Por Daniel Raventós · Julie Wark
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“La democracia funciona en Haití.” Brian
Concannon (el autor de esta frase, p. 157), Mario Joseph, Fran Quigley, el
autor de Cómo los Derechos Humanos pueden construir Haití. Activistas, abogados
y la Campaña de base, junto con otros simpatizantes del Bufete de Abogados
Internacional (BAI) y el Instituto de Boston por la Justicia y la Democracia en
Haití (IJDH), no albergan dudas al respecto: la democracia, ese tipo en
concreto que los grandes medios de comunicación ignoran, minimizan o llaman
“utópico”, funciona desde abajo. Este extraordinario libro trata sobre una
lucha fuera de lo común por la justicia y la dignidad en un país extremadamente
castigado, el único en el mundo en el que una revolución de esclavos conllevó
la fundación de un Estado. El triunfo de la rebelión haitiana fue visto como un
gran agravio por el sistema de los imperios, construido sobre la esclavitud, la
colonización, el sometimiento y la desposesión. Esto explica, al menos
parcialmente, por qué Haití se ha visto tan maltratado, como si de una venganza
histórica se tratara. Brian Concannon (p. 149) lo resume así: “[…] Haití es un
mal ejemplo de la brecha abierta entre lo que hacemos y lo que predicamos. En
1804, el problema era que Haití era verdaderamente libre… Nosotros (los EE.UU)
no lo éramos, así que no podíamos aceptar que otro país estuviera efectivamente
llevando adelante esos ideales.” Tras su captura, Toussaint L’Ouverture, previamente
un esclavo y líder de la revuelta de 1791, proféticamente advirtió, “al
derrocarme, solo han talado el tronco del árbol de la libertad negra en Saint
Domingue [Haití]. Volverá a crecer desde sus raíces, porque son muchas y
profundas”. La larga historia del castigo sobre Haití sugiere que los que
pretenden subyugar el país todavía no han aprendido la lección de que la gente
que mejor comprende la justicia son aquellos a quienes se les ha negado. Estas
son las personas que nunca han dejado de luchar por la democracia y la justicia
en Haití. La violenta historia moderna de Haití ofrece una idea de dónde
proviene este profundo anhelo. La explotación de la isla de Ayiti, rebautizada
como La Española por Colón, empezó con el exterminio del pueblo indígena taíno,
los cuales fueron forzados a construir fuertes españoles y a dejarse la piel en
los campos de la caña de azúcar. Hacia mediados del siglo XVII, Francia había
colonizado el tercio oeste de la isla, bautizándolo con el nombre de
Saint-Domingue, y llevó esclavos desde África con el fin de reemplazar la ya
entonces extinta “fuerza de trabajo” autóctono. Haití se convirtió en la
colonia más rica de las Américas y en enclave crucial de la producción de
azúcar en el Caribe. A finales de 1780, se importaron alrededor de 40.000
esclavos al año, con lo que aproximadamente 500.000 esclavos trabajaban en
8.000 plantaciones, cruelmente sometidos por una población blanca de unos
32.000.
Después de que Haití
consiguiera su independencia de Francia en 1804, los Estados Unidos, con su
propia población esclava de unos cuatro millones, rechazó reconocer el país
hasta 1862. Estados Unidos y Francia impusieron un severo embargo económico, el
último de ellos forzó a Haití a pagar una indemnización por los esclavos liberados
lo que, sumados los intereses de los préstamos realizados por los bancos
estadounidenses y franceses, llegó a un total de más de 20 mil millones de
dólares. Desde 1915 hasta 1934, los EE.UU ocuparon Haití, desviando hacia sí
más miles de millones en derechos aduaneros e impuestos, tras lo que EE.UU puso
a los dictadores “Papa Doc” y “Baby Doc”, que dirigieron el país, acabando de
pulir lo que quedaba en las arcas, aumentando la deuda, y encarcelando,
torturando y matando a los que protestaban.
Fue entonces cuando el FMI y el Banco Mundial obligaron a Haití a abrir
sus mercados. El país, autosuficiente en arroz y en azúcar, se vio obligado a
importar azúcar y arroz subvencionado y más barato de los EE.UU, lo que acabó
por destruir la economía rural. En 2004, los EE.UU anularon la democracia al
apoyar el golpe de Estado contra el presidente electo Arístide. A día de hoy,
Haití se encuentra en el número 1 de la lista en cantidad de millonarios per
capita en las Américas, mientras que también acoge a las personas más pobres de
la región, un 76% de los cuales viven con menos de 2 dólares al día. El
corolario político de todo esto es que el país ha sufrido 32 golpes de Estado,
además de una casi constante dominación militar sobre los civiles (tan
propensos a reivindicar sus derechos).
