Entrevista a César
Rendueles por ‘Sociofobia’ (*)
Publicado en 7 febrero,
2014 por Ana March en Entrevistas
Fiel amigo del escándalo,
el exceso y la provocación, Josep de Maistre –opositor virulento de las ideas
de la ilustración y la revolución francesa-, escribió: “Si en pleno invierno un
hombre ordenase a un árbol ante mil testigos que se cubriera súbitamente de
hojas y de frutos, y el árbol obedeciese, todo el mundo quedaría maravillado y
se inclinaría ante el taumaturgo. La revolución francesa y todo lo que sucede
en este momento es tan increíble como la fructificación instantánea de un árbol
en el mes de enero…”.
Salvando la distancia con
su autor, esta imagen nos sirve para sintetizar la crítica que vuelca el
filósofo César Rendueles en su libro ‘Sociofobia’ (Capitan Swing, 2013) hacia
quienes consideran la nueva tecnología de la comunicación y la economía del
conocimiento una revolución capaz de generar cambios positivos tanto en lo
político como en lo social. Teorías que, según el autor, responden a un
“ciberfetichismo”, a un “espejismo digital” anclado en el terreno de las
utopías, o, como diría Maistre, en el de los milagros.
César Rendueles vuelca en
su libro un profundo análisis en el que desmenuza los por qué de esta
situación, y en el que, además, hace hincapié sobre la necesidad de fortalecer
los lazos sociales primarios, la relación cara a cara, y volver a ser
conscientes de nuestras limitaciones, nuestros afectos y dependencias mutuas.
Un ensayo que se encuentra entre uno de los mejores publicados en el año 2013 y
que ha creado gran controversia.
Hablamos con César
Rendueles para conocer más de cerca sus opiniones:
Ana March: ‘Sociofobia’ comienza haciendo referencia al
trabajo del historiador Mike Davis quien,
en su ensayo ‘Los holocaustos de la era victoriana tardía’, investiga la
grave crisis de subsistencia que una extensa sequía ligada a la corriente de El
Niño propagó por todo el orbe y que supuso la muerte de entre treinta y
cincuenta millones de personas entre 1876 y 1899. Algo que, como bien apuntas
en ‘Sociofobia’, apenas se menciona en los libros convencionales de historia
pero que resultó ser la piedra angular que posibilitó la expansión imperial y
el capitalismo de mercado, y sembró el germen de la estructura social del mundo
tal y como hoy lo conocemos. ¿Por qué crees que se da esta amnesia selectiva en
el seno de nuestros historiadores? ¿Qué hace que dejemos tirados en el arcén de
la historia a cincuenta millones de personas muertas por inanición y pandemias
y pasemos de largo?
César Rendueles: Porque cuestiona uno de los pilares de
nuestra cultura y nuestra sociedad: la idea de que hemos encontrado un cóctel
de mercantilización generalizada, individualismo social y liberalismo político
que nos permite vivir en sociedades complejas manteniendo relaciones afables y
sin caer en el enfrentamiento identitario. Aunque hay una parte de verdad en
ello también es un proyecto utópico que ha tenido un inmenso coste, primero más
allá de las fronteras occidentales en forma de imperialismo y, después, en la
metrópolis en forma de crisis económica generalizada, totalitarismo y
enfrentamiento militar.
A.M: El entramado social de aquellos territorios que eran ferozmente colonizados
mientras a su vez sufrían la devastación de la hambruna y la sequía, y que
corresponden al antecedente germinal de lo que hoy se denomina “tercer mundo”,
se dinamitó en tiempo récord. Este debilitamiento de las instituciones en esos
países ocasionó que los estragos del hambre fueran aún mayores y que, a pesar
de la resistencia por parte de las poblaciones agrícolas, se diera luz verde a
la carrera imperial por el territorio y la implantación por parte de los
conquistadores de la nueva dependencia política, económica y militar moderna.
