A propósito del libro de John Holloway:
“Cambiar el mundo sin tomar el poder” (1)
El libro de J.Holloway se publicó originalmente en inglés bajo un titulo con
aires de manifiesto. Change the Wordl Without Taking Power. La obra, que se
presentaba como un intento de conceptualización de la experiencia zapatista,
tuvo un eco importante y levanto una
serie de controversias, sobre todo en America Latina. Un libro reciente de
Richard Day, Gramsci is Dead: Anarchist
Currents in te Newest Social Movements , ofrece también un panorama y una
puesta en perspectiva estrategia , fuertemente impregnados ambos de
contracultura anglosajona, de los nuevos movimientos sociales de resistencia a
la globalización comercial.
Estos dos libros, muestran, ya desde su titulo, una ambición programática
elevada: los dos oyen pasar una pagina en la historia de los movimientos de emancipación, Tienen en común la elusión
de la cuestión del poder político, inspirándose
para ellos- de un modo explícito en el caso de Holloway, de manea mas
difusa en el caso de Day- en unos Deleuze y Foucault aceptablemente simplificados. En este sentido
son representativos de un momento político concreto. Algo llegó a su final tras
la caída del muro de Berlín y los
atentados del 11 de septiembre de 2001, pero ¿que? Sin duda el “corto siglo
XX”, inaugurado por la primera guerra mundial
y la Revolución
Rusa , pero también quizás, la laga secuencia de l Modernidad
política iniciada en el siglo XVII con la Revolución Inglesa.
Dañadas tras el choque con la
mundialización, las categorías clásicas de nación, pueblo, soberanía,
ciudadanía, y derecho internacional se vuelven problemáticas sin que a la vez
las reemplacen otras.
Tras una década de abatimiento frente a la contraofensiva
liberal iniciada por Teatcher y Regan, los movimientos de resistencia a la
globalización capitalista- desde la insurrección zapatista del uno de enero de
1994 hasta el Primer Foro Social de Portoalegre de 2001 pasando por las huelgas
del invierno de 1995 en Francia las
manifestaciones de 1999 contra La Organización Mundial
del Comercio en Seatle- cobraron un nuevo auge. Las consignas emblemáticas de
este movimiento alter mundista- “El mundo no es una mercancía”, “Otro mundo es
posible”- resumen bien su espíritu: por una parte, el deseo de algo distinto
que aun estaría por determinarse; por otra l rechazo de una lógica
económica mortífera. El uso y el abuso
de los términos “alter” y “otro” (“otro mundo”, “otra Europa”, “otra campaña”
Zapatista) subraya un momento en el que se entrevé la necesidad de un
cambio sin poder establecer, aún, su
propósito y los medios para alcanzarlo. Henri Lefebvre definía la utopia como
“el sentido no practico de lo posible”; en este sentido, los libros de Holloway
y Day son dos expresiones de ese “momento utópico” en el que los movimientos
sociales reemergentes creen poder bastarse a si mismos y esquivar las
cuestiones políticas y esquivar las cuestiones políticas que se sienten
incapaces de resolver. Estos momentos son característicos de los periodos de
restauración que siguen a las grandes derrotas, y las analogías entre las
fermentaciones utópicas de los años
1830-1848 y la década de los noventa del siglo pasado son bastante
sorprendentes. Bastaría, para convencerse de ello. Con releer el
capitulo consagrado en el Manifiesto Comunista a la gama de utopías de
la época.
El circulo vicioso de la dominación
La tesis de Holloway parte de un diagnostico: la globalización
liberal y la mercantilización
generalizada conducen a que la
dominación del capital, y la alineación del individuo resultante de ésta,
alcancen un estado absoluto de manera que todo intento de escapar de ambas estaría condenado de
antemano a reproducir sus mecanismos. A partir de entonces, solo quedarían las
experiencias moleculares de negación del poder y la ascesis individual para
sustraerse a la fascinación de los fetiches de la potencia.
