DOCUMENTO
POLÍTICO DE IZQUIERDA REPUBLICANA APROBADO EN EL XIX CONGRESO FEDERAL ORDINARIO DEL 7 DE FEBRERO DE 2015
I.- CONSTRUIR UNA
ALTERNATIVA DE IZQUIERDAS REPUBLICANA Y
FEDERAL, PARA DEFENDER LA DEMOCRACIA Y FRENAR A LAS OLIGARQUÍAS FINANCIERAS
Desde la aprobación en
octubre de 2007 en su XVIII Congreso del documento político “Republicanos por
la renovación y la unidad de la izquierda Por un nuevo radicalsocialismo” en el
que se reivindicaba “la construcción de un nuevo sujeto político de la
izquierda, conduciendo a una síntesis del radicalismo democrático y laico del
republicanismo, con los ideales emancipadores socialistas y libertarios, con la
hoy irrenunciable visión ecologista, con la siempre valida y urgente
reivindicación del pacifismo, con la aportación de las luchas obreras y sindicales,
con las reivindicaciones feministas, así como con las experiencias de los
nuevos movimientos sociales alternativos”, Izquierda Republicana ha dado pasos
importantes en tal sentido, con su reincorporación a Izquierda Unida y su
activa participación en el proceso de refundación y en la actual convergencia.
Pero, en el contexto de
la actual agresión salvaje del neoliberalismo a las derechos laborales y
sociales, que está desmantelando el Estado social construido gracias a las
luchas de trabajadores desde el final de la II Guerra Mundial y cuando los
Estados están al servicio de los intereses de los bancos y de las élites
empresariales y no de sus ciudadanos, lo conseguido no basta.
Izquierda Republicana
tiene la firme voluntad de seguir participando activamente en la causa de la
unidad y la renovación de la izquierda, en torno a un proyecto republicano,
laico, socialista y federal, para superar el descrédito de la política
existente entre muchos ciudadanos y recuperar a los más conscientes, muchos de
ellos todavía lejos de nuestras filas, construyendo un bloque social y político
unitario que pueda parar la actual ofensiva de la oligarquía financiera y de
los tecnócratas de la troika contra los ciudadanos y la democracia.
Sin embargo, ante el
actual auge de posiciones oportunistas o meramente electoralistas que practican
una calculada ambigüedad en sus planteamientos con el fin de ocupar la
“centralidad política” (sic), ese proyecto de unidad popular exige la presencia
de una izquierda fuerte en lo ideológico, que se reclame inequívocamente
heredera de la Ilustración y sus valores universales, laicos y de libre
pensamiento.
Para construir la
alternativa popular no cabe la indefinición, ni
la ausencia de compromiso con un programa emancipatorio y rupturista
francamente expresado. La indefinición no busca la transformación de la
sociedad, únicamente es un instrumento eficaz del electoralismo, cuyo primer objetivo es ganar
a toda costa y cualquier precio.
La izquierda no debe
conformarse con la mera gestión de lo existente, no podemos contentarnos con
que el hartazgo y la indignación de los
ciudadanos, la explotación y las desigualdades desemboquen simplemente en
demandas de mayor eficacia o honradez o de mayor mérito y capacidad “dirigidas”
por televisivos líderes, más o menos carismáticos y elocuentes.
Desde Rousseau sabemos
que no es lo mismo la voluntad de la
mayoría que la voluntad general. La voluntad general procede de una
deliberación reflexionada y republicana,
dirigida a un fin emancipador para todos, y no un añadido de intereses
particulares que circunstancialmente confluyen en la mayoría resultante de
elecciones. Hacer gravitar todo en el éxito en las elecciones es supeditar todo
a aquella voluntad circunstancial de la mayoría, nosotros los republicanos de
izquierdas preferimos construir una voluntad general, esto es, una “hegemonía
popular” emancipatoria y revolucionaria.
En la construcción de esa
hegemonía popular ha de ser fundamental la aportación de la tradición política
en la que se sitúa Izquierda Republicana, una izquierda radicalmente
democrática, pacifista y tolerante, libertaria y no dogmática, que reivindique
la confluencia de la democracia económica y social y la aspiración radical a la
libertad entendida como liberación de todos los seres humanos de cualquier
forma de dominación o explotación.
