De "Ciudadanía y espacio
público. Una recuperación del republicanismo arendtiano"
Por María Teresa Muñoz Sánchez*
Introducción
El comienzo del siglo XXI
viene precedido de fuertes sacudidas en las distintas redes sociales, políticas
y económicas. Esta situación evidencia la crisis del pensamiento político, así
como la desconfianza, la sospecha y el desengaño que ensombrece las distintas
realidades de los espacios tradicionalmente destinados a la política. Al mismo
tiempo, nunca como hoy ha dependido el futuro de la humanidad de las relaciones
políticas nacionales e internacionales. Sin embargo, de acuerdo con gran parte
de la evidencia disponible, asistimos a un alejamiento creciente de la vida
pública. El desencanto prevaleciente respecto de las instituciones y el
liderazgo establecido se traduce en un retiro hacia lo privado, aun cuando
ello, manifiestamente, no proporcione el confort y la seguridad que buscamos.
En este contexto se suele
apelar, para restablecer en los ciudadanos la preocupación por la república, al
consabido y contradictorio par de consignas: la exhortación al deber cívico,
por parte del comunitarismo,1 y la apelación al interés propio, por parte del
liberalismo.2 Ninguna de ellas parece contribuir demasiado. Ya casi nadie avala
la posibilidad de que la participación política pueda ser una recompensa en sí
misma; no se piensa a la manera aristotélica que la participación es una forma
de realización de nuestra naturaleza y no una carga.
En circunstancias semejantes
se torna difícil pensar cuál puede ser el lugar de la acción y la libertad de
los individuos en la vida pública. Si la libertad no ha de definirse únicamente
como libre arbitrio, sino vinculada a la posibilidad real de introducir cambios
significativos en el mundo, de inaugurar estados nuevos de cosas, entonces
parece sensato preguntarse ¿qué noción de ciudadano tenemos que cultivar?, ¿qué
concepción de espacio público debemos construir para que los seres humanos
puedan convertirse en verdaderos agentes? Éste es el horizonte de las reflexiones
que pongo a su consideración.
Me propongo revisar, en los
márgenes propios de un escrito como éste, la imagen de ciudadano que Arendt nos
deja sugerida. Esto nos permitirá recuperar varios prototipos de ciudadano
tales como el paria consciente, el héroe y el espectador reflexivo; para ello
nos serviremos de su primera obra, la biografía de Rahel Varnaghen, de La
condición humana3 y de su último e inacabado trabajo, La vida del espíritu;4
así como de un ensayo previo, La crisis de la cultura: significado político y
social.5 Las categorías de paria, héroe y espectador reflexivo –todas ellas
diferentes y complementarias miradas a la noción de ciudadano arendtiana– serán
rescatadas como hilo conductor en la recuperación del concepto de espacio
público. Labor que llevaré a cabo en la segunda parte. Veremos entonces, los
ejes estructurantes, los supuestos que presenta la noción de espacio público
propuesta por Arendt fundamentalmente en La condición humana. Analizaré cuáles
son los rasgos característicos del concepto de espacio público a través de una
confrontación con otros dos conceptos fundamentales en la obra arendtiana: lo
privado y lo social. Los planteamientos vertidos en estas dos primeras partes
me permitirán recuperar el republicanismo cívico arendtiano como una
alternativa ineludible si queremos restablecer la dignidad de la política. Así,
recupero la propuesta arendtiana de lo público como una concepción de la
comunidad política de raigambre republicana.
Entiendo que hablar de la
tradición republicana es cuando menos arriesgado, de modo que voy a asumir
explícitamente la reconstrucción que de la misma proponen Quentin Skinner,6
Philip Pettit7 y Mauricio Virola,8 según la cual esta tradición fue
unificándose con el transcurso del tiempo, en parte por un entusiasmo
compartido por los ideales y las lecciones de la República romana, en parte por
el énfasis puesto en la importancia de disponer de ciertas instituciones: por
ejemplo, un imperio de la ley, en vez de un imperio de los hombres, una constitución
mixta, en la que diferentes poderes se frenan y contrapesan mutuamente, y un
régimen de virtud cívica, régimen bajo el cual las personas se muestran
dispuestas a servir honradamente en los cargos públicos. Considero que esta
tradición, en la que ubico a Arendt, nos ofrece, a través de la noción de
libertad política o libertad como no dominación, el basamento para restablecer
en los ciudadanos la preocupación por la república.
1. El ciudadano y su
condición pública
No pretendo aquí hacer una
exposición detenida, ni siquiera a grandes rasgos, de las implicaciones que los
conceptos de paria consciente, héroe y espectador reflexivo tienen en la
crítica contemporánea a la concepción moderna de ciudadano. Más modestamente
pretendo llevar a cabo algunas calas en la obra arendtiana que nos permitan con
posterioridad enlazar estas nociones con la metáfora del espacio público.
Pretendo defender que la noción de ciudadanía sugerida por Arendt supone una
noción de participación propia del republicanismo que nos ofrece pautas para
mirar críticamente el acontecer político actual.
Si bien para la filósofa de
Königsberg no existe un modelo de hombre universal y necesario, no existe una
esencia de la naturaleza humana, como bien advierte desde el inicio de La
condición humana,9 sí es posible rastrear una imagen deseable de ciudadano.
1.1. El paria consciente
como héroe
El precio que se le pide al paria por
ascender
es siempre demasiado elevado,
y afecta siempre a las cosas más humanas,
a las únicas cosas que constituían (sic) su
existencia.
(Hannah Arendt, Rahel Varnhagen)
En la primera obra que
escribió, la biografía de Rahel Varnhagen,10 ya se encuentran en embrión
algunas de las distinciones básicas, –que aquí nos interesa destacar a fin de
caracterizar el espacio público–, entre lo social y lo público, esto es, el
ámbito de la acción política libre. Estas distinciones afloran al hilo de otra
muy importante noción de la propuesta arendtiana, la categoría de paria.11
En esta biografía, se ocupa
de sacar a la luz la vida de una judía alemana de finales del siglo XVIII,
obligada a renunciar a su condición de judía en la búsqueda de una anhelada
asimilación. Se trata de una famosa mujer que destacaba en los salones
berlineses, quien pese a ser conocida no encontró nunca la aceptación que
buscaba en la alta sociedad. Intentó este reconocimiento a través de la
asimilación:12 por un lado, convirtiéndose al cristianismo13 y, por otro lado,
a través del matrimonio con un gentil, esto es, un no judío.14 Conseguido su
fin, cambió de opinión. Al final de sus días la heroína de esta historia toma
conciencia de haber vivido en el error: no se puede escapar de la condición de
judía, y acepta su condición de paria.15 De este modo accede, desde la interpretación
arendtiana, a una nueva condición: la de paria consciente.16 Asumir no
significa aquí mantenerse en la oscuridad, en el ámbito íntimo, sino aparecer
como tal en el ámbito público.
Tres categorías le permiten
a la joven biógrafa comprender las diferentes conductas de los héroes y
villanos de su narración:
La categoría de paria se
aplica a aquellas personas que sufren una situación social de exclusión, es el
caso de Rahel, mujer judía que se ve empujada a la asimilación. Los parias son
descastados que no pueden desarrollar su identidad debido a que ésta se cultiva
en lo público, y estos sujetos carecen de espacio público. Carecen de un mundo
común en el cual cultivar la propia identidad. En la esfera privada los hombres
disponen de una identidad natural, lo dado, pero ésta no les diferencia, no les
hace singulares. Sólo a través de la acción y el discurso en la esfera pública,
el sujeto revela su singularidad.
Por otro lado, el parvenu
(advenedizo) es aquel sujeto que habiendo nacido en un círculo desea acceder a
otro, renunciando a juzgar críticamente las normas que estructuran el círculo
al que anhela acceder. Éste sería también el caso de Rahel, durante todo el
período de su vida adulta en que estuvo dispuesta a renunciar al cultivo de su
identidad para incondicionalmente asimilarse. Ahora bien, hay que distinguir
aquí entre aquellos parias sociales que, alentados por la asimilación, actúan
en el terreno social y se convierten en advenedizos –parvenus–, y aquellos que
tratan de conquistar un lugar en el mundo transformándose en parias
conscientes. Tal es el caso de Rahel Varnhagen, al final de sus días.
