(o
de cómo un diagnóstico político equivocado puede matar… al médico)
POR
MIGUEL CANDEL (*)
Para
entender lo que está pasando en España, y más aún, lo que puede pasar, no vale
quedarse en lo que nos cuentan los medios. Hay mucho en juego, los que no se
presentan a las elecciones siguen mandando, y aún peor, solemos creernos los
tópicos que nosotros mismos fabricamos. Es hora ya de pensar en serio, porque
el tren del cambio no suele pasar dos veces.
«En la producción social
de su existencia, los seres humanos entran en relaciones determinadas,
necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción
corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la
estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura
jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de
conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de
la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los
seres humanos la que determina la realidad; por el contrario, la realidad
social es la que determina su conciencia.»
(Karl
Marx, Contribución a la crítica de la economía política, prefacio)
A
los dinosaurios supervivientes de las refriegas políticas de 1960 a 1980, el
texto arriba citado nos resuena en los oídos hasta en sueños (bueno,
especialmente en sueños). En cambio, a las nuevas generaciones de personas con
inquietudes sociales y políticas de este país les resultará, seguramente, tan
exótico como el mito de Píramo y Tisbe (salvo, en lo referente a este último,
que hayan tenido la suerte de leer –cosa rarísima– a Ovidio o de asistir –raro
también– a una representación de A midsummer night’s dream –El sueño de una
noche de verano–, de Shakespeare).
Pues
bien, llevado por mis querencias paleorreptilianas en materia política, trataré
de sobreponerme al shock de la cultura del ídem y entender lo que está pasando,
armado con ideas como las del texto en cuestión (el de Marx, no el de Ovidio).
Lo
que está pasando en este país, sociopolíticamente hablando, tiene múltiples
hilos conductores que se remontan a diferentes estratos del pasado. Seguiré uno
de ellos, quizá el más visible o visibilizado y seguramente el más cercano al
presente: el movimiento llamado «15-M».
Dicho
movimiento supuso una inyección de optimismo para muchos, como un servidor, que
habíamos llegado a la conclusión de que nunca veríamos un cambio en la
tendencia generalizada al conformismo social y la sumisión a la lógica cultural
posmoderna (que, como bien ha dicho Fredric Jameson, es la propia del
capitalismo tardío(1), caracterizada por un chato ahistoricismo en lo social,
una mostrenca rehabilitación del pastiche en lo estético y –añadiría yo– una
insensata liquidación del orden categorial aristotélico en lo filosófico(2)).
Optimismo
que, en mi caso al menos, no se vio empañado, sino reforzado de entrada cuando,
en plena ocupación de la Plaza de Cataluña de Barcelona para escándalo de
biempensantes y frustración de nacionalistas que veían su discurso secesionista
ahogado por la protesta social sin fronteras intraibéricas, oí el comentario,
favorable a la movilización, de un vendedor de El Corte Inglés, empresa de
reputada eficacia en la selección y control ideológico de sus empleados.
Pero
lo cierto es que, en ulteriores reflexiones post festum, aquel comentario me
dio la clave para entender toda la ambigüedad significativa del movimiento.
En
efecto, siendo como era aquél, sin duda alguna, un movimiento de fuerte
protesta social, más aún, de «indignación» contra el statu quo social y
político, lo era, en parte (en la parte consciente, subjetiva), por razones
equivocadas.
Primera
razón equivocada: los culpables de todo o casi todo eran, supuestamente, «los
políticos». No sólo se erraba el tiro al apuntar por igual a todos los
políticos, metiendo en el mismo saco a corruptos declarados y honrados gestores
de la cosa pública. El error consistía sobre todo en creer, como reza el dicho
británico, que «la cola menea al perro». Mediante esa inversión de la relación
causa-efecto(3), los empresarios corruptores quedaban implícitamente exculpados
cuando no declarados víctimas de los políticos corruptos(4).
Segunda
razón equivocada: la desposesión motivo de la indignación popular no se
percibía primordialmente en la esfera de la producción, bajo la forma de
explotación, sino en la esfera de la distribución, bajo la forma de robo.
Tercera
razón equivocada: el conflicto se caracterizaba como abuso ejercido por una
minoría de individuos privilegiados (el 1%, la «casta», etc.) sobre una gran
mayoría de individuos desfavorecidos (la «multitud»). La noción de clase social
brillaba completamente por su ausencia.
Detengámonos
en estos tres rasgos de la protesta, no sin antes señalar que tienen un
denominador común: ser efecto y reflejo de la gran mutación experimentada por
el capitalismo tardío o «avanzado» (¿hacia dónde?) desde el final de los
«treinta gloriosos» (1945-1975 ó 1950-1980, según se tome como referencia a los
EE.UU. o a Europa Occidental). Mutación que, sumada a la drástica reducción de
la mano de obra empleada en el sector primario agrario, que venía produciéndose
sin cesar desde el final de la Segunda Guerra Mundial gracias a la
industrialización del campo, se ha caracterizado por similar reducción del
sector secundario (manufacturero) en los países centrales del sistema mediante
su desplazamiento a ciertos países periféricos, así como por una vertiginosa
terciarización simultánea a la desproporcionada concentración de capitales en
el sector financiero (diversos cálculos cifran la relación entre el valor de
las transacciones puramente financieras y el de las propiamente comerciales en
una razón de 50 a 1(5)).