Para ello, seguimos
instando a la izquierda a una profunda reflexión para formular una propuesta de
un nuevo "contrato social" con todos aquellos que no están dispuestos
a renunciar al compromiso y la lucha, basado tres vías fundamentales:
1ª.- Defensa del Estado
republicano y laico y de la democracia republicana.
Frente a las pretensiones
de grupos privados, económicos y religiosos, de disputar al estado el monopolio
de determinar el interés común, hoy más que nunca hay que reivindicar la
supremacía del poder civil democráticamente elegido.
El Estado republicano debe
ser un Estado social y políticamente orientado por objetivos cívico
democráticos, que combata activamente la corrupción, que limite los derechos de
propiedad privada sobre el capital o la tierra por su función social, que
mantenga y profundice la universalidad y gratuidad de los servicios públicos
educativos, sanitarios, culturales, financiados mediante un sistema tributario
progresivo y redistributivo, que constitucionalice mecanismos institucionales y
legales que aseguren la efectividad de los derechos sociales, que mantenga un
sistema de protección social y garantice el derecho a la existencia mediante
una renta básica de ciudadanía, que fuerce soluciones cooperativas por la vía
institucional, que haga pedagogía política, fomente la ética y los valores
cívicos y la honestidad como norma de conducta pública.
Asimismo, ningún sistema
jurídico que busque salvaguardar la libertad de los ciudadanos a quienes va
dirigido podrá sostenerse, por perfecto que se pretenda, sin una actitud
comprometida de éstos en defensa de esa misma libertad, lo que significa ante
todo una activa participación en los asuntos de las res publica, puesto que es
la arena en la que se juegan las cartas institucionales que permiten el
ejercicio de los derechos propios, ya que las instituciones jurídicas por si
mismas difícilmente actuaran con eficacia sin el lubricante de una constante
cooperación social.
Son necesarias
iniciativas que, concediendo un papel activo al Estado, tratan de prevenir
cualquier tentación de convertirlo en amenaza a la propia libertad de la
Republica de ciudadanos. Se incluyen por ejemplo aquellas orientadas a asegurar
cierto nivel básico de participación política, como el voto obligatorio, el
servicio social obligatorio, la obligación de
tomar parte en ciertos debates, la difusión de practicas deliberativas en áreas hoy todavía poco permeables a la discusión
publica y que bajo la excusa de ser “asuntos técnicos” dejan en manos de unos
pocos las decisiones, consejos ciudadanos deliberantes, iniciativas de presupuestos participativos, “cupos”
obligatorios de representación de segmentos sociales habitualmente excluidos,
propuestas destinadas a asegurar que los medios de comunicación incorporen
sistemáticamente discusiones de interés colectivos, referenda, iniciativas
populares, mecanismos de rendición de
cuentas y revocación de mandatos, etc.
2ª.- Economía política
republicana.
El republicanismo gira en
torno al autogobierno, individual y colectivo, tomando como premisa la
autonomía personal. La libertad republicana es la ausencia de dominación, tanto
en los ámbitos públicos como privados. Por consiguiente, para el republicanismo
democrático igualitario, en el que el socialismo hunde sus raíces, las
relaciones de dominación u opresión económica de unos ciudadanos sobre otros en
función de la propiedad de los medios de producción es una situación limitativa
de la libertad, en la que unos sólo pueden trabajar con el permiso de otros.
Hoy, en el capitalismo
globalizado y neoliberal, la clase trabajadora, considerada como conjunto de
trabajadores, más o menos especializados, con empleos estables y con vínculos e
intereses comunes está en retroceso. Las poblaciones trabajadoras se han
segmentado, cada vez es más amplio el estrato de trabajadores en la cuerda floja
de los empleos más o menos precarios; cuando no en situación desesperada, que
incluye a los working poors o asalariados con ingresos por debajo del umbral de
la pobreza, a los parados, a los jóvenes sin posibilidad de emancipación, a las
mujeres que encabezan hogares monoparentales y a los inmigrantes, legales o
ilegales.
No tener en cuenta esta
situación, puede provocar una mayor brecha entre los sectores estables y los
inestables de la población trabajadora, incrementando la burocratización de los
sindicatos como meros defensores de derechos adquiridos de los trabajadores con
empleo estable. Asimismo, podría contribuir a levantar barreras insalvables e
innecesarias entre los segmentos de trabajadores fijos y los segmentos
precarios de las poblaciones obreras, generando en los primeros la peligrosa
impresión de que los segundos, y señaladamente los inmigrantes, son
directamente responsables del deterioro de su situación.