El paria consciente es aquel
que se plantea su entrada en la esfera pública reconociendo su diferencia. De
esta forma saca a la luz su identidad y la plantea como un asunto no de mero
triunfo social sino de reconocimiento político. Así, en Arendt, el paria consciente se
presenta como un rebelde configurando un pensamiento resistente contra la
uniformidad y la homogeneidad.17 Es más,
la condición de
outsider del paria le permite la libertad de ser un pensador o pensadora
independiente, un pensador no limitado por dogmas ni ideologías.18
En el trasfondo de estas
distinciones podemos vislumbrar el concepto de sociedad. Lo social se refiere
casi siempre, en la biografía de Rahel, a la alta sociedad entendida como una
élite con el monopolio del poder y los privilegios. Ese espacio donde los
parvenus (advenedizos) desean ingresar. Pero también hay numerosos pasajes
donde sociedad, y más particularmente lo social, se refiere al inmovilista
sistema entero del cual la alta sociedad es sólo una parte. En este sentido,
todos, no sólo la élite, somos parte de lo social entendido como una jerarquía
de círculos en los cuales la gente ha nacido. Desde esta apreciación de la
sociedad, la distinción implícita entre lo social y lo público radica en los
diferentes modos de conducta, a saber: entre ser producto o víctima de fuerzas
sociales e históricas, la conducta del advenedizo, o forjar tu propio destino
como un agente autónomo libre, siendo entonces paria consciente. Paralelamente,
el ámbito al que desea acceder el advenedizo es la sociedad, lugar donde
confluyen prejuicios del pasado, fuerzas históricas que anulan la identidad del
sujeto; el espacio que forja el paria consciente en su calidad exclusiva de ser
humano es el ámbito de lo público, espacio de cultivo de las identidades
plurales, de la pluralidad (tal y como Arendt desarrollará en su obra
posterior).
La crítica implícita de
Arendt a la condición de parvenu, en la biografía de Rahel Varnhagen que
analizo, es que en dicha condición los individuos en su afán de ser integrados
en la sociedad, se convierten en infelices víctimas aisladas, incapaces de
juicio y acción autónomos. Se ven relegados a vivir en el aislamiento a que les
conduce la introspección. Así como en la modernidad, los hombres se ven
conducidos al cultivo de su intimidad, como mal sustituto de una auténtica vida
activa que les permita defenderse de los embates de lo social; en la sociedad
del siglo XVIII que le tocó vivir a Rahel, el paria judío que intenta
asimilarse, se ve limitado en su capacidad de acción a la introspección. Ésta
tiene como consecuencia uno de los grandes males atacados por Arendt en La
condición humana: borra los límites entre lo privado y lo público. En la
introspección, el pensar deviene limitado debido a que no tiene las
interferencias de nada exterior, tampoco de la acción y sus consecuencias ni
del testimonio de los otros. La introspección, como la intimidad en el mundo moderno,
es el dominio de los anhelos propios del mundo privado del parvenu. El
advenedizo como el conformista hace de la introspección, de la intimidad, su
modus vivendi, y pierde con ello, la perspectiva de mundo común característica
del ciudadano. Así, Rahel se abandonó a su mundo íntimo privándose de una
identidad políticamente constituida. Por ello,para la romántica Varnhagen, la
importancia de sus propios sentimientos y emociones era enteramente
independiente de cualquier acción real o sus consecuencias en el mundo.19Lo que
perdió entonces fue la capacidad de acción, y con ello la posibilidad de
recrear el espacio público al mostrar su identidad desde la pluralidad. Perdió
la posibilidad de aparecer en el mundo común. En consecuencia:la introspección
lleva a cabo dos ejercicios: aniquila la situación verdadera existente
disolviéndola en formas, y al mismo tiempo dota a todo lo subjetivo de un aura
de objetividad, publicidad e interés extremo. De esta manera las fronteras
entre lo que es íntimo y lo que es público se borran.20
Se puede establecer aquí una
analogía entre dos conceptos, advenedizo y conformista que permite resaltar la
oposición entre dos de los ámbitos que trabajaré en el apartado siguiente: lo
público y lo social. Así, si lo social es la arena en la que se desenvuelven,
conformistas y advenedizos; lo público es el ámbito para el paria consciente y
el héroe, el espectador reflexivo o ciudadano.
De este modo, en una obra
tan temprana como esta biografía, ya anticipa Arendt los ejes que estructuran
la noción de lo público, como espacio de aparición, espacio de constitución de
la identidad a través de la acción y la palabra. Frente a lo social, ámbito que
implica la asimilación, la negación de la identidad frente a las fuerzas
históricas. Los conceptos de parvenu (advenedizo) y paria consciente, pese a no
ser utilizados por Arendt en La condición humana, permiten delinear las
distinciones entre lo social21 y lo público que sí son explícitamente
desarrolladas y marcadamente separadas en esta obra: el espacio público, como
espacio de aparición, es el ámbito en el que se constituye la realidad. La
presencia de los otros es la que nos asegura la realidad del mundo y de
nosotros mismos. Esta idea es totalmente opuesta a la noción de introspección,
a esa actividad por la cual el advenedizo se construye un mundo privado e
irreal en el cual se autoexilia. La actitud del ciudadano comprometido y
solidario, del héroe en palabras de Arendt, supone superar la tentación de
abandono a la introspección, de renuncia a la capacidad de actuar.
El advenedizo se refugia en
la introspección como forma más cómoda de conducta frente a la sociedad, he
aquí la analogía con el conformista, quien se refugia en la intimidad,
convirtiéndose en un ser atomizado. Muy al contrario Arendt hace depender el
espacio íntimo del público, llegando a afirmar:“Puesto que nuestra sensación de la realidad depende por entero de la
apariencia y, por lo tanto, de la existencia de una esfera pública en la que
las cosas surjan de la oscura y cobijada existencia, incluso el crepúsculo que
ilumina nuestras vidas privadas e íntimas deriva de la luz mucho más dura de la
esfera pública.”22
Esta idea es totalmente
opuesta a la noción de introspección que conduce al aislamiento en el mundo
privado e irreal. Por lo visto hasta aquí, el rasgo fundamental del paria
consciente es que éste rechaza la condición que se le impone desde la sociedad
y se muestra, aparece. De este modo recupera el espacio del que su condición de
paria, impuesta por los otros, le había privado. La imposibilidad de aparecer
en público le privaba de realidad. En términos políticos, no aparecer es
carecer de identidad.23
En contraste con sus
hermanos no emancipados quienes aceptan automática e inconscientemente su
estatus de paria, el judío emancipado debe despertar y percatarse de su
posición y conciente de ella rebelarse en su contra.24
Pero, no sólo esto, además
el paria ensimismado se autoexilia al reino de la necesidad privándose así de
lo más propiamente humano, la libertad. El esfuerzo heroico25 por aparecer ante
los otros, ser con los otros desde su singularidad; éste es el rasgo
fundamental del paria consciente.26
1.2. El héroe
El rasgo de la libertad como
capacidad propiamente humana es ensalzado por Arendt, según la lectura que
vengo hilvanando, a través de la figura del héroe.27 Así:“La connotación de valor, que para nosotros es cualidad indispensable
del héroe, se halla ya en la voluntad de actuar y hablar, de insertar el propio
yo en el mundo y comenzar una historia personal.”28
Antes de comenzar el
bosquejo de lo que sería la segunda imagen del ciudadano, es preciso distinguir
dos connotaciones distintas, si bien complementarias, de su noción de
identidad. En primer lugar señalar que la identidad no es un dato de nuestra
historia natural, por el contrario es un artificio. Arendt distingue entre el
hombre natural, un sujeto que está al margen del cuerpo político y el
ciudadano:“Mediante la acción y el
discurso, los hombres muestran quiénes son, revelan activamente su única y
personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano, mientras que su
identidad física se presenta bajo la forma única del cuerpo y el sonido de la
voz, sin necesidad de ninguna actividad propia”.29
La aparición en el espacio
público supone la construcción de una identidad que viene dada por el
reconocimiento de nuestra singularidad que hacen los otros. Por otro lado
encontramos la idea de identidad como narración que nos conduce a la imagen del
héroe clásico:
El descubrimiento de “quién”, en contraposición al “qué” es
alguien, está
implícito en todo lo que este alguien dice y
hace. Pero se trata de una identidad frágil, puesto que depende, al mismo
tiempo, de la autoexhibición y de la permanencia del acto de contar: la
narración identificaría al sujeto mediante el relato de las propias acciones.30
La identidad del sujeto se
revela no sólo en sus acciones sino también en la narración de su propia
historia:“la razón de que toda vida humana cuente su
narración y
que en último
término la historia se convierta en el
libro de narraciones de la humanidad, con muchos actores y oradores y sin
autores tangibles, radica en que ambas son el resultado de la acción.”31
Ahora bien, esta última
connotación de la identidad ligada a la imagen del héroe trae consigo, como ha
señalado entre otros Seyla Benhabib,32 un modelo agonal del espacio público
donde el hombre únicamente se singulariza a través de la gloria y la fama:“El valor libera a los hombres de su
preocupación por la vida y la reemplaza por la de la libertad del mundo. El
valor es indispensable porque en política lo que se juega no es la vida sino el
mundo”.33
Sólo en el esfuerzo exitoso
de mostrar la singularidad el héroe da cuenta del proceso de autoformación, de
aparición en el espacio público. Esta particularidad del espacio público se
pone de manifiesto en afirmaciones como la siguiente: “Debido a su inherente tendencia a
descubrir el agente junto con el acto, la acción necesita para su plena
aparición la brillantez de la gloria, sólo posible en la esfera pública”.34
Dejaré de momento estas
objeciones para centrarme en el rasgo característico de esta perspectiva del
ciudadano-héroe: la libertad.35 Al menos en La condición humana, Arendt insiste
en la condición de los seres humanos de ser libres sólo mientras actúan. Ser
libre y actuar es una y la misma cosa. La libertad así se convierte no sólo en
parte constitutiva del hombre, sino también en una realidad política.
