La coartada
Heidegger
“No
dejemos que las teorías y las ideas sean las reglas de nuestro ser. El Führer
mismo y sólo él es la realidad alemana y su ley, hoy y en el futuro”.
“Que
actué o no actué esta voluntad depende de una cosa: que nosotros los alemanes,
un pueblo históricamente espiritual, seamos nosotros mismos la voluntad otra
vez.”
Martin Heidegger.
Ser consecuentes con
nuestro tiempo fue la explicación que dio Heidegger por su entrega febril,
frívola e incondicional al exterminio de millones de personas. Estamos
acostumbrados a que el mal se ejerce como un acto cruel y antisocial con
ciertas características: violencia, criminalidad, el daño evidente en contra
del otro, la devastación social y anímica de las víctimas. Es algo palpable y
detectable. Pero existe el mal de las ideas, ese que ejerció Heidegger y que
desata consecuencias terribles. Su colaboración a la construcción de una
ideología y su genocidio fue dedicarle su filosofía y pensamiento, delatar a
sus alumnos y compañeros académicos judíos para que los enviaran a los campos
de exterminio y motivar a sus alumnos arios a que se inscribieran en la SS o
cualquier grupo militar del partido nazi.
Esta ideología es conducta asesina, es el mal en una de sus formas. El mal no es una abstracción ni es una categoría moral; el mal se comete, es un hecho que se manifiesta con actos que niegan la ética. Si para Heidegger sus actos respondían a su tiempo, esto elimina a la ética y la cambia por un código flexible, adaptable a lo que le convenga, a la moda, a la debilidad de un carácter que con esto encuentra la posibilidad, políticamente correcta, de dejar en libertad a las inclinaciones criminales. Heidegger se despojó de su responsabilidad con descarada cobardía. La cobardía también es una de las manifestaciones del mal.
El mal tiene nombres y
responsables, tiene rostros, las entelequias en las que las religiones
monoteístas lo han enmascarado, dándole una presencia metafísica y
fantasmagórica sirven para evadirse del juicio social y legal por sus crímenes.
Para la ética un asesinato ideológico es igual de criminal si se comete en
nombre de dios o del nazismo; las ideologías no cambian los hechos. El marqués
de Sade, gran analista de este fenómeno y de sus manifestaciones, hizo de las
religiones el mal auténtico y más peligroso, porque la religión es ideología.
Contradiciendo la teoría de Russeau del buen salvaje, -nacemos con una
predisposición al bien y es la sociedad la que nos pervierte-, Sade grita que
somos una naturaleza brutal y que las leyes nos someten para que no abusemos
del más vulnerable. Así, el mal no es una fábula demoniaca, es una conducta
humana y sus consecuencias deben ser castigadas. ¿Las leyes nos previenen del
mal? Sólo si se rigen por la ética, no por la ignorancia tribal del grupo en el
poder, cosa increíblemente difícil y frágil.
EL ORIGEN DEL NAZISMO COMO
OBRA DE ARTE.
Para Heidegger el arte no
puede ser visto fuera de su contexto filosófico e histórico, se manifiesta en
contra de la apreciación estética del arte, podríamos decir del placer puro,
sensorial y emocional de ver la obra. La “verdad” es la forma de entender la
dinámica histórica de nuestro tiempo, entonces esa verdad está cargada con la
ideología del momento. Su discurso El Origen de la Obra de Arte es una pieza de
propaganda que impulsa la noción del arte con intenciones proselitistas e
ideológicas y es algo más, otorga calidad de arte a la construcción del modelo
social, estético y filosófico nazi. La verdad que atribuye como un surgimiento
“imponente” del ser de la obra es la idea que antecede o ampara a la obra. La
descripción de la campesina, que según él, es la dueña de los zapatos que
sirvieron de modelo para la pintura de Van Gogh es la idealización del
campesino de la iconografía nazi. El discurso sobre la tierra de la que todo
emerge, sus referencias teístas a la naturaleza es la obsesión nacionalista por
los bosques y la vida campirana aria. Recordemos el amor de Hitler por las
montañas y los niños vestidos de tiroleses. Enfatiza esa vida natural que se
oponía a la vida decadente del Berlín cosmopolita que el nazismo se encargó de
aniquilar. Con su fijación por relativizar la ética y la responsabilidad del
ser ante sus actos, insiste en que nuestra experiencia de la realidad cambia a
través del tiempo, y que el arte ayuda a que asimilemos este cambio porque lo
muestra en su “verdad”. Heidegger decidió que su tiempo era el nazismo, que su
