La relación entre ética y
política de la modernidad :
Por Miguel Angel Domenech
La relación entre filosofía
moral y filosofía política y las
respectivas praxis que hoy están vigentes de manera predominante, y en quiebra
a la vez, procede de las
concepciones tanto de la ética como de la política que se originaron en lo
que históricamente ha sido llamado
modernidad. Aunque sea difícil definir lo que se entiende por modernidad
y dejando aparte su definicion, podemos identificarla como la época en cuyos principios tiene sus raíces la visión
del mundo actual y que surgió históricamente en el momento de la Ilustración.
La Ilustración comparte con el
Renacimiento- que a su vez supone una
referencia de recuperación de la cultura clásica greco/latina- la influencia
decisiva en la manera de concebir y apreciar
el mundo contemporáneo.
Es característico de la ilustración el no consistir en un contenido intelectual sistemático y teórico sino un conjunto de fuerzas activas que hicieron que no fuese una mera producción del pensamiento sino un uso práctico del mismo y unos comportamientos. Al no existir una filosofía de la ilustración, como un mero producto intelectual sino ser una filosofía en el sentido más clásico de “forma de vida”, su influencia no permaneció aprisionada en círculos profesionales del pensamiento l sino que encontró su salida en movimientos y fuerzas, en conductas e instituciones. Es por ello que la relación que consiguió establecer entre la ética y la política tuvo el privilegio de su eficacia social transformadora. Por eso cuando se habla de la relación entre los términos de ética y política, tal vez sea el paradigma que estableció la Ilustración, un modelo de reconocimiento tan universal y tan perdurable.
Es característico de la ilustración el no consistir en un contenido intelectual sistemático y teórico sino un conjunto de fuerzas activas que hicieron que no fuese una mera producción del pensamiento sino un uso práctico del mismo y unos comportamientos. Al no existir una filosofía de la ilustración, como un mero producto intelectual sino ser una filosofía en el sentido más clásico de “forma de vida”, su influencia no permaneció aprisionada en círculos profesionales del pensamiento l sino que encontró su salida en movimientos y fuerzas, en conductas e instituciones. Es por ello que la relación que consiguió establecer entre la ética y la política tuvo el privilegio de su eficacia social transformadora. Por eso cuando se habla de la relación entre los términos de ética y política, tal vez sea el paradigma que estableció la Ilustración, un modelo de reconocimiento tan universal y tan perdurable.
La autonomía del sujeto es
uno de los valores capitales de nuestra cultura. En este punto central convergieron todas las raíces de pensamiento
y de práctica política que dieron lugar a la Ilustración. La idea de autonomía y de autogobierno del hombre
como la única manera que pueda entenderse
y hacer posible la libertad y la
paralela ausencia de dominación tanto
por la heteronomía en ética como la tiranía en política , es la aportación del republicanismo histórico
radical y democrático al movimiento de
la ilustración. El republicanismo ascendió
hasta él movimiento ilustrado como una savia
a partir del riego y las raíces de
aquellos antecedentes de la Grecia y Roma clásica y , de las
ciudades-estado del renacimiento italiano. La idea republicana de autogobierno
y autonomía fue básica para la elaboración
de la ética ilustrada como autonomía frente a la heteronomía de cualquier
dominación alienante y de las propuestas políticas que desde ella
se engendrarían. En materia de propuesta
moral, sobre todo en la obra de Kant y en materia de política, en la
obra de Rousseau y en las propuestas de Robespierre y principalmente en la Revolución Francesa, es donde se plasma con mas nitidez el carácter
democrático radical del republicanismo
.Posteriormente se prolonga en
los siguientes movimientos políticos que removieron el mundo, como “ ecos de la marsellesa” (Hobsbawm) .
Movimientos políticos cuyo horizonte
era, en expresión de Marx, el Estado, “como asociación republicana de
trabajadores”. Es por ello por lo que
no resulta incoherente nominar de modernidad republicana a la modernidad ética y política surgida de la Ilustración.