La imagen del héroe nos da
la perspectiva del ciudadano como actor. Así, el héroe es un hombre con el
coraje del paria consciente para aparecer y armarse de la libertad necesaria
para actuar. Ésta misma le permitirá pensar y juzgar. Ya no como actor sino
como espectador reflexivo.
1.3. El espectador reflexivo
“Sin
espectadores el mundo sería imperfecto (...) este invisible obtenido de lo
visible permanecería desconocido para siempre si no hubiera un espectador que
lo acechase, lo admirara, rectificara las historias y las reflejara en palabras.”(H,
Arendt, La vida del espíritu)
Venimos bosquejando una
imagen del ciudadano que acentúa de éste su vida activa. Sin embargo, no
debemos olvidar que las preocupaciones medulares de Arendt son dos: acción y
pensamiento. Más específicamente Arendt considera que la capacidad de juzgar,
propia del pensamiento, es una habilidad de la política.
Pensar es una actividad que
tiene su fin en sí misma y que no tiene resultados tangibles. Pensar no debe
confundirse con conocer. En su artículo “El pensar y las reflexiones morales”36 ya adelanta Arendt algunas de las
ideas ejes de su obra inconclusa: La vida del espíritu, una de las cuales es la importante relación entre el pensar y el juicio. De
acuerdo con Bernstein, el juicio es presentado en esta obra como una forma de
pensamiento:
La presuposición para este
tipo de juicio no es el alto desarrollo de la inteligencia o sofisticación en
cuestiones morales, sino meramente el hábito de vivir juntos explícitamente con
uno mismo, esto es, estar comprometido en el silencioso diálogo entre mí y mí
mismo es lo que desde Sócrates a Platón llamamos usualmente pensar.37
Recurriendo a Kant, Arendt
distingue entre el intelecto que desea conocimiento verificable y la razón que
desea pensar y comprender. El intelecto busca la verdad, la razón busca el
sentido. Esto es precisamente lo que distingue al espectador reflexivo: la
búsqueda del sentido:
A diferencia de lo que
ocurre con el pensamiento especulativo, en el caso del juicio, el espectador no
está solo, ya que a pesar de no hallarse implicado en el acto, siempre lo está
con sus co-espectadores. Tal posibilidad de juzgar como espectadores la debemos
al sentido común que no es más que nuestro sentido del mundo y de su
intersubjetividad, una cualidad producida en común.38
Este espectador reflexivo
del que nos ocupamos no es aquel que desde su asiento –un lugar intemporal, la
región del pensar- puede disfrutar del espectáculo y juzgar la representación
porque no participa en ella. Por el contrario, si es posible el juicio para
este espectador es porque participa de la representación. El juicio no es nunca
una actividad privada: “La
del juicio es una actividad importante, si no la más importante, en la que se
produce este compartir-el-mundo-con-los-demás”.39
La cuestión aquí es: ¿de qué
modo participa el espectador en la representación?, ¿cómo se diferencia del
actor?, ¿no es también el espectador un actor? El espectador es el ciudadano
con capacidad de juicio. “Es
la facultad de juicio la que nos hace embonar en este mundo de fenómenos y apariencias, y nos capacita para
encontrar nuestro lugar apropiado en él”.40 En este sentido del juicio, el
espectador es también un
actor.
Podemos encontrar algunos
indicios más de la figura del espectador reflexivo en La crisis en la cultura: su significado
político y social.41 En este texto en el que comienza
analizando el concepto de cultura, Arendt nos da ya algunos atisbos de su
interpretación de la Crítica del juicio kantiana. Su interés, entonces, es
desatar que la riqueza, el potencial del juicio radica en un acuerdo potencial
con los demás. Nos dice en
la Crítica del juicio, Kant insistió en una forma distinta de pensar, para
la que no sería bastante estar de acuerdo con el propio yo, sino que consistía
en ser capaz de “pensar
poniéndose en el lugar de los demás” y
que, por tanto, él
llamó “modo de pensar amplio”.42
Lo importante para el hilo
conductor de esta reflexión es que “El
juicio depende de la presencia del otro”.43
Esta capacidad es, pues, una habilidad política,
en tanto no sólo
requiere del punto de vista personal sino que incluye la perspectiva de los
otros con los que se comparte un espacio. De manera que, como ya señalé, el
espectador reflexivo no es un sujeto que especula desde su capacidad de
conocimiento sino un ciudadano que juzga desde el sentido común. Aparece así
otra de las categorías fundamentales de la propuesta arendtiana, el sensus
communis, apuntada ya en este breve ensayo que comento y más desarrollada en La
vida del espíritu.44 Se trata de una especie de sexto sentido que coordina los
otros cinco y asegura que las percepciones que adquirimos a través de los otros
sentidos sean veraces. Desde él adquirimos la sensación de realidad.45 Esta
categoría es importante porque nos acerca a la idea que tiene Arendt de
ciudadano como espectador reflexivo. En oposición clara a la idea de sujeto
cartesiana, desde la que se establecen condiciones para la verdad de carácter
subjetivo y con afanes de universalidad, Arendt ubica al hombre entre los
otros. De manera que la validez del juicio no depende del Yo, o de la autoconciencia,
sino que “sus
alegatos de validez nunca pueden extenderse más allá de
los otros en cuyo lugar se ha puesto la persona que juzga para plantear sus
consideraciones”.46
La comunicación
intersubjetiva, entonces, depende de este sentido común que compartimos con los otros al
tiempo que compartimos el mundo.47 En los juicios políticos se adopta una decisión que si bien mediada por lo subjetivo,
esto es por el lugar que la persona que juzga ocupa en el mundo compartido,
deriva de la objetividad, la realidad del mundo dada por el hecho de que mundo
es lo común a todos.48 Estos juicios son “arbitrarios” ya que no implican una noción de verdad
propia del ámbito de conocimiento, sino que se presentan como opiniones que
pretenden persuadir al otro.
Este “galanteo” o persuasión se
corresponde en todo con lo que los griegos llamaron peiqein, convencer y
persuadir por la palabra, algo que veían
como la forma típicamente
política en que las personas hablaban entre
sí.49
Por eso, Sócrates será el prototipo de este
espectador reflexivo, aquel que es capaz de juzgar, poniéndose en el lugar del
otro:“Un pensador, en definitiva, que
sepa siempre estar como un hombre entre los hombres, que no esquive el foro,
que sea un ciudadano entre los ciudadanos, no haga nada ni pretenda nada salvo
lo que en su opinión tienen derecho a ser y hacer los ciudadanos.”50
Hasta aquí, espectador y
actor coinciden. El juicio se nos muestra como análisis de situaciones para
elegir un cierto curso de acción. Podríamos decir que se trata de un proceso de
deliberación política a través del cual los agentes, los actores deciden
futuras acciones. El juicio emitido por el espectador reflexivo no es, de
ninguna manera, definitivo, sino que se integra en el entramado de la acción y
el discurso para ir reconstruyendo el espacio público. Es más, deberá ser
juzgado por otros.
Se nos muestra con claridad,
entonces, otro de los rasgos del espacio público, a saber, el de ser mundo
común. Si la acción, el valor, la libertad eran rasgos fundamentales en el
héroe o paria consciente; el juicio, el pensar ampliado y el sensus communis
son los rasgos destacados del espectador reflexivo. Se pone así de manifiesto
el vínculo ineludible entre juicio, acción y argumentación.
