Carta de Babeuf a
Coupé de l'Oise, 10 septiembre 1791 en ocasión de haber sido éste elegido en la Asamblea Legislativa
Fuente: La
Carmagnole-Comunicado por Joan Tafalla.
http://lacarmagnole.blogspot.com.es/2011/06/democracia-y-ley-agraria.html
Traduccion: Joan Tafalla
El acontecimiento de su designación, ciudadano, no es, en
mi círculo visual, un pequeño acontecimiento. Siento la necesidad irresistible
de detenerme para pensar y calcular sus consecuencias. Reflexiono sobre lo que
cabe esperar de alguien que ha predicado a gente sorda estas verdades
memorables, las cuales han tenido por lo menos el efecto de convencerme de que,
en cuanto a él, las tenía bien arraigadas en su mente: Que era preciso hacer
nuestros esos grandes principios sobre los cuales la sociedad está establecida:
la Igualdad ,
primitiva, el Interés general, la
Voluntad común que decreta las leyes y la Fuerza de todos que
constituye la soberanía. ¡Hermano! el precepto de la antigua ley: Ama a tu
prójimo como a ti mismo; la sublime máxima de Cristo: Haz a los demás todo lo
que quieres que te hagan a ti; la Constitución de Licurgo, las instituciones más
hermosas de la
República Romana , quiero decir, la ley agraria; los
principios de usted, que acabo de enumerar; los míos, que le he consignado en
mi última carta, y que consisten en asegurar a todos los individuos primeramente
el sustento y, en segundo lugar, una educación pareja; todo esto parte de un
punto común, y va también a parar a un mismo centro.
Ese centro es siempre el fin único hacia el cual tenderán
todas las constituciones de la tierra, cuando se van perfeccionando. Bien se
pueden abatir los cetros de los reyes, constituirse en república, proferir
continuamente la sagrada palabra de igualdad, sólo se perseguirá un vano
fantasma, sin llegar a nada. Se lo digo bien claro, a usted, mi hermano, y no
me atrevería a insinuárselo a otros: esta ley agraria, que los ricos temen y
ven venir, y en la que aún no piensan en absoluto las multitudes de los
desposeídos, es decir, las cuarenta y nueve cincuentavas partes del género
humano, las cuales sin embargo, si no llega pronto, morirán en su totalidad dentro
[sic] dos generaciones cuando más (averiguaremos juntos, matemáticamente, esta
espantosa predicción en cuanto usted quiera); esta ley que, si recuerda bien,
un día en que estaba entre nosotros dos, Mably (3) invocaba ardientemente; esta
ley que no asoma jamás en el horizonte de los siglos sino en circunstancias
como las que vivimos hoy; es decir, cuando los extremos verdaderamente se
tocan; cuando la propiedad de la tierra, la única verdadera riqueza, se
encuentra en pocas manos, y cuando la imposibilidad universal de saciar el
hambre impulsa a las multitudes a reivindicar el gran dominio del mundo, donde
el Creador quiso que cada ser humano poseyese el radio de circunferencia
necesario para producir su propio sustento; esta ley, digo, es el corolario de
todas las leyes; en ella descansa siempre un pueblo una vez que ha logrado mejorar su constitución en todos los demás
aspectos (...) ¿qué digo? Es entonces cuando simplifica asombrosamente esa
constitución.
Usted se habrá dado
cuenta de que, desde que la nuestra comenzó, hicimos cada día cien leyes; y a
medida que estas se han multiplicado, nuestro código se ha vuelto cada vez más
oscuro. Cuando lleguemos a la ley agraria, preveo que, siguiendo el ejemplo del
legislador de Esparta,(4) este código demasiado inmenso será entregado a las
llamas, y una sola ley de seis o siete artículos nos bastará. Me comprometo a
demostrarlo con mucho rigor. Usted reconocerá sin duda, al igual que yo, esta
gran verdad, de que la perfección de una legislación depende del
restablecimiento de esa igualdad primitiva que usted canta en forma tan hermosa
en sus poemas patrióticos; y, como yo, usted siente sin duda también que
marchamos a grandes pasos hacia esta asombrosa revolución.
Precisamente por eso, yo, que soy tan partidario del
sistema, no me decido a abandonar las
contemplaciones a que me entrego, al ver que sus principios y su energía hacen
de usted tal vez la persona más apropiada para preparar esta gran conquista, y
que la Providencia
parece secundarnos impulsándolo a una carrera conveniente para combatir más
ventajosamente en favor de la causa. Sí, usted estaba tal vez elegido, y quizás
lo estábamos los dos, para ser los primeros en sentir y hacerles sentir a los
demás el gran misterio, el gran secreto que ha de romper las cadenas humanas.