El empleo estable ha
dejado de ser así la garantía de los derechos sociales reconocidos en el Estado
del bienestar. No basta, por tanto, que la izquierda y los sindicatos mantengan
una posición "defensiva" destinada a preservar lo que se pueda del
Estado social, o, incluso, recuperar lo que se ha perdido en los años de su
desmantelamiento por el neoliberalismo.
Desde luego que sigue
siendo imprescindible la necesaria lucha presente por la defensa de los
indiscutibles logros morales y materiales (universalidad e incondicionalidad de
las prestaciones sanitarias y educativas públicas, seguridad social, derechos
laborales.) que el advenimiento del Estado social trajo consigo para los
trabajadores. Pero si queremos que el nuevo “proletariado”, la amplia y nueva
base social de excluidos, de precarios, de antiguos y nuevos desposeídos, de
jóvenes y mujeres puedan romper con las situaciones de dominación provocadas
por la implacable dinámica de la actual vida económica y social y tomar
conciencia de su condición de ciudadanos, es necesario ir más allá.
Y es que la izquierda no
pude resignarse a un capitalismo neoliberal, con mercados financieros
internacionales sin regulación alguna, derechos sociales recortados, empleos
precarios que amenaza con el cambio climático, la destrucción radical de la
biodiversidad y del pluralismo cultural, la privatización de recursos naturales
básicos como el agua, el crecimiento de imperios económicos incontrolables y la
exclusión y el empobrecimiento de la mayoría de la población mundial.
La izquierda debe ofrecer
una alternativa a este sistema que va camino de arrojarnos a todos a la
barbarie. A esa alternativa seguimos llamándola socialismo para sintetizar las
distintas corrientes emancipadoras que han llenado la historia social y
política de los últimos ciento cincuenta años.
Creemos en un socialismo
laico y republicano, en el radicalsocialismo, continuador de la idea de
libertad del republicanismo democrático fraternal, esto es, aquella según la
cual libertad es independencia respecto de la voluntad arbitraria de otro, ya
sea el Estado o un particular, y que esa independencia se funda siempre en la
posesión de bases materiales suficientes para asegurar la existencia social de
todos los ciudadanos.
Desde esta perspectiva se
proponen las siguientes medidas, que inexcusablemente han de contemplarse en
una perspectiva europea:
Reconocimiento legal de
la eficacia vinculante para poderes públicos y particulares de los derechos
sociales, para que puedan ser invocados directamente ante los tribunales.
Implantación de
mecanismos institucionales, como la Renta Básica Universal de Ciudadanía, que
doten de seguridad material y económica a todos los ciudadanos, que erradiquen
la pobreza, hagan reales las libertades formales y permitan a mujeres y hombres
hacer frente eficazmente a situaciones de dominación en la sociedad política y
civil.
Combatir la precariedad
laboral, garantizar los derechos laborales y la negociación colectiva, con
igualdad de salarios para hombres y mujeres.
Incrementar la cuantía
del salario mínimo profesional y establecer salarios máximos en puestos de alta
dirección y órganos de administración de grandes empresas.
Potenciar la economía
social y nuevas formas de propiedad social-republicana.
Implantación por las
entidades locales de formas de “empleo garantizado” en sectores de interés
general.
Establecer el control
republicano-democrático de las decisiones empresariales, con mecanismos de
participación de los trabajadores a través de la cogestión y la autogestión.
Nacionalización de los
bancos y de los sectores estratégicos.
Suprimir el secreto
bancario y erradicar la evasión de capitales.
Regular los mercados
financieros nacionales e internacionales, prohibiendo derivados financieros especulativos.
Democratizar el BCE y
exigir a la Unión Europea que financie directamente a los Estados y a los
programas de inversión pública.
Realizar auditorías sobre
la deuda pública. Renegociar su devolución.
Frenar la oligopolización
de los mercados con una legislación que erradique los monopolios y los paraísos
fiscales.
Mantenimiento de la
titularidad pública, así como la universalidad y gratuidad, de los servicios
públicos educativos, sanitarios y culturales.