De acuerdo a lo analizado
hasta aquí, la figura del ciudadano que se encuentra vinculada a estas tres
imágenes es la de aquel que se gana heroicamente su identidad a través del
ejercicio de la libertad y el juicio reflexivo en el espacio público. Así,
Arendt recoge en la figura del ciudadano los dos aspectos fundamentales de la
condición humana: acción y pensamiento (juicio). En el siguiente apartado,
caracterizaremos el espacio público como ámbito de aparición de este ciudadano
redefinido; es un espacio para la deliberación de todos, la capacidad de juzgar
es una aptitud compartida por todos los ciudadanos. Espacio de aparición y
mundo común se van perfilando como los rasgos característicos de la esfera de
lo público.
2. La distinción
público/privado en La condición humana
Arendt plantea tres
determinaciones de nuestra condición humana, a saber: la vida, aspecto
biológico de los seres humanos; la mundanidad, producto de la actividad humana;
y la pluralidad, el vivir juntos. Estas tres determinaciones corresponden a
tres diferente tipos de actividad: la labor, el trabajo y la acción.51 A cada
una de estas tres dimensiones Arendt le asigna un atributo: la potencia, la
violencia y el poder, respectivamente.
Las actividades relacionadas
con la labor son aquellas que nos permiten atender a las necesidades de la
vida. A saber: comer, dormir, vestirse, etc. Mediante la labor las personas
devienen no iguales sino idénticas, es decir, en este contexto se sufre una
carencia de la conciencia de ser individuo. El trabajo, en otro nivel, se
articula en torno a las actividades que el hombre realiza para producir
objetos. Sólo en el contexto de la acción es en el que las actividades
realizadas permiten al hombre desarrollarse de la manera que le es más propia,
esto es, libremente. Es el ámbito estrictamente opuesto a la labor, ya que la
acción implica siempre un proceso de creación que conduce a una emancipación de
lo dado mediante un proceso de culturización, se trata de un proceso que
permite al hombre aparecer ante los otros, distinguiéndose. Así, a diferencia
de la labor, la acción tiene como condición básica la pluralidad, y ésta tiene
el doble carácter de igualdad y distinción.
Si los hombres no fueran
iguales, - nos dice Arendt-, no podrían entenderse ni planear y prever para el
futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran
distintos, es decir cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista,
haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para
entenderse.52
Lo público se entiende como
el ámbito de desarrollo de la vida humana ligado a la acción y alejado de la
labor y el trabajo. En el segundo capítulo de La condición humana, Arendt
aborda explícitamente el asunto de la distinción entre espacio privado y
espacio público, recurriendo a la revisión histórica de la polis griega o la
república romana. Así, “El rasgo
distintivo de la esfera doméstica
era que en dicha esfera los hombres vivían
juntos llevados por sus necesidades y exigencias”;53 mientras que: “La esfera de la polis, por el contrario, era
la de la libertad, y existía una relación entre estas dos esferas, ya que
resultaba lógico que el dominio de las necesidades vitales en la familia fuera
la condición para la libertad de la polis”.54
De esta forma, libertad y
necesidad son los rubros que distinguían dichas esferas. Sólo en el ámbito
público es posible la libertad, la necesidad está vinculada a la esfera
doméstica. Esta distinción entre público y privado, nos dice Arendt,
corresponde a la existente entre “el ámbito
político y el del hogar”, que surgió por vez primera en la antigua Grecia y
continuó hasta los inicios de la edad moderna,
cuando la aparición de
un tercer ámbito,
que ella denomina lo “social”,
la enturbió.55
Lo social elimina las fronteras entre lo privado y lo público, haciendo que lo que fue espacio
para la libertad sea ahora ámbito de la necesidad. La actividad propia del
ámbito social es el trabajo y éste, de acuerdo a la propuesta de Arendt, no es
una forma de acción sino de fabricación. Lo social elimina las fronteras entre
lo privado y lo público, haciendo que lo que fue espacio para la libertad sea
ahora ámbito de la necesidad. Lo social es una ampliación de lo privado de
forma que los asuntos domésticos se presentan en el espacio público y esto hace
que se desarrolle un gran aparato administrativo estatal para la resolución de
necesidades globales. Se produce entonces una mercantilización de la esfera
pública y la conversión del Estado en una gran empresa. El ascenso de lo social
habría conducido a la pérdida del espacio público y con ella a la
centralización del poder y la atomización, entendidas ambas como dos caras de
una misma moneda. De esta forma lo social pasa a entenderse como lo privado
ampliado, al volverse públicos los asuntos domésticos. El problema consiste,
desde la perspectiva arendtiana, en que la sociedad ha pasado a constituir la
organización pública del propio proceso de la vida.“La sociedad –nos dice– es la
forma en la que la mutua dependencia en beneficio de la vida y nada más
adquiere público significado, donde las actividades relacionadas con la pura
supervivencia se permiten aparecer en público.”56
En términos generales,
parece que el ámbito social tiene que ver con la economía, la producción y la
necesidad, que eran privadas en el mundo antiguo; no obstante, lo social es
colectivo, a gran escala e impersonal. Es un reino de uniformidad antes que de
distinción personal; lo social impone “exigencias
niveladoras”, y “el conformismo le es inherente”. Lo social contrasta con la pluralidad
y singularidad que caracterizaron alguna vez la vida pública: “la sociedad exige siempre que sus
miembros actúen
como si fueran miembros de una familia enorme que tiene una única opinión y un único
interés”.57
La sociedad excluye la posibilidad de la acción; es el reino de la conducta, donde se imponen reglas
innumerables y variadas tendentes en su totalidad a normalizar a sus miembros,
a infundirles un patrón de conducta.58 Podemos decir entonces que desde la
lectura de La condición humana encontramos lo siguiente:“Lo social se caracteriza como lo privado ampliado y coincide aquí con
que los asuntos domésticos se vuelven políticos y con el desarrollo del aparato
administrativo estatal para la planeación y resolución de las necesidades
globales. [
] el
ascenso de lo social se refiere entonces a la organización del Estado como
empresa y a la mercantilización de la esfera pública, que la transforma en una
esfera administrativa”.59
Al desaparecer la esfera de
lo público, por el ascenso de lo social, se convierte la acción política en
pura técnica. En administración y gestión, como ya dijimos, se hace del Estado
un gran mercado.60 El sujeto anclado en lo social es el conformista, aquel que
se agrega a la masa. En este ámbito no es posible la acción, sólo se perpetúan
las conductas normadas, no libres.
Por el contrario, en el
ámbito público la figura que emerge es la del héroe, que no es más (ni menos)
que el hombre libre, el ciudadano. Lo público como espacio de aparición es ese
aparecer ante los demás. Si es posible esta aparición ello se debe a las
facultades de acción y discurso. Para Arendt, la acción y la palabra son las
capacidades más propiamente humanas y son las que permiten gestar y renovar
constantemente el espacio público. En este ámbito, lo que aparece adquiere
dignidad, es más, adquiere permanencia ya que las distintas generaciones
recrean los logros de la civilización y evitan que sean devorados por el
devenir del tiempo. Es el espacio de aparición, el que constituye la realidad.
Como vimos en el primer apartado, la presencia de los otros es la que nos
asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos.
Desde esta mirada a lo
público podría acusarse a Arendt de reducirlo a mera apariencia, como si fuera
una entelequia. Para evitar esta interpretación Arendt recurre a la idea de
estar en medio del mundo en común, que conecta y separa, proporciona el
contexto físico, el marco de referencia común y la continuidad temporal del
espacio de apariencias. Así, un segundo sentido de lo público es “el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de
nuestro lugar poseído
privadamente en él”.61 En resumen, lo público es tanto un espacio de aparición que se constituye en el encuentro
constante de los ciudadanos plurales, como mundo común.
Espacio de apariencias y
mundo en común conforman entonces los dos sentidos básicos de la esfera de lo
público y sus rasgos son: aparición, pluralidad, espacio de la acción y del
discurso, espacio de interacción, de búsqueda de lazos comunes y de
diferenciación a la vez. A estos rasgos hay que añadir su fragilidad
contrarrestada por la memoria y la perdurabilidad de los artefactos e
instituciones.62
En el siguiente apartado
reivindicaré la mirada de Arendt al espacio público, enfatizando la noción de
comunidad política y de ciudadanía que supone, y que identifico con ideales
republicanos.