realidad era afiliarse a una dictadura genocida, no respondió con la rebeldía
heroica y desarrolló argumentos que falsean y manipulan la noción de obra de
arte. Su descripción del templo griego que “alberga el destino del hombre” su
inclusión de la creación divina, -una fábula que no tenía por qué entrar en un
discurso lógico-, refuerza el concepto de “destino” que comparte la obsesión
que tenía Hitler por el significado de las obras arquitectónicas en el
nacimiento de una nueva nación. En un discurso megalómano, en donde no existen
palabras inocentes, desarrolla el tema de la “utilidad” de la cosa para
alejarnos de la noción de la inteligencia creadora y concluir que esa utilidad
que la obra de arte no comparte con los objetos de uso, sí la comparte con la
verdad y entonces la utilidad del arte es ideológica, nos refleja, nos explica,
nos involucra en la historia y en la realidad de nuestro tiempo. El peso
histórico de la obra está en su compromiso político. Es interesante como le
atribuye al arte en esa verdad, el poder y la misión de la “desocultación” de
la revelación, cuando delatar era la práctica de un buen ciudadano y
“desocultar” o “no-ocultar” al enemigo un acto ejemplar, merecedor de una
medalla. ¿Qué deseaba sacar a la luz a través del arte? ideas, verdades,
ocultarse es “negarse, disimularse” e insiste: “la esencia de la verdad, es
decir, la desocultación está dominada por un rehusarse en el modo de la doble
ocultación”; nadie se puede rehusar a delatar.
Con estas afirmaciones
Heidegger en realidad no está hablando de arte, esa es su coartada, por eso
nunca menciona el proceso del artista, no habla de talento, cuando toca a la
técnica es una generalidad y no profundiza, no menciona ni escuelas, ni rasgos
de la obra en factura, composición o formas. Heidegger está hablando del hombre
nazi como obra. Analizando estos ensayos desde este punto de vista de vista y
usando sus términos, se “desocultan” sus intenciones y sus ideas. Desglosa las
bases de la ideología nazi como arte, entrando en el proceso de involucrar a
todas las formas de pensamiento “con las fuerzas y demandas del Estado Nacional
Socialista” como lo exigió Hitler. El hombre ario es la verdad que en ese
momento adquiere dimensión universal y le da la autoridad de decidir sobre la
vida de los otros, la verdad de ser elegidos, la verdad de ser paradigmas. “La
verdad acontece como la lucha primordial entre el alumbramiento y la
ocultación”; “La verdad en los zapatos de Van Gogh acontece al manifestarse el
ser útil de los zapatos”; el énfasis del discurso está en la “utilidad de la
verdad”, servir a una ideología es la verdad. Es tan criminal el que a diario
ejecuta a miles de personas como el que escribe este tipo de propaganda en
apoyo de la dictadura genocida. Su obsesión por el origen: “El origen es la
fuente de la esencia dentro de la cual está el ser del ente”, es el origen que
se convirtió en una de las leyes del nazismo, la sangre aria, limpia de otras
razas y el hombre como resultado de esa pureza, de esa esencia “El poder que
debemos preservar, en el sentido más profundo, es el del Volkpueblo, que está
enraizado en el alma y en la sangre” dijo en su discurso de nombramiento como
rector o como él mismo se hizo llamar el Führer de la Universidad de Friburgo.
Al final de la Segunda
Guerra Heidegger se pronunció víctima del efecto Mitlaüfter o “los que siguen a
los mitos imitando la conducta de la mayoría”, evadiendo su responsabilidad. Yo
le pregunto: si la filosofía no ayuda a diferenciar el mito de la realidad
entonces ¿para qué es? y ¿qué mito justifica el genocidio? Disculpándose a sí
mismo y a los millones que apoyaron a Hitler, su débil excusa le permitió
regresar a impartir clases en la Universidad de Friburgo, pero su reinserción
académica no impide que veamos en su obra una apología al más grande crimen del
que la humanidad tenga memoria. Si hizo tanto énfasis en el posicionamiento
histórico de la obra -“el arte es histórico y como tal es la contemplación
creadora de la verdad en la obra”- es porque se creía poseedor de la verdad del
que triunfa en la guerra, por eso escribió como promulgador y testigo de una
verdad. Es la Historia, esa que tanto menciona en su texto, la que le da el
espejo de su derrota y le demuestra que el peso de la filosofía no es capaz de
justificar ningún crimen y que su asesina colaboración no se puede borrar con
un discurso.
(1)
Fuente
: avelinalesper.blogspot.com
Publicado en la Revista
Replicante.
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