En el principio, por lo tanto, es el grito. Gritamos de
rabia y de esperanza “Ya basta”. Lo que unió a los zapatistas fue la “comunidad de su lucha negativa contra
el capitalismo”. Para justificar que uno rechace el mundo en su estado actual
no hay necesidad alguna de rans promesas o el anuncio e un happy end. ¿ Como
explicar, sin embargo, que esos millones de gritos, esos aullidos de
sufrimiento y rebelión, tantas y tantas veces repetidos, ni hayan logrado
todavía derrocar el orden despótico el capital? Porque la manzana esta podrida
desde el principio responde Holloway. Pretender cambiar el mundo a través del Estado seria el
pecado original de un pensamiento revolucionario sometido, desde un principio,
a un a visión instrumental y funcional; querer
servirse del Estado, instrumento
por excelencia de un “proceso de estatización de conflicto social” conduciría
irremisiblemente a la derrota autoinfligida. El desafío zapatista consistiría,
por o tanto, en salvar a la revolución de la ilusión estatista y de su desmoronamiento espectacular, ilustrado por
la caída del muro de Berlin y la desintegración del Imperio Soviético.
La copiosa historia del movimiento obrero, de sus
experiencias múltiples y controversias fundacionales, se reduce para Holloway
al recorrido del estatismo a través de los siglos. Bajo la noción extensiva
de “pensamiento revolucionario”,
Holloway junta de esta manera a la socialdemocracia clásica con la ortodoxia
estalinista y sus opositores e izquierda. Reducir la historia del movimiento
obrero revoluconaio a lo avatares genealógicos de una desviación teórica” permite a Holloway echar
un vistazo a la historia real mientras la sobrevuela con un angélico batir de
alas, aún a riesgo de incurrir en una confusión fatal entre las revoluciones y
su contrario. Si bien existieron, en el movimiento socialista del siglo XIX
“socialismos de Estado” (cuyo representante más ilustre sería Lasalle), el
antiestatismo libertario que les hizo frente participaba, a menudo de la
ilusión simétrica. Al entender al Estado como la fuente de todos los males, el
antiestatismo libertario oponía al fetichismo del Estado el fetichismo de lo
social, indiferente a las mediaciones poéticas. La abolición de todo principio
de representación devuelve entonces las relaciones sociales al juego de las
subjetividades deseantes. El banquero anarquista e Fernando Pessoa lleva hasta
las últimas consecuencias esta paradoja libertaria de la individualidad
absoluta alzada contra la tirania de la aua mutua y cotra toda forma de
organización colectiva.
Además de este pecado original del estatismo, la
equivocaciones estratégicas de los movimientos revolucionarios tendrían su
fuente, según Holloway , n el olvido d elos sortilegios del fetichismo de l a
mercancía y en la reducción del socialismo a un cambio en las relaciones de
propiedad. Este olvido de la critica del fetichismo de la mercancía,
introducidas por Marx desde el primer
capitulo el El Capital, es sin embargo muy relativo. Encontramos,
efectivamente, prolongaciones y reformulaciones de esa critica sobre tod en
Lukaks (en Historia y conciencia de clase) , pero también en la teoría de la Escuela de Frankfurt, en
la critica de la vida cotidiana Henri
Lefevre incluso en un autor
contemporáneo como Jean Marie Vincent. El fetichismo que hace que los productos
sociales se alzen ante sus productores como potencias extrañas y hostiles, la
reificación que presenta las relaciones sociales como cosas o como una segunda
naturaleza y la alienación que convierte a os individuos en extraños a si
mismos, constituye la constelación conceptual, reprimida por el marxismo
ortodoxo petrificado en razón de Estado que permite pensar la reproducción
social d las relaciones de dominación.