3. El republicanismo
arendtiano
En este último apartado
avalo, mediante el análisis del significado de lo público y lo privado en el
pensamiento de Hannah Arendt llevado a cabo en el apartado anterior, la
afirmación de la valía de la tesis según la cual nuestro acceso a la política
supone gratificación positiva, una “felicidad pública”
consistente en la construcción de una identidad política, nuestra identidad
como ciudadanos. Dicha identidad tiene como su eje fundamental la libertad como
posibilidad de actuar en el mundo común introduciendo algo nuevo y, al mismo
tiempo, alcanzando la permanencia en la memoria.
Esta lectura supone ubicar
la propuesta arendtiana en el marco de la concepción republicana de la vida
pública. El proyecto de Hannah Arendt permite reconstruir los principios de la
tradición republicana (aquella que considera que la participación ciudadana es
el valor fundamental de la práctica política) y demostrar que ésta es
compatible con la pluralidad.
3.1. El concepto de poder
republicano en Arendt
El poder republicano se
caracteriza por no ser poder sobre la voluntad de otras personas, sino un poder
como poder-hacer, como capacidad, como potentia de una comunidad de personas.
Habíamos visto al inicio que
en La condición humana Arendt presenta el poder como un atributo de la acción.
A cada una de las tres dimensiones de la actividad humana: labor, trabajo y
acción, le corresponde una categoría, respectivamente: potencia, violencia y
poder. La potencia es un atributo del hombre que deriva de sus capacidades
físicas; y la violencia es una prolongación de la potencia que se distingue de
ésta por su carácter instrumental.
El poder, en cambio, sólo es
posible donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están
vacías y los hechos no son brutales (...) surge entre los hombres cuando actúan
juntos y desaparece en el momento en que se dispersan.63
Me importa destacar esta
noción de poder ya que se entiende como la capacidad de los hombres no sólo
para actuar, sino para actuar concertadamente. Separa la idea de poder de las
de dominación y violencia, oponiendo a éstas un concepto consensual y
comunicativo del poder. Al mismo tiempo es preciso enfatizar que para Arendt la
acción sólo es política cuando va acompañada de la palabra (lexis), en la
medida en que esta última convierte en significativa la praxis. Como se vio al
inicio, la acción política y el discurso constituyen un ámbito de aparición en
el cual los agentes, en su actuar juntos, revelan los que son y lo que desean
que sea el mundo. La acción política es, pues, una actividad de autorrevelación
colectiva.64 Lo que está en juego en la acción es la constitución de fines, y
con ello la constitución de la persona. A Arendt le preocupa qué nos hace ser
personas, siempre con la acotación de que este problema no tiene en la base una
idea sustancialista de ser. Lo político es la actividad en la cual está en
juego la constitución del ser, es decir, es la base de la condición humana. A
través de la acción nazco, aparezco en el mundo común y gano identidad en el
espacio de aparición.
Recordemos aquí las tres
figuras del ciudadano que he dibujado en el primer apartado, a saber: el paria
consciente, el héroe y el espectador reflexivo nos acercan a la idea del
espacio público como un ámbito que:“tiene
el carácter de un espacio de aparición,
en el que cada individuo, mediante sus actos y palabras, se presenta ante sus
pares y, gracias a ello, le es reconocida una identidad propia (el
reconocimiento de la igualdad entre los ciudadanos se manifiesta en el derecho
compartido de expresar y reafirmar la propia identidad frente a los otros)”.65
Se trata de afirmar la
identidad propia gracias al reconocimiento, no de la adhesión acrítica a las
normas del espacio o círculo al que se pretende acceder. A diferencia del
parvenu y el conformista, en el ámbito político la figura que emerge es el
paria consciente o héroe, el hombre libre, el ciudadano.
Para Arendt, el poder es un
fin en sí mismo, y se manifiesta como protección y promoción de la libertad,
así como en la abertura de lo nuevo y de lo revolucionario:“no
se trata de conseguir un consenso con miras a alcanzar determinados objetivos
previamente fijados. Más bien ocurre que el consenso y el acuerdo son fines en
sí mismos, y así lo entienden todos los que están implicados.”66
De manera que es la praxis
comunicativa el núcleo de la vida social y política. Hemos visto también que el
espacio público se articula en torno a la figura del espectador reflexivo,
quien no es únicamente un sujeto que observa y narra los acontecimientos
pasados, sino que es también un actor que define cursos de acción a partir de
juicios gestados en ese mundo común. El ciudadano tiene la potencialidad de
usar el lenguaje y de actuar, y por ello de constituir el mundo común,
compartido; definido constantemente de forma intersubjetiva. Los límites,
bordes no definidos, de ese espacio, el espacio público en constante
construcción, constituyen el marco de una legalidad legítima. Una construcción
en la cual el espectador reflexivo tiene que jugar un papel fundamental en
tanto la capacidad de juzgar –tanto si se entiende desde el punto de vista del
actor como del espectador–, es la que nos permite dar sentido al mundo a través
de la elección de cursos de acción o por medio de la reflexión sobre el pasado.
Por ello, únicamente a través del ejercicio del juicio reflexivo será posible
dar validez intersubjetiva a la legalidad, al espacio público. De este modo, si
bien la figura del héroe es fundamental para entender el momento de
constitución misma de éste en tanto espacio de aparición, el espectador
reflexivo supone la posibilidad de juzgar, de prestar atención a las
condiciones de posibilidad de ese aparecer. El espacio público se nos ofrece
así en otra de sus dimensiones: ser un ámbito para el ejercicio del juicio
político. El poder se entiende como algo inherente a la intersubjetividad
humana en su ejercicio a través del debate, la deliberación y el juicio.
Esta interpretación consensual
del poder, esta oposición radical entre poder y violencia, entre poder y
dominación, nos abren a otro de los conceptos claves para la ubicación de
Arendt en la tradición del republicanismo; me refiero a la idea de libertad
política o en terminología de Pettit, libertad como no dominación.
3.2. El concepto de libertad
republicana
En un ensayo que lleva por
título “¿Qué es la libertad?” Hannah Arendt afirma:“la
libertad es en rigor la causa de que los hombres vivan juntos en una
organización política. Sin ella, la vida política como tal no tendría sentido.
La raison d´être de la política es la libertad, y el campo en el que se aplica
es la acción”.67.Así, para la Arendt republicana, el
contenido verdadero de la libertad es la participación en los asuntos públicos
o la admisión en la esfera pública. Al menos en La condición humana, Arendt
insiste en la condición de los seres humanos de ser libres sólo mientras actúan.
Ser libre y actuar es una y la misma cosa. La libertad así se convierte no sólo
en parte constitutiva del hombre sino también en una realidad política.
Esta manera de entender la
libertad supone que para el ciudadano la libertad es el modo de ser y estar en
el espacio público; es la condición de aparecer ejercida lo que dota a la
persona de una identidad pública, política. Una manera de ser que, como vimos,
supone la liberación de las necesidades que quedan relegadas al ámbito de lo
privado.“para
ser libre –nos dice Arendt– el hombre tiene que haberse liberado de las
necesidades de la vida. Pero la condición de libre no se sigue automáticamente
del acto de liberación. La libertad necesitaba, además de la mera liberación,
de la compañía de otros hombres que estuvieran en la misma situación y de un
espacio público común en el que se pudiera tratarlos, en otras palabras, un
mundo organizado políticamente en el que cada hombre libre pudiera insertarse
de palabra y obra”.68
La aparición en el espacio
público supone la construcción de una identidad que viene dada por el
reconocimiento de nuestra singularidad que hacen los otros. Mediante la acción,
las personas devienen iguales en tanto ciudadanos cuya identidad, –una
identidad propia, singular y que por ello les hace distintos unos de otros– se
muestra, se construye, aparece en el espacio público. Lo que se muestra en el
espacio público es la singularidad del sujeto en su actuación. De esta manera,
la pluralidad es, junto con la libertad, uno de los principios políticos
centrales de la propuesta arendtiana. Y esta libertad se entiende, como en el
caso republicano, como libertad de no dominación y no como libertad de
interferencia. Por tanto, las leyes que articulan el espacio público no son
entendidas como interferencia a la libertad sino como resultado de la
interacción de las personas en el espacio público. Nos dice Arendt:“El espíritu de las leyes está basado en la
noción de un contrato que liga recíprocamente; y cada asociación establecida y
actuante según el principio del asentimiento, basado en la promesa mutua,
presupone una pluralidad que no la disuelve, sino, por el contrario, se
conforma en una unión - e pluribus unum.”69
El espacio de la política es
el mundo común, fruto artificial de la acción y del discurso; mundo preñado de
pluralidad y construido desde la libertad.Así, en el ámbito privado queda
nuestra condición de hombre natural indiferenciado. Recordemos que, como
señalamos en el apartado que dedicamos a la figura del héroe, la identidad no
es un dato de nuestra historia natural, por el contrario es un artificio.
