la primera parte de los dos que presentamos. Junto a él, y como una segunda parte en este blog , a continuación, presentamos, un segundo ,  esta vez de Patricio Flores d´Arcaes  también sobre Hanna Arendt:  “ Hannah Arendt para Flores d´Arcaes: Politica y pensamiento abierto”  y que situamos también  , a continuación, como  “ El árbol republicano del conocimiento:  Las raíces del republicanismo moderno”


(Hacer clic en  “leer mas”, para artículo  integro.)


I.-Capitulo: Los prejuicios.

Hanna Arednt
a)    El prejuicio contra la política y lo que la política es hoy de hecho:


En nuestro tiempo, si se quiere hablar sobre política, debe empezarse por los prejuicios que  todos nosotros, si no somos políticos de profesión, albergamos contra ella.  Estos prejuicios, que nos son comunes a rodos, representan por si mismos algo político en el sentido más amplio de la palabra: no tienen su origen en la arrogancia de los intelectuales ni son debidos al cinismo de aquellos que han vivido demasiado y han comprendido demasiado poco. No podemos ignorarlos porque forman parte de nosotros mismos y no podemos acallarlos porque a apelan a realidades innegables y reflejan fielmente la situación efectiva en la actualidad y sus aspectos políticos. Pero estos prejuicios no son juicios. Muestran que hemos ido a parar a una situación en que políticamente no sabemos. -o todavía no sabemos-, cómo movernos. El peligro es que lo político desaparezca absolutamente. Pero los prejuicios se anticipan, vandemasiado lejos, confunden con po0litica aquello que acabaría con la política y presentan lo que seria una catástrofe como si perteneciera a la naturaleza del asunto y fuera , por lo tanto, inevitable. Tras los prejuicios contra la política se encuentran hoy dia, es decir, desde la invención de la bomba atómica, el temor de que la humanidad provoque su desaparición a causa de la política y de los medios de violencia puestos a su disposición y- unida estrechamente a dicho temor- la esperanza de que la humanidad será razonable y se deshará de la  política antes de que  de si misma ( mediante un gobierno mundial que disuelva el estado en una maquinaria administrativa que resuelva los conflictos políticos burocráticamente y que sustituye a los ejércitos y a los cuerpos policiales). Ahora bien, esta esperanza  es de todo punto utópica si por política se entiende -cosa que generalmente ocurre- una relación entre dominadores y dominados. Bajo este punto de vista, en lugar de una abolición de lo político obtendríamos una forma despótica de dominación ampliada hasta lo monstruoso, en la cual el abismo entre dominadores y dominados tomaría unas proporciones tan gigantescas que ni siquiera serian posibles las rebeliones, ni mucho menos que los  dominados controlasen de alguna manera a los dominadores.  Tal carácter despótico no se altera por el hecho de que  en este régimen mundial  no pueda señalarse a ninguna persona, a ningún déspota,  ya que la dominación burocrática, la dominación a través del anonimato de las oficinas, no es menos despótica porque “nadie” la ejerza.  Al contrario es todavía más temible., pues no hay nadie que pueda hablar con este Nadie ni protestar ante él. Pero si entendemos por político un ámbito del mundo den que los hombres son particularmente activos y dan a los asuntos humanos una durabilidad que de otro modo no tendrían, entonces la esperanza no es en absoluto utópica. Eliminar a los hombres en tanto que activos es algo que ha ocurrido con frecuencia en la historia, solo que no a escala mundial- bien sea en la forma (para nosotros extraña y pasada de moda- de la tiranía, en que la voluntad d un solo hombre exigía vía libre, bien sea en la forma de totalitarismo moderno, en el que se pretende liberar “fuerzas históricas” y procesos impersonales y presuntamente superiores con el fin de esclaviza a los hombres. Lo propiamente apolítico- en sentido fuerte-  dela forma de dominación es la dinámica que ha desencadenado y que le es peculiar: todo y todos los que hasta ayer pasaban  por grandes y puede- e incluso deben- ser abandonados al olvido si el movimiento quiere conservar su ímpetu. En este sentido no contribuye precisamente a tranquilizarnos el constatar que en las democracias de masas tanto la impotencia de la gente como el proceso de consumo y de olvido se han impuesto subrepticiamente, sin terror, que incluso espontáneamente- si bien dichos fenómenos se limitan al mundo libre, donde no impera el terror, estrictamente a lo político y lo económico 