¿Cómo romper el circulo vicioso del fetichismo- se pegunta
Holloway- una vez su dominación se vuelve absoluta mediante la mercantilización generalizada del mundo, un vez que l poder
del capital entra por todos los poros de la sociedad y opera en lo mas profundo
de nuestro ser? Cuanto mas necesario parece el cambio revolucionario, mas
imposible paree volverse. Esta contradicción se resume ne la formula paradójica
de la “imposible urgencia de la revolución”. El problema por resolver no seria
entonces el del enfrentamiento con el poder impersonal del Capital, sino la
dificultad intima que “nos” plantea a
nosotros mismos ese “nosotros” fragmentado del fetichismo. Si las elaciones
sociales están fetichizadas hasta ese punto, y si nosotros mismos estamos
subyugados por aquellos ídolos muertos (el Dinero, la Ciencia , la Historia ), ¿ cómo, y en
nombre de que criticarlos? ¿Que seres superiores podrían erigirse todavía en
portavoces legítimos de la critica y pretenderse investidos con el poder mágico
de deshacer los sortilegios y destruir los idolos? El estatus mismo de la
crítica se vuelve problemático.
Al interrogarse sobre al pertinencia de su propia critica,
Holloway No escapa a la paradoja del escéptico que, reafirmando su duda, duda de todo. ¿De donde
sin embargo, obtiene su legitimidad esta duda dogmática? ¿Quienes somos
nosotros, los que ejercemos la critica? ¿Marginados con privilegios,
intelectuales alejados del centro, desertores del sistema? “Una elite intelectual, una especie de vanguardia” termina por
admitir Holloway; su denuncia radical de toda forma de representación concluye
de esta forma en el restablecimiento paradójico de una vanguardia intelectual
ilustrada.
La concepción “dura” del fetichismo que revindica Holloway
desemboca, por lo tanto, en un dilema insoluble: ¿como escapar a esta
“fetichizacion del fetichismo”? ¿Quienes somos, por lo tanto para pretendernos
autorizados a ejercer el poder corrosivo de la critica? ¿ Y cómo evitar las
trampas de una critica subalterna, condenada a permanecer bajo la impronta del
fetiche que ella misma pretende derrocar? La respuesta revolucionaria clásica
se atendría a un antagonismo binario de capital y trabajo, y a la ilusión de
que en cambio de propietario en la jefatura del Estado bastaría para liberar
las fuerzas emancipatorias. Pero una vía nueva que aspirara modestamente a
“cambiar el mundo sin tomar el poder” pasaría por el desarrollo de una
“resistencia ubicua” frente a un “poder ubicuo”: “ La única manera en la que puede
pensarse la revolución a partir de ahora no es en la conquista del poder sino
en su disolución”. Esta declaración tiene algo de mágico: la ilusión de
conseguir que aparezca por encantamiento aquello a lo que uno ya no logra
enfrentarse por medios reales.
El espectro del antipoder
Holloway afirma imprudentemente que “ no hay otra alternativa”; pero ¿como “cambiar le mundo sin tomar el poder”, ¿ Es soluble el poder? Y, ¿
en que?. “Al final del libro, lo mismo
que al principio, no lo sabemos”-admite-“el
cambio revolucionario es mas urgente que nunca, pero no sabemos ya que puede significar una revolución”.
Desde la Revolución
rusa, muchas certezas y creencias se han venido abajo, es cierto. No es razón
para olvidar las lecciones del pasado. Quienes quisieron ignorar la cuestión
del poder no escaparon a éste; no querían conquistarlo, y fue él quien los conquisto a ellos.
En respuesta al enigma estratégico propuesto por la
esfinge del capital, seria la también enigmática del “antipoder”: “Este libro
es la exploración del mundo absurdo y espectral del anti-poder” Holloway
reemplaza así la perspectiva de una toma
de poder por el mito de un anti-poder
inasible, del cual solo se nos dice que, a imagen del Dios de Pascal, su centro
está en todas partes y su circunferencia en ningún sitio. Ese espectro
evanescente recorrería a partir de
entonces el mundo encantado de la globalización capitalista. Es de temer, no
obstante, que la multiplicación de los “ anti” ( el anti-poder estratégico de
la anti-revolución) no sea en definitiva sino una estrategia retórica que
desarma ( en la teoría y en la practica) a os oprimidos sin romper en lo mas
mínimo el circulo de hierro del fetichismo y la dominación.