Un siglo después, en los años 80, las instituciones políticas internacionales
impusieron en este tercer mundo sus políticas liberales: devastación del sector
público, privatización, devaluación, destrucción de la industria, privatización
de la sanidad y la educación, que sumía aún más en la miseria y el deterioro a
estas regiones. ¿De qué manera ha influido en las expectativas políticas de los
ciudadanos occidentales esta realidad del tercer mundo y cuáles son las esperanzas
sociales que se desprenden de ella?
C.R.: Creo que ha reducido nuestras expectativas, en el sentido de que parece que no hay nada entre la City de Londres y Darfur, que sólo podemos elegir entre el nihilismo del turbocapitalismo y la miseria indescriptible de los países pobres, como antes parecía que sólo podíamos elegir entre la explotación capitalista y el totalitarismo soviético. Creo que es esencial romper con esa apariencia de que nos enfrentamos a dicotomías exhaustivas. Los esbirros del capital financiero son muy creativos: se sacan de la manga mercados de derivados vaporosamente metafísicos, impuestos a la luz del sol, minitrabajos para miniciudadanos… Necesitamos recuperar la imaginación institucional para la democracia.
A.M: A finales del siglo XIX, en medio de ese escenario desolador de los
holocaustos victorianos que nos retratas, donde las hordas humanas, pobladores
de Egipto, India China o Brasil, entre otros, se dedicaban a robar, esclavizar,
violar y matar a sus congéneres para comérselos, en que las personas se comían
los techos de sus casas, bolas de tierra, árboles, ratas y perros, Mike Davis,
destaca ese optimismo que desprendía Ulises S. Grant, el presidente de Estados
Unidos que 1877 se encontraba en el Nilo a bordo de un barco a vapor y era
testigo de ese caótico escenario, respecto de los beneficios que el ferrocarril
(la técnica) podía acarrear a esa pobre gente, una visión muy decimonónica que
expresaba el deseo de someter la naturaleza al mundo moderno, sin comprender
que era justamente la violencia del mundo moderno la que había posibilitado un
desastre de tal envergadura. Si contraponemos este ejemplo a día de hoy, con 35
millones de personas que mueren de hambre cada año en el mundo y más de 20
países en guerra. Crees que quienes postulan la revolución digital y sus redes
de comunicación como alternativas válidas capaces de generar un cambio social
efectivo estarían presos del mismo optimismo tecnócrata de Grant? ¿Es twitter,
facebook, la “ortopedia tecnológica” (como la llamas en ‘Sociofobia’) el barco
a vapor que nos mantiene a salvo de la orilla de la realidad y fomenta ese
ciberutopismo del que hablas?
C.R: Lewis Mumford explicó muy bien las miserias de fetichismo tecnológico
“Las adquisiciones de la técnica jamás se registran automáticamente en la
sociedad: requieren igualmente invenciones y adaptaciones en la política, y el
irreflexivo hábito de atribuir a los perfeccionamientos mecánicos un papel
directo como instrumentos de la cultura y de la civilización pide a la máquina
más de lo que ésta puede dar”. La perspectiva tradicional era que las máquinas
solucionarían la miseria material, hoy nos hemos creído que también repararán
nuestras vidas dañadas. Tampoco es una perspectiva enteramente nueva, desde la
invención del teléfono se empezó a hablar de nuevas formas de comunidad
mediadas tecnológicamente.
A.M:
Escribes en tu libro: “Básicamente pienso que Internet no es un sofisticado
laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad
futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los
viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos.” ¿De qué
manera crees está afectando Internet al modo en que nos percibimos a nosotros
mismos y a nuestros vínculos sociales?
C.R: No creo que las tecnologías de la comunicación sean tan importantes. La
transformaciones que hemos experimentado en nuestra forma de relacionarnos
tienen que ver, sobre todo, con cambios políticos y sociales relacionados con
la contrarreforma neoliberal. El internetcentrismo es un intento de superar los
efectos negativos de ese proceso. Pero pienso que es en vano. Porque lo que
subyace a nuestros problemas son conflictos entre intereses materiales y
políticos enfrentados.
