Por Antonio Maestre (*)
En el año 1914, Robert
Tressell comenzó su libro Los filántropos en harapos narrando una escena de
trabajo en una vivienda de Mugsborough donde se realizaban unas reformas. Los
trabajadores se reúnen en la cocina para tomar el almuerzo del descanso y
comienzan a departir sobre cuestiones veniales que acaban derivando en la
situación política que vivían, en sus condiciones de trabajo. Los obreros
echaban la culpa a los extranjeros de la situación de pobreza que vivían
algunos de sus compatriotas y de su situación laboral. Uno de ellos, uno
formado, leía un periódico en silencio hasta que entró en la conversación para
menospreciar la incultura de sus compañeros de trabajo. El desprecio del obrero
más leído se cortó de raíz cuando entró el patrón y todos apresuradamente
volvieron a trabajar con la cabeza agachada entre los gritos de su jefe. Todos
iguales otra vez. Sin obreros sin formación despreciando a los extranjeros, ni
obreros intelectuales despreciando a sus compañeros. Sólo clase obrera con la cabeza
agachada con sus manos en el tajo.
Pablo Iglesias entrevistó en una ocasión al Nega, cantante de Chikos del
Maíz. En una pregunta, Iglesias cuestiona al Nega sobre sus orígenes y las
cualidades de la clase obrera, y afirma que no se convirtió en hipster y que, a
pesar de trabajar de soldador, no dejaba de leer. La respuesta del rapero se
basa en realizar una descripción insultante y despreciativa de la clase obrera.
El líder de Podemos asiente y ríe los comentarios despectivos del rapero.
“Me hace mucha gracia la
gente que mitifica a la clase obrera. Pero tío, ¿qué estás diciendo? No tienes
ni idea de lo que es la clase obrera. El otro día lo comentamos en una
entrevista con Jorge Moruno, lo de esa gente que mitifica la clase obrera, la
clase obrera irá al paraíso. No, la clase obrera es machista, es racista, es
xenófoba”.
( Ver video en . https://youtu.be/xWZXF8MonE8
)
La entrevista en la que se
tocan todos los clichés del clasismo de izquierdas, incluido el fútbol, recordó
a aquella declaración polémica de Pablo Iglesias en las que acusaba a un grupo
que intentó robar una mesa de mezclas en El Laboratorio de ser “lúmpenes,
gentuza de clase social más baja que la nuestra”. Aquella frase sirvió para que
el líder de Podemos se disculpara de su comentario clasista de una forma
peculiar afirmando que no fue capaz de hacer ver, como Buñuel en Viridiana, que
la pobreza no siempre está unida a unos altos valores humanos.
El clasismo no es más que un
modo de elitismo, de sentirse superior a una determinada clase social. Ese
sentimiento de superioridad, del que en algún momento de nuestra vida nadie
podemos escapar, está muy presente en los actores principales de Podemos y sus
iconos culturales y de representación. Ese clasismo en la izquierda tiene
connotaciones intelectuales, se es superior porque leen mucho, porque leen a
Gramsci, a Negri, porque ven cine de autor, porque se tienen que leer El
capital para que la clase obrera tenga una mejor posición, y por eso hay que
tutelar a esos obreros de mono azul que no son capaces de ver lo que es mejor
para ellos. Ese clasismo hipster se encuentra en las cúpulas de Podemos y
harían bien en darse cuenta de ello para modificar este comportamiento.
Dice Victor Lenore, en una
entrevista en Diagonal, que los hipsters tienen la “sensación de pertenecer a
una élite cultural por encima de las masas, el gran público, al que consideran
vulgar”. Para Victor Lenore la cultura hipster es una escena cultural mitómana,
clasista y narcisista que es incompatible con formas sociales e igualitarias.
“Ya que no cobramos mucho más que los obreros al menos queremos distancias
estéticas”, defiende Lenore. Y para marcar diferencias estéticas y culturales
hay temas que siempre funcionan. En la entrevista de Pablo Iglesias a Nega otra
de las menciones despreciativas de las culturas populares de masa es al fútbol,
el opio del pueblo. No hay mejor ocasión para marcar distancias con la clase
obrera que un gran evento de fútbol: “¿Sabéis lo que estaba haciendo yo
mientras miles de catalanes, vascos y españoles vibraban con la final de Copa?
Estaba en el Círculo de Bellas Artes con una compañía inmejorable asistiendo a
una representación de un drama de Chéjov sobre el deterioro de la vida. Y es
que para ser un aristócrata no hace falta tener sangre azul ni dirigir un
sindicato”.
Pablo Iglesias no perdió la
ocasión de marcar distancias estéticas con la masa que veía el fútbol para
enseñarnos que pertenece a una élite cultural que disfruta de Chéjov, un
aristócrata intelectual que pertenecería a un supuesto gobierno de los mejores.
Que es la definición exacta de aristocracia.
El gobierno de los mejores
“Vamos a hacer el gobierno
de los mejores”, dijo Pablo Iglesias en una entrevista, no de gente preparada,
de gente con valores, sino de los mejores. De las élites. A pesar de que
Podemos se ha dotado de las herramientas de masas (televisión) para conseguir
su mensaje de mayorías y establecer un discurso comprensible para todos los
estratos sociales, los instrumentos para participar de ese relato se reservan a
una élite alfabetizada digitalmente (la brecha digital es otro modo de
desigualdad). Se ha optado por la propaganda frente a la pedagogía y las
cúpulas del partido son personas con una amplia formación universitaria que no
se han rodeado de individuos de la clase obrera fabril o manufacturera o
trabajadores sin cualificación académica.
De los 62 miembros del
consejo ciudadano de Podemos, todos tienen formación universitaria y no hay un
sólo representante de la clase obrera tradicional. La política no tiene que ser
un espacio reservado a las élites, ya sean económicas, de sangre, o académicas,
y en Podemos se corre el peligro por hechos, actuaciones y declaraciones de
conformar un partido de las élites universitarias en las que se desprecia de
manera sistemática las capacidades de la clase obrera, de la gente sin
cuantificación, de la “masa”, de mi padre y mis vecinos. Porque la clase obrera
puede que ya no esté representada en su mayoría por mineros ni trabajadores de
astilleros, y sí por teleoperadores y enfermeras, por camareros y barrenderas.
Pero además de cambiarles el
nombre por los de abajo hay que dejar de menospreciarlos porque siguen siendo
clase obrera. Porque también son aquellas personas que no han tenido la
posibilidad de formarse y se han dedicado durante años a trabajar de sol a sol
para que nosotros, sus hijos, sí podamos tener unos estudios que nos permitan
mejorar nuestras condiciones de vida. Sí, los pobres de las mesa de Viridiana
no tenían buenas formas y quizás fueran machistas, racistas y xenófobos. Y sí:
menospreciarlos sin considerar las circunstancias del entorno en los que el
azar los hizo vivir y ha llevado a esa situación es clasista. Clasismo hipster
o elitismo cultural y político. Pero clasismo.
Fuente La Marea.com.
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