Sin embargo los prejuicios contra la política, la idea de que la política  interior es una sarta fraudulenta y engañosa de intereses e ideologías mezquinas, mientas que la política exterior fluctúa entre  al propaganda vacía y la cruda violencia son considerablemente mas antiguos que la invención de los instrumentos con los que poder destruir toda la vida organiza sobre la tierra. Por lo que concierne a l a política interior, estos prejuicios son al menos tan antiguos- algo mas de  un centenar de años- como la democracia parlamentaria, la cual pretendía representar, pro primera vez en la historia moderna, al pueblo ( aunque el pueblo nunca se lo ha creído). En cuanto a la política exterior, su nacimiento se dio en las primeras décadas de expansión  imperialista a finales del siglo pasado, cuando los estados nacionales, no en nombre de la nación sino a causa de sus intereses económicos nacionales, empezaron  a extender la dominación europea por toda la tierra. Pero lo que hoy da su tono peculiar al prejuicio contra l apolítica es: la huida hacia la impotencia, el deseo desesperado de no tener que actuar eran entonces todavía prejuicio y prerrogativa de una clase social restringida que opinaba como Lord Acton que el poder corrompe y la política del poder absoluto corrompe absolutamente. Que esta condena del poder se corresponda completamente con los deseos todavía inarticulados de las masas, no lo vio nadie tan claramente como Nietzsche en su intento de rehabilitarlo- aunque él , de acuerdo con el sentir de la época, también confundió , o identificó, el poder (Macht)-  que un único individuo nunca puede detentar porque surge de la actuación conjunta de muchos,- con la violencia  ( Gewalt ) de la que si puede apoderarse uno solo.

a)    El sentido de la política:

La pregunta por el sentido de la política y la desconfianza frente a ella son muy antiguas, tanto como la tradición de la filosofía política. Se remontan a Platon y quizás incluso a Parmenides y se originan en experiencias sumamente reales vividas por los filósofos en la polis, eso es, en la forma de organización de la convivencia humana que ha determinado ejemplar y tan modélicamente lo que hoy todavía entendemos por política que incluso de ahí proceden nuestras palabras para  designarlo en todas las lenguas europeas. 
  
Tan antiguos como el sentido de la política son las respuestas que justificaban la política, y casi todas las determinaciones o definiciones de lo político que hallamos en nuestra tradición son, por su contenido autentico, justificaciones. Hablando en general, todas estas justificaciones y definiciones vienen a designar la política como un medio para un fin  elevado, fin ultimo, por cierto, cuya determinación ha sudo  muy diversa a través de los siglos. Aun así, toda esta diversidad se puede resumir en unos pocos términos fundamentales y este hecho habla por si solo de la elemental sencillez de las cosas que aquí tratamos.

La política, se dice, es una necesidad ineludible para la vida humana, tanto individual como social. Puesto que el hombre no es autárquico, sino que depende en su existencia de otros, el cuidado de esta debe concernir a todos, sin lo cual la convivencia seria imposible. Misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio. Es ella quien hace posible al individuo perseguir en paz y tranquilidad su s fines no importunándole. Es completamente indiferente en que esfera de la vida se sitúen dichos fines: puede tratarse, en el sentido antiguo,. De posibilitar que unos pocos se ocupen de filosofía, en el sentido moderno, de asegurar a muchos el sustento y un mínimo de felicidad. Dado que, como Madison observó  una vez, en esta convivencia se trata de hombres  no de ángeles, el cuidado de la existencia solo puede tener mediante une estado que posea el monopolio  de la violencia y evite la guerra de todos contra todos.

A estas respuestas les es común tener por obvio  que allí donde los hombres conviven, en un sentido histórico-civilizatorio, hay y ha habido siempre política. Para abonar tal obviedad se acostumbra a apelar a al definición aristotélica del hombre como un ser vivo político y esta apelación no es irrelevante porque la polis ha determinado  decisivamente tanto la  concepción europea de lo que es verdaderamente la política como la forma lingüística de referirse a ello. Por eso tampoco es irrelevante que la apelación de Aristóteles se base en un malentendido muy antiguo aunque ya posclásico. Aristóteles, para quien la palabra politikon  era un adjetivo  para la organización de la polis y no una característica arbitraria de la convivencia humana, no se refería de ninguna maneras a que todos los hombres fueran políticos o a que en cualquier parte donde viviesen hombres hubiera política, es decir polis. De su definición quedaban excluidos no solamente los esclavos sino también los bárbaros de reinos asiáticos gobernados despóticamente, bárbaros de cuya humanidad no dudaba en absoluto.  A lo que se refería  era simplemente a que es una particularidad del hombre que pueda vivir en una polis y que la organización de esta representa la forma suprema humana de convivencia y es, por lo tanto,  humana en un sentido especifico,  igualmente alejado de lo  divino, - que puede mantenerse por si solo en plena libertad y autonomía- y de lo animal- en que la convivencia , si es que se da, es una forma de vida marcada por la necesidad. La política por lo tanto en el sentido de Aristóteles, no es en absoluto una obviedad ni se encuentra dondequiera que los hombres convivan. Según los griegos, sólo la hubo en Grecia  e incluso allí por un espacio de tiempo relativamente corto.
  