Si así es, ¡cuan grande lo veo entre los legisladores! Pero, ¿de que modo
concibo que, con toda la fuerza de que usted está armado, le será posible
dirigir los primeros movimientos para acelerar tan hermosa victoria? ¿Será abiertamente
y por un manifiesto preciso como habrá de anunciarse al salvador del mundo? No,
sin la menor duda, y no sería bien acogido si propusiese crudamente tales consideraciones
a nuestra desgraciada asamblea.(5) Su virtud se vería obligada, para combatir
la corrupción, a servirse de las armas generalmente introducidas por esta misma;
habrá que oponer una política a otra política.
Será preciso que las disposiciones principales estén bien
disfrazadas, y que no parezcan tender en absoluto hacia el fin concertado. Pero
reflexiono (...) y me digo: no hay casi nadie que no rechace lejos de sí la ley
agraria; el prejuicio en relación con ella es mucho peor que con la monarquía,
y siempre han acabado ahorcados aquellos que han osado abrir la boca sobre este
gran tema. ¿Estoy seguro de que J. M. Coupé estará de acuerdo conmigo en este
sentido? ¿No me objetará, al igual que todo el mundo, que de ello resultaría la
defección de la sociedad; que sería injusto despojar a todos aquellos que han
adquirido legítimamente, y que ya nadie haría nada por los demás; y que,
suponiendo que la cosa fuese posible, las modificaciones posteriores
restablecerían muy pronto el orden anterior? ¿Quedará satisfecho con mis respuestas:
que la tierra no debe ser alienable; que al nacer cada hombre debe encontrar
para sí una porción suficiente de ella, tal como sucede con el aire y el agua;
que al morir debe legarla, no a sus herederos más cercanos sino a la sociedad
entera; que precisamente este sistema de alienabilidad ha sido el que lo ha transmitido
todo a unos, y no ha dejado nada para los otros...; que las convenciones tácticas,
gracias a las cuales los precios de los trabajos más útiles han sido reducidos
a la tasa más baja, mientras que los precios de las ocupaciones indiferentes o
incluso perniciosas para la sociedad han sido centuplicados, estas convenciones
son las que le han entregado al obrero inútil los medios para expropiar al
obrero útil y más laborioso...; que si hubiese existido más uniformidad en los
precios de todos los trabajos, si no se les hubiese asignado a algunos de ellos
un valor de opinión, todos los obreros serían ricos en igual medida; que por
consiguiente una nueva repartición no haría sino volver a poner las cosas en su
lugar...; que si la tierra hubiese sido declarada inalienable (sistema que
destruye totalmente la objeción del peligro de restablecer la desigualdad
mediante las mutaciones, después de la distribución), cada hombre tendría asegurado
su patrimonio, y no habríamos dado vida a estas inquietudes, continuas y siempre
desgarradoras, por la suerte de nuestros hijos: de ahí la edad de oro y la felicidad
social, en lugar de la disolución de la sociedad; de ahí un estado de tranquilidad
en relación con nuestro futuro, una fortuna duradera al amparo de los caprichos
del destino, todo lo cual debería preferirlo incluso el hombre más feliz de
este mundo, si comprendiese bien sus verdaderos intereses (...); que,
finalmente, no es cierto que la desaparición de las artes sería necesariamente
el resultado de este nuevo ajuste, porque es evidente, por el contrario, que
todo el mundo no podría ser labrador; que cada hombre no podría, como no puede
hacerlo hoy, procurarse por sí solo todas las máquinas que se nos han hecho
necesarias; que no cesaríamos de vernos en la necesidad de realizar un
intercambio continuo de servicios y que, aparte de que cada individuo tendría
su propio patrimonio inalienable, que constituiría en cualquier momento y en cualquier
circunstancia su inatacable reserva contra la miseria, aparte de esto, todo lo que
concierne a la industria humana seguiría tal como está hoy?
Voy a probarle, a
usted, querido hermano, y al propio tiempo a mí mismo, que usted parte para la Asamblea Legislativa
dispuesto a hacer consagrar todo esto como artículos de ley constitucional. Le
dije en mi carta anterior que mis deseos serían:
1. Que los legisladores de todas las legislaturas
reconociesen, para el pueblo, que la Asamblea Constituyente
es cosa absurda; que los diputados designados por el pueblo están encargados en
todo momento de hacer todo lo que consideren útil para la felicidad del
pueblo... De ahí la obligación y la necesidad de dar el sustento a esta inmensa
mayoría del pueblo, que ya no lo tiene, a pesar de su buena voluntad de
trabajar. Ley agraria, igualdad real.