Para
nosotros, los descendientes de la
ilustración y de la modernidad, la ética es la actividad reflexiva y propuesta
normativa que enlaza la acción
con la razón en torno a la
idea de la dignidad humana, y las normas
que se deducen de ella son el ejercicio
de su libertad , de la autonomía y
autogobierno. El hombre se da sus propias normas para llevar a cabo su proyecto
de lo que considera vida buena. La libertad no es un medio para alcanzar esa buena vida sino un ejercicio
mismo de esa dignidad, de manera que sin ella aunque fuésemos guiados por otro
hacia lo bueno y lo justo que nos trascendiese, no seriamos libres ni ejercitaríamos
nuestra dignidad. La moral es la forma normativa y la ética la forma reflexiva de esa libertad. Esa idea
de la primacía de la libertad para la dignidad
la compartimos universalmente con los otros y esa posible universalidad
hace su garantía de objetividad, es decir su fundamento y relación con la razón
y no solo con el instinto subjetivo. Por
lo tanto no solo con la libertad ponemos en juego neustra vida sino la de todos. La formulación, entonces, no sería la de que mi libertad no termina – no tiene más
términos, más limite- que allí donde
empieza la de los otros sino que comienza donde comienza la de los demás. En
caso contrario no es libertad por no estar fundada en la razón sino arbitrio subjetivo no universal ni universalizarle. Es la lógica
del imperativo categórico de Kant: que la máxima de neustra voluntad sea
universalizarle para que sea objetiva y fundada en razón. Si mi libertad y mi voluntad no incluyen la
voluntad y libertad de todos ni es un producto de la razón ni es categórico
sino vinculado a una particularidad
contingente individual.
Nuestras ideas y creencias, la definición de lo
bueno y lo malo, lo justo e injusto, nuestras
normas de conducta que de ello se deriva no se vinculan a objetos
independientes de neustra pensamiento y lenguaje ni son más estables ni eternos que éstas. Esto es la autonomía
moral de la modernidad. Lo contrario es la heteronomía, la creencia de que los
valores se imponen como objetos eternamente valiosos con independencia de lo que digan y por lo que opten libremente
los humanos. Su dictado viene de otro u otros: dioses, tradiciones o
incontestables naturalezas, todas ellas
autoridades sobrehumanas. En esta heteronomía los fundamentos de las
normas y valores nacen de una reflexión
acerca de lo revelado y la razón es una comprensión de ese mensaje dado y una
glosa de sus consecuencias. Para la autonomía comprendida en la idea de la modernidad
y la ilustración, por el contrario, la vida
buena hay que buscarla por lo tanto en los discursos y opiniones humanas que
existen o puedan producirse. En este aspecto el hombre es la medida de las
cosas. Los fundamentos de las normas y valores están en la discusión, y el uso público
de la razón son las legitimaciones que
nos damos mutuamente (la razón comunicada)
Esta idea en torno a la que
se anuda la ética moderna fue desarrollada
hasta llegar a ser acompañada por una reflexión paralela y similar en el ámbito
de la política. Se trata de la idea política de la antigua concepción republicana de que todo grupo humano debe poder decidir, por acuerdo de sus
miembros, sus instituciones y las normas
que hayan de regir su vida en común. Puesto que la vida buena moral había que buscarla,
según la concepción ética , en los discursos y opiniones compartidas , en la
objetividad de lo universalizarle para todos, los espacios públicos deben de organizarse
republicanamente para que puedan pasar ese test de universalidad que los
legitima, el test de la discusión y del persuasión que debe inspirar la institución
de lo político. No podría haber universalidad de los deberes eticos si no existiese la universalidad del discernimiento
moral que no puede serle negado a ningún
humano ni es renunciable en favor de ningún sabio, ni técnico, ni teólogo. El poder debe de estar en el centro, según la feliz expresión de Otanes en Herodoto, a disposición
de todos, en el ágora, en la plaza, donde todos concurren con la misma
dignidad, libertad y capacidad moral, no
descentrado en ningún trono ni monopolizado por ningún grupo de sabios mas dignos que el
común.