A.M: Señalas que la modernidad es, en realidad, un período histórico de transición y que existen activos procesos sociales de gran magnitud, ligados a “macroprocesos demográficos”, que tienen una influencia crucial en nuestra cotidianeidad y en nuestra vida moral, y que el “fetichismo de la red”, es decir, quienes confían en la superación del marco político tradicional mediante estas nuevas formas de relación social que prosperan en Internet, están olvidando ¿Qué términos se están descartando de la ecuación social y qué consecuencias podrían acarrear a largo plazo?
C.R: Durante mucho tiempo nos hemos imaginado que habíamos dejado atrás
los grandes conflictos que marcaron los primeros cien años de capitalismo. A
través del consumo, sobre todo, los enfrentamientos de clase, los déficits de
democracia o los conflictos identitarios quedarían disueltos en el éter de la
libertad de elección comercial. De ahí deriva todo ese discurso de las clases
medias sociológicas, toda esa gente que se considera ajena a los conflictos de
clase porque ha accedido a unos cuantos objetos de consumo suntuario. Hoy todas
las tensiones relacionadas con la desigualdad económica o la deslegitimación
del sistema político han retornado con una enorme violencia. Porque el
capitalismo consiste en esa tensión. Constantemente saca a la luz posibilidades
económicas y políticas que es incapaz de aprovechar.
A.M: Parece traspasar las teorías revolucionarias, ese prejuicio contra el
que lucha la teoría de Dan Ariely respecto de la “racionalidad ilimitada” del
ser humano. Esa idea de que el ser humano es una criatura maravillosa y que lo
puede y lo sabe todo. Algo que, por otra parte, es el fundamento de toda teoría
económica estándar. Se descarta la preponderancia de la irracionalidad en la
toma de decisiones y de que no siempre ésta se da en los mejores términos, en
otras palabras, que no siempre elegimos convenientemente, que nos equivocamos y
persistimos en el error. Presumo que tu libro quiere subsanar ese despiste
inveterado fijando la atención en la “naturaleza humana” –término polémico como
bien apuntas- y cuya preponderancia, dices, es fundamental en toda evaluación
de un proyecto de emancipación. ¿Es así?
C.R: Creo que es esencial que las personas de izquierdas aceptemos la
contingencia, la falibilidad de nuestra racionalidad política. Los proyectos de
transformación política no se apoyan en ninguna clase de teoría en sentido
estricto sino que son tentativas urgentes pero torpes, siempre al borde del
fracaso. Así que deberíamos ser prudentes y, para ello, me parece razonable partir
no tanto de lo que deberíamos ser sino de lo que ya somos. De lo que las
personas siempre hemos sido y seguramente seguiremos siendo. No me parece mal
llamar a eso naturaleza humana. Santiago Alba Rico explica esto en un libro que
acaba de publicar diciendo que la izquierda tiene que ser revolucionaria en lo
económico, reformista en lo institucional y conservadora en lo antropológico.
A.M: Sabemos que uno de los grandes cambios de la postmodernidad es
justamente el haber dinamitado las relaciones tradicionales, el marco regulador
ya no es hegemónico sino que depende de la libertad individual, de lo que cada
uno entienda por realización personal. La familia, la identidad, la relación
entre géneros, la educación, los hijos, la alimentación, todo ha sido
traspasado por ese terremoto estructural postmoderno. Y la sociedad experimenta
una sensación creciente de incertidumbre, de falta de referentes colectivos y
una falta de fe en el porvenir A su vez la tecnología de la información ha
reconfigurado nuestra relación espacio-temporal con el mundo. En este marco tan
complejo, ¿de qué manera pueden fructificar las relaciones sociales positivas?