Entiéndase bien, no se trata de rehabilitar, contra la
idea de una revolución molecular y rizomática, el mito de la “Gran Noche”. Si
bien esta acreditado, al menos desde Foucault, que las relaciones de poder son múltiples y articuladas, no todas
son equivalentes, y el poder del Estado no es un poder ente otros; si bien,
está igualmente acreditado, desde Bourdieu, que la dominación se inscribe en
una multiplicidad de campos y relaciones, no todos esos campos son semejantes
cuando de lo que se trata es de pensar una estrategia de emancipación para aquí y ahora. Que una revolución social sea
irreductible al acto e la toma de poder ( o de la toma de las armas) ,que sea
una conjunción política del
acontecimiento y la historia, dl acto y el proceso, no un salto en el vacío
sino el desenlace factual de una labor de topo gracias a la cual emergen los
elementos de una hegemonía alternativa, es una cosa; pero todas las
experiencias del siglo XX , desde la Alemania de 1923 al Chile de 1973, pasan opo la España de 1936 o la Indonesia de 1965,
recuerdan que la dominación no cede sin una demostración de fuerza.
En realidad, si bien la genealogía de Foucault y la
sociología d Bourdieu pueden contribuir a destruir el mito de un gran sujeto
homogéneo de la epopeya histórica y revolucionaria, ambas obligan a cambio, a
profundizar la cuestión de la hegemonía, no a abandonarla, tal y como
propone Richard Day. De lo que se trata
efectivamente, es concebir la articulación de las contradicciones y el
reagrupamiento de las singularidades frente a
la potencia sobredetermiannte del capital. En Gramsci la hegemonía no
implica eliminar la lucha de clases ni tampoco evitar la cuestión del poder,
Las aportaciones de la cririca social pueden
contribuir enriquecer las
intuiciones estratégicas anteriores,
pero o, ciertamente a restar fuerza en provecho de una subversión por afinidad
de la vida cotidiana, en los intersticios sociales tolerados por la lógica
dominante.
Lo cantos desesperados no son (siempre) los más hermosos:
Para Holloway, la “perdida de esperanza” es la herencia
mas triste del siglo XX. ¿Nos ha decepcionado la historia? ¡Que sea castigada! “¡Escupe sobe la historia- clama Holloway-
pues es la mayor excusa para no pensar! “. ¡Escupe sobre la historia para
hacer tabla rasa del pasado, pues “ no
existe nada mas reaccionario que el culto al pasado ”! ¡Vivan por lo tanto,
el grito, el instante sin duración y el presente absoluto, librado de la carga
del pasado, y la inquietud ante el futuro!
Una de las cantinelas de la ideología postmoderna es el
rebrote d eos relatos micro-liberadores y del a política fragmentada. Esta retórica
pretende aligerar el peo de una historia
cuya carga resulta muy pesada. Sin embargo, quien no conserva en su memoria
tanto las derrotas como las victorias pasadas apenas tiene futuro. El puro “presente del Grito” no constituye una política. Si pensar “históricamente”
participa de la alineación ¿que queda de un pensamiento retraído hasta
el estrecho círculo del instante? De la respuesta a esta pregunta depende la posibilidad
de “continuar” o volver a empezar. Pero ¿cual podría ser el medio de un
presente sin espesor histórico?
Para Holloway, nuestro problema ya no es desvivirnos para cambiar
la sociedad, basta con “dejar de crearla”,
para que “cese su existencia” basa con negarse a engendrar el capital para que
éste quede reducido a polvo, como un golem
de cuya frente se borrara la letra que le da vida. Omo en la obra de Toni
Negri, este rechazo absoluto a jugar el juego del adversario se manifiesta en
el exilio y en el exodo: “Huir del capital es vital para nosotros”. Pero, si
bien es “fácil” escapar del capital
(afirmación muy arriesgada) el problema (irresuelto) sigue siendo “evitar que
vuelva a capturarnos”. Efectivamente.
