CINCO MESES ANTES DE SU MUERTE, MICHEL FOUCAULT CONCEDIÓ
UNA LARGA ENTREVISTA A TRES FILÓSOFOS ALEMANES. LA CONVERSACIÓN SE
CONCENTRÓ SOBRE LOS TEMAS INVARIANTES DEL PENSAMIENTO DE FOUCAULT. EL ANÁLISIS
DEL PODER Y DEL SABER, LAS RESISTENCIAS POLÍTICAS, LOS LÍMITES Y LA AUTONOMÍA DEL
SUJETO, LA ÉTICA COMO CUIDADO DE SÍ: TREINTA AñOS DE TRABAJO INTELECTUAL
EXPONEN SUS CONSTANCIAS Y MODIFICACIONES.
Entrevistadores - Ante todo, quisiéramos saber
cuál es en este momento el objeto de su pensamiento. Hemos seguido sus trabajos
recientes, especialmente en los cursos dictados por usted en el College de
France (1981-1982), acerca de la hermenéutica del sujeto. Quisiéramos saber si
sus investigaciones filosóficas actuales siguen determinadas por los polos de
subjetividad y verdad.
Michel Foucault - En realidad, ése siempre ha sido mi tema, aun si he expresado en
términos diferentes el encuadre de esta idea. He intentado descubrir cómo el
sujeto humano entra en juegos de verdad, ya sea juegos de verdad que adoptan la
forma de la ciencia o se refieren al modelo científico o juegos de verdad como
los que se pueden encontrar en las instituciones y prácticas de control. Ese es
el tema de mi libro Las palabras y las cosas, en donde intenté ver cómo, en la
creación científica, el sujeto humano se definirá como un individuo que habla,
trabaja y vive. En mis cursos en el College de France intenté delimitar
globalmente este problema.
E - ¿No hay un “salto” entre su
pensamiento anterior sobre este problema y el problema de la
subjetividad/verdad, particularmente a partir del concepto de “cuidado de sí”?
M.F. - Respecto de este punto, el problema de la relación entre el sujeto y
los juegos de verdad ha sido enfocado de dos maneras: ya sea a partir de las
prácticas coercitivas (como en el caso de la psiquiatría y el sistema
penitenciario) o de las formas de los juegos teóricos y científicos, como, por
ejemplo, los análisis sobre la riqueza del lenguaje y del ser vivo. Ahora, en
mis clases en el College de France intento abordar los problemas a través de lo
que se podría llamar una práctica de sí, un fenómeno que creo que es muy
importante en nuestras sociedades desde el período grecorromano, si bien ha
sido escasamente estudiado. En las civilizaciones griega y romana estas prácticas
de sí tuvieron una importancia mucho mayor que después, dado que hasta cierto
punto fueron sitiadas por las instituciones religiosas y pedagógicas o de tipo
médico y psiquiátrico.
E - Constituiría una suerte de
desplazamiento: estos juegos de verdad ya no se vinculan a las prácticas
coercitivas sino a las prácticas de formación de sí por parte del sujeto.
M.F. - Correcto. Es lo que se podría llamar una práctica ascética,
otorgándole al término “ascético” un significado muy general, es decir, no en
el sentido de abnegación sino de un ejercicio de sí sobre sí por el cual la
persona intenta elaborar, transformarse a sí misma y alcanzar determinado modo
de ser. Empleo el término ”ascetismo” en un sentido más extenso que en Max
Weber, pero sigue mayormente la misma línea.
E - ¿Puede entenderse el trabajo
sobre sí como una suerte de liberación, como un modo de liberación?
M.F. - Voy a ser algo más cauto al respecto. Siempre he sido un poco
desconfiado ante el tema de la liberación en general, en la medida en que si no
se lo trata con algunas salvaguardas y dentro de ciertos límites, existe el
peligro de que nos remita a la idea de la existencia concreta de una naturaleza
o fundación humana que, como resultado de ciertos procesos históricos, sociales
o económicos, se viera encubierta, alienada o aprisionada dentro (y por
intermedio) de algún mecanismo represivo. A partir de esta hipótesis, bastaría
con aflojar esas trabas represivas para que el hombre pueda reconciliarse
consigo, vuelva a encontrar su naturaleza y reanude el contacto con sus raíces,
restaurando una plena y positiva relación consigo mismo. Pienso que no es un
tema que se pueda admitir sin un examen riguroso. No quiero decir con esto que
no exista la liberación o una u otra forma de liberación. Cuando un pueblo
colonial intenta liberarse de su colonizador realmente este hecho es un claro
acto de liberación en el sentido estricto de la palabra. Pero también sabemos
que en este muy preciso ejemplo no basta con el acto de liberación para
establecer las prácticas de libertad que más tarde serán necesarias para que
ese pueblo, esa sociedad y esos individuos decidan sobre las formas de
existencia o de sociedad política que hayan de recibir o aceptar. Es por ello
que insisto sobre las prácticas de libertad más que sobre los procesos, que sin
duda ocupan un lugar pero que por sí solos no me parecen aptos para decidir
cuáles son todas las formas prácticas de libertad. Me encontré con el mismo
problema al estudiar la sexualidad: tiene sentido la expresión “liberemos
nuestra sexualidad”? No es más bien el problema tratar de decidir cuáles son
las prácticas de libertad a través de las que se podría determinar qué es el
placer sexual, qué son nuestra erótica, nuestro amor, nuestras relaciones
pasionales con los demás? Me parece que es más importante el recurso al
problema ético de la definición de las prácticas de libertad que la afirmación
(en esto, redundante) de que la sexualidad o el deseo deben ser dejados en
libertad.
E - ¿No requieren estas prácticas de
libertad de cierto grado de liberación?
MF- Sí, absolutamente. Allí es donde se debe introducir la idea de
dominación. Los análisis que he intentado realizar básicamente tiene que ver
con las relaciones de poder. Entiendo por esto algo diferente de los estados de
dominación. Las relaciones de poder son, en las relaciones humanas, de una
extensión extremadamente amplia. Hay toda una trama de relaciones de poder que
puede operar entre los individuos, en el seno de la familia, en una relación
educativa, en el cuerpo político, etc. El análisis de las relaciones de poder
constituye un campo muy complejo; a veces coincide con lo que denominamos
hechos o estados de dominación, en donde las relaciones de poder, en lugar de
ser variables y de permitirles a los diferentes participantes la aplicación de
estrategias que logren alterarlas, se encuentran firmemente asentadas,
congeladas. Cuando un individuo o un grupo social bloquea un campo de
relaciones de poder para volverlas inamovibles e invariables, y para evitar
toda reversibilidad de movimiento -por medio de instrumentos que pueden ser
tanto económicos como políticos o militares- nos encontramos frente a algo que
puede llamarse un estado de dominación. Es cierto que en un estado tal la
práctica de la libertad no existe, o existe sólo de manera unilateral, o se
encuentra confinada y limitada al extremo. Coincido con usted en que la
liberación es a veces la condición política o histórica de las prácticas de la
libertad. Considere la sexualidad, por ejemplo. Es cierto que se habían vuelto
necesarias diversas liberaciones respecto del poder del varón y que era
necesario liberar a uno mismo de una moral opresiva tanto respecto de la
heterosexualidad como de la homosexualidad. Esta liberación no manifiesta un
ser conforme y satisfecho sexualmente a través del cual el sujeto habría
alcanzado una relación plena y satisfactoria. La liberación da acceso a nuevas
relaciones de poder, las que han de ser controladas por las prácticas de la
libertad.