¿Pensar que puede haber una vuelta al origen de los lazos primarios y no esta
supresión efectiva que se está dando en detrimento de las asépticas relaciones
cibernéticas no es caer, como aquello que denuncias, en un ‘filioutopismo’?
¿Cómo integra tu planteamiento la relación mercantilista, la reificación de la
que hablaba Lukács, que parece imperar en las relaciones sociales de
occidente?
C.R : Las relaciones mercantiles reducen la comprensión de lo que es una
libre elección. Parece como si todo lo que no ha sido elegido en el sentido en
que escogemos una marca de champú ha sido impuesto. Pero la mayor parte de las
cosas importantes de nuestra vida, aquello que identificamos con la realización
peronsal, no responden a este patrón. No elegimos así a nuestros amigos, ni
nuestras vocaciones ni a la gente de la que cuidamos o nos cuida. En todos esos
casos se da una forma de compromiso que no es –o no tiene por qué ser– una
imposición, pero que es difícil de reducir a una elección reversible. No creo
que toda la vida social deba reducirse a estos compromisos, pero tal vez
podríamos empezar por facilitarlos.
A.M: Ese “desnivel prometeico” que señaló Gunther Anders y del que tú hablas
en ‘Sociofobia’, es decir, la idea de que en la actualidad las acciones
insignificantes tienen la capacidad técnica de producir efectos
desproporcionados, como por ejemplo el que tener un móvil nos convierta en
cómplices del conflicto armado del Congo, aunque uno esté en contra de la
guerra; o que vestirse con ropa fabricada a base de mano de obra barata de los
países subdesarrollados nos vuelva presuntos explotadores, a pesar de que
deploremos la esclavitud. Esos actos cotidianos fuerzan una excedencia ética,
un divorcio entre la moralidad de nuestros actos individuales y nuestra ética
general y nos impide vivir una vida de acuerdo a nuestros términos morales.
Esta es una cuestión muy difícil de resolver. “Los revolucionarios,-dices-
prefieren renunciar a interpretar sus propios actos en términos de una ética
general en un intento no muy realista de crear un marco ético eficaz, ya que
morirse de frío antes que comprar ropa producida en términos de esclavitud
parece no poder generalizarse.” ¿Ese “inmoralismo teórico revolucionario” como
lo llamas, es un síntoma de que la virtud de la coherencia o la ética cabal es
impracticable hoy por hoy? ¿A qué responde?
C.R: No lo creo. Más bien responde al estado de excepción que ha vivido la
izquierda a lo largo del último siglo. Como suele recordar Carlos Fernández
Liria, cada vez que la izquierda radical ha intentado acceder al poder por vías
democráticas se ha producido un golpe de estado seguido de una masacre. Es una
pauta increíblemente regular. El caso de Venezuela es prácticamente único. Y no
porque no se haya producido un golpe de estado sino porque fracasó. En estas
condiciones la ética parece casi un lujo, ¿verdad? Pero creo que deberíamos
resistirnos a esa tentación extramoral porque tiene un coste tremendo, no sólo
en términos éticos sino también prácticos. El socialismo debería ser para la
gente normal, no para héroes revolucionarios y colosos políticos. Deberíamos
recuperar las sólidas tradiciones éticas relacionadas con el apoyo mutuo, la
fraternidad y el cuidado que están en el origen de los movimientos de
izquierda.
A.M:
Ahorrar en luz, en agua, reciclar, no comer determinados alimentos dañinos para
la salud… Aquellas elecciones que sacrifican una gratificación inmediata en pos
de una recompensa futura parecen llevarse las de perder. Nuestra voluntad está
ligada a la desidia y tenemos mayores probabilidades de lograr aquello que
deseamos en contextos en los que no se nos dan opciones y se nos obliga a
realizarlo, según explica Dan Ariely. Algo similar sucede con la propiedad;
según este autor, nos enamoramos de lo que ya tenemos y damos más valor a lo que
podemos perder que a lo que podemos ganar, sobrevaloramos lo que tenemos, lo
que produce que nos cueste mucho desprendernos de algo. La ‘sociofobia’ de la
que nos hablas en tu libro participa de esta base irracional ¿Crees que es
posible desprenderse de estos límites que nos impiden generar un cambio
político que recompense nuestro futuro en un contexto de libertad? ¿De qué
manera?