“¿Y si parásemos
todo?”¿Y si se
hiciera una huelga general del fetichismo? Ese mito de la huelga general
pacifica y pasiva tuvo su momento de gloria en las mañanas líricas de Mayo
1968, en una época en la que algunos pretendieron que bastaba con “echar
al policía que se lleva en la cabeza” paa revolucionar el mundo. Para
Holloway basta echar al Capital que se lleva en la cabeza, como si la
alienación sólo fuera una bruma que ha de disiparse, un mal sueño del que
despertar y no la consecuencia real y obstinada del fetichismo de la mercancía.
¿Desmitificar? ¿Desfetichizar?
, Todo parece
desarrollase, para Holloway, en las cabezas de la gente. Su “giro copernicano”
del pensamiento revolucionario se parece mucho, por tanto, a una conversión
religiosa. Para que los dominados, conscientes de su propia potencia, escapen
de su sumisión al Capital, bastaría creer en ellos tal y como exige el
Evangelio que se haga con las promesas de Dios. En un mundo donde el peso
triunfa sobre la gracia, sin embargo, no basta con un acto de fe para mover
montañas. Si la propiedad de unos es el desposeimiento de otros, la plusvalía
cristalizada también es un poder, diseminado y concentrado a la vez. Es incluso
la fuerza secreta del poder, mas activa hoy
que lo que nunca lo fue. Para desfetich¡zar la propiedad, no solo seria
necesaria atacar su sacralización, sino transformar las relaciones de propiedad
reales, oponiendo a la privatización del mundo una lógica del bien común, del
servicio publico, de la apropiación social. No es cuestión de racionalidad económica
sino de relaciones de fuerza políticas,
cuya piedra angular, le gusto o no a Holloway, sigue siendo la cuestión del
poder.
Libros como el de Holloway (y el de Richard d David) son representativos
de lo que llamamos “la ilusión social” (simétrica a la “ilusión política” que Marx reprochaba a los jóvenes hegelianos, para
quienes la emancipación cívica era el no va mas
la emancipación humana). Esta ilusión es reveladora de un momento del
renacimiento de las resistencias socials y de desafío a las políticas fallidas. No obstante, es inevitable que la crii de la hegemonía que conocen las
clases dominantes, sobe todo en America Latina, devuelva las cuestiones políticas
y estratégicas al orden del día. La posición de Holloway no tiene ran cosa que proponer ante los desafíos reales que encuentran actualmente las luchas de emancipación
en Venezuela, en Bolivia , en Ecuador. En el propio México, los zapatistas se
encuentran en una encrucijada de las elecciones d 2006 tal y como reconoció el subcomandante
Marcos; ye s significativo que Rebeldía- la
revista de los zapatistas- abriera una intensa polémica contra las tesis de Holloway
por medio de un articulo e su director Sergio Rodríguez, en el umero
correspondiente al verano de 2007. Si bien las tesis de Holloway son
representativas del estado del debate de los movimientos sociales a comienzos del
siglo XXI, también lo son de los límites
de ese debate en cuanto a asuntos tan
cruciales como la dialéctica de lo instituyente o la necesidad paradójica de “organizar
inorganizable”
(1).-.Articulo publicado en
“Pensar desde la izquierda”.VVAA.- Errata Naturae.- Madrid 2012 .
Daniel Bensaid, fallecido en 2010, filosofo y profesor de la Universidad Paris VII Vincenens Saint denis. Dirigente de la Liga omunisa revolucionaria. Participo en la elaboracin de las bass teoricas del nuevo partido Anticapitalista. Entre sus libros:Cambiar el mundo, Marx intempestivo, Clases, plebes, multitudes,Resietncias, Elogio e la politica profana, fragmentos descreidos, Walter Benjamin: sentinelle mesianique, á la gauche du possible
Daniel Bensaid, fallecido en 2010, filosofo y profesor de la Universidad Paris VII Vincenens Saint denis. Dirigente de la Liga omunisa revolucionaria. Participo en la elaboracin de las bass teoricas del nuevo partido Anticapitalista. Entre sus libros:Cambiar el mundo, Marx intempestivo, Clases, plebes, multitudes,Resietncias, Elogio e la politica profana, fragmentos descreidos, Walter Benjamin: sentinelle mesianique, á la gauche du possible
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