Lo que distinguía la convivencia humana en la polis de otras formas de convivencia humana que los griegos conocían muy bien era la libertad. Pero esto no significa que lo político o la política como un medio para posibilitar la libertad humana, un vida libre. Ser libre y  vivir en una polis eran en cierto sentido uno y lo mismo.  Pero solo en cierto sentido, pues para vivir en una polis, el hombre ya debía de ser libre en otros aspectos: como esclavo no podía estar sometido a la coacción  de ningún otro, ni como laborante, a la necesidad de ganarse el pan  diario. Para ser libre el hombre debía ser liberado, o liberarse él mismo y este estar libre de las obligaciones necesarias para vivir era el sentido propio del griego schole o del romano otium, el ocio, como decimos hoy. Esta liberación, a diferencia de la libertad, era un fin que debía y podía conseguirse a través de determinados medios. El decisivo era el esclavismo la violencia con que se obligaba a que otros  asumieran la penuria de la vida diaria. A diferencia  de toda forma de explotación capitalista, que persigue directamente fines económicos y sirve al enriquecimiento, los antiguos explotaban a los esclavos para liberar completamente a los señores de la labor ( Arbeit), de manera que éstos pudieran entregarse a la libertad de lo político.  Esa liberación se conseguía por medio  de la coacción y de la violencia, y se basaba en la dominación absoluta que cada amo ejercía en su casa. Pero esta dominación no era ella misma política, aun cuando representaba una condición  indispensable para todo lo político. Si se quiere entender lo político  en el sentido de la categoría medios-fines, entonces ello  era, tanto en el sentido griego como en el de Aristóteles ante todo un fin y no un medio. Y el fin no era la libertad tal y como se hacia realidad en la polis sino la libertad prepolítica para la libertad de la polis.  En ésta, el sentido de lo político, pero no su fin, era que los hombres trataran en ella en libertad, mas allá de la violencia, la coacción y el dominio, iguales con iguales, que mandaran y obedecieran sólo en momentos necesarios- en la guerra-y, si no, que regularan todos los asuntos hablando y persuadiéndose entre si


Lo político en este sentido se centra, por lo tanto, en la libertad comprendida negativamente  como no ser dominado y no dominar, y positivamente como un espacio solo establecible por muchos, en que cada cual se mueve entre iguales. Sin tales otros, que son mis iguales, no hay libertad. Por eso quien domina a los demás, y es, por principio, distinto de ellos, puede que sea más feliz y digno de envidia que aquellos que los que domina pero no más libre. También él se mueve en un espacio en el que no hay libertad en absoluto. Para nosotros eso es difícil de comprender porque con el de igualdad unimos el concepto de justicia y no el de libertad, malentendiendo así, en nuestro sentido de igualdad ante la ley, la expresión griega por una constitución libre isonomía. Pero isonomía no significa que todos  sean iguales ante la ley  ni tampoco que la ley sea la misma para todos sino simplemente que todos tienen el mismo derecho a la actividad política y esta actividad era en la polis preferentemente  la de hablar los unos con los otros. Isonomía es por tanto libertad de palabra y como tal lo mismo que isegoría,  más las tarde las llamara Polibio simplemente isologia. Hablar en la forma de ordenar, y escuchar en la forma de obedecer no tenían el valor de los verdaderos hablar y escuchar; no eran libertad de palabra porque estaban vinculados  a un proceso determinado no por el hablar sino por el hacer o el laborar. Las palabras en este sentido eran solo un sustituto de un hacer que presuponía la coacción. Cuando los griegos decían que los esclavos y los bárbaros eran aneu logo, que no poseían palabra, se refería a que se hallaban en una situación en la que el habla era imposible. En la misma situaron se encontraba el déspota, que solo sabe ordenar; para poder hablar necesita de otros de igual condición. Por consiguiente para la libertad no es necesaria una democracia igualitaria  en el sentido  moderno sino una esfera restringida en el que unos pocos o los mejores traten los unos con los otros como iguales ente iguales. Naturalmente esta igualdad no tiene lo mas mínimo que ver con la justicia.