Arendt distingue entre el hombre natural, un sujeto que está al margen del
cuerpo político y el ciudadano. Como vimos anteriormente, la identidad se gana “heroicamente” en el espacio público; de manera que es una identidad
política, artificial. Sólo tenemos una identidad plena como
ciudadanos libres.
3.3. Espacio público como
comunidad política
Retomemos las conclusiones
de nuestros anteriores apartados: vimos en el primero que ciudadano es aquel
que gana heroicamente su identidad mediante el ejercicio de la libertad y el
juicio en el espacio público, a través, por tanto, de la participación. De modo
que para Arendt la ciudadanía recoge los dos aspectos fundamentales de la
condición humana: acción y pensamiento (juicio); en el segundo apartado,
dijimos que lo público es tanto espacio de aparición que se constituye en el
encuentro constante de los ciudadanos plurales, como mundo común. La presencia
de los otros es la que nos asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos.
De este modo la política es entendida como una actividad que permite a cada
individuo construir y desarrollar su identidad, mediante sus acciones y
discursos, presentarse ante los otros como un sujeto que posee una identidad
propia, que debe ser reconocida por ellos. El espacio público es, pues, el
ámbito del pleno desarrollo de las identidades diversas, plurales. Es el ámbito
para el reconocimiento de los otros como ciudadanos iguales y al tiempo,
plurales.
En este sentido, Arendt
supera uno de los problemas que han venido arrastrando los defensores
tradicionales del republicanismo, a saber: no enfrentaban la pluralidad porque
se partía del supuesto de la homogeneidad del pueblo. Los otros, en el mundo
griego y romano, no eran humanos en el sentido pleno de la palabra y por eso se
les excluía de la polis. De acuerdo con Serrano, la mayoría de los teóricos que
asumen una postura republicana, o por lo menos algunos de sus aspectos, acuden
a una instancia metafísica que les permita mantener el supuesto de una
homogeneidad del pueblo.70
Para Hannah Arendt, en
cambio, la acción es una forma de manifestar las potencialidades vinculadas con
la capacidad de aparición (libertad, discurso y pluralidad). El ciudadano tiene
la potencialidad de usar el lenguaje y de actuar, y por ello de constituir el
mundo común, compartido; definido constantemente de forma intersubjetiva. Los
límites, bordes no definidos, de ese espacio, el espacio público, en constante
construcción constituyen el marco de una legalidad legítima. Nos dice Arendt:“la realidad de la esfera pública radica
en la simultánea presencia de innumerables perspectivas y aspectos en los que
se presenta el mundo común y para el que no cabe inventar medida o denominador
común.”71
El gran acierto de Arendt
consiste en situar a la acción política en medio de un entramado de relaciones
humanas que permiten que la realización de la acción política sea
necesariamente la realización de la condición humana de la pluralidad. Y sin
embargo, para Arendt la acción es ilimitada y no revelada al actor, debido a
que los seres humanos actuamos en medio de una gran red de relaciones sociales
y, por lo tanto, cada acto influye en muchos otros a través de esas relaciones
de manera distinta. Al igual que en el modelo republicano, Arendt se interesa
por recuperar el mundo común como categoría política frente a la privatización
de la vida ciudadana. Pero, como dijimos anteriormente, con la ventaja de que
este mundo común se entiende perneado de pluralidad.
Esa pluralidad significa no
sólo que los asuntos humanos están en un continuo flujo debido a la incesante
irrupción de nuevos sujetos y nuevas iniciativas, esto es, a la continua
revelación de nuevas biografías, sino que esa pluralidad también se manifiesta
en lo que Arendt denomina la trama de las relaciones humanas e historias
interpretadas.72
Los republicanos pretenden
reconstruir los espacios públicos de la participación en la toma de decisiones.
De manera análoga, la propuesta de Hannah Arendt está orientada por el ideal
clásico de la ciudadanía, donde el tratamiento intersubjetivo de los asuntos
comunes es un objetivo esencial de la vida de sus miembros.73 Ahora bien, en la
república ideal arendtiana los individuos optimizan sus oportunidades y posibilidades,
es decir, su poder, con el fin de adquirir realidad mediante el creciente poder
de la comunidad. El poder del individuo se encuentra en su capacidad para
construir su mundo74 y, dicho poder puede ser desencadenado tanto a favor como
en contra de la comunidad. Sin embargo, el poder de la comunidad que configura
el público en cada acción actual consiste en evaluar, en su calidad de
espectadores reflexivos, los correspondientes actos y tomas de posición
innovadores, desviantes y negadores, en otorgar consentimiento y proferir
elogios o increpar al actor con crítica y desprecio:
En la realización
interpersonal de la acción, cualquiera puede fracasar, y si un individuo pierde
o sale victorioso no está sólo en sus manos decidirlo, sino también en las del
público interactuante. Sin embargo, la soberanía que pide el sujeto autócrata
pasa a formar parte de una comunidad que, por su parte, pierde todo poder
cuando reprime con violencia la capacidad de actuar y el derecho del individuo
a disentir críticamente.75
Están aquí en juego, como
dos caras de la misma moneda, las figuras del espectador reflexivo y del héroe
que actúa. El espectador juzga los cursos de acción pasados, narra lo
acontecido, permitiendo con su juicio esclarecer nuevos curso de acción. Se
produce así un ejercicio de deliberación política a través del cual los
agentes, los actores, deciden futuras acciones. Los distintos juicios se
integran en el entramado de la acción y el discurso para ir reconstruyendo el
espacio público. De esta manera se pone de manifiesto la pluralidad en la
acción y el juicio. Así, la igualdad social que es un derecho ciudadano en el
republicanismo, aparece no sólo considerada sino como eje en la propuesta
arendtiana a través de la noción de pluralidad. El reconocimiento de la
igualdad entre los ciudadanos se manifiesta en el derecho compartido de
expresar y reafirmar la propia identidad frente a los otros en el espacio
público, entendido, según vimos, como espacio de aparición.
Conclusión
Cuando Arendt se pregunta explícitamente
por la “fuerza” que mantiene juntos a los ciudadanos en general, su
respuesta consiste en otorgar al espacio público
las dos presentaciones que hicimos en la segunda parte: un espacio de aparición donde los sujetos tienen oportunidad
de distinguirse, darse a conocer, crear su identidad y con ello ofrecer un
remedio a la futilidad de la acción y del discurso, para aumentar la
probabilidad de permanencia al ser recordados. Y, por otro lado, el mundo común
compartido nos asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos. De ahí la
insistencia en separar espacio privado y espacio público. El mundo común nos
permite compartir un espacio en el que a través del reconocimiento obtenemos
identidad, existimos. De manera que cada uno ve su propia ventaja en estar
unido a los demás, y por consiguiente él mismo se vincula a ellos por medio de “la
fuerza del contrato o de la mutua promesa”.76
Desde la mirada de la Arendt
republicana, la retirada hacia lo privado sería, como en el caso de Rahel
Varnhagen, una renuncia a la identidad. En su trabajo sobre Lessing77
precisamente critica esta búsqueda de intimidad porque significa evitar la
disputa, tratar sólo con personas con las que no se entra en conflicto. La excesiva
cercanía, según Arendt, suprime las distinciones, elimina el mundo compartido,
el espacio público que es por definición un espacio de pluralidad.
De modo que Arendt encuentra
en la participación política una recompensa, a saber, el reconocimiento de los
otros en el espacio público
supone una auto-realización personal en dos sentidos: hacer real lo que es
potencial –su capacidad de iniciar algo nuevo, su capacidad de actuar– y llegar
a comprender lo que uno en verdad es a través de la mirada de los otros con los
que se comparte mundo.
La noción arendtiana de lo
público entendido como comunidad política nos permite recuperar la interna
relación de este ámbito con la acción y el discurso. El tratamiento
intersubjetivo de los asuntos comunes es el objetivo esencial de la vida de sus
miembros, por ello reivindica la palabra como forma de acción política. Como ya
dijimos, de la acción y la palabra surge este espacio compartido, el espacio
público.
