(…) Para liberarnos del prejuicio de
que el milagro es un fenómeno genuina y exclusivamente religioso, en el que
algo ultraterrenal y sobrehumano irrumpe en la marcha de los asuntos humanos o
de los cursos naturales, quizás convenga tener presente que el marco completo
de nuestra existencia real: la existencia de la Tierra , de la vida orgánica
sobre ella, del género humano, se basa en una especie de milagro. Pues desde el
punto de vista de los procesos universales y de la probabilidad que los rige,
la cual puede reflejarse estadísticamente, ya el sólo nacimiento de la Tierra es una
«improbabilidad infinita». Lo mismo ocu-rre con el nacimiento de la vida
orgánica a partir del desarrollo de la naturaleza inorgánica o con el
nacimiento de la especie humana a partir de la evolución de la vida orgánica.
En estos ejemplos se ve claramente que siempre que ocurre algo nuevo se da algo
inesperado ,imprevisible y, en último
término, inexplicable causalmente, es decir, algo así como un milagro en el
nexo de las secuencias calculables. Con otras palabras, cada nuevo comienzo es
por naturaleza un milagro —contemplado y experimentado desde el punto de vista de
los procesos que necesariamente interrumpe. En este sentido, a la transcendencia
religiosa de la fe en los milagros, corresponde la transcendencia comprobable
en la realidad de todo comienzo en relación a la conexión interna de los
procesos en que irrumpe.
Naturalmente éste es sólo un ejemplo
para aclarar que lo que llamamos efectivamente real, ya es un plexo de realidad
mundanal, orgánica y humana, que precisamente como tal realidad nace con
lamarca de las «improbabilidades infinitas». Pero si tomamos este ejemplo como
una metáfora de lo que pasa realmente en el terreno del os asuntos humanos,
entonces empieza a fallar. Pues por lo que respecta a éstos, de lo que se
trata, como decimos, es de procesos de naturaleza histórica, esto es, de procesos
que no transcurren en formde desarrollos naturales, sino en la de cadenas de
acontecimientos en cuyos engarces este milagro de «improbabilidades infinitas»
acontece con tanta frecuencia que nos parece extraño hablar de milagros(debido
a que consideramos que el proceso de la historia resulta delas iniciativas
humanas y está continuamente atravesado por nuevas iniciativas). En cambio, si
este proceso se contempla en su puro carácter procesal —y naturalmente esto es
lo que ocurre en todas las fi-osofías de la historia para las que el proceso
histórico no es el resultado de la acción conjunta de los hombres, sino del
desarrollo y confluencia de fuerzas extra, sobre o infra humanas, esto es, en
lasque el hombre que actúa es excluido de la historia— cualquier nuevo inicio
en él, sea para bien o para mal, es tan improbable que todos los grandes
acontecimientos se toman como milagros. Visto objetiva-mente y desde fuera, las
posibilidades de que mañana el día transcurra exactamente como hoy son
aplastantes —seguramente esto no es del todo así, pero para las dimensiones
humanas son tan aplastantes como las posibilidades de que a partir de los
acontecimientos cósmicos, los procesos inorgánicos y la evolución de los
géneros animales surgieran la
Tierra , la vida o la humanidad no animal.
La diferencia decisiva entre las
«improbabilidades infinitas» en que consiste la vida humana terrena y los
acontecimientos–milagro ( Ereignis-Wunder
) en el ámbito de los asuntos humanos mismos es naturalmente que en éste hay un
taumaturgo y que es el propio hombre quien, de un modo maravilloso y
misterioso, está dotado para hacer milagros. Este don es lo que en el habla
habitual llamamos la acción . (das
Handeln) A la acción le es peculiar poner en marcha procesos cuyo
automatismo parece muy similar al de los procesos naturales, y le es peculiar
sentar un nuevo comienzo, empezar algo nuevo, tomar la iniciativa o, hablando
kantianamente, comenzar por sí mismo una cadena. El milagro de la libertad
yace en este poder–comenzar que a su vez estriba en el factum de que todo hombre en cuanto por nacimiento
viene al mundo —que ya estaba antes y continuará después — es él mismo un nuevo
comienzo.
Esta idea de que la libertad es
idéntica a comienzo o, hablando otra vez kantianamente, a espontaneidad nos
resulta muy extraña porque es un rasgo característico de nuestra tradición de
pensamiento conceptual y sus categorías identificar libertad con libre albedrío
y entender por libre albedrío la libertad de elección entre dos alternativas ya
dadas —dicho toscamente: entre el bien y el mal— y no simplemente la libertad
de querer que esto o aquello sean así o asá. Esta tradición tiene naturalmente
sus buenos motivos, en los que aquí no podemos entrar, y fue extraordinariamente
fortalecida por la convicción, extendida ya desde la Antigüedad , de que la
libertad no sólo no reside en la acción y en lo político, sino que, al
contrario, únicamente es posible si el hombre renuncia a actuar, se retrae
sobre sí mismo retirándose del mundo y evita lo político. Frente a esta
tradición conceptual y categorial se levanta no sólo la experiencia, sea de
tipo pri-vado o público, de todo hombre, frente a ella también se alza
sobretodo el testimonio nunca completamente olvidado de las lenguas an-tiguas,
en que el griego archein significa
comenzar y dominar, es decir, ser libre, y el latino agere poner algo en marcha, es decir, desencadenar un proceso.
Por lo tanto, si esperar milagros
es un rasgo del callejón sin salida al que ha ido a parar nuestro mundo, de
ninguna manera esta esperanza nos saca del ámbito político originario. Si el
sentido de la política es la libertad, es en este espacio —y no en ningún otro—
donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque creamos en ellos sino
porque los hombres, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar a
cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo acabo continuamente, lo sepan o
no. La pregunta de si la política tiene todavía algún sentido, aun cuando
acabe en la fe en milagros —y ¿dónde debería acabar, si no?—, nos conduce
inevitablemente de nuevo a la pregunta por el sentido de la politica.
Hanna
Arendt “¿Que es politica?.- Introducción a la política II ”.-“ Paidos
1997.-pp64-66
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