EL EJEMPLO EL SARGENTO ANTON SCHMIDT (1)
“……, no puede pretenderse que exista una ley dictada
por la naturaleza humana que
obligase todos a perder la dignidad al
producirse un desastre…”(1)
Epitafio en la tumba del sargento Smichdt en Vilna:
“Aquí yace un hombre que juzgó más importante
ayudar a sus
semejantes que vivir».
(…) En ese instante
un tanto tenso, el testigo mencionó el nombre
de Anton Smichdt, Feldwebel, o
sea, sargento, del ejercito alemán, nombre que no era totalmente desconocido del publico asistente al jucio por cuanto el Yad Vashem había publicado la
historia del Sargento Smichdt algunos años atrás en su boletín Hebreo
y cierto número de periódicos
norteamericanos, publicados en yidddish, la había recogido. Anton
Smichdt estaba al mando de una patrulla que operaba en Polonia dedicada a
recoger soldados alemanes que habían perdido contacto con sus unidades. En el
desarrollo de esa actividad, Schmidt había entrado en relación con otros
miembros de las organizaciones clandestinas judías, entre ellos el propio
Kovner, y había ayudado a los guerrilleros judíos, proporcionándoles documentos
falsos y camiones del ejército. Y lo que es mas importante todavía: “No lo hacia para obtener dinero”. Lo
anterior duró cinco meses, desde octubre de 1941 hasta marzo de 1942, en que Schmidt
fue descubierto y ejecutado
(…) Desde luego esta no fue la primera vez que se hizo mención
de la ayuda recibida del mundo exterior, del mundo no judío. El magistrado Halevi
había peguntado reiteradas veces a los testigos:; “ ¿ Nadie prestó ayuda a los judíos?”.Lo había preguntado con la misma
regularidad con la que el fiscal preguntaba: “¿porqué no se rebelaron ustedes?”. Las contestaciones a la pregunta
del magistrado Halevi fueron de distinto tenor y todas poco concluyentes: “ Toda la población estaba en contra de
nosotros” , y los judíos escondidos por familias cristianas “ podían
contarse con los dedos de una mano”, quizá fueran cinco o seis en una población de trece mil individuos: sin embargo, la
situación, globalmente considerada, de los judíos de Polonia, fue- y ello no deja
de causar sopesa- mucho mejor que aquella otra en que se hallaban los restantes
países del este de Europa. (Tal como he dicho , no había testigos procedentes
de Bulgaria). Un judío, a la sazón casado
con una polaca, y con residencia
en Israel, declaró que su esposa le escondió, a él y a otros doce judíos,
durante toda la guerra. Otro tenia un amigo cristiano, al que conocía dese
antes de la guerra, a cuya casa acudió después de huir de un campo de
concentraron, y quien le ayudó, aunque luego fue ejecutado por haber ayudado a
los judíos. Otro testigo declaró que los guerrilleros polacos habían suministrado
de muchas armas a los judíos y habían salvado miles de niños judíos que colocaron
bajo protección de las familias polacas. Los riesgos que comportaba prestar ayuda
a los judíos eran prohibitivos; corria la historia de una familia polaca que había
sido ejecutada de la manera más brutal por el solo hecho de haber adoptado a
una niña judía de seis años de edad. Pero el relato del comportamiento de
Schmidt constituyo el primero y último ejemplo de una actitud de esta índole
adoptada por un alemán, ya que la otra anécdota referente a un alemán constaba
en un documento: un oficial del ejercito alemán ayudo indirectamente a los
judíos, al sabotear ciertas ordenes de policía; nada le ocurrió a dicho
oficial, peor el incidente se considero lo suficientemente grave como para que
fuese mencionado en la correspondencia entre
Himmler y Bormann.
Durante los pocos minutos que Kovner necesitó para relatar
la ayuda que le había prestado un sargento alemán, en la sala de audiencia
reino un anormal silencio. Parecía que la multitud hubiera decidido
espontáneamente guardar los tradicionales dos minutos de silencio en memoria
del sargento Anton Schmidt. Y en el
trascurso de estos dos minutos, que fueron como una súbita claridad surgida en
medio de impenetrables tinieblas, un solo pensamiento destacaba sobre los
demás, un pensamiento irrefutable, fuera de toda duda: cuan distinto todo
hubiera sido en esta ala audiencia, en
Israel, en Alemania, en toda Europa, quizá en todo el mundo, si se hubieran
podido contar mas historias como aquella.