2. Que el veto,(6) verdadero atributo de la soberanía, sea
del pueblo; y con un éxito bastante evidente (ya que hemos visto luego, en la
pequeña obra: De la ratificación de la ley,(7) que le he comunicado, que mis
medios son parecidos a los del autor), he demostrado su posibilidad de
ejecución pese a todo lo que ha podido decirse en contra...De este veto del
pueblo, no debemos esperar que lo demande la parte más sufrida y siempre
expuesta al terrible sentimiento del hambre; un patrimonio asegurado: la ley agraria.
3. Que cese la división de los ciudadanos en varias
clases; admisión de todos a todos los puestos; derecho para todos de votar, de
expresar su opinión en todas las asambleas; de vigilar estrechamente la
asamblea de los legisladores; libertad de reunión en las plazas públicas;
supresión de la ley marcial; destrucción del espíritu de cuerpo de los G. Nat. (Guardia
Nacional) haciendo participar en ella a todos los ciudadanos, sin excepción y sin
otro destino que el de combatir a los enemigos externos de la Patria. De todo esto se
derivará necesariamente la extrema emulación, el gran espíritu de igualdad, de
libertad, la energía cívica, los grandes medios de manifestación de la opinión
pública, y por ende de expresión de la voluntad general que es, en principio,
la ley; la reclamación de los primeros derechos del hombre y, por consiguiente,
el pan honradamente asegurado para todos: Ley agraria.
4. Que todas las causas nacionales sean tratadas en plena
asamblea y que se supriman los comités. Desaparecerá así esa negligencia, esa
apatía, esa indiferencia, ese abandono absoluto a la pretendida prudencia de un
puñado de hombres que llevan a toda una asamblea y entre los cuales es mucho
más fácil intentar la corrupción. De ahí la obligación para todos los senadores
de ocuparse esencialmente del objeto cometido a discusión y decidir con
conocimiento de causa; de ahí la alerta a todos los defensores del pueblo, y la
necesidad de sostener sus derechos más caros y, por consiguiente de velar para
que precisamente todos puedan vivir: la ley agraria.
5. Que se conceda ampliamente el tiempo necesario para
reflexionar, en la discusión de todos los asuntos. De donde resultará que, no
solamente los improvisadores, los aturdidos, los habladores de siempre, la
gente que se explaya siempre antes de pensar, no serán los únicos en determinar
las resoluciones, sino que además la gente que prefiere meditar un plan antes
de pronunciarse ejercerá también su influencia sobre las decisiones. Así, ningún charlatán interesado
en combatir todo lo que es justo podrá echar prestamente a un lado una buena
proposición por alguna pequeñez sutil y propia únicamente para engañar; y si se
habla para aquellos cuyas necesidades más apremian, el hombre honrado puede
pesar y apoyar la proposición y obtener el triunfo de la sensibilidad. Gran
encaminamiento hacia la ley agraria. ¡Y bien!, hermano patriota, si los
principios que acabo de exponer han sido siempre los suyos, hay que renunciar
hoy a ellos si no quiere la ley agraria porque, o yo ando muy equivocado, o las
últimas consecuencias de estos principios son esta ley. Usted trabaja pues
eficazmente en su favor si persiste en estos mismos principios. Con ellos no se
tergiversa y, si en su fuero interno usted se propone algo menos que esto en su
misión de legislador, se lo repito, libertad, igualdad, derechos del hombre
seguirán siendo palabras temibles y expresiones sin sentido.
Lo vuelvo a decir de nuevo: no serían estas las intenciones
que habría que divulgar al comienzo; pero un hombre de buena voluntad
aceleraría mucho el desenlace si se dedicara
a hacer decretar todas nuestras bases antes enumeradas, asentándolas en el fundamento
de la plenitud de los derechos de libertad debidos al hombre, principio que siempre
se puede invocar y profesar altamente sin correr peligro. Los llamados aristócratas
son más listos que nosotros; entreven demasiado bien este desenlace. El motivo
de su oposición tan vivaz en el asunto de los tributos(8) es su temor de que,
una vez que una mano profana haya tocado lo que ellos llaman el sagrado derecho
de propiedad, la falta de respeto ya no tenga límites. Manifiestan sus temores
de una forma muy general acerca de lo que esperan los defensores de los que
tienen hambre, quiero decir, acerca de la ley agraria, para un futuro muy
cercano: buen aviso que debemos tener presente.