Aquella consideración del universal discernimiento
moral de todos, necesario para la calificación de la universalidad de la moral,
nos remite a su equivalente en la política: la igualdad. Este es otro punto
de engarce entre ambos dominios, el de
la ética y la política, que remite a un terreno común de ambos campos.
Esta necesaria igualdad de todos en política, que incluye la opinión del pueblo
bajo, contra todas las aristocracias y tecnocracias se engarza en otro anclaje similar. Si
una moral de la autonomía exige su fundamento en la inmanencia de lo
que nosotros mismos acordamos para nosotros, queda privilegiada la doxa, la opinión frente al dogma y la
certeza de una techné (la técnica). Nuevamente
le “le menu peuple” se hace el protagonista político necesario y nuevamente coinciden en la misma
exigencia la ética y la política. Desechar una pretendida incompetencia del
pueblo, que fue durante siglos el argumento que fundamentaba la democracia como
una “cosa mala” es una actitud que
converge con la inmoralidad. Argumentar
que la representación política en
otros, los mejores, los competentes, los electos, es un correctivo a los inconvenientes
de la democracia directa es un argumento ideológico que oculta la consideración inmoral de que no todos saben lo que es digno
sino solo unos cuantos tienen ese privilegio. Es la inmoralidad de considerarse
pastor de humanos/borregos y de la política
como arte del pastoreo. No es posible legitimar una universalidad moral no trascedente
sin aceptar que es la discusión y la opinión de todos y no solo la de
algunos especialistas- por mucho que
hayan sido elegidos- la que conforma las decisiones. Elegir una elite que nos
gobierne no es autogobernarnos sino delegar la irrenunciable responsabilidad
del ejercicio de neustra moralidad. Como vemos, el republkcanismo mas
radicalmente democrático tiene la misma argumentación que la de la
moralidad universal de la
dignidad humana.
La insistencia de la
política republicana en la igualdad proviene de la experiencia de que la desigualdad
material engendra la dominación de unos por otros, coincidiendo el dominio del mas fuerte necesariamente con el del más afortunado sobre aquellos que solo pueden vivir sometidos al
arbitrio de otros: en el trabajo ,vendiéndose, en la casa , sometiéndose, en
toda cosa , obedeciendo. La política no es cosa de angeles y las llamadas a la
renovación de los corazones para las regeneraciones sociales omiten, o quieren
omitir, la realidad que , entre desiguales prevalece la fuerza. Es la razón por
la que democracia ha sido identificada en su versión más evidente como el poder
de los muchos y no de los pocos, y que
esos pocos son siempre los ricos, y los muchos, los pobres ( Aristóteles). Esta intuición
básica es la fuente de inspiración
realista de los movimientos políticos emancipadores protagonizados por
el comunismo. “Omnia sunt communia” es necesario proclamarlo de los bienes cuya
propiedad privativa derivaría en el
dominio de unos por otros, derivaría en
la desigualdad. Nuevamente nos encontramos con el contrapunto político de la
igualdad necesaria para la universalidad
de lo moral y la libertad como lugar de generación de la moralidad.
La modernidad ética surgida de la ilustración se acompañaba y devenía una compañía optima con la experiencia de la política que se originó en la democracia
griega,- y que las corrientes del
pensamiento republicano mantenían vigentes- por eso el desarrollo politioco de la ilustración
alcanza su cumbre en la democracia radical que apuntaban los acontecimientos protagonizados por los diggers de la revolución inglesa, los founders de la democracia americana, y adoptaron los sans
culottes de la Revolcón Francesa, y en los movimientos democráticos populares
socialistas y obreros desde 1848 , extendiéndose por los dos siglos
siguientes en breves pero intensas oportunidades (, la Comuna de Paris los soviets
de la Revolcón Rusa, , los movimientos emancipares que concurrieron
en defensa dela República española ante el alzamiento militar,…)
La actividad política no es la propia de grupos
para la finalidad de consecución de intereses, no es un medio para
obtener ventajas, sino que su ejercicio es la práctica misma de la libertad al
ser la política, el compromiso por la cosa pública, del que resulta el
autogobierno -. La norma que nos damos nosotros mismos, - condición de su
legitimidad y conformidad a la dignidad humana—no es sino el ejercicio de la
propia moralidad . Por ello, el
desarrollo moral de las personas pasa forzosamente por la actividad en lo
político, por la participación en la definición de lo que haya de ser norma de conducta.