Lo decisivo de esta libertad política es su vínculo a un espacio. Quien abandona su polis o es desterrado pierde no solamente su hogar y su patria sino también el único espacio donde podía ser libre; pierde a compañía de los que eran sus iguales.   Los griegos sabían por propia experiencia que n tirano razonable (lo que hoy nosotros llamaríamos un déspota ilustrado) era una gran ventaja para la prosperidad de la ciudad y el florecimiento de las artes tanto materiales como intelectuales. Solo que así se acababa la libertad. Se expulsaba a los ciudadanos de sus hogares y el espacio en que se daba el trato entre iguales libres, l agora, quedaba desierto. La libertad no tenia espacio y esto significaba que ya no había libertad política.
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Que política y libertad van unidas y que la tiranía es la peor de todas las formas de estado, la más propiamente antipolítica, recorre como un hilo rojo el pensamiento y la acción de la humanidad europea hasta la época más reciente. Solo los estados totalitarios y sus correspondientes ideología- pero no el marxismo que proclamaba el reino de la libertad y entendía la dictadura del proletariado en el sentido romano como una institución pasajera de dominación- han osado cortar este hilo, de manera que lo propiamente nuevo y  espantoso de ellos no es la negación de la libertad o la  afirmación de que la libertad  no es buena ni necesaria para el hombre; es mas bien la convicción de que la libertad debe ser sacrificada   al desarrollo histórico cuyo proceso puede ser obstaculizado por el hombre, únicamente si este actúa y se mueve en libertad. Lo decisivo es que la libertad no se localice ni en el hombre que actúa y se mueve libremente ni en el espacio que surge entre los hombres, sino que se transfiera a un proceso que se realiza a espaldas del hombre que actúa , y que opere, ocultamente, mas allá del espacio visible de los asuntos públicos.
  
Que la idea de política tiene inevitablemente algo que ver con la libertad, idea nacida por primera vez en la polis griega, se haya podido mantener a través de los siglos es tanto mas notable y consolador si tenemos en cuenta que en el trascurso de tal espacio de tiempo apenas hay un concepto del pensamiento y de la experiencia occidentales que se haya transformado y tamben enriquecido más. Ser libre significaba originariamente poder ir donde se quisiera, pero este significado tenia un contenido mayor que lo que hoy entendemos como libertad de movimiento. No solamente se refiere  que no se estaba sometido a al coacción de ningún hombre sino también a que  podía alejarse del hogar y de su familia” (concepto romano que Momsen tradujo sin mas por servitud). Esta libertad la tenia únicamente el señor de la casa y no consistía en que él dominara sobre los restantes miembros de ésta, sino que gracias a ese dominio podía dejar su hogar, su familia en el sentido antiguo., Es evidente que esa libertad conllevaba el elemento del riego, del atrevimiento; quedaba a la voluntad del hombre libre abandonar el hogar, que era no solo el lugar en que los hombres estaban dominados por la necesidad  la coacción, sino también , y en estrecha relación con ello, el lugar donde la vía estaba garantizada, donde todo estaba listo para rendirse a las necesidades vitales. Por lo tanto solo era libre quien estaba dispuesto a arriesgar su vida; no lo era y tenia un alma esclava quien se aferraba a la vida con un amor  demasiado grande-un vicio para el que la lengua  griega tenia un palabra especifica (philopsyquia). Amor a la vida es pues un reproche contra el que el  griego a si mismo y el trágico a sus personajes heroicos acostumbraba a defender….Generalmente el amor a la vida es atribuido a los sirvientes y esclavos como un rango denigrante que los diferencia de los libres. La valentía es la primera de las virtudes políticas y hoy todavía forma parte de las pocas virtudes cardinales de la política, ya que únicamente podemos acceder al mundo publico común a todos nosotros, que es el espacio propiamente político, si nos alejamos de nuestra existencia privada y de la pertenencia a la familia a la que nuestra vida esta unida.
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Algo bien distinto ocurre con la libertad de hablar los unos con los otros que en  definitiva solo es posible en el trato con los demás. Lo decisivo no es de ninguna manera que a uno pueda  decir  lo que quiera, o que cada hombre tenga derecho a expresarse tal como sea. Aquí de lo que se trata mas bien  es de darse cuenta de que nadie comprende adecuadamente por si mismo y sin sus iguales lo que es objetivo en su plena realidad. Porque se le muestra y manifiesta siempre en una perspectiva que  se ajusta a su posición en el mundo  y le es inherente. Solo puede ver y experimentar el mundo  tal como este es “realmente” al entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre ellos, que los separa y los une, que se muestra distinto a ada uno de ellos y que, por este motivo, únicamente es comprensible en la medida que muchos, hablando entre si sobre el , intercambian  sus perspectivas. Solamente en la libertad del conversar  surge en su objetividad visible desde todos los lados el mundo del que se habla. Vivir en un mundo real y hablar sobre él  con otros son en el fondo lo mismo, y a los griegos la vida privada les parecía idiota porque le faltaba esta diversidad del hablar sobre algo, y consiguientemente, la experiencia de cómo van verdaderamente las cosas en el  mundo.
 Ahora bien, esta libertad de movimiento, sea la de ejercer la libertad y comenzar algo nuevo e inaudito sea la libertad de hablar con muchos, no era ni es de ninguna manera el fin de la política- aquello que podía conseguirse con fines políticos- es mas bien el contenido auténtico y el sentido de lo político mismo. En este sentido política y libertad son idénticas y donde no hay esta ultima tampoco hay espacio propiamente político. Así, los griegos pensaban  que en el trato con los otros estados la polis ya no debía comportarse políticamente sino que podría utilizar la violencia- fuera porque su subsistencia estuviera amenazada por el poder de otras comunidades, fuera porque ella misma quisiese someter a otros. En otras palabras, lo que hoy llamamos política exterior no era para los griegos política en sentido propio.
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Platon de muy diversas maneras intentó oponerse a la polis y a lo que en ella se entendía como libertad. Lo intentó mediante una teoría política en la que los criterios políticos no se extraían de lo político mismo sino de la filosofía mediante la elaboración de una constitución dirigida a la comunidad cuyas leyes correspondieran a las ideas, solo accesibles a los filósofos y finalmente mediante la influencia que quiso ejercer sobre un gobernante del que esperaba que haría realidad dicha legislación. A estos intentos pertenece también la fundación de la Academia.  Pero esta libertad trajo al mundo un nuevo concepto de libertad.