E - ¿No puede la liberación en sí ser
una modalidad de alguna práctica de libertad?
M.F. - Sí, en algunos casos. Ustedes saben de casos en donde realmente la
liberación y la lucha por la liberación resultan indispensables para la
práctica de la libertad. En cuanto a la sexualidad, por ejemplo, -sigo esto sin
pretensión de controversias porque no me gustan las polémicas: creo que en su
mayoría son contraproducentes- estaba el modelo de Reich, el cual derivaba de
una particular lectura de Freud. Suponía el problema de ubicarse por completo
en el orden de la liberación. Para decirlo algo esquemáticamente, tendríamos el
deseo, la pulsión, los tabúes, la represión y la internalización. Con el
levantamiento de esos tabúes, por ejemplo, con la liberación de sí se
resolvería el problema. Y aquí creo que estamos olvidando por completo el
problema moral (sé que en este momento estoy caricaturizando los puntos de
vista muy adecuados e interesantes de varios autores) el problema moral, digo,
que es la práctica de la libertad. Cómo se puede practicar la libertad? En el
orden de la sexualidad, es evidente que al liberar los deseos uno sabrá cómo
actuar de manera ética en las relaciones gratas con los demás?
E - ¿Dice usted que la libertad debe
practicarse éticamente?
M.F. - Sí, pues ¿qué es la libertad sino la práctica de la libertad, la
práctica deliberada de la libertad?
M.F. - La libertad es la condición ontológica de la ética. Pero la ética es la
forma deliberada asumida por la libertad.
E - Es entonces la ética el resultado
de la búsqueda o del cuidado de sí?
M.F. - En el mundo grecorromano, el
cuidado de sí era la manera en que la libertad individual misma -y hasta cierto
punto, la libertad cívica- era considerada ética. Si usted toma una serie
entera de textos, a partir del primer diálogo platónico hasta los principales
textos de los estoicos tardíos -Epícteto, Marco Aurelio, etc.-, observará que
el tema del cuidado de sí efectivamente permea todo el pensamiento ético. Por
otra parte, pareciera ser que en nuestras sociedades, el cuidado de sí se
convirtió a partir de un momento dado -es difícil decir cuándo sucedió- en algo
en cierta medida sospechoso. Al cuidado de sí en cierto momento se lo denunció
alegremente como una suerte de amor de sí, como una suerte de egoísmo o interés
individual contradictorio con el cuidado que uno debe demostrar hacia los demás
o con el necesario sacrificio de sí. Todo esto ocurrió durante la era
cristiana, pero no diría que se debe exclusivamente al Cristianismo. La
situación es mucho más compleja porque para el Cristianismo la salvación es
obtenida a través de la renuncia de sí. En el Cristianismo hallamos una
paradoja respecto del cuidado de sí, pero ésa es otra cuestión. Volviendo a la
pregunta planteada por usted, pienso que tanto entre los griegos como entre los
romanos -especialmente entre los griegos-, para actuar correctamente, para
practicar la libertad correctamente era necesario cuidar de sí, tanto para
conocerse -aparece allí la conocida gnothi seauton- como para perfeccionarse,
superarse y dominar los apetitos que amenazan con devorarnos. La libertad
individual era algo muy importante para los griegos -a pesar de aquel lugar
común, que deriva más o menos de Hegel, según el cual la libertad del individuo
carecería de importancia frente a la noble totalidad de la ciudad-; no ser
esclavo (de otra ciudad, de quienes están en torno de uno, de quienes lo
gobiernan, de sus propias pasiones) era un tema absolutamente fundamental: durante
ocho siglos de cultura antigua, la inquietud de la libertad fue un problema
básico y permanente. Encontramos allí toda una ética que giró en torno del
cuidado de sí y que le dió a la ética antigua una forma muy particular. No
estoy diciendo que la ética sea el cuidado de sí sino que, en la Antigüedad , la ética en
tanto práctica deliberada de la libertad giraba en torno de este imperativo
básico: “cuida de ti”.
E - Un imperativo que implica la
asimilación de logoi, de verdades?
M.F. - Naturalmente. No se puede cuidar de sí sin saber. El cuidado de sí por
supuesto es saber de sí -ése es el aspecto socrático-platónico-, pero también
es el saber de determinadas reglas de conducta o de principios que son a la vez
verdades y regulaciones. Cuidar de sí es ajustarse a esas verdades. Allí es
donde se enlaza la ética con el juego de la verdad.
E - Dice usted que se trata de hacer
de esta verdad aprendida, memorizada y aplicada de manera progresiva una suerte
de cuasi sujeto que reine con supremacía en uno mismo. ¿Cuál es el estatuto de
este cuasi-sujeto?
M.F. - En la corriente platónica, por lo menos según el final de Alcibíades,
para el sujeto o para el alma individual el problema consiste en volver la
mirada hacia sí a fin de reconocerse en lo que es y, en ese reconocerse, rememorar las verdades con las
que se relaciona y ante las cuales podría haberse reflejado. Por otra parte,
para la corriente que globalmente puede llamarse estoica, el problema consistía
en aprender a través de la enseñanza de ciertas verdades y doctrinas, algunas
de las cuales son principios fundamentales y otras, reglas de conducta. Se
trata de que, ante cada situación, esos principios le digan a usted, en cierto
modo espontáneamente, cómo se debería comportar. En este punto encontramos una
metáfora que no proviene de los estoicos sino de Plutarco: “debéis haber
aprendido los principios tan firmemente que, cuando vuestros deseos, apetitos o
temores despierten como perros ladrando, el logos hable con la voz de un amo
que silencie a los perros con una sola orden.” Tiene allí la idea de un logos
que en cierto modo operaría sin que usted hiciera nada. Usted se habrá
convertido en el logos o el logos, en usted.