Esta participación es irrenunciable como i renunciable es la libertad, es decir
la definición misma de lo que es nuestra vida buena. Lo absolutamente privado, tanto por
situarse en una ética de libre arbitrio sin trabas públicas,
como por desentenderse en el retiro a
una vida ajena a lo de todos, está absolutamente privado de moralidad.
Asi pues, para las
concepciones que surgen en la
modernidad, con la ilustración y que son a la vez sedimento de la tradición
republicana y democrática de la antigüedad clásica, no les
es necesario contempla la política como subordinada a la
ética, sino que evidencian una relación
entre ambos dominios por su vinculación a un territorio común, una misma ontología del ser humano. En algunos casos las
exigencias de una reiteran las de otra y son redundantes. Asi de ambas puede
deducirse un estatuto de dignidad en la forma de un statuto de derechos. Se
proclama entonces la misma
propuesta por ambos campos : derechos , “ del hombre ( ética) y derechos
“del ciudadano” ( política) como lo expresa la primera declaración
constitucional explicitando su pertenencia a ambos campos que aquí encuentran
igualmente su engarce. El engarce en que
ambas se articulan se cumple en la propuesta central y común a ambos mundos que define lo
humano como libertad y razón y lo hace según la conocida síntesis de Aristóteles el hombre como ser vivo
político dotado de razón comunicada en
la palabra.
Las normas en democracia se elaboran y deciden en un
escenario estrictamente humano, es decir plural y dialógico, su lugar no es el
aula, ni el despacho del técnico ni la corte de un rey. Ambas actividades del
espíritu y la praxis humana, la ética y la política para esta concepción de la
autonomía se basan en una ontología de la relación frente a la de Sustancia y de
la Idea. Como el sujeto ha de ser
forzosamente juez y parte, de ello se sigue también forzosamente un conflicto
que no debe de conducirnos a sobresaltos ni rechazos porque la contradicción y el conflicto es condición de lo humano libre y social. No
es por lo tanto el “buenismo” del que se
reclaman los reivindicadores de una “transformación
de las almas”. De nuevo la coincidencia entre política y ética no es una subordinación de una a la otra sino
el reconocimiento común de un riesgo ontológico: el que los humanos asumen al
usar de su libertad.
El acervo común que subyace
en política y ética para que se de una
relación entre ambas no
contradictoria se despliega, no obstante de diferente manera en cada una de
ellas. Lo característico de la norma en lo político es su atribución de poder,
su coercitividad, lo que no ocurre con la norma ética cuya obligación se
despliega por otros cauces que no son los jurídicos. La norma en política se
hace entonces ley. Esta ley es tan constitutiva de la ciudad que en la polis
“hay que defender la ley como se defienden las murallas de la ciudad” como dice
Heraclito. Porque lo político, al desarrollarse en el espacio publico, crea ese
espacio público característico que son las instituciones. La obligatoriedad
coactiva y apoyada en poder de la leyes y la materialidad de las
instituciones, dos características específicas de la normatividad de lo político que lo diferencian de la otra
normatividad ética operan para reducir la
tensión que provocaría el permanente y constante esfuerzo argumentativo de legitimación
de toda obligación. La ley democrática, al acordarse como legitima por estar
democráticamente originada y elaborada ,exige una obediencia general indiscutible que hace
posible un funcionamiento regular de las instituciones y la vida política de
manera que no sea necesario estar deliberando
“ todos y en todo momento” cada uno de los actos para los que el poder democrático
reclama obediencia. . Funciona el
derecho como creación de una segunda naturaleza,
una segunda necesidad que se impondría el hombre a si mismo y cuya funcionalidad
es la de ahorrar un esfuerzo de virtud publica y sin necesidad de
realizar conscientemente la operación de
vinculación al principio ético con el que se engarza. “ El hombre virtuoso no necesita de la ley” decía Solon , pero no todos son virtuosos todo
el tiempo y también es preciso que la republica funcione incluso aunque el pueblo “ fuese un pueblo de demonios” . La ley, ese