Desarrollar una decidida
política de gasto público y de redistribución de la riqueza mediante un
sistemas tributario progresivo cuya carga impositiva no recaiga exclusivamente
en las rentas del trabajo, gravando adecuadamente las rentas de capital, con un
impuesto a las grandes fortunas, incrementando el impuesto de sociedades para
las grandes empresas, estableciendo un impuesto a las transacciones financieras
y también un impuesto especial para los productos de lujo.
Denuncia de los Acuerdos
con el Vaticano y supresión de los privilegios económicos y tributarios de la
Iglesia católica
Planificación del
desarrollo para que sea sostenible, preserve el medio ambiente y garantice el
derecho de todos a disfrutar de los recursos naturales que forman el patrimonio
común de la humanidad.
3ª.- Educación cívica y
laica.
Obligar a las gentes a
ser virtuosas es la peor de las tiranías, de ahí el afán republicano por
confiar en las posibilidades didácticas de la democracia para habituar a la
mayor parte posible de la ciudadanía a la practica de la participación
política.
Es por ello que la
democracia debe ser escuela de civismo,
como aprendizaje moral y cívico. No se trata solo de aprender a votar, a
expresar opiniones divergentes, a tomarle las cuentas al gobierno, sino también
de que participe en la enmienda permanente de la vida publica.
Debemos recuperar una
parte de la tradición de la izquierda española que ha sido lamentablemente
abandonada, y que no es otra que la gran labor pedagógica realizada desde casas
del pueblo, clubes republicanos y ateneos populares que consiguieron crear una
cultura libre y humanista frente al catolicismo dominante a principios del
siglo XX.
Por tanto, la educación
para la ciudadanía ha de venir de la praxis democrática, pero también la escuela ha de tener la función
moralizadora de enseñar a elegir libremente y enseñar hábitos y sentimientos
para evitar la manipulación. “La democracia es una operación activa de
engrandecimiento y bienestar moral, la democracia que solo instituye los
órganos políticos elementales como son los comicios, el parlamento, el jurado,
no es más que democracia aparente. Si a quien se le da solo el voto, no se le
da escuela, padece una estafa. La democracia es fundamentalmente un derivado de
la cultura” (Manuel Azaña. Apelación a la República).
En este sentido, la
escuela pública, universal y laica, que respete y promueva el pluralismo
ideológico y la libertad de conciencia, debe educar para conocer, o mejor para
incitar conocer, para valorar y razonar. Una persona que es capaz de juzgar
moral y estéticamente el mundo en el que vive es más probable que sienta la
necesidad de comprometerse activamente en su mejora y a participar: en el
sentido de tomar partido, ante las cuestiones públicas que consideramos
importante mediante el voto, o ejerciendo su libertad de expresión o
manifestación y tomar parte, en el sentido de implicarse cotidianamente en la
vida democrática: para decidir, cooperar y deliberar como consumidores, como
habitantes de una ciudad, como usuarios, como miembros de asociaciones, como
trabajadores.
II.- LA REPUBLICA. UNA PROPUESTA DE ACCIÓN POLÍTICA PARA LA
IZQUIERDA. CIUDADANÍA REPUBLICANA Y PROCESO CONSTITUYENTE
En la situación actual de
déficit democrático y crisis institucional en el Reino de España, coincidente
con la crisis económica, que algunos definen como fin de régimen, Izquierda
Republicana, junto a otros partidos y movimientos republicanos de izquierda,
debe continuar su lucha por la reivindicación de la memoria republicana y
antifascista y por la instauración de la III República.
República siempre se
identificó en la historia española del siglo XIX y XX con izquierda y esta
identificación tomó su carta de naturaleza mas patente en el momento de la II República Española. Así permanece aún en la
memoria del pueblo de izquierdas y es cada vez un sentir más extendido entre
los ciudadanos.
Pero la República, o al
menos la República de ciudadanos que las izquierdas propugnamos, está todavía
muy lejos; fundamentalmente porque en el Reino de España no existe ciudadanía
en sentido republicano, al igual que en el resto de las democracias liberales
de nuestro entorno. El pensamiento
liberal parte de un concepto de libertad, garantizada formalmente por unos
derechos y libertades individuales en los que el poder no puede interferir,
esto es, el individuo y su forma de vida, fundamentalmente la propiedad, tiene
que ser protegido frente a las intrusiones del poder estatal, mudando el ideal
de la actividad desde la arena política al espacio económico del mercado, con
una moral individualista en detrimento de lo público. Los ciudadanos
actúan entonces como “consumidores”
pasivos y orientan sus votos atendiendo únicamente a las opciones que les aseguren la defensa de sus intereses,
escogiendo entre las distintas “ofertas” políticas de modo parecido a como
escogen entre los distintos productos del mercado. Los ciudadanos agotan su
actividad política en el acto de votar.