E - Quisiéramos volver a la cuestión
de la relación entre la libertad y la ética. Cuando dice que la ética es la
parte deliberada de la libertad, ¿quiere decir que la libertad puede ser
consciente de sí en tanto práctica ética? ¿Es siempre y ante todo una libertad
moralizante, por así decirlo, o debe realizarse un trabajo sobre sí a fin de descubrir
esta dimensión ética de la libertad?
M.F. - Los griegos de hecho consideraban esta liberación como un problema, y
la libertad del individuo, como un problema ético. Pero ético en el sentido en
que los griegos lo entendían, que consistía en el modo de ser del sujeto y en
cierta manera de actuar visible para los demás. El ethos de uno se veía por su
vestimenta, por su presencia, su porte, por el aplomo con que reaccionaba ante
los acontecimientos, etc. Para ellos, ésa es la expresión concreta de la libertad.
Ese es el modo en que “problematizaban” su libertad. El hombre que cuenta con
un ethos bueno, que puede ser admitido e invocado como ejemplo, es una persona
que practica la libertad de una manera determinada. No creo que se requiera de
una conversión para que la libertad se refleje como un ethos bueno, bello,
honroso, valioso y pasible de servir de ejemplo; se necesita de la labor de sí
sobre sí.
E - Y es allí donde ubica usted el
análisis del poder?
M.F. - Pienso que en la medida en que la libertad significa para los griegos
no esclavitud –una definición muy diferente de la nuestra- el problema es ya
enteramente político. Es político en la medida en que la no esclavitud respecto
de los otros es una condición: el esclavo carece de ética. La libertad es,
pues, política en sí. Y tiene entonces un modelo político en la medida en que
ser libre significa no ser esclavo de sí y de sus apetitos, lo que supone que
uno establece sobre sí una determinada relación de dominación o de dominio que
se denominaba arché -poder, autoridad-.
E - El cuidado de sí, dice usted, es
hasta cierto punto el cuidado de los demás. El cuidado de sí en este sentido
también es siempre ético. Es ético en sí.
M.F. - Para los griegos no por ser cuidado de los demás es ético. El cuidado
de sí es ético en sí, pero implica complejas relaciones con los demás en la
medida en que ese ethos de la libertad es un modo de cuidar de los demás. Es
por ello que para el hombre libre que actúa correctamente resulta importante
saber cómo gobernar a su mujer, a sus hijos y su hogar. Aquí aparece también el
arte de gobernar. Elethos también implica una relación con los demás por cuanto
el cuidado de sí hace de uno alguien competente para ocupar un lugar en la
ciudad, en la comunidad o en las relaciones interindividuales pertinentes -sea
esto el ejercicio de una magistratura o trabar relaciones amistosas-. El
cuidado de sí también implica una relación con el otro por cuanto, para cuidar
realmente de sí, debemos escuchar las enseñanzas de un maestro. Necesitamos un
guía, un consejero, un amigo -alguien que nos diga la verdad-. Así, el problema
de la relación con los otros se encuentra presente a lo largo de este
desarrollo del cuidado de sí.
E - El cuidado de sí apunta siempre
al bien para los demás. Apunta hacia una buena administración del área de poder
presente en todas las relaciones, es decir, tiende a administrarlo en el
sentido de la no-dominación. En este contexto, ¿cuál sería el papel del
filósofo, de quien cuida del cuidado de los demás?
M.F. - Tomemos a Sócrates, por ejemplo. Es él quien llama a las personas por
la calle o a los jóvenes en el gimnasio y les dice: “¿se interesan ustedes por
ustedes mismos?” Esa misión le había sido encomendada por un dios. Esa era su
misión, que no abandonará aun en el momento en que hayan de amenazarlo con la
muerte. Es verdaderamente el hombre que cuida de los demás. Esa es la posición
particular del filósofo. Pero digámoslo sin complicaciones: en el caso del
hombre libre, pienso que toda su moral puede formularse en quien cuidaba de sí
correctamente se encontraba por este mismo hecho a nivel de poder actuar
correctamente en las relaciones con los otros y para los otros. Una ciudad en
la que todos se ocuparan de sí correctamente sería una ciudad que funcionaría bien,
hallando en esto el principio ético de su estabilidad. Pero no creo que se
pueda decir que el griego que cuidaba de sí debía ante todo cuidar de los
otros. Este tema no entrará en juego –me parece- sino más tarde. El cuidado de
los otros no puede preceder el cuidado de sí. El cuidado de sí adquiere
precedencia moral en la medida en que la relación a sí reviste precedencia
ontológica.
E - Puede el cuidado de sí, que posee un sentido ético
positivo, entenderse como una suerte de conversión del poder?
M.F. - Una conversión, sí. En realidad, es un modo de controlar y de limitar.
Es que, si bien es cierto que la esclavitud constituye el gran riesgo al que se
enfrenta la libertad griega, existe también otro peligro, que a primera vista
aparece como el opuesto de la esclavitud: el abuso de poder. En el abuso de
poder uno va más allá de lo que es legítimamente el ejercicio del poder e
impone sobre los demás los propios caprichos, apetitos y deseos. Vemos aquí la
imagen del tirano o sencillamente la del hombre rico y poderoso que se
aprovecha de su poder y riqueza para maltratar a los demás, para imponerles
un poder indebido. Pero puede verse -al
menos es lo que dicen los filósofos griegos- que este hombre es en realidad
esclavo de sus apetitos. Y el buen legislador es precisamente aquel que ejerce
su poder correctamente, es decir, ejerciendo al mismo tiempo su poder sobre sí.
Es el poder sobre sí el que habrá de regular el poder sobre los demás.
E - Liberado del cuidado de los demás,
no corre el cuidado de sí el riesgo de “absolutizarse”? ¿No puede esta
“absolutización” del cuidado de sí volverse una suerte de ejercicio del poder
sobre los demás en el sentido de la dominación del otro?
M.F. - No, porque el riesgo de dominar a otros y de ejercer sobre ellos un poder
tiránico proviene solamente de no haber uno cuidado de sí y de haberse
convertido en esclavo de sus deseos. Pero si usted cuida correctamente de sí,
es decir, si a nivel ontológico usted sabe qué es, si sabe también de qué es
capaz, si sabe qué es lo que significa para usted ser ciudadano de una ciudad,
ser jefe del hogar en un oikos, si sabe a qué debe temerle y a qué no, si sabe
qué es lo que cabe esperar y cuáles son las cosas que por el contrario deberían
serle completamente indiferentes y, por último, si sabe que no debería temerle
a la muerte, bien, entonces usted no puede abusar de su poder sobre los demás.
