"El individuo
privatizado"
Por Cornelius Castoriadis
¿Que es la autonomía en
política?. Casi todas las sociedades humanas son instituidas dentro de la
heteronomía, lo que es decir dentro de la ausencia de autonomía. Esto quiere
decir, a pesar de que ellas crearon todas, ellas mismas, sus instituciones,
incorporan en sus instituciones la idea incontrastable para los miembros de la
sociedad de que dichas instituciones no son obra humana, que ellas no han sido
creadas por los humanos, en todo caso por los humanos que están ahí en ese
momento. Han sido creadas por los espíritus, por los ancestros, por los héroes,
por los dioses; pero no son obra humana. Ventaja considerable de esta cláusula
tácita, al mismo tiempo que no tácita: en la religión hebrea, la donación de la
Ley de Dios a Moisés está escrita, explicitada. Hay páginas y páginas en el
Antiguo Testamento que describen en detalle la reglamentación que Dios ha
suministrado a Moisés. Esto no concierne solamente a los Diez Mandamientos sino
a todos los detalles de la Ley. Y todas estas disposiciones, no puede
plantearse la cuestión de su puesta en duda: ponerlas en duda significaría
poner en duda ya la existencia de Dios, ya su veracidad, ya su bondad, ya su
justicia. Esos son los atributos consustanciales de Dios. Y lo mismo es válido
para otras sociedades heterónomas. El ejemplo hebraico es aquí citado a causa
de su pureza clásica.
Ahora bien, ¿cuál es la gran
ruptura que introduce la democracia griega, y de un modo más amplio y
generalizado, las revoluciones de los tiempos modernos y los movimientos
democráticos revolucionarios que le siguieron?. Es precisamente la conciencia
explícita de que nosotros creamos nuestras leyes, y por lo tanto que también
podemos cambiarlas.
Las antiguas leyes griegas
comienzan todas con la cláusula edoxe te
boule kai to demo, " le ha parecido bien al Consejo y al Pueblo"
. " Le ha parecido bien", y no "está bien" . Es que le ha
parecido bien en ese momento, y allí. Y en los tiempos modernos, tenemos, en
las constituciones, la idea de la soberanía de los pueblos. Por ejemplo, la
Declaración de los Derechos del Hombre francesa, dice en el preámbulo: "La
soberanía perteneciente al pueblo que la ejerce, sea directamente, sea por
medio de sus representantes" . El "sea directamente" ha
desaparecido, y nos hemos quedado solamente con los " representantes"
.
Cuatro millones de dólares
para ser electo
Hay, entonces, autonomía
política; y esta autonomía política supone que los hombres se sepan creadores
de sus propias instituciones. Esto exige que ensayen poner estas instituciones
en conocimiento de causa, lúcidamente, luego de una deliberación colectiva.
Esto es lo que denomino la autonomía colectiva, que va de modo ineliminable de
la mano de la autonomía individual. Una sociedad autónoma no puede estar
formada más que por individuos autónomos. Y estos individuos autónomos no
pueden verdaderamente existir más que en una sociedad autónoma. ¿Por qué? Es
muy fácil de comprender. Un individuo autónomo, es un individuo que no se
produce más que a partir de la reflexión y la deliberación. Y así como no puede
producirse más que de esta manera, el no puede ser un individuo democrático más
que perteneciendo a una sociedad democrática.
¿En qué sentido un individuo
autónomo, en una sociedad como la que he descrito, es libre?. ¿En qué sentido
somos nosotros libres hoy mismo?. Tenemos un cierto número de libertades, que
han sido establecidas como productos o subproductos de las luchas
revolucionarias del pasado. Estas libertades no son meramente formales, como
injustamente dijo Karl Marx; que tengamos el poder de reunirnos, implica que lo
queremos, eso no es formal. Pero es parcial, es defensivo, es, por decirlo de
algún modo, pasivo.
¿Cómo puedo yo ser libre si
vivo en una sociedad que es gobernada por una ley que se impone a todos?. Esto
aparece como una contradicción insoluble, que ha llevado muchas veces, como a
Max Stirner, por ejemplo, a decir que eso no puede existir; y a otros, como los
anarquistas, pretendiendo que la sociedad libre significa la abolición completa
de todo poder, de toda ley, con el sobrentendido de que hay una naturaleza
humana buena que surgirá en ese momento que podrá prescindir de toda regla
exterior. Esto es, a mi entender, una utopía incoherente.
Yo puedo decir que soy libre
en una sociedad donde hay leyes, si tengo la posibilidad efectiva (y no
simplemente puesta sobre un papel) de participar en la discusión, en la
deliberación y en la formación de las leyes. Es decir que el poder legislativo
debe provenir efectivamente de la colectividad, del pueblo.
Por último, este individuo
autónomo es también el objetivo esencial de un psicoanálisis bien entendido.