Es pues necesario crear
ciudadanía republicana, objetivo al que se dirigen las propuestas contenidas en
el apartado I de este documento, y no tomar atajos, como lo es proponer, sin
más, un proceso constituyente sin promover, al mismo tiempo, la imprescindible
hegemonía social, política y cultural para impulsarlo.
Así, incurriendo en un
curioso fetichismo constitucional, se espera que la demanda de un proceso
constituyente reproduzca, como en 1789 en Francia, el pistoletazo de una
revolución, cuando no tenemos ni masas de sans culottes, ni abundan entre
nosotros Robespierres o Marats que avalen esta expectativa. Desconocemos de
donde proviene ese fetichismo constitucional que atribuye propiedades
mágicamente democráticas, per se, a los procesos constituyentes, porque
normalmente los mismos vienen a apaciguar y a fijar en una norma escrita las
movilizaciones de las clases populares. Una Constitución, por definición, es la
vuelta a la paz y al consenso.
Y la reforma de la
Constitución, que también se demanda por otras voces, en el marco del
mantenimiento de una democracia liberal,
es confirmar el mantenimiento del
derecho vigente como obstáculo
formidable para la reforma social, potenciado por el control férreo de un poder
judicial independiente de la soberanía popular.
La reforma de un artículo o titulo de esa Constitución es el
reconocimiento implícito y mantenimiento de su vigor. La revolución republicana forzosamente creara
su propia legalidad, rompiendo la existente. Pero nunca se hará una revolución republicana por
referéndum ni por padres de la patria
ilustrados reunidos en cámara – o camarilla.- constituyente.
Por el contrario, la
democracia y la República son una dinámica, un movimiento político y no se
quedan en pretender formalizaciones articuladas en lo jurídico. Comenzar a
reivindicar república por el final, por el proceso constituyente o por la
reforma de la Constitución, es querer hacer una revolución sin revolución y
conformarnos con una República como una mera forma de Estado o de gobierno,
como un conjunto de organismos burocráticos, en la que una vez elegidos los
representantes, la ciudadanía se
abstiene de cualquier actividad política.
La Republica no podrá ser
limitada ni gravitar en torno a una reivindicación de una forma de Estado, ni
simplemente a una definición jurídica, ni al cambio del titulo segundo o de
otros preceptos constitucionales. Es una simplificación limitar la política a
lo jurídico. Es reducir el republicanismo en tanto que movimiento radical de
emancipación y de autogobierno, de
democracia radical e igualdad material, a mera estructura técnica jurídica, a
una organización de cosas y no a transformación de sociedades.
La República, por el
contrario, ha de ser para la izquierda una vía para el vuelco de las
condiciones de dominación, de explotación y de desigualdad, promovido por la
necesaria la movilización social en las calles, en los centros de estudio y de
trabajo protagonizada directamente por los propios ciudadanos.
En primer lugar
porque el eje de lucha del republicanismo, no sólo es la monarquía parlamentaria sino
también el régimen político liberal capitalista en que se sustenta. No se puede
socavar el capitalismo y construir Republica sin cuestionar las bases del
sistema.
En segundo lugar porque
Republica no esta sólo en la esfera de lo estatal o de lo público. Una
propuesta radicalmente y genuinamente
republicana debe reivindicarse en todas las relaciones de lo colectivo
donde se juega nuestro autogobierno: en toda asociación, en
toda empresa, en toda casa.
Por ello, como primer
paso para alcanzar la necesaria hegemonía social y cultural que pueda culminar
en un proceso constituyente republicano es necesario la construcción de ese
nuevo bloque político y social de la izquierda al que nos referíamos al
principio de este documento, fruto de un proceso de profunda apertura de las
estructuras y organizaciones políticas y sindicales para que se conviertan en
instrumentos de representación efectiva de los ciudadanos y trabajadores.
Izquierda Republicana en
su XIX Congreso manifiesta su firme propósito de seguir colaborando con el
resto de fuerzas que integran Izquierda Unida y con los movimientos sociales en
la consecución de esos objetivos.
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