Por lo tanto no hay peligro. Esta idea aparecerá mucho más tarde, cuando el
amor de sí se haya vuelto sospechoso y sea visto como una de las raíces
posibles de diversas faltas morales. En ese nuevo contexto, el cuidado de sí
tendrá por forma primera la renuncia de sí. Esto se descubre con bastante
claridad en el Tratado de la virginidad de Gregorio de Nisa, en donde la noción
de cuidado de sí -”epimeleia heauton”- se encuentra básicamente definida como
renuncia a todos los lazos mundanos. Se trata de la renuncia a todo lo que
pudiera ser amor de sí, a todo lazo son un sí mismo mundano. Pero creo que en
el pensamiento griego y romano el cuidado de sí no puede por sí solo tender a
un exagerado amor de sí que con el tiempo lleve a despreciar a los demás o,
peor aún, a abusar del poder que pueda tener sobre ellos.
E - ¿Es entonces un cuidado de sí que mientras piensa en
sí piensa en los demás?
M.F. - Sí, absolutamente. Quien cuida de sí hasta el punto de saber
exactamente cuáles son sus deberes como jefe del hogar, como esposo o como
padre encontrará que las relaciones que mantiene con su mujer y sus hijos son
como deberían ser.
E - Pero, la condición humana, en el
sentido de su finitud, no desempeña aquí un papel muy importante? Ha hablado
usted de la muerte. Si no se teme a la muerte no se puede abusar del poder de
uno sobre los demás. Este problema de la finitud nos parece muy importante: el
miedo a la muerte, el miedo a la finitud y al daño se encuentran todos en el
centro del cuidado de sí.
M.F. - Por supuesto. Y allí es donde el Cristianismo, al introducir la
salvación como salvación más allá de esta vida, en cierto modo desequilibrará o
por lo menos perturbará todo el tema del cuidado de sí. A pesar de ello -vuelvo
a recordarlo- la búsqueda de la propia salvación será precisamente la renuncia.
Por otra parte, entre los griegos y los romanos, a partir del hecho de que uno
cuida de sí durante su propia vida y que la reputación que se haya dejado
detrás es lo único posterior a la muerte que nos pueda preocupar, el cuidado de
sí puede centrarse entonces por completo en sí mismo, en lo que hacemos, en el
lugar que ocupamos entre los demás. Puede estar totalmente centrado en la
aceptación de la muerte -lo que será muy evidente en el estoicismo tardío-
incluso hasta el punto de volverse casi deseo de la muerte. A la vez puede ser,
si no cuidado de los demás, por lo menos un cuidado de sí beneficioso para los
demás. , Es decir, interesante destacar en Séneca, por ejemplo, la importancia
del tema “apurémonos a envejecer, apurémonos para llegar al momento señalado
que nos permita reunirnos con nosotros mismos”. Esta suerte de momento anterior
a la muerte en donde nada más puede ocurrir difiere del deseo de muerte que
encontramos entre los cristianos, quienes de la muerte esperan la salvación. Es
como un movimiento tendiente a articular la propia existencia con el punto ante
el cual no haya otra cosa más que la posibilidad de la muerte.
E - Quisiéramos cambiar ahora de
tema. En los cursos que dictó en el College de France usted habló sobre las
relaciones entre poder y saber. Ahora habla usted sobre las relaciones entre
sujeto y verdad. ¿Hay una complementariedad entre estos dos conjuntos de ideas:
poder/saber y sujeto/verdad?
M.F. - Mi problema siempre ha sido, como dije al comienzo,
el problema de la relación entre sujeto y verdad. Cómo entra el sujeto en
determinado juego de verdad? Mi primer problema fue, por ejemplo: ¿cómo fue
que, a partir de cierto punto en el tiempo, la locura pasó a ser considerada un
problema y el resultado de diversos procesos -una enfermedad dependiente de
determinada medicina-?
Cómo ha ubicado al sujeto loco dentro de ese juego de
verdad definido por el saber o por un modelo médico? Y mientras efectuaba este
análisis percibí que, contrariamente a lo que en cierta medida había sido la
costumbre de esa época -principios de la década del sesenta-, no era hablando
meramente de ideología como podíamos explicar realmente ese fenómeno. En
realidad, hubo algunas prácticas -fundamentalmente la práctica mayor del
encierro, que se había desarrollado a comienzos del siglo XVII y que había sido
condición para la inserción del sujeto loco en este juego de verdad- que me
remitieron al problema de las instituciones de poder mucho más que al problema
de la ideología. De este modo fui llevado a plantear el problema saber/poder,
que no es para mi el problema fundamental sino un instrumento que permite -en
una forma que me parece ser la más exacta- el análisis del problema de las
relaciones entre sujeto y juegos de verdad.
E - Pero usted siempre ha “impugnado”
que le habláramos acerca del sujeto en general.
M.F. - No, no “impugné” eso. Tal vez
emití algunas formulaciones inadecuadas. Lo que sí impugné fue que ustedes
establecieran en primer término una teoría del sujeto -como se lo pudo hacer en
la fenomenología y en el existencialismo- y que, a partir de la teoría del
sujeto, llegaran a plantear la cuestión de saber, por ejemplo, cómo era posible
esta o aquella forma de conocimiento.
Lo que yo quería saber era cómo el sujeto se fue
constituyendo a sí mismo, en tal o cual forma, como sujeto loco o como sujeto
normal a través de ciertas prácticas que eran juegos de verdad, aplicaciones
del poder, etc. Tuve que descartar la teoría de un sujeto a priori para poder
hacer el análisis de las relaciones posibles entre la constitución del sujeto o
las diferentes formas del sujeto y los juegos de verdad, las prácticas del
poder y otros.
E- Implica esto que el sujeto no es
una sustancia?
M.F. - No es una sustancia: es una forma, y esta forma no está por encima de
todo ni es siempre idéntica a sí misma. Usted no guarda hacia usted el mismo
tipo de relaciones cuando se constituye como un sujeto político que se dirige a
votar o toma parte en una asamblea y cuando intenta colmar sus deseos en una
relación sexual. Sin duda hay entre estos diferentes tipos de sujeto algunas
relaciones e interferencias, pero no nos hallamos en presencia de un mismo tipo
de sujeto. En cada uno de los casos jugamos, establecemos con nuestro sí mismo
una forma de relación diferente. Es precisamente la constitución histórica de
estas diversas formas de sujeto en relación con los juegos de verdad lo que me
interesa.
E - Pero el sujeto loco, el enfermo,
el delincuente -incluso tal vez el sujeto sexual- era el sujeto que constituía
el objeto del discurso teórico, un sujeto que denominaremos “pasivo”, mientras
el sujeto del que ha hablado usted en el College de France durante estos dos
últimos años es un sujeto “activo”, políticamente activo. El cuidado de sí
concierne a todos estos problemas de política práctica, de gobierno, etc.
Pareciera haber habido un cambio en su pensamiento, un cambio no de perspectiva
sino de problemática.