Desde luego, hay razones, mil veces repetidas,
explicativas de la escasez de historias de este género. Expresare la esencia de
estas razones con las palabras que
constan en una de las pocas memorias de guerra subjetivamente sinceras,
publicadas en Alemania. Peter Bamn, medico militar alemán que sirvió en el
frente de Rusia, relata en Unschitbare
Flagge ( 1952) la matanza de judíos que tuvo lugar en Sebastopol. Los judíos
fueron reunidos por “ los otros” como el
autor llama a las unidades móviles de exterminio de las SS, para distinguir las
de los soldados comunes cuyo honestidad
en el libro ensalza, y fueron encerrados en un ala independiente de la antigua prisión
de la GPU , contigua
al alojamiento para oficiales nazis en que Bamn vivía. Después se les obligó a subir a un
camión dotado de un gas letal, en cuyo interior murieron al cabo e pocos
minutos, tras lo cual el conductor transportó los cadáveres fuera de la ciudad
y los arrojó a una zanja antitanque. “Nosotros
sabíamos lo que ocurría, pero nada hacíamos por evitarlo, Si alguien hubiera
formulado una protesta seria, o hubiera hecho algo para impedir la actuación de
la unidad de matanza, hubiese sido arrestado antes del transcurso de veinticuatro horas y hubiera desparecido.
Uno de los refinamientos propios de los
gobiernos totalitarios de nuestro sigo consiste
en no permitir que quienes se oponen a él mueran, por sus convicciones, la grande y
dramática muerte del mártir. Muchos de nosotros hubiéramos aceptado esa clase
de muerte. Pero los estados totalitarios se ilimitan a hacer desparecer a sus
enemigos en el silencio del anonimato. Y tambien es cierto que todo aquel capaz
de preferir la muerte a tolerar en silencio el crimen, hubiera sacrificado su
vida en vano. No quiero decir con ello que tal sacrificio hubiera carecido de trascendencia
moral, sino que hubiese resultado prácticamente inútil, Ninguno de nosotros
tenia unas convicciones tan profundamente arraigadas como para aceptar el sacrificio prácticamente
inútil, en aras de un mas alto ideal moral”. No es necesario advertir que
al autor del libro citado no se da cuenta de la vaciedad que supone el dar la
importancia que da a la “decencia”, cuando no existe lo que él llama un “más alto ideal moral”.
Pero la vaciedad de la respetabilidad- ya que la decencia
en el contexto en que el autor la sitúa, no es más que respetabilidad-no era precisamente
lo que se hallaba en el fondo del ejemplo dado por el sargento Anton Schmidt.
Al contrario, este ultimo pone en elieve el fatal fallo del argumento de Banmm,
que tan plausible aparece a primera vista. Cierto es que el dominio totalitario
procuró formar aquellas bolas de olvido en cuyo interior desaparecían todos los
hechos, buenos y malos, pero del mismo modo que todos los intentos nazis de
borrar toda huella de las matanzas- borrarlas mediante hornos crematorios,
mediante fuego en pozos abiertos, mediante explosivos, lanzallamas y maquinas
trituradoras de huesos- llevados a cabo a partir de junio de 1942, estaban destinadas
a fracasar, también es cierto ue vanos fueron todos sus intentos de hacer desaparecer en el “ silenciosos
anonimato” a todos aquellos que se oponían al régimen. Las bolsas de olvido no
existen. Ninguna obra humana es perfecta y, por otra parte, hay en el mundo
demasiada gente paa que el olvido sea posible. Siempre quedara un hombre vivo para contar la historia. En consecuencia nada podrá ser jamás “prácticamente inuil” por o menos a la
larga. En la actualidad seri apara Alemania e gran importancia práctica, no
solamente nen lo referente a su prestigio en el extranjero, sino también en cuanto
concierne a su tristemente situación interior, que pudieran citarse mas
historias como la de Anton Schmidt. La lección de esta historia es sencilla y
al alcance de todos. Desde un punto de vista politico, nos dice qu ene circunstancias
de error, la mayoría de la gente se doblegará, pero algunos no se doblegarán, del mismo modo que la lección que nos dan
los países a los quee se propuso la aplicación de la Solución Final es
que “pudo ponerse práctica en la mayoría de ellos”, pero no en todos. Desde un punto de vista humano, la lección es que
actitudes cual la que comentamos constituyen cuanto se necesita, y no puede
razonablemente pedirse más para que este planeta
siga siendo un lugar apto para que lo habiten seres humanos
().-Hanna
Arednt : “ Eichman en Jerusalem”.- Ed de Bolsillo.- 2010
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