Todo ello preparó el terreno
para la atroz devastación por el terremoto de enero del 2010 (más de 200.000
muertos, 300.000 heridas y dos millones sin techo), lo que confirma la regla de
que los desastres “naturales” golpean a los más pobres. La mayoría de las
muertes se produjeron a raíz del desmoronamiento de las casuchas construidas en
laderas empinadas y sobrepobladas. Alrededor del 86% de los dos millones de
hogares destruidos en el terremoto habían sido construidas entre 1990 y 2010
por personas desplazadas de las zonas rurales (p. 98). La lección crucial no
sólo para Haití, sino para todo aquel que se interese por los estragos humanos
de los desastres “naturales”, tal y como afirma el abogado haitiano Mario
Joseph, director de BAI, es que: […] han muerto demasiadas personas en este
terremoto. Y eso es porque nosotros, en Haití, no tenemos ningún respeto por el
imperio de la ley” (p. 3). Se trata de un problema sistémico. Los peligrosos
tugurios fueron construidos ilegalmente, en un momento en que las personas
desheredadas, provenientes de las zonas rurales se trasladaron a
Port-au-Prince. Ahora, los intentos de reconstrucción se ven frustrados porque
es del todo imposible probar la titularidad legal de la tierra. Con la irrupción
del cólera tras el terremoto, los haitianos más pobres carecen de acceso a los
derechos de vivienda, alimentación o salud, codificados en los artículos 22 y
23 de su Constitución. Los más básicos derechos de la población de Haití,
incluyendo el derecho a la existencia, se ven amenazados en tanto no rija el
imperio de la ley.
Una aproximación basada en
los derechos y fundamentada en principios legales guía el altamente eficaz
trabajo que la organización haitiana Bureau des Avocats Internationaux está
haciendo a día de hoy, conjuntamente con su socio en EE.UU, el Instituto por la
Justicia y la Democracia en Haití (IJDH) con el fin de conseguir justicia para
la gente de Haití. Mario Joseph and Brian Concannon son auténticos héroes tanto
por su coraje físico y moral como por su innegociable y dura tarea a la hora de
llevar sus principios a la práctica. No obstante, tal y como los dos han
reconocido claramente en múltiples ocasiones, no han trabajado solos. Su lucha
empezó en las calles de Haití, apuntalada por la historia de activismo de base
de su país, que se remonta a la rebelión de los esclavos.
Preservar los derechos
necesita garantías políticas en la forma de instituciones fuertes y justas,
pero “el Estado se encuentra ausente en sus funciones” (p. 87). Este es el
problema más grave de Haití, el que Joseph y Concannon han abordado, empezando
por un “arranque del sistema judicial” (p. 75). En el 2000, ganaron un caso que
sentó precedente, en el que 53 soldados fueron condenados por tomar parte en
una masacre en 1994 en Raboteau, un barrio de chabolas, siempre prodemocrático.
Con muy pocas esperanzas en la capacidad y en la voluntad del gobierno de
llevar a los asesinos ante la justicia (sin mencionar que el uso del francés en
los procedimientos legales significa que solo el 10 por ciento de la población
puede entenderlos, si es que en algún momento tienen acceso a un tribunal), la
gente tendía a recurrir a la violencia colectiva. Sin embargo, esta vez, los
dos abogados aprovecharon una laguna legislativa en el procedimiento francés
por la que las víctimas de un crimen pueden tener estatus legal como parte
civil durante el juicio. Con esto, la Asociación por las Víctimas de Raboteau
pronto empezó a comprometerse con una defensa previa al juicio altamente
efectiva, a pesar de todas las amenazas. Se manifestaron pidiendo a gritos arrestos
y juicios, empezaron a una campaña de graffitis – Fok kriminel – yo jije (los
criminales deben ser juzgados) – y llevaron a cabo arrestos ciudadanos de los
agresores que eran reconocidos en la calle. La iniciativa legal alcanzó una
dimensión internacional cuando la misión de la ONU/OEA en Haití reclutó a
oficiales militares argentinos jubilados para analizar la cadena de mando
haitiana y la responsabilidad por la masacre. Raboteau se convirtió en el
primer juicio criminal en Haití en utilizar pruebas de ADN. Otra innovación fue
el uso de documentación para apoyar a los testigos presenciales, a pesar de que
la tradición oral también tiene que ser respetada en un país donde el
porcentaje de analfabetismo se encuentra alrededor del 51,3%. El juicio, que tomó
cuatro años de preparación, demostró que abogados con determinación podían
llevar la justicia hasta la gente de a pie y fue, también, un proceso de
empoderamiento para las víctimas de siempre en Haití. Fue “prácticamente una
afirmación total de los Derechos Humanos y del imperio de la ley” (81).