M.F. - Si bien es cierto que, por ejemplo, la constitución del sujeto loco
puede ser considerada de hecho como el resultado de un sistema de coerción -es
ése el sujeto pasivo- usted saber perfectamente que el sujeto loco no es un
sujeto no-libre y que el enfermo mental se constituye a sí mismo como sujeto
loco en relación y en presencia de quien lo declara demente. La histeria, tan
importante para la historia de la psiquiatría y para las instituciones mentales
del siglo XIX, me parece ser la ilustración concreta del modo en que el sujeto
se constituye como loco. Asimismo, no es una coincidencia el que los fenómenos
importantes de la histeria hallan sido estudiados exactamente allí donde un
máximo de coerción forzaba a los individuos a considerarse a sí mismos como
locos. Por otra parte, y de manera inversa, diría que si ahora lo que en
realidad me interesa es el modo en que el sujeto se constituye activamente a sí
mismo, por medio de las prácticas de sí, estas prácticas no son, empero, algo
que el individuo inventa por sí solo. Son modelos que él encuentra en su
cultura y que le son propuestos, sugeridos e impuestos por su cultura, su
sociedad y su grupo social.
E - Pareciera haber una suerte de
carencia en su problemática, básicamente, el concepto de resistencia al poder.
Esto presupondría un sujeto muy activo, muy cuidadoso de sí y de los otros y
muy sofisticado tanto política como filosóficamente.
M.F. - Esto nos remite al problema de qué entiendo yo por poder. Uso muy raramente
el término “poder”; si a veces lo hago, es siempre un atajo de la expresión que
empleo siempre: “relaciones de poder”. Pero hay modelos preparados de antemano:
cuando se habla de “poder”, la gente de inmediato piensa en una estructura
política, en un gobierno, en una clase social dominante, en el amo frente al
esclavo y otros. No es de manera alguna aquello en lo que pienso cuando hablo
de “relaciones de poder”. Entiendo que en las relaciones humanas, cualesquiera
sean éstas -ya sea que se trate de la comunicación verbal, como en este preciso
instante, o de una relación amorosa, institucional o económica- siempre se
encuentra presente el poder, quiero decir, las relaciones en las que uno desea
dirigir el comportamiento del otro. Son relaciones que se pueden encontrar en
diferentes niveles y bajo formas diferentes: las relaciones de poder son
relaciones cambiantes, es decir, pueden modificarse a sí mismas; no son dadas
de una vez y para siempre. El hecho, por ejemplo, de aventajarles en edad y de
que en un primer momento ustedes se sintieran intimidados puede darse vuelta en
el transcurso de la conversación y pasar a ser yo el que se sienta intimidado
ante alguno de ustedes precisamente por ser más joven. Estas relaciones de
poder son, pues, cambiantes, reversibles e inestables. Debemos observar también
que no puede haber relaciones de poder a menos que los sujetos sean libres. Si
uno (o el otro) estuviera a total disposición del otro y se convirtiera en una
cosa de él, en un objeto sobre el que puede ejercer una violencia infinita e
ilimitada, no habría relaciones de poder. Para ejercer una relación de poder,
en ambas partes se debe hallar por lo menos alguna forma de libertad. Aun si la
relación de poder fuera completamente despareja o si uno verdaderamente pudiera
decir que detenta sobre el otro “todo el poder”, este poder puede ejercerse
sobre otro sólo en la medida en que este último aún cuente con la posibilidad
de suicidarse, de arrojarse por la ventana o de matar al otro. Esto significa
que en las relaciones de poder necesariamente aparece la posibilidad de
resistencia dado que, de no existir ninguna posibilidad de resistencia -de
resistencia violenta, de escape, de artimañas, de estrategias que reviertan la
situación- no habría relaciones de poder. Siendo ésta la forma general, me
rehuso a responder a la cuestión que me plantean a menudo: “pero, si el poder
está en todas partes, entonces no hay libertad.”
Respondo: si en todo
campo social existen relaciones de poder es porque en todas partes hay libertad.
Ahora bien, sin duda hay estados de dominación. En muchos casos, las relaciones
de poder están fijadas de manera tal que son perpetuamente asimétricas y el
margen de libertad es extremadamente limitado. Para tomar un ejemplo, sin duda
muy paradigmático: en la relación conyugal tradicional de los siglos XVIII y
XIX, no podemos decir que el poder fuera solamente masculino; la mujer misma
podía hacer montones de cosas: serle infiel al marido, sacarle el dinero,
negársele en lo sexual. Sin embargo, ella se encontraba sujeta a un estado de
dominación en la medida en que finalmente todos esos no eran otra cosa más que
trucos diversos que nunca produjeron el revertimiento de la situación. En estos
casos de dominación - económica, social, institucional o sexual- el problema
consiste en realidad en descubrir dónde habrá de organizarse la resistencia.
¿Será, por ejemplo, una clase trabajadora la que habrá de resistir a la
dominación política en un sindicato, en el partido? ¿Bajo qué forma: una
huelga, una huelga general, una revolución, una disputa parlamentaria? En una
situación de dominación tal, se debe responder a todos estos interrogantes de
manera muy específica, en función de tipo y la forma precisa de dominación.
Pero la afirmación “usted ve el poder en todas partes; por lo tanto, no hay
espacio para la libertad” me parece absolutamente incompleta. No se me puede
imputar la idea de que el poder es un sistema de dominación que todo lo
controla y que no deja espacio para la libertad.
E - Hace unos instantes hablaba
usted acerca del hombre libre y el filósofo como si fueran dos modalidades
diferentes del cuidado de sí. El cuidado de sí por parte del filósofo gozaría
de cierta especificidad y no se confundiría con el del hombre libre.
M.F. - Yo diría que se trata de dos posiciones diferentes en el cuidado de sí,
y no de dos formas del cuidado de sí. Pienso que éste en su forma es el mismo,
pero por su intensidad, por el grado de celo por sí -y, a partir de ello,
también de celo por los otros- la posición del filósofo no es la de un hombre
libre cualquiera.
E - Es allí donde podríamos esperar
una conexión fundamental entre filosofía y política?
M.F. - Sí, por supuesto. Pienso que las relaciones entre filosofía y política
son permanentes y fundamentales. Es cierto que si consideramos la historia del
cuidado de sí en el pensamiento griego, es obvia su relación con la política.
Bajo una forma de gran complejidad: por una parte vemos, por ejemplo, a
Sócrates -al igual que Platón en Alcibíades o Jenofonte en las Memorabilia
interpelar así a los jóvenes: “ea, vosotros, queréis convertiros en personas
políticas, queréis gobernar la ciudad y por lo tanto, queréis cuidar de los
demás, pero no cuidáis siquiera de vosotros; si no cuidáis de vosotros, seréis
malos líderes.” Desde esa perspectiva, el cuidado de sí aparece como condición
pedagógica, moral y también ontológica para la constitución de un buen líder.