instrumento jurídico propio y exclusivo de la política, no obstante estará siempre sometida
a una tensión de contradicción. Como el
dios Jano tendrá siempre dos caras. Por
un lado debe de ser obedecida al ser expresión
jurídica de la voluntad general, pero por otro siempre incluye la potencialidad
de ser discutida y se revela indefensa ante la reclamación de que sea cambiada
y sustituida por la misma razón que la ha legitimado: porque procede del
acuerdo de todos y ese acuerdo es un acuerdo móvil y en conflicto que puede ser
sustituido por otro que se pretenda de
una nueva expresión de la voluntad general. No hay ninguna eternidad en la ley
y lo mismo que la originó da razón de su destrucción. Y no podrá alegarse que
el amparo de la ley es la remisión a un respeto de un procedimiento jurídico de modificación
porque ese procedimiento es a su vez otra norma, igualmente legitimada e
igualmente discutible por la misma razón democrática que fundamenta su legitimación. Asi
sucesivamente, con lo que el proceso del
poder y sustento de lo jurídico no tiene fin. Es por esta razón por lo que en
términos jurídicos no puede aceptarse el
derecho a la resistencia al derecho como razonaba Kant porque ese derecho se
destruiría a si mismo-
Al asumirse el conflicto que se deriva del tránsito propio de la ética y la política por el reino de la libertad y no por el de la necesidad, nada hay dictado ni
garantizado sino un abismo sobre el que
puede construirse una humanidad digna o una inhumanidad. De ahí el otro punto
de tangencia cuyo valor es reivindicado tanto por la política como por la ética:
el valor clave de la educación. Se abre la posibilidad de la educación como
factor decisivo de motivación y por lo tanto de humanización.” La educación modela al
hombre y al modelarlo actúa contra la naturaleza” dice Demócrito. Es por ahí,
desde esa base ontológica común, por
donde puede reivindicarse el valor ético de la educación y su valor estratégico político. “ la democracia
es ante todo una operación de educativa , dad al ciudadano solamente el voto y no educación y le habreis dado un fraude” ( Manuel Azaña).
Históricamente la relación que se expone no ha sido unánime, ni en la teoría ni
en la praxis. Tampoco lo ha sido por gual la consideración de cada uno de los elementos
moral y política que componen la relación. A continuación relaciono
visiones, que a mi juicio, se oponen a postura de la modernidad de origen
ilustrado y republicano.
Una de ellas ha sido la que supuso
el utilitarismo en cuanto que expresión ideológica del capitalismo naciente en la cuna de pensadores que
reaccionaban contra lo que de subversión
radicalmente social suponía la
Revolución Francesa. La otra una
prolongación como reacción también a la ilustración, que fue la que
expresaban los tradicinalismos
La primera objeción que viene del utilitarismo liberal es la de
que la ética no puede seguir los dictados de la política por ser de otro mundo,
el mundo de las realidades y de los intereses y no el mundo de las especulaciones
teóricas que son muy ciertas “pero no sirven para la práctica”. Es la objeción
a la que se enfrentó Kant cuando lo
reprochaban que su idea normativa de la política basada en los imperativos
éticos era una especulación ociosa, “illa se jactent in aula”. La versión banal
tiene hoy gran popularidad: hay que ser realistas, los hombres son lo que son,
lo bienintencionado normativo debe de
ceder a una mayor inteligencia de lo descriptivo. La política es lo que es y no lo que debe de ser. La versión de hoy es que la política es el
juego de intereses individuales y de grupos contrapuestos y su objetivo no es
más que la satisfacción de los mismos. La política no sería sino un permanente consenso de fuerzas que no se
legitima sino con la utilidad de la mayoría. De ahí procede la actividad
política únicamente concebida como formación de mayorías y la participación en el vot. Se vota como
quien se desprende de una obligación, como si toda la obligación política, todo
deber, todo munus,( del latin , obligación, carga) de la cosa común, de lo co-munis,
toda la moralidad ciudadana estuviese
cristalizada y concentrada en ese voto.