Allí nosotros tenemos una problemática relativamente diferente, porque un ser
humano es, en apariencia, un ser consciente; pero, bajo la mirada del
psicoanálisis, sobre todo está su inconsciente. Y este inconsciente,
generalmente, no se conoce. Y no porque sea inaccesible, sino porque hay una
barrera que lo aparta del conocimiento. Esta barrera es la represión.
Nacemos como mónadas
psíquicas que se viven a sí mismas como omnipotentes, que no conocen los
límites, no reconocen los límites de la satisfacción de sus deseos, delante de
los cuales todo obstáculo debe desaparecer. Y terminamos por ser individuos que
aceptan bien o mal la existencia de los otros, muy frecuentemente expresando
amenazas de muerte en su deferencia (que no se realizan la mayor parte del
tiempo), y aceptando que el deseo de los otros tiene el mismo derecho de ser
satisfecho que el propio. Esto se produce en función de una represión
fundamental que reenvía al inconsciente todas las tendencias profundas de la
psique y mantiene allí una buena parte de las creaciones de la imaginación
radical.
Un psicoanálisis implica que
el individuo, mediante los mecanismos psicoanalíticos, es inducido a penetrar
esta barrera del inconsciente, a explorar en tanto sea posible ese
inconsciente, a filtrar sus pulsiones inconscientes, y a no proceder sin
reflexión y deliberación. Este es el individuo autónomo que es el fin (en el
sentido de la finalidad, de la terminación) del proceso psicoanalítico.
Ahora, si hacemos el lazo
con la política, es evidente que necesitamos de un tal individuo, pero es
evidente también que no podemos someter a la totalidad de los individuos de la
sociedad a un psicoanálisis. De donde el rol enorme de la educación y la
necesidad de una reforma radical de la educación, realizar una verdadera
paideia como decían los griegos, una paideia de la autonomía, una educación
para la autonomía y hacia la autonomía, que induzca a aquellos que son educados
- y no solamente los niños - a interrogarse constantemente para saber si obran
en conocimiento de causa o más bien impulsados por una pasión o un prejuicio.
No solamente los niños,
porque la educación de un individuo, en un sentido democrático, es una empresa
que comienza con el nacimiento y que no culmina sino con la muerte. Todo lo que
ocurre durante la vida de un individuo contribuye a formarlo y deformarlo. La
educación esencial que la sociedad contemporánea provee a sus miembros, en las
escuelas, en los colegios, en los liceos y universidades, es una educación
instrumental, organizada esencialmente para aprender una ocupación profesional.
A la par de esto, hay otra educación, a saber, las necedades que difunde la
televisión.
Sobre la cuestión de la
representación política, Jean-Jacques Rousseau dijo que los Ingleses, en el
siglo XVIII, creían que eran libres porque elegían sus representantes cada
cinco años. Efectivamente, eran libres, pero un día cada cinco años. Y diciendo
esto, Rousseau subestimaba indebidamente su caso. Porque es evidente que aún
ese día cada cinco años tampoco eran libres. ¿Porque?. Porque debían votar por
los candidatos presentados por los partidos. Y no podían votar por no importa
quien. Y debían votar a partir de toda una situación real fabricada por el Parlamento
precedente, que ponía los problemas dentro de los términos en los cuales dichos
problemas podían ser discutidos y que, por esto, imponía las soluciones, al
menos las alternativas de solución, que no correspondían casi nunca a los
verdaderos problemas.
Generalmente, la
representación significa la alienación de la soberanía de los representados en
los representantes. El parlamento no es controlado. Es controlado al cabo de
cinco años con una elección, pero la gran mayoría del personal político es inamovible.
En Francia un poco menos. En otros lugares lo es un poco más. En los EE.UU.,
por ejemplo, los senadores son en los hechos senadores de por vida. Para ser
elegido en los EE.UU. hacen falta poco más o menos de cuatro millones de
dólares. ¿Quien da ese dinero?. No son los obreros parados. Son las empresas.
¿Y por que donan ese dinero?. Para asegurarse que el senador este de acuerdo
con el lobby que ellos forman en Washington, para que voten las leyes que los
favorecen y no las que los desfavorecen. He allí la vía fatal de las sociedades
modernas.
Lo vemos desenvolverse en
Francia, malogrando todas las pretendidas disposiciones para controlar la
corrupción. La corrupción de los responsables políticos, en las sociedades
contemporáneas, ha devenido un rasgo sistemático, un rasgo estructural. No es
anecdótico. Está incorporado dentro del funcionamiento del sistema, el cual no
puede transformarse en otro sentido.