Se trata entonces de una
concepción de la política muy distinta a aquella que proclama el compromiso
entre intereses como fórmula de cohesión social cuya formulación es exterior a
la acción política misma. Fundado en tal compromiso parece débil el lazo entre
los ciudadanos debido a que el individuo sólo conoce la búsqueda del propio
interés y rechaza toda interferencia, toda obligación que pueda trabar su
libertad. La ilusión liberal de que la armonía podría nacer del “librejuego” de los intereses particulares y que la sociedad moderna
ya no tiene necesidad de la virtud cívica
se ha mostrado peligrosa: cuestiona la participación real de los ciudadanos en
la vida pública, su capacidad de ser agentes libres.
Hannah Arendt logra
conceptualizar la libertad de forma que supera la tradicional dicotomía entre
libertad de los antiguos y libertad de los modernos; de una manera que no se
limita a la defensa de los derechos individuales contra el Estado, ni supone el
sacrificio del sujeto en nombre de la comunidad. El modelo de espacio público
arendtiano tiene el gran mérito de articular libertad política con pluralidad.
Pese a su caracterización
del espacio público como mundo común, no apela a una noción de consenso en la
vida pública; ni a una suerte de comunidad política unida por un bien común,
por una voluntad general; el ideal republicano que encontramos en la propuesta
arendtiana no requiere de la supresión de la diversidad en favor de la unidad.
Ella asume la separación de lo público y de lo privado y la defensa del
pluralismo. Concibe la ciudadanía desde los conceptos de pluralidad y de
libertad que constituyen el espacio público.
Ésta es la forma en que
Arendt recupera también la idea moderna de república: la comunidad libre de
ciudadanos que viven bajo el gobierno de la ley, una ley que está sujeta a
debate y deliberación. Esta comunidad política tiene como su eje la libertad
entendida como no dominación.
Pensar lo político como
espacio de recreación de lo específicamente humano, tal como nos propone
Arendt, nos abre la posibilidad de repensar la interna relación entre la acción
y el estar juntos a través del discurso y la acción; esto es lo que permite
que, al menos en ese ámbito sea, en parte, ajena a la violencia. La noción
arendtiana de lo público como comunidad política nos permite recuperar la
interna relación de este ámbito con la acción y el discurso; es más,
reivindicar, frente a la violencia, la palabra como forma de acción política.
Por todo lo anterior
considero que Arendt representa indiscutiblemente un punto de referencia
fundamental para aquéllos que quieren pensar lo político actualmente. Es
importante reanudar los lazos con la tradición del republicanismo cívico, y es
esencial que sea desde la mirada arendtiana.
Referencias
1. Arendt, H., La condición humana, Barcelona, Paidós,
1998. [ Links ]
2. Arendt, H., La vida del espíritu. El pensar, la
voluntad y el juicio en la filosofía y en la política, (trad. Ricardo Montoro y
Fernando Vallespín), Madrid, Centro de Estudios constitucionales, 1984. [ Links ]
3. Arendt, H., Entre el pasado y el futuro. Ocho
ejercicios sobre la reflexión política, Barcelona, Península, 1996, pp.
209-238. [ Links ]
4. Arendt, H., Sobre la violencia en Crisis de la
República, Madrid, Taurus, 1988, p. 181.
[ Links ]
5. Beiner, R., El juicio político, México, FCE, 1987,
p. 38. [ Links ]
6. Birulés, F., ¿Por qué debe haber alguien y no
nadie? introducción a la traducción castellana de Qué es la política,
Barcelona, Paidós/I.C.E. /U.A.B., 1997, p.23. [ Links ]
7. Pettit, P., Republicanismo, una teoría sobre la
libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999. [ Links ]
8. Rabotnikof, N., En busca de un lugar común, México,
UNAM/ Instituto de Investigaciones Filosóficas, 2005, p. 123. [ Links ]
9. Sandel, S., Liberalism and the Limits of Justice,
Cambridge, Cambridge University Press, 1982. [ Links ]
10. Viroli, M., Republicanism, New York, Hill and
Wang, 2002. [ Links ]
Notas
1. Cf. Sandel, S., Liberalism and the Limits of
Justice, Cambridge, Cambridge University Press, 1982.
2. Cf. Rawls, J., Teoría de la Justicia, México, FCE,
1978; y Cf. Rawls, J., Political Liberalism, New York, Columbia University
Press, 1993.
3. Cf. Arendt, H., La condición humana, Barcelona,
Paidós, 1998.
4. Cf. Arendt, H., La vida del espíritu. El pensar, la
voluntad y el juicio en la filosofía y en la política, (trad. Ricardo Montoro y
Fernando Vallespín), Madrid, Centro de Estudios constitucionales, 1984.
5. Cf. Arendt, H., Entre el pasado y el futuro. Ocho
ejercicios sobre la reflexión política, Barcelona, Península, 1996, pp.
209-238.
6. Cf. Skinner, Q., La libertad antes del liberalismo,
México, Taurus, 2004; y Cf. Skinner, Q., Los fundamentos del pensamiento
plítico moderno, México, FCE, 1985.
7. Cf. Pettit, P., Republicanismo, una teoría sobre la
libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999.
8. Cf. Viroli, M., Republicanism, New York, Hill and
Wang, 2002.
9. Cf., Arendt, La condición humana
, cit., p. 23-24.
10. Arendt escribió este libro en Berlín entre 1929 y
1933 y lo terminó en el exilio en París en 1938, pero no fue publicado hasta
1958 en Londres, con el subtítulo de La vida de una judía (Rahel Varnhagen: The
Life of a Jewes, Londres, East and West Librery. En EEUU aparecería hasta 1974
con una significativa modificación en el título: Rahel Varnhagen: The Life of a
Jewish Woman, New York, Hoarcourt Brace Jovanovich, 1974. Ésta es la versión
que sirvió para la traducción española que se usará en esta investigación:
Arendt, H., Rahel Varnhagen.Vida de una mujer judía, Madrid, Lumen, 2000.
11. De este concepto se ha ocupado Seyla Benhabib en
un intento de recuperar a de las críticas hechas por desde el feminismo, Cf.
Benhabib, S., La paria y su sombra. Sobre la invisibilidad de las mujeres en
la filosofía política de Hannah Arendt en Birulés, F. (coord.), Arendt, H., El
orgullo de pensar, Barcelona, Gedisa, 2000, pp. 97-115; Cf. también Sánchez,
C., Paria o ciudadana del mundo en Cruz, M. y Birulés, F., (coord.), En torno
a Hannah Arendt, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1994, pp. 17-37.
Interesante resulta también el primer capítulo The conscious Pariah as Rebel
and Independent Thinker de. Bernstein, R., Hannah Arendt and the Jewish
Question, Massachusetts, MIT, 1996.
12. Cf. Arendt, H., Rahel Varnaghen
, cit., pp. 165 y
ss.
13. Cf. Ibid., p. 163.
14. Cf. Ibid., p. 261.
15. Cf. Ibid., pp. 294-295.
16. De acuerdo con Cristina Sánchez, El término
paria aplicado a la situación social y política del pueblo judío no era
nuevo. Ya había sido utilizado por Max Weber para resaltar la ausencia de una
comunidad política durante la Diáspora, y aplicar el calificativo de pueblo
paria. Sin embargo, para desarrollar su análisis, Arendt toma prestado el
término de paria consciente del francés Bernard Lazare, un periodista judío
defensor de Dreyfuss en el famoso affaire, y lo aplica al terreno político en
Sánchez, Paria o ciudadana del mundo en Cruz y Birulés (coord.), En torno a
,
cit., p. 31.
17. Sánchez, Paria o ciudadana
, cit., p. 35.
Cristina Sánchez sostiene, en este breve ensayo, que la noción de paria
consciente podría suavizar la tajante distinción entre espacio público y
privado. El paria consciente sería una especie de sujeto fronterizo. No
comparto esta idea porque creo que lo público está en Arendt íntimamente
relacionado con lo privado, en cierto sentido, depende de ello. Por ello, creo
que no existe una separación radical en Arendt entre público y privado. Una
distinción, sí, una separación, no.
18. En 1972, en un symposium dedicado a su obra,
Arendt afirma: You see, with the political business I had a certain advantage.
I, by nature, am not an actor (
). But still, I had this advantage to look at
something from outside. And even in myself from outside. Citado por Bernstein,
Hannah Arendt and
, cit., p. 42.
19. Pitkin, H., The attack of the Blob. Hannah Arendt
concept of social, Chicago, University of Chicago Press, 1998, p. 27. (La
traducción es mía).