La constitución de sí como sujeto gobernante implica haberse constituido como
un sujeto que cuida de sí. Pero por otra parte vemos decir a Sócrates en la
Apología: “yo, Sócrates, interpelo a todos por que todos deben ocuparse de sí
mismos.” Mas de inmediato agrega: “con esto cumplo el mayor servicio a la
ciudad; en vez de castigarme, deberíais recompensarme más de lo que
recompensáis aun vencedor en los Juegos Olímpicos.” Hay, pues, una afinidad muy
fuerte entre filosofía y política que se desarrollará posteriormente, cuando el
filósofo de hecho no sólo se ocupe del cuidado del alma del ciudadano sino
también de la del príncipe.
E - Pudo esta problemática del
cuidado de sí convertirse en el centro de un nuevo pensamiento filosófico, de
otro tipo de política que el que vemos en la actualidad?
M.F. - Debo admitir que no he arribado
muy lejos en esa dirección y que preferiría volver a algunos problemas más contemporáneos con el fin de
intentar ver qué podemos hacer con todo esto en la problemática política
actual. Pero tengo la impresión de que en el pensamiento político del siglo XIX
-tendríamos que remontarnos más lejos aún, a Rousseau y Hobbes- el sujeto
político ha sido pensado esencialmente en tanto sujeto de la ley, ya sea en
términos naturalistas o en términos de la ley positiva. A la vez, me parece que
la cuestión del sujeto ético cuenta con un lugar de poca cuantía dentro del
pensamiento político contemporáneo. Por último, no quiero responder a problemas
que no haya sometido a examen. No obstante, quisiera retomar nuevamente las
cuestiones que he abordado a través de la cultura de la Antigüedad.
E - ¿Cuál sería la relación entre el
sendero de la filosofía, que guía el conocimiento de sí, y el sendero de la
espiritualidad?
M.F. - Por espiritualidad -mas no estoy seguro de que sea una definición que
pueda sostenerse por mucho tiempo- entiendo aquello que se refiere precisamente
a un sujeto que accede a cierto modo de ser y a las transformaciones que debe
lograr el sujeto sobre sí a fin de acceder a ese modo de ser. Creo que en la
espiritualidad antigua había una identidad (o casi) entre espiritualidad y
filosofía. En todo caso, la preocupación más importante de la filosofía giraba
en torno del sí mismo; el saber del mundo surgía posteriormente y, las más de
las veces, como sostén de este cuidado de sí. Cuando uno lee a Descartes llama
la atención encontrar que en las Meditaciones aparece exactamente esa misma
inquietud espiritual por acceder a un modo de ser que no permitiría dudar y en
el que finalmente alcanzaríamos el conocimiento. Pero al definir así el modo de
ser al que da acceso la filosofía, observamos que el mismo se encuentra
enteramente determinado por el saber, y que es en tanto acceso a un sujeto
cognoscente o a lo que calificara al sujeto como tal como la filosofía se
definiría a sí misma. Desde esta perspectiva, me parece que superpone las
funciones de la espiritualidad a un ideal basado en la cientificidad.
E - ¿Deberíamos actualizar esta
noción del cuidado de sí en sentido clásico frente al pensamiento moderno?
M.F. - Absolutamente. Pero no estoy haciendo esto para decir:
“desafortunadamente hemos olvidado el cuidado de sí. Aquí está el cuidado de
sí; él es la clave de todo.” Nada me es más ajeno que la idea de que la
filosofía se hubiera extraviado en algún momento, de que hubiera olvidado algo
y de que en algún punto de su historia exista un principio, una base que deba
ser redescubierta. Pienso que todas esas formas de análisis, ya sea que adopten
una forma radical y digan desde su punto de partida que la filosofía había sido
olvidada, o bien adopten una forma más histórica y digan “vean ustedes, en éste
o aquel filósofo ha sido olvidado algo” no son de gran interés. De ellas no
podemos derivar gran cosa. Esto no quiere decir que el contacto con tal o cual
filósofo no pueda producir algo, pero tendríamos que entender que ese algo es
nuevo.
E - Esto origina la pregunta
siguiente: por qué deberíamos tener hoy acceso a la verdad en sentido político,
es decir, en el sentido de una estrategia política que confronta diversos
puntos de “bloqueo” o de poder en el sistema relacional?
M.F. - En realidad ése es un problema. Después de todo, ¿por qué la verdad?
¿Por qué nos importa la verdad, incluso más que el sí mismo?” Y ¿por qué
cuidamos de nosotros sólo a través del cuidado de la verdad? Pienso que estamos
abordando aquí una cuestión muy fundamental que es, diría, la cuestión del
mundo occidental. ¿Qué es lo que causó que toda la cultura occidental comenzara
a girar en torno de esta obligación de la verdad, que ha adoptado una cantidad
de formas diferentes? Siendo así las cosas, hasta el momento nada ha demostrado
que pudiéramos definir una estrategia externa a ella. Dentro de este campo de
obligación a la verdad sin duda podemos evitar a veces, de una u otra manera,
los efectos de una dominación ligada a las estructuras de verdad o a las
instituciones encargadas de la verdad. Para decirlo muy esquemáticamente,
podemos encontrar muchos ejemplos: ha habido un movimiento ecologista -el que,
por otra parte, es un fenómeno muy antiguo, no sólo del siglo XX- que ha
mantenido relaciones en cierto sentido hostiles con la ciencia o, por lo menos,
con una tecnología garantizada en términos de verdad. Pero en realidad, la
ecología también habla un lenguaje de verdad. Era en nombre del saber respecto
de la naturaleza, del equilibrio de los procesos de las cosas vivas y otros que
se podían exponer a la crítica.
Escapábamos, pues, de
la dominación de la verdad no jugando un juego completamente ajeno al juego de
la verdad sino jugándolo de otra forma o jugando otro juego, otro conjunto,
otros “triunfos” en el juego de cartas de la verdad. Pienso que lo mismo ocurre
en el orden de la política: podríamos criticar la política -comenzando, por
ejemplo, con los efectos del estado de dominación de esta política indebida-,
pero lo podríamos hacer solamente jugando determinado juego de verdad,
mostrando cuáles fueron sus efectos, mostrando que había otras posibilidades
racionales, enseñándole a la gente lo que ignoran acerca de su propia
situación, de sus condiciones de trabajo, de la explotación que sufren.
E - Respecto de la cuestión de los
juegos de verdad y los juegos de poder, ¿no cree usted que podamos encontrar en
la historia la presencia de una modalidad particular de estos juegos de verdad
que tendría un estatuto particular respecto de todas las otras posibilidades de
juegos de verdad y de poder, y que se caracterizaría por su esencial apertura,
por la oposición a todo “bloqueo” por parte de todo poder, en el sentido éste
de dominación/servidumbre?