¿Cuál es el porvenir del
proyecto de autonomía?. El porvenir depende de la actividad de la enorme
mayoría de los seres humanos. No se puede más hablar en términos de una clase
privilegiada, que sería por ejemplo el proletariado industrial, que ha quedado,
luego de largo tiempo, reducido dentro de la población. Podemos decir, en
revancha, y esto es lo que yo digo, que toda la población, salvo el 3% de
privilegiados en la cima, posee un interés personal en la transformación
radical de la sociedad en la cual vive.
Pero esto que nosotros
observamos después de una cincuentena de años, es el triunfo de la
significación imaginaria capitalista, lo que es decir de una expansión
ilimitada de un pretendido dominio pretendidamente racional; y la atrofia, la
evanescencia de la otra gran significación imaginaria de los tiempos modernos,
la de la autonomía.
¿Será durable esta
situación?. ¿Será pasajera?. No lo podemos decir. No hay profecías en este tipo
de asuntos. La sociedad actual no es ciertamente una sociedad muerta. No
vivimos más en Bizancio o en la Roma de siglo V D.C. Hay aún algunos
movimientos. Hay ideas que surgen, que circulan, hay reacciones. Permanecen en
minoría y fragmentadas a consecuencia de la enormidad de tareas que se alzan
ante nosotros. Pero tengo la certeza de que el dilema, retomando los términos
de León Trotski, de Rosa Luxemburgo y de Karl Marx, que nos formulamos en los
tiempos de Socialismo o Barbarie, continúa siendo válido, a condición
evidentemente de no confundir el socialismo con las monstruosidades
totalitarias que han transformado a Rusia en un campo de ruinas, ni con la "organización"
absurda de la economía, ni con la explotación irrefrenada de la población, ni
con el avasallamiento total de la vida cultural e intelectual que se llevó a
cabo.
Votando por el mal menor
¿Porqué la situación actual
es de tal incertidumbre?. Porque, más y más, hemos visto desarrollarse, en el
mundo occidental, un tipo de individuo que no es el tipo de individuo de una
sociedad democrática o de una sociedad donde puede lucharse por incrementar la
libertad, sino un tipo de individuo que está privatizado, que está enfermo
dentro de su pequeña miseria personal y que ha devenido cínico a consecuencia
de la política.
Cuando la gente vota lo hace
cínicamente. No creen en el programa que les es presentado, pero consideran que
X o Y es un mal menor en comparación a lo que fue Z en el período anterior. Un
montón de gente votarán a Lionel Jospin sin duda en las próximas elecciones, no
porque lo adoren o por que hayan sido deslumbrados por sus ideas, lo cual sería
asombroso, sino simplemente porque están disgustados con la situación actual.
Lo mismo que por otra parte había ocurrido en 1995, cuando la gente se sintió
asqueada por catorce años de pretendido socialismo durante los cuales la
principal hazaña fue introducir el liberalismo mas irrefrenado en Francia, y
comenzar a desmantelar las conquistas sociales del período precedente.
Desde el punto de vista de
la organización política, una sociedad siempre se articula, explícita o
implícitamente, en tres partes. 1) Aquello que los griegos llamaban oikos, es decir, la "casa" ,
la familia, la vida privada; 2) El agora,
el sitio público-privado donde los individuos se reencuentran, discuten,
intercambian, donde forman sus asociaciones y empresas, donde se dan las
representaciones teatrales, sean privadas o subvencionadas. Es lo que llamamos,
después del siglo XVIII, en un término que se presta a la confusión, la
sociedad civil, confusión que se ve incrementada en los últimos tiempos. 3) El
lugar público-público, el lugar donde se ejerce, donde existe, donde está depositado
el poder político: la ekklessia.
La relación entre estas tres
esferas no debe ser establecida de un modo fijo y rígido, debe ser flexible,
articulada. Desde otro punto, estas tres esferas no pueden estar radicalmente
separadas.
El liberalismo actual
pretende que es posible separar enteramente el dominio público del privado.
Pero esto es imposible, y pretender que lo ha realizado es una mentira
demagógica. No hay presupuesto (gubernamental) que no intervenga en la vida
pública , lo mismo que en la vida privada. Y este es un ejemplo entre tantos
otros. Lo mismo, es que no hay poder que no se vea obligado a establecer un
mínimo de leyes restrictivas; por ejemplo que el homicidio está interdicto o,
en el mundo moderno, que debe subvencionarse la salud o la educación. Debe
haber en este dominio una especie de juego entre el poder público y el ágora,
es decir la comunidad.
Es solo en un régimen
verdaderamente democrático que podemos intentar establecer una articulación
correcta entre estas tres esferas, preservando al máximo la libertad privada,
preservando también al máximo la libertad del ágora, es decir las actividades
públicas de los individuos, lo que hace participar a todo el mundo en el poder
público. Lo que ocurre es que este poder público pertenece a una oligarquía y
que su actividad es clandestina en los hechos, puesto que todas las decisiones
esenciales son siempre tomadas entre bambalinas.
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