Toda la política queda hipostasiada en la delegación en representantes que representan aquellos intereses y en los que “se concentra” esa moralidad . La
política se define pues en la administración por parte de representantes de los
intereses de otros. . Benjamin Constan
habla, muy significativamente en su discurso clásico que fundamenta la
concepción de la libertad liberal, de
que es esta desatención y delegación la
situación natural de una sociedad bien
organizada a imagen de la propia sociedad “ civil”, pues en esta última son los ciudadanos de las clases
elevadas que delegan en gerentes para la
administración de sus bienes y patrimonio
y es propio de las clases bajas no poder hacerlo y ocuparse ellos mismos
directamente. Lo adecuado, es pues, para la gente superior, que la gerencia sea de otros. La
ciudadanía se describe como catalogo
pasivo de derechos subjetivos individuales que deben de respetarse. La
actividad política no es sino un mal, un
mal menor a soportar lo mínimo
posible porque es una intromisión desgraciadamente necesaria en esos derechos
individuales con el fin de obtener ese consenso difícil de intereses. No es,
sin embargo, un puro y bruto
irracionalismo de los hechos .
Varias son las legitimaciones morales
que apoya, no obstante esa visión.
Primeramente, la política debe de seguir los dictados de la ética pero esa contención de lo publico es el solo contenido de esa ética
o guía normativa de los
políticos. La ética solo se referirá alos politiocs no se pedirá de los
ciudadanos. Por ser los políticos
profesionales, los representantes, los portadores concentrados de la moralidad
ciudadana, se exige de ellos una moralidad acentuada y el mayor escándalo es la
corrupción de aquellos. Cuando se
protesta que estos “NO nos representan”, quiere decir que otros “SI nos representaran” bien. La exigencia
moral de lo político se limita como un concentrado en esos profesionales.
A su vez, la política
es privilegiadamente lo que gira
en torno el funcionamiento más eficaz de una maquina electoral, y su ejercicio, un adecuado funcionalismo de la eficacia de
los que se proponen “mejores” postulándose “más honrados”. Detrás de esa política no se niegan
formulaciones legitimadoras que olviden el valor de la libertad como eje de lo
humano. Se insiste fundamentalmente en aquella que expresa que la libertad es un
hacer sin trabas cuyo límite es la
libertad de los otros. Una pobre legitimación por cuanto viene a decir que cuanto menor sea el espacio de libertad de
los otros mayor será el mío propio y consecuentemente, si los otros careciesen
de libertad – “moi et mon droit”- la mía,
sería máxima. Con lo que la
moralidad basada en esa libertad bien entendida
llevaría la eliminación de los
demás. Más allá de una aparente organización del egoísmo que sustenta la moral
utilitaria del capitalismo liberal, la
verdad es que una política de exterminio
seria, pues, el realismo que se
pregona como propio del espacio de lo político.
La otra objeción es la del
tradicionalismo .La política, debe de estar sometida y subordinada a otra cosa,
no puede ser expresión de voluntades simplemente humanas autónomas. La
normatividad que de esto se desprende es una ética heterónoma puesto que si la
actividad política no puede deducirse de la libertad de juicio humanas, la
reflexión ética tampoco, al existir una realidad superior dada, generalmente por dioses o libros sagrados, o
por naturalezas creadas por aquellos seres sagrados que son a su vez expresión
de una voluntad superior. Estas éticas
heterónomas, adoptan una apariencia crítica y apelan a la necesidad de una
regeneración etica pues se utilizan para
denunciar los abusos a los que ha llegado la humanidad cuando ha pretendido alejarse de los dictados
de Dios y de la autoridad establecida por la tradición y predican la necesaria conversión a una política que
llaman “de valores”, es decir de los valores trascendentes que niegan la
autonomía de lo humano. Sin Dios todo estaría perversamente permitido, la
situación de lo que la sociedad ha devenido debe de escarmentarnos y promoverse
una vuelta a El y a la ética concebida como revelación de su palabra. Con mucho gusto aceptarían que la ética tiene una labor crítica, pero
circunstancialmente, en los periodos en
que se niega la trascendencia no en las épocas en que las conductas humanas se
guían por ella. Cuando la política y la norma están por la tradición o por
unotro superior y divino, en ese momento
y lugar debe de cesar la reflexión
sobre la razón práctica como critica.