M.F. - Sí, completamente. Pero cuando hablo sobre las relaciones de poder y
los juegos de verdad, no busco decir que los juegos de verdad sean relaciones
de poder que pretendería encubrir –sería una caricatura terrible-. Mi problema,
como ya he dicho, consiste en saber cómo los juegos de verdad pueden ubicarse y
vincularse a las relaciones de poder. Podemos mostrar por ejemplo que la
medicalización de la locura, es decir, la organización del saber médico en
torno de algunos individuos etiquetados como “locos” se vinculó en un momento
dado con toda una serie de procesos sociales o económicos, pero también con
instituciones y con prácticas del poder. Este hecho de ninguna manera menoscaba
la validez científica de la eficacia terapéutica de la psiquiatría. No la
garantiza, pero tampoco la anula. Postulemos que las metamáticas, por ejemplo, se
vinculan –de manera conceptualmente diferente que la psiquiatría- con las
estructuras de poder: lo mismo valdría también para este caso, aun si sólo
fuera por el modo de enseñarla, por el modo en que el consenso de los
matemáticos se organiza, por como opera dentro de un circuito cerrado, por
poseer valores y determinar qué es lo bueno (verdadero) y lo malo (falso) en
las matemáticas, y otros.
Esto no quiere decir
en absoluto que las matemáticas sean solamente un juego de poder sino que el
juego de la verdad de las matemáticas en cierto modo, y sin que esto menoscabe
su validez, se vincula con los juegos y las instituciones de poder. Es evidente
que en algunos casos los vínculos son tales que no se puede escribir la
historia de las matemáticas sin tenerlas a éstas en cuenta, aun cuando su
problemática siempre resulta interesante y los historiadores de las matemáticas
están comenzando a estudiar ahora la historia de sus instituciones. Por último,
es claro que la relación que puede existir entre las relaciones de poder y los
juegos de verdad en las matemáticas es enteramente diferente de la que
tendríamos en la psiquiatría. En todo caso, de ninguna manera se puede decir
que los juegos de verdad no sean otra cosa más que juegos de poder.
E - Esta pregunta remite al problema
del sujeto, puesto que en los juegos de verdad se plantea este interrogante:
¿quién dice la verdad, cómo se la dice y por qué se la dice? ¿Es que, en el
juego de verdad, usted puede jugar a decir la verdad. Hay un juego: usted juega
a la verdad o la verdad es un juego?
M.F. - La palabra “juego” puede inducir a error: cuando digo ”juego” entiendo
por esto un conjunto de reglas para la producción de la verdad. No es un juego
en el sentido de imitación o entretenimiento... Es un conjunto de procedimientos
que conducen a cierto resultado, que puede considerarse en función de sus
principios y reglas de procedimientos como válido o no, como ganador o como
perdedor.
E - Siempre se halla presente el
problema de “quién”. ¿Se trata de un grupo, de un conjunto?
M.F. - Puede ser un grupo, un individuo. Sin duda allí hay un problema. En lo
que respecta a los múltiples juegos de verdad, puede observar usted que lo que
siempre ha caracterizado a nuestra sociedad desde la época de los griegos es el
hecho de que no tenemos una definición completa y perentoria de los juegos de
verdad que estarían permitidos, excluyendo a todos los demás. Siempre existe,
en un juego de verdad dado, la posibilidad de descubrir algo más y de cambiar
más o menos tal o cual regla y, a veces, hasta la totalidad del juego de
verdad. Sin duda es esto lo que, comparando con otras sociedades, le ha dado a
Occidente posibilidades de desarrollo que no encontramos en ninguna otra parte.
Quién dice la verdad? Los individuos que son libres, llegan a cierto acuerdo y
se encuentran ceñidos por determinada trama de prácticas de poder e
instituciones reguladoras.
E - Entonces, ¿la verdad no es un
constructo?
M.F. - Eso depende. Hay algunos juegos de verdad en los que la verdad es un
constructo y otros en donde no lo es. Puede tener usted, por ejemplo, un juego
de verdad que consista en describir las cosas de un modo dado. Quien realiza
una descripción antropológica de la sociedad no nos ofrece un constructo sino
una descripción que, en lo que a ésta respecta, consta de diversas reglas que
evolucionan históricamente, de tal suerte que puede decirse que hasta cierto
punto es un constructo en relación a otra descripción. Esto no significa que
allí no haya nada y que todo salga de la cabeza de alguien. De lo que podemos
decir, por ejemplo, respecto de esta transformación de los juegos de verdad,
algunos extraen la conclusión que mencioné acerca de que nada existe: me han
hecho decir que la locura no existe, a pesar de que el problema era
precisamente el opuesto. Se trata de saber cómo la locura, tras las diversas
definiciones que podríamos dar de ella, podía en cierto modo estar integrada a
un campo institucional que la consideraba como una enfermedad mental, con un
lugar junto a las demás enfermedades.
E - Básicamente hay también en el
corazón del problema de la verdad un problema de comunicación, el problema de
la transparencia de las palabras del discurso. Aquel que puede formular
verdades también detenta un poder, el poder de ser capaz de decir la verdad y
de expresarla como lo desea.
M.F. - Sí, pero esto no significa que lo que dice no sea verdad, como cree
la mayoría. Cuando usted les señala que puede haber una relación entre verdad y
poder, dicen: “ah!, entonces no es la verdad.”
E - Esto va unido al problema de la
comunicación, dado que en una sociedad en la que la comunicación tiene un alto
nivel de transparencia, los juegos de verdad son tal vez más independientes de
las estructuras de poder.
M.F. - Está usted planteando un problema muy importante: pienso que con esto
se está refiriendo a Habermas. Me parece interesante lo que está haciendo
Habermas. Sé que él no está de acuerdo con lo que digo -yo coincido con él en
algunas cosas más- pero sigue habiendo algo que me genera un problema, que es
cuando asigna un lugar muy importante a las relaciones de comunicación y,
también, a una función que yo denominaría “utópica”. La idea de que podría
haber un estado de comunicación que sería tal que los juegos de verdad podrían
circular libremente, sin obstáculos, sin restricciones y sin efectos
coercitivos me parece una utopía. Es ser ciego al hecho de que las relaciones
de poder no son algo malo en sí mismas, algo de lo que tendríamos que
liberarnos. No creo que pueda existir una sociedad sin relaciones de poder,
entendidas como medios por los que los individuos intentan conducir, determinar
la conducta de otros. El problema no consiste en tratar de disolver en la
utopía de una comunicación perfectamente transparente sino en proporcionarse a
sí mismo las reglas de la ley, las técnicas de gestión y también la ética, el
ethos, la práctica de sí, lo que permitiría que estos juegos de poder se puedan
jugar con un mínimo de dominación.