Me complazco en extenderme sobre este gran tema ante; un
alma como la suya, cuya sensibilidad bien conozco. Porque, en definitiva, es
del pobre, en el que todavía no se ha pensado; es del pobre, digo, de quien
debe tratarse principalmente al regenerar las leyes de un imperio; es él, es su
causa, lo que más interesa apoyar. ¿Cuál es el fin de la sociedad? ¿No es acaso
el de procurarles a sus miembros la mayor suma de dicha posible? ¿Y de qué
sirven, pues, todas nuestras leyes, si como último resultado no logran sacar de
la profunda desesperación a esta masa enorme de indigentes, a esta multitud que
compone la inmensa mayoría de la asociación? ¿Qué es un comité de mendicidad,
que sigue envileciendo a los seres humanos hablando de limosnas y de leyes
represivas, tendentes a forzar a la multitud de los desposeídos a cobijarse
dentro de sus chozas para morir de agotamiento, para que el triste espectáculo
de la naturaleza aquejada no despierte la reclamación de los primeros derechos
de todos los hombres que ella misma ha formado para que vivan, y no para que
unos pocos acaparen el sustento de todos?
Se ha hablado con frecuencia de entregar una propiedad,
tomada de los bienes del clero, a cada soldado austriaco u otro sicario de
déspota que renunciara a exponer su vida por la causa del tirano, y viniera a
añadirse a nuestras filas. ¿Cómo se ha podido pensar en ser tan generosos con
hombres cuyo único interés del momento determinará cesar de hacernos daño, y
olvidar que la mayoría de nuestros conciudadanos yacen postrados y privados de
todos los recursos necesarios para mantener su existencia? Legislador, cuyos
reconocidos sentimientos humanos han hecho subir al gran escenario en que lo
admiro, ¿llegará usted, como yo, a la conclusión de que es verdad que el fin y la
coronación de una buena legislación es la igualdad en la posesión de la tierra,
y que las miras secretas de un verdadero defensor de los Derechos del Pueblo
han de tender siempre hacia ese fin? ¿Cuáles son los hombres que más admiramos?
Los apóstoles de las leyes agrarias, Licurgo entre los
griegos, y, en Roma, Camilo, los Gracos, Casio, Bruto, y los demás. ¿Por qué
fatalidad lo que es motivo de nuestro más profundo homenaje a los otros, habría
de ser para nosotros motivo de reprobación? ¡Ah!, ya lo he repetido y lo vuelvo
a decir: el que no tenga, como fin último de lo que promueve, las miras que yo
proclamo, debe renunciar a expresar de buena fe las sagradas palabras de civismo,
libertad, igualdad; debe, para impedir su efecto, acorde con la conducta pura y
recta de aquellos que las declaran con sinceridad; debe —digo—, al
pronunciarlas, construir sus planes sobre el modelo de los de los Barnave,(9)
de los Thouret,(10) y de tantos otros traidores dignos de sufrir, algún día, el
castigo de la justicia nacional. ¡Usted se ha comprometido a seguir a otros
émulos, valiente ciudadano! En un proyecto de declaración de los Derechos del
Hombre, en 1789 Pétion (11) dedicó un artículo al más importante de estos
derechos, que se ha querido olvidar en la Declaración decretada,
y era el que tenía como objeto la obligación, por parte de la sociedad, de
asegurar a todos sus miembros un decoroso sustento. Analice a Robespierre, lo
encontrará igualmente «agrariano» en última instancia; y esos ilustres
personajes se ven obligados a dar muchos rodeos, porque saben que el momento
todavía no ha llegado. Usted se elevará a la altura de esos respetables
filántropos; de sus máximas, vertidas en el proyecto, resultarán declaraciones
iguales a las de ellos...
G. Babeuf, Beauvais, 10 de septiembre de 1791.
NOTAS:
1 Cf. la carta de Babeuf a Coupé de l'Oise, de Beauvais,
del 10 de septiembre de 1791, en G. Babeuf: La Doctrina des égaux,
extraído de las Obras completas publicadas por Albert Thomas, Cornély et Cié,
París, 1906.-2 Babeuf dirige esta carta a Coupé,
quien acababa de ser elegido miembro de la Asamblea Legislativa ,
inaugurada, luego el<1 1791:="1791:" a="a" abate.="abate." abate="abate" al="al" an="an" apoyado="apoyado" babeuf="babeuf" candidatura="candidatura" cartas="cartas" causa="causa" como="como" coup="coup" de="de" del="del" el="el" elegido="elegido" enemigos="enemigos" fue="fue" hab="hab" hoy="hoy" inspirador:="inspirador:" ise="ise" jacques="jacques" l="l" la="la" le="le" llamado="llamado" los="los" micas="micas" michel="michel" mismo="mismo" no="no" numerosos="numerosos" octubre="octubre" pod="pod" pol="pol" procurado="procurado" productid="La Biblioteca Nacional" que="que" quedan="quedan" ser="ser" st1:personname="st1:personname" sus="sus" tres="tres" w:st="on" y="y">La Biblioteca
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de París posee numerosos escritos publicados por
Coupé: son, en su mayoría, estudios sobre problemas agrícolas, informes e
intervenciones en las Asambleas de París y en
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