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El espacio libre de la Academia debía ser un sustituto plenamente valido de la plaza del mercado, el ágora, el espacio central libre dela polis. Los pocos, si querían seguir siéndolo, debían desligarse de las actividades de la polis y el ágora. Debían quedar liberados de la política en el sentido griego exactamente como los ciudadanos debían quedar liberados de las necesidades para dedicarse a la política. Y debían abandonar el espacio de lo propiamente político para poder entrar en el espacio de lo académico.
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Es en este contexto que se dice por primera vez que la política es algo necesario, que lo político en su conjunto es sólo un medio para un fin mas elevado, situado mas allá de lo político mismo, que consiguientemente, debe justificarse en el sentido de tal fin.  El mismo Platon  todavía podría haber creído que la academia conquistaría y dominaría la polis algún día. Para sus sucesores, para los filósofos de la posteridad lo que quedó fue sólo que la academia garantizaba a los pocos un espacio institucional de libertad, y que esta libertad se entendió  desde el principio como contrapuesta a la libertad de la plaza del mercado; al mundo de las opiniones engañosas y al hablar mentiroso debía oponerse un contramundo de la verdad y del hablar adecuado a ella; el arte de la retórica, la ciencia de la dialéctica. Lo que se impuso y ha determinado hasta hoy  nuestra idea de la libertad académica no fue la esperanza de Platon de decidir sobre la polis y la política desde la academia y la filosofía, sino el alejamiento de la polis, la apolitia, la indiferencia respecto de la política.
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La causa de que por lo  que respecta a lo político y los políticos se haya dejado sentir hasta nuestra época de que lo político se justifica y deba justificarse por fines superiores y externos, reside en el rechazo y la tergiversación de lo político, operada por el cristianismo. Para los cristianos no se trata de establecer un espacio de los pocos junto al delos muchos, tampoco de fundar un contraespacio para todos frente al espacio oficial, sino del hecho, de que un espacio  publico en general, sea para muchos o para pocos, es , por su carácter publico, intolerable. Cuando Tertuliano dice que “a nosotros, cristianos, nada nos es más extraño que los asuntos públicos” el acento se pone precisamente sobre lo público.

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