20. Ibidem.
21. En esta obra Arendt parece presentarnos lo social
como una especie de monstruo maligno, externo y separado de nosotros. Un
monstruo que devora nuestras identidades. En su interesante libro titulado The
Attack of Bolb, Hanna Pitkin propone recuperar el concepto de lo social pero no
en este sentido oculto o distorsionado, sino hacia lo que apunta: pensar el
concepto de lo social más realista y efectivamente. Tal vez el concepto tal y
como lo presenta Arendt es una mistificación, una visión apocalíptica de la
crisis de nuestro tiempo, pero la riqueza del mismo consiste en presentarnos
una contraparte, lo público que tal vez nos abre a la posibilidad de evitar el
desastre.
22. Arendt, La condición humana
cit., p. 60.
23. Cf. Ibid., p.203.
24. Arendt, H, The Jew as Pariah: A Hidden
Tradition, p. 76, citado por Hanna Pitkin, The attack of
, cit, p. 64. (La
traducción es mía).
25. En su artículo The Jew as Pariah: A Hidden
Tradition publicado en 1944, Arendt ofrece un catálogo de alternativo al rol
de parvenu. Cf. Pitkin, H., The attack of
, cit., pp. 62 y ss.
26. De acuerdo con Richard Bernstein éste es el rasgo
fundamental también de la vida de Arendt: ella nunca estuvo tentada por pertenecer
a la sociedad; nunca quiso ser la judía excepcional; nunca exhibió ninguna
tendencia advenediza (...). Como su héroe, Bernard Lazare, ella argumentó
intensamente que la única respuesta apropiada al antisemitismo, el único camino
en el cual los judíos podían asumir su responsabilidad política, era pelear por
sus derechos como judíos. Bernstein, Hannah Arendt and
, cit., p. 180.
27. Se puede encontrar una interesante vinculación de
la figura del héroe con la de paria en Cf. Ring, J., The Pariah as Hero: Hnnah
Arend´s Political Actor, Political Theory, 19 August, 1991, pp. 433-452.
28. Arendt, La
condición humana
cit., p. 210.
29. Ibidem.
30. Birulés, F., ¿Por qué debe haber alguien y no
nadie? introducción a la traducción castellana de Qué es la política,
Barcelona, Paidós/I.C.E. /U.A.B., 1997, p.23.
31. Arendt, La condición humana
cit., p. 208.
32. Cf. Ibid., p. 110. Frente a ese modelo
agonal-masculino, Benhabib propone rastrear en la obra de Arendt un modelo
asociativo.
33. Arendt, ¿Qué es la libertad? en Entre el pasado y
el futuro
, cit., pp. 155-184, para la cita, p. 169.
34. Arendt, La condición humana
, cit., p. 204.
35. Véase infra apartado 3.2.
36. Arendt, H., De la historia a la acción,
(Introducción de Manuel Cruz), Barcelona, Paidós, I.C.E/U.A.B., 1995, pp.
109-137; Tit. org. Thinking and Moral Considerations: A lecture en Social
Research, 1971, 38, n.3, p. 417-446. (En adelante PRM, seguido de la página).
37. Citado por Bernstein, R., Hannah Arendt and
,
cit., p.172.
38. Birulés, F., intr. a ¿Qué es la política?
,
cit., p. 35.
39. Arendt, Entre el pasado y..., cit., pp. 233-234.
40. Beiner, R., El juicio político, México, FCE, 1987,
p. 38.
41. Arendt, Entre el pasado y..., cit., pp. 209-238.
42. Ibid. p.232.
43. Ibid. p. 233.
44. Cf. Arendt, La vida del
, cit., esta categoría
aparece en distintos momentos de la 1era. Parte dedicada al Pensar, pp. 62-78,
83, 102, 109-110, 124, 142 y 243.
45. Cf. Ibid., p. 67 y 68.
46. Arendt, Entre el pasado y..., cit., p. 233.
47. Cf. Ibid p. 234.
48. Nos dice Arendt en La condición humana: El único
carácter del mundo con el que calibrar su realidad es el de ser común a todos
(...), p. 231.
49. Arendt,
Entre el pasado y..., cit., p. 235.
50. Arendt, La
vida del
, cit., p. 197.
51. Estoy siguiendo aquí la traducción española del
texto, para evitar posibles confusiones, si bien me parece acertada la
propuesta de Enrique Serrano quien en su texto sobre Arendt, Cf. Serrano, E.,
Consenso y conflicto. Schmitt y Arendt. La definición de lo político, México,
Interlinea, 1996, sugiere la traducción, labor, fabricación y acción. En alemán
Arendt utilizó Arbeit, Herstellen y Handeln.
52. Arendt, La condición humana
, cit., p. 233.
53. Ibid, p. 43.
54. Ibidem.
55. Ibid., p.
48.
56. Arendt, La condición humana
, cit., p. 57.
57. Ibid. p. 50.
58. Cf. Ibid. p. 51.
59. Rabotnikof, N., En busca de un lugar común,
México, UNAM/ Instituto de Investigaciones Filosóficas, 2005, p. 123.
60. En On Revolution, lo social ya no aparece
caracterizado en términos generales como ese dominio híbrido que se interpone
entre lo público y lo privado, borrando las fronteras entre ambos, sino
directamente como la entrada de la necesidad y la miseria en la arena pública.
61. Ibid. p. 61.
62. Cf. Rabotnikof, En busca de
, cit., p. 112.
63. Arendt, La condición humana
, cit., p. 223.
64. Cf. Beiner, El juicio político
, cit., p. 36.
65. Serrano, Consenso y conflicto..., cit., p. 98.
66. Esquirol, J., En la encrucijada de la política:
poder frente a violencia y dominio, VVAA, en Cruz y Birulés (coord.), En torno
a
, cit.; Cf. también Arendt, La condición humana
, cit., p. 54.
67. Arendt, ¿Qué es la política? en Entre el pasado
y
, cit., p. 158.
68. Ibid., p. 160.
69. Arendt, H, Crises of the Republic, New York,
Harcourt Brace Jovanovich, 1972, p. 94.
70. Cf. Serrano, Consenso y conflicto
, cit, p.91.
71. Arendt, La condición humana
, cit., p. 66, (el
énfasis es mío).
72. Sánchez, C Hannah Arendt, El espacio público,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003, p. 76.
73. De acuerdo con Axel Honneth (La democracia como
cooperación reflexiva. Jonh Dewey y la teoría de la democracia del presente,
en Estudios políticos, (1999), num. 15, jul.-dic., pp. 81-116) existen dos
importantes teorías sobre la democracia, que son verdaderos intentos contra el
liberalismo político: a una la llama procedimentalismo y consiste en la
concepción de Habermas, quien considera que para reactivar el proceso de la
formación democrática de la voluntad sólo es necesario un procedimiento justificado
moralmente; a la otra, republicanismo y en ella considera la construcción
teórica de Hannah Arendt, la define orientada por el ideal clásico de la
ciudadanía, donde el tratamiento intersubjetivo de los asuntos comunes es un
objetivo esencial de la vida de sus miembros.
74. Cf. Arendt, H., Sobre la violencia en Crisis de
la República, Madrid, Taurus, 1988, p. 181.
75. Brunkhorst, H., Cuestiones Públicas: el
republicanismo moderno en la obra de Hannah Arendt, Sociológica, año 16,
sep.-dic., (2001), núm. 47, Vigencia de Hannah Arendt, p. 46-64.
76. Arendt, La condición humana
, cit., p. 264.
77. Cf. Arendt, H., Hombres en tiempos de oscuridad,
Barcelona, Gedisa, 1990, pp.31-32.
(*).-María Teresa Muñoz
La Dra. María Teresa Muñoz Sánchez es actualmente
profesora investigadora de medio tiempo adscrita a la División de Programas
Directivos y Posgrados de la Universidad Intercontinental y profesora de
asignatura de la Facultad de Filosofía y Letras del Universidad Nacional
Autónoma de México.
Obtuvo su doctorado en Filosofía con Mención
Honorífica de la Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene estudios de
doctorado en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid (España) y de
maestría en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es
licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (España). Es
miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde Enero del 2004.
Actualmente SNI-I período 1° enero de 2014 al 31 de diciembre de 2017.
Sus líneas
de investigación se ubican en dos áreas: la epistemología y la filosofía
política. En la primera de ellas, su interés se centra en la obra del llamado
segundo Wittgenstein y, recientemente en lo que ha dado en denominarse el
tercer Wittgenstein, es decir, en las reflexiones acerca de los conceptos
epistémicos que podemos encontrar en Sobre la Certeza. En filosofía política,
su interés se centra en la obra de Hannah Arendt.
1 comentario:
Un brillante artículo. Felicidades.
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