Si se quiere conseguir
justicia en Haití, el cambio social debe provenir de los de abajo. Las élites
no van a construir sistemas legales para favorecer a los pobres (y limitar su
propio poder). BAI e IJDH “ofrecen las plataformas sobre las que la mayoría
perjudicada actúa” (p. 60), un proyecto de dos flancos en el que BAI ofrece un
liderazgo legal indígena, y el IDJH, que trabaja desde Boston, contribuye con
técnicas de recaudación de fondos, capacidad de cabildeo, acceso a los medios,
así como experiencia legal y activista. La dimensión internacional es necesaria
tanto por razones prácticas como simbólicas. Tal y como Mario Joseph afirma:
“Algunas de las raíces de nuestra injusticia yacen bajo el suelo haitiano… pero
muchas de las raíces de la injusticia haitiana se extienden hacia el norte, y
nacen en lugares como Nueva York y Washington… Si las raíces de nuestra
injusticia se extienden hasta los países poderosos, resulta esencial que la
lucha por nuestra justicia también se extienda hasta allí” (p.73).
El acceso a agua limpia
lleva siendo un problema básico desde hace tiempo en Haití. En 2001, el Banco
Interamericano de Desarrollo prometió 146 millones de dólares en préstamos para
agua e infraestructuras sanitarias, pero el presidente de los EE.UU George W.
Bush, para castigar al presidente Jean-Bertrand Aristide por sus políticas
sociales, bloqueó los fondos. También se frenaron los préstamos de la Unión
Europea. De aquí, el gran fracaso institucional, tanto nacional como
internacional, llevó hasta la epidemia del cólera que fue directamente causada
por las fuerzas de paz de la ONU en la misión MINUSTAH, establecida en Haití
después de obligar al presidente Aristide a abandonar el país.
La fuente de la contaminación
del río Artibonite se descubrió a través del genotipo de un tipo de cólera
(Vibrio cholera) introducido por los miembros nepalís de la misión. Los
deplorables estándares de higiene, en los que las aguas residuales provenientes
del campo de la ONU se vertían en el río más largo de Haití – sostén principal
de la agricultura, fuente de agua potable y usada también para lavar-, hizo el
resto. Hacia el 2013, el cólera había matado alrededor de 8.600 haitianos e
infectaron a más de 684.000 (uno de cada quince).
No hay nada que pueda
ofrecer una explicación satisfactoria por la presencia tan costosa de la misión
“por preservar la paz” en Haití. No tiene nada que ver con la preservación de
la paz, tal y como revelan los telegramas enviados por el embajador de los
EE.UU en Haití, Janet Sanderson: “una marcha prematura de MINUSTAH dejaría al
gobierno [haitiano]… vulnerable ante… los populistas rebeldes y las fuerzas
políticas antieconomía de mercado” (p. 12). En estos términos MINUSTAH es
entonces una fuerza ocupante, así que, claro, la ONU, mezclando “inmunidad” con
impunidad, rechaza asumir cualquier culpa sobre la epidemia de cólera. Su
personal jurídico cínicamente afirma que en Haití fueron “simultáneamente el
agua y las deficiencias sanitarias e higiénicas” (en gran medida debido a la
interferencia de los EE.UU para con los préstamos que habían de solucionarlas)
las responsables (p.14).
Los haitianos no van a pagar
los platos rotos. Miles de ciudadanos, todavía luchan por encajar los efectos
físicos, económicos y emocionales del cólera y sus secuelas, se han manifestado
alrededor de las bases de la ONU en el país, insistiendo en jistis ak
reparasyon —justicia y reparación-. El 23 de octubre de este año, se dieron los
argumentos orales en el caso Georges et al. vs. ONU et al. en el que los
demandantes son ciudadanos de Haití y los acusados son la Misión de
Estabilización de la ONU en Haití, la ONU y Ban Ki-moon. Los daños podrían
llegar a sumar más de 30 mil millones de dólares. El fallo sigue pendiente.
Con muy pocos recursos,
Joseph, Concannon y sus simpatizantes han atraído la atención hacia asuntos que
van aún más lejos de las trágicas y terribles consecuencias de la epidemia de
cólera y de la inmunidad/impunidad de la ONU. Los litigios son importantes,
pero no el único componente del ejercicio de BAI y de IJDH en su amplia agenda,
en defensa de los pobres y desposeídos. Trabajaban para conseguir la detención
de Jean-Claude Duvalier por crímenes contra los Derechos Humanos, se
comprometen con los programas de la comunidad para la prevención y
responsabilidad en casos de violación, para elecciones libres y justas, para
los derechos de vivienda y de los prisioneros, para la respuesta ante el
desastre, para las personas desplazadas (1,3 millones en 2010) y para los
derechos en las diásporas haitianas.