Si los abusos que denuncian son
las explotaciones e injusticias, lo expresan
Papas progresistas, si los
abusos a criticar son las degeneraciones
de costumbres y el libertinaje, lo
predican papados reaccionarios. Pero
ambas críticas éticas de la política son
fundamentalmente criticas con la autonomía de la libertad humana.
Existe otra rama, brotada de
alguno de los dos árboles anteriores, de variable vigor, pero casi siempre
presente. Es la que apela en el objetivo
político de la transformación y administración de la sociedad que es necesario
previamente “cambiar los corazones”, como dice su versión mas significativa.
Puede ser rama de cualquiera de las concepciones anteriores de la relación
ética y política porque con ambas se marida con facilidad. Asi lo hace maridandose con el individualismo de la ética liberal al
llamar a una solución igualmente individual de regeneración al mismo tiempo
heredera de una teoría de los sentimientos morales cuya versión burda sería la
del “capitalismo compasivo” y que
sostiene aquella argumentación que el liberalismo ha hecho contra la
reivindicación de emancipación social: “ el socialismo no tiene el monopolio
del corazón”. Del cristianismo también tiene un hilo de procedencia, concretamente de la
obligación de caridad y las llamadas al arrepentimiento y la contrición
personal. Esta virtud- versión sacralizada, despolitizada y sustitutiva de la virtud pública clásica y
laica, es una necesaria virtud despolitizada, algo asi como si para curar la
política hubiera que apartarse de la política. La antigua enseñanza de los “espejos de príncipes” que debían cuidar del
bien común para ser verdaderamente llamados
buenos gobernantes que ejercían
su función de acuerdo con la voluntad divina, se extiendo así al común de cada
uno de los súbditos que deben nuevamente hacer penitencia y aborrecer de sus
pecados que son los que han ocasionado los males políticos que se sufran. La
curación del egoísmo vendrá de esa conversión personal y la buena política será
cosa que venga del abandono de la maldad
por los humanos por la vía de aquella curación. Ambas visiones “éticas” confluyen circunstancialmente con eficacia en
momentos en que se reforma políticamente las cosas torcidas por haberse
vivido “por encima de las
posibilidades”, debiendo volverse a las virtudes de un mérito personal,
trabajador, ahorrador, austero,…. Es la ética del protestantismo como origen
del capitalismo weberiano pero en
versión de bolsillo para el “empresariado”
creativo que se promueve con el fin de
que las épocas de desigualdad y
explotación intolerables se hagan
moralmente tolerables para las buenas conciencias.
Se
verifica así que, de una manera u otra, no hay política ayuna de ética .
Incluso en los casos en que más se insista explícitamente en la autonomía de
cada dominio, cada uno de ellos reaparece en el otro a través de engarces que
dan fe de una naturaleza común cultural que comparten ambos territorios. No se
trata pues tanto de constatar que
existiese siempre una subordinación de la política a la ética o de
que existiese siempre la pretensión de fundar la política sobre la ética,
cuanto que se da una relación por el hecho de que ambas comparten un suelo común cultural, un mismo “imaginario” – en términos de
Castoriadis- instituido. Este denominador común
espiritual e institucional, se entiende como un conjunto de normas,
principios, creencias, expectativas, juicios, instituciones jurídica
materiales o sociales, relaciones de producción y visiones del mundo. A este mundo pertenecen
tanto la política como la ética vigentes en un momento dado.
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