C.R: Bueno, vivimos en varios mundos a la vez. En uno somos calculadores
racionales (no muy buenos, por cierto). En otro creamos normas sociales que
seguimos sin preguntarnos demasiado a qué responden. La política consiste en
tratar de intervenir sobre este último ámbito creando instituciones que nos
permitan racionalizar ese universo normativo. ¿En qué medida está sujeta esa
actividad política a las limitaciones de nuestra racionalidad práctica? En
buena medida, sin duda. La parte buena es que la capacidad de deliberar
políticamente es una capacidad distribuida, es algo que podemos hacer en común
y así, superar, esas limitaciones. Por eso hay progresos morales y políticos:
no aceptamos la tortura, ni el esclavismo ni la desigualdad de género o racial.
A.M: “Los vínculos sociales –explicas- son un flujo y no una situación
estática, un subproducto no deliberado de un proceso complejo que es muy
complicado de reproducir intencionadamente.” Y si bien quieres salvar la
distancia entre lo utópico y lo realizable (y por eso propones la recuperación
de los lazos sociales primarios, una puesta en valor de los cuidados mutuos
como punto de partida hacia ese “postcapitalismo factible, cercano, amigable”
que, según dices, no puede asumirse mediante teorías formales o mediante el
consumismo ciberfetichista) sabes que el proyecto postcapitalista es una
aspiración infinitamente compleja de asumir pero necesaria y esencial, y crees
que es momento de resucitar las tradiciones revolucionarias. Decía Baudrillard
que la auténtica disciplina olímpica de nuestra época es la cobardía
intelectual. ¿Crees que nuestros intelectuales están a la altura del momento
histórico que vivimos?
C.R: No, pero tampoco me parece tan importante. Necesitamos librarnos cuanto
antes del imperio de los expertos. Creo que la mayor parte de la gente es
partidaria del cambio político radical, pero aún no se ha enterado, en el
sentido de hemos ido olvidando las palabras con las que expresar esa
convicción. El socialismo tiene que ver con un sentido común para el que
debemos encontrar un vocabulario. A lo mejor en eso podemos ayudar un poco los
que nos dedicamos a escribir. O no. En todo caso al menos deberíamos intentar
no estorbar.-
(*) Fuente :
http://blogs.culturamas.es/anamarch/2014/02/07/entrevista-a-cesar-rendueles-por-sociofobia/
César-Rendueles-e1379565203573
Sobre su autor: Nació en Gijjón (1972)
pero vive desde hace casi veinte años en Madrid. Es doctor en filosofía
y trabaja como profesor em eñ departamento de teoría sociológica de la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociológicas de la Universidad Complutense de Madrid.
También ha sido profesor en la Universidad Carlos III de Madrid y
conferenciante invitado en varias universidades españolas y latinoamericanas.
Fue miembro fundador
del colectivo de intervención cultural Ladinamo, que editaba la revista del
mismo nombre, y durante ocho años se encargó de la dirección cultural y la
dirección de proyectos del Circulo de Bellas Artes de Madrid. Ha escrito sobre
cuestiones relacionadas con la epistemología, la filosofía política y la
crítica cultural en diversas revistas especializadas. Ha publicado dos
recopilaciones de obras de Karl Marx. una antología de ‘El Capital’, y una
selección de textos sobre teoría del materialismo histórico. También se ha
encargado de la edición de ensayos clásicos de autores como Walter Benjamín,
Karl Polanyi o Jeremy Bentham. Ha desarrollado una extensa labor como traductor
y en 2011 comisarió la exposición Walter Benjamin. Constelaciones. Escribe
habitualmente en un su blog Espejismos Digitales.
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