Tras el terremoto, la
comunidad internacional donó 5,35 miles de millones de dólares en concepto de
ayuda. Menos del 1% llegó al gobierno de Haití y casi la mitad, no llegó. Haití
se convirtió en una “República de Oenegés”. La ayuda fue a parar a las
compañías extranjeras que proveían con el 80% de los servicios básicos,
convirtiendo a Haití en uno de los países más privatizados del mundo (p.
86). Los contratistas militares
privados, haciendo ostentación de sus rifles de asalto, también se quedaron con
una parte de la ayuda para Haití. Las repercusiones antigobierno de todo ello
llegan lejos, sobre todo debido al hecho de que las oenegés se han adueñado de
los poderes de Estado sin tener la capacidad de lidiar con grandes problemas,
como atender las emergencias a lo largo y ancho de la nación, la protección
medioambiental y el tratamiento de las aguas residuales.
En septiembre del 2012, el
enviado especial de la ONU informó de que solo se había desembolsado el 52,3%
del dinero donado. Desembolsar no significa gastar, sino más bien que ese
dinero desembolsado ha ido a la ONU, al Banco Mundial o al BID en maniobras
opacas. La mayoría de los dólares usados para ayudar supuestamente a Haití
fueron a parar a contratistas de Washington. En lugar de dar poder al gobierno
haitiano con el fin de encauzar el alivio y la recuperación, el ejército
estadounidense ocupó el país durante las primeras semanas tras el terremoto. La
“ayuda” en forma de comida barata cultivada en EE.UU, una vez más, llenó los
mercados de Haití, hundiendo a los granjeros locales que fueron a parar a
chabolas que serán destruidas en el próximo terremoto. Construir un sistema de
agua limpia, una manera lógica de empezar a “reconstruir mejor” costaría
alrededor de 800 millones de dólares, lo mismo que el presupuesto anual de
MINUSTAH.
Si los seres humanos tienen
alguna demanda lícita de necesidad, tiene que tratarse de esa demanda elemental
para la subsistencia así como una seguridad básica que permita la libertad y
los derechos básicos que Henry Shue define como “… las mínimas, razonables
demandas de cada uno sobre los demás […]”. Si estos derechos son razonables y
se encuentran justificados, comprenden el deber de asegurar que cada uno de los
seres humanos disfrute de los “derechos a esas cosas sin las cuales uno no
puede disfrutar ninguno de los otros derechos”. Sin embargo, a pesar de que
miles de billones de dólares se encuentran al alcance de cuestionables
tentativas militares, no hay dinero para compensar a las víctimas de una
negligencia criminal de la ONU.
¿Y qué si esta compensación
fuera la restauración a los haitianos de “los derechos a esas cosas sin las que
uno no puede disfrutar de ningún otro derecho”? Pagar una renta básica
universal incondicional por encima de la línea de la pobreza sería una manera
para que los llamados donantes parasen de comportarse como depredadores y
respondieran a las “demandas razonables” de la gente de Haití. Una renta básica
de, digamos, 5 euros al día para cada habitante sería el equivalente económico
al “arranque” legal de Concannon, haciendo posible para la gente tenaz de Haití
construir una economía desde la base con pequeños negocios; y para aquellos que
tienen trabajo, liberarse del yugo de los negocios de explotadores extranjeros,
donde muchos trabajadores ganan 1,3 dólares al día. Costaría alrededor de 19
miles de millones al año, aproximadamente el 0,63% de los estimados 3 mil
billones dólares gastados por los EE.UU en la guerra de Irak. La “comunidad internacional”
podría, en consecuencia, empezar con enmendar todos los males infligidos al
país desde 1492. Sin embargo, los obstáculos para tal apuesta por la justicia
son enormes, y más políticos que económicos. Esa es la razón por la que Mario
Joseph, Brian Concannon, Fran Quigley y la gente de Haití, están luchando para
que los sistemas legales defiendan los derechos de la gente de a pie, son tan
importantes. Para cualquiera que quiera defender la justicia, en cualquier
lugar del mundo, este libro resulta un vademécum de primera.
(*) Daniel Raventós es
profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona,
miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta
Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro es ¿Qué es
la Renta Básica? Preguntas (y respuestas) más frecuentes (El Viejo Topo, 2012).
Julie Wark es autora del Manifiesto de derechos humanos (Barataria, 2011) y
miembro del Consejo Editorial de sinpermiso.
Traducción para
www.sinpermiso.info: Betsabé García Álvarez
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7501
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