E - Se encuentra usted muy lejos de
Sartre, quien solía decirnos “el poder es un mal”.
M.F. - Sí, y se me ha atribuido a menudo esta idea, la que se encuentra muy
alejada de lo que pienso. El poder no es un mal. El poder es juegos
estratégicos. El obvio que sabemos perfectamente que el poder no es un mal.
Considere, por ejemplo, la relación sexual o las relaciones amorosas.
El ejercicio del
poder sobre otro en una suerte de juego estratégico abierto, donde se pueden
revertir las cosas, no es malo. Eso es parte del amor, de la pasión, del placer
sexual. Tomemos algo que ha sido también objeto de críticas, a menudo
justificadas: la institución pedagógica. No veo dónde está el mal en la
práctica de alguien que, en un juego de verdad dado y sabiendo más que otro, le
dice qué debe hacer, le enseña, le transmite saberes, le comunica destrezas. El
problema, en cambio, reside en saber cómo en estas prácticas -donde el poder no
puede no jugar y donde no es malo en sí- se han de evitar los efectos de
dominación que hagan que un niño se encuentre sujeto a la autoridad arbitraria
e inútil de un docente, o un estudiante, bajo el poder de un profesor
abusivamente autoritario. Pienso que estos problemas deberían ser planteados en
términos de reglas de ley, de técnicas de gobierno relacionales y del ethos, de
la práctica de sí y de la libertad.
E - Podemos entender lo que acaba de
decir como el criterio fundamental de lo que ha denominado usted una nueva
ética? Se trataría de jugar con un mínimo de dominación...
M.F. - Pienso que lo que tenemos es el punto de articulación entre la
preocupación ética y la lucha política por el respeto de los derechos, entre la
reflexión crítica contra las técnicas de gobierno abusivas y la búsqueda ética
que permite la fundación de la libertad individual.
E - Cuando Sartre habla del poder
como mal supremo, parece referirse a la realidad del poder como dominación.
Probablemente coincida usted con Sartre en este punto.
M.F. - Pienso que todas esas nociones han sido definidas de manera errónea;
realmente no sé de qué se está hablando. Cuando comencé a interesarme por este
problema del poder, no estoy seguro yo mismo de haber hablado sobre él con
mucha claridad ni de haber usado las palabras necesarias.
Ahora tengo una idea
mucho más clara de todo esto. Me parece que debemos distinguir las relaciones
de poder como juegos estratégicos entre libertades -juegos estratégicos que
resultan en el hecho de que algunos tratan de determinar la conducta de otros-
de los estados de dominación, que son los que comúnmente denominamos poder. Y
entre ambos, entre los juegos de poder y los estados de dominación, tenemos las
tecnologías gubernamentales, otorgándole a este término un sentido muy amplio,
dado que es tanto el modo en que se gobierna a la esposa y a los niños como el
modo en que se gobierna una institución. El análisis de estas técnicas resulta
necesario porque frecuentemente es a través de este tipo de técnicas que los
estados de dominación se sostienen a sí mismos. En mi análisis del poder
aparecen tres niveles: las relaciones estratégicas, las técnicas de gobierno y
los niveles de dominación.
E - Encontramos en su curso sobre la
hermenéutica del sujeto un pasaje en el que dice que no hay un punto de
resistencia al poder político más importante y provechoso que la relación de sí
consigo mismo.
M.F. - No creo que el único punto posible de resistencia al poder político
–entendido evidentemente como estado de dominación- descanse en la relación de
sí consigo mismo. Lo que digo es que la gubernamentalidad implica la relación
consigo mismo, lo que precisamente quiere decir que en la idea de
gubernamentalidad apunto a la totalidad de las prácticas por las que se pueden
construir, definir, organizar, instrumentalizar las estrategias que los
individuos pueden tener en su libertad respecto de los demás. Son individuos
libres los que tratan de controlar, de determinar, de delimitar la libertad de
los otros, y a estos fines disponen de determinados instrumentos para gobernar
a los demás. Esto sin duda descansa sobre la libertad, sobre la relación de sí
consigo y sobre la relación con el otro. Pero si usted intenta analizar el
poder no desde la perspectiva de la libertad, las estrategias y la
gubernamentalidad sino desde la perspectiva de una institución política, no
puede considerar el sujeto como un sujeto de derechos. Tenemos un sujeto dotado
o no de derechos y que, por la institución de una sociedad política, ha
recibido o perdido esos derechos. Volvemos, pues, a un concepto jurídico de
sujeto. Por otra parte, la noción de gubernamentalidad nos permite, creo, poner
en relieve la libertad del sujeto y la relación con los otros, es decir, lo que
constituye la cuestión fundamental de la ética.
E - ¿Piensa usted que la filosofía
tenga algo que decir acerca del porqué de esta tendencia a querer determinar la
conducta de los demás?
M.F. - La manera de determinar la conducta de los demás habrá de adoptar
formas muy diferentes, despertará apetitos y deseos en intensidades variables
según las sociedades. No sé nada de antropología, pero podemos imaginar que hay
sociedades en las que el modo de determinar el comportamiento de los demás se
encuentra tan determinado de antemano que no queda nada por hacer.
Por otra parte, en
una sociedad como la nuestra -esto se hace muy evidente en las relaciones de
familia, por ejemplo, en las relaciones sexuales y afectivas- los juegos pueden
ser muy numerosos y, por ende, la tentación de determinar la conducta de los
otros es tanto mayor. Sin embargo, cuanto más libre es la gente respecto del
otro, mayor es la tentación de ambas partes por determinar la conducta de los demás.
El juego, cuanto más abierto, tanto más atractivo y fascinante.
E - ¿Piensa usted que la filosofía
tiene el deber de advertir a los demás ante el peligro del poder?
M.F. - Ese deber siempre ha sido una función importante de la filosofía. En su
costado crítico - entiendo crítico en un sentido muy amplio- la filosofía es
precisamente el desafío a todos los fenómenos de dominación, de cualquier lugar
y cualquiera sea la forma con la que se presenten: política, económica, sexual,
institucional u otras. La función crítica de la filosofía hasta cierto punto
emerge en vía directa del imperativo socrático “conócete a tí mismo”, es decir,
“sostente en la libertad a través del dominio de sí.” -
La
entrevista a Michel Foucault fue publicada en la revista Concordia:
Internationale Zeitschrift Fur Philosophie n.6 (1984). Traducida por Claudia
Oxman. Publicada en La Caja Negra Nro. 10 magazine dirigido por Tomàs Abraham.
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