De
la solidaridad a la «delicuescencia»
La
afortunada metáfora de Zygmunt Bauman acerca del carácter «líquido» de las
relaciones sociales en la modernidad tardía (en absoluto «avanzada»), idea
desarrollada, en un sentido próximo a la tesis del presente artículo, en su
última obra(6), encaja perfectamente en la descripción de los nuevos
movimientos de oposición al sistema (o mejor, a una parte de él). En efecto, la
flexibilidad laboral (eufemismo que casi siempre encubre lo que más propiamente
debería llamarse «inseguridad en el puesto de trabajo»), la fragmentación de
los procesos productivos, la sustitución de las relaciones de cooperación en el
seno de grandes empresas por relaciones de subcontratación y de competición
entre empresas subcontratistas, unido a la implacable ofensiva de patronales y
gobiernos contra la contratación colectiva, ha ido rompiendo los antiguos lazos
solidarios (literalmente, propios de la estructura molecular estable de un
cuerpo sólido) que vinculaban entre sí a los productores y sustituyéndolos por
relaciones fluctuantes, como las existentes entre las moléculas de un
líquido(7). El trabajador progresivamente aislado de los de su clase por esas
nuevas formas de organización del trabajo tiende a interiorizar la conciencia social
propia de los profesionales liberales y otras capas pequeñoburguesas. Es
sintomática de este fenómeno la creciente tendencia de los asalariados a dejar
de considerarse «clase trabajadora» para verse como miembros de una difusa
«clase media»,(8) tendencia claramente predominante desde hace tiempo en la
fuerza de trabajo de los Estados Unidos y que no cesa de ganar terreno en el
resto del mundo, especialmente en Europa y en América Latina.
Todo
ello ha propiciado que la mayoría de los que hoy se sienten perjudicados por un
sistema injusto interpreten la injusticia de que son víctimas como un «timo» o
como el incumplimiento de un contrato: es decir, dentro del marco conceptual
propio de las relaciones de mercado. Los causantes de su perjuicio no son vistos
como explotadores, sino como ladrones. Claro que sin llegar a hacer suya la
radical invectiva anarquista: «la propiedad es un robo». Nada más ajeno al
ideario de los nuevos rebeldes que poner en tela de juicio el derecho de
propiedad en el más radical sentido del término. Cosa lógica: si la sociedad no
ofrece seguridades, cada individuo buscará la seguridad en su ámbito más
inmediato tratando de blindarse como el único y su propiedad (Max Stirner).
La
multitud líquida de individuos entre los que han sido liquidados los nexos de
clase puede ciertamente, como ha sido el caso a partir de 2011, agruparse (si
por ‘agrupar’ entendemos el contacto a través de las pésimamente llamadas
«redes sociales»(9)), y pueden modificar, al agregar y divulgar la enorme suma de
agravios individuales, el talante de las capas desfavorecidas, haciéndolo pasar
del conformismo a un cierto grado de rebeldía. Del poso de esa sacudida
producida en el «líquido» social vive la coyuntura política actual de este
país. Pero sin nuevas sacudidas ese poso se agotará y tendremos la enésima
cooptación de inconformistas en la larga lista de ellas que hemos conocido en
la España posfranquista.
Es
sintomática de las nuevas organizaciones enfrentadas (parcialmente) con el
sistema la extracción social de los dirigentes: nula presencia de productores
directos(10). Y, lo que es tanto o más llamativo, la predominancia, entre las
profesiones de los dirigentes, de la figura del «politólogo» sobre la del
economista. Se diría que la evolución de las organizaciones políticas que
presuntamente quieren cambiar las relaciones sociales existentes en beneficio
de las capas constitutivas de la base de la pirámide va paradójicamente en la
dirección de atender más a lo que el texto de Marx citado como entradilla llama
«superestructura» que a lo que allí se llama «base real»…
Alguno
verá en ello un reflejo o paralelo de la supuesta evolución del poder en el
capitalismo en el sentido de que cada vez son más los gestores o
administradores (la superestructura) quienes deciden, y menos los propietarios
del capital (la base del sistema). Es un fenómeno ya señalado hace años por
John Kenneth Galbraith, pero que en los últimos tiempos ha sido magnificado
interesadamente como parte de la estrategia general de encubrir la naturaleza
real del sistema bajo interminables capas de mediaciones «técnicas»
(análogamente a como la ingeniería financiera avanzada –y tardía– consiguió
«empaquetar» las hipotecas basura en aquellos seductores envoltorios conocidos
como CDO(11), cuyo «pinchazo» desencadenó la crisis de 2008). Dejando de lado
el hecho de que entre los propietarios del capital (básicamente, los
accionistas) los hay de muy diversos tamaños (muchos de tamaño ratón, pero unos
cuantos, los decisivos, de tamaño mamut), la teoría –subrepticiamente vendida–
de que el mencionado desplazamiento del poder del capital supone la superación
del capitalismo es tan estúpida como pretender que el poder del conde-duque de
Olivares o de Godoy en los asuntos de gobierno del Reino de (las) España(s)
constituía la «superación de la monarquía».
Hacer
de la necesidad virtud
Hay
dos formas de actuar conforme al epígrafe precedente: una, resignarse a lo
mediocre diciendo que es excelente (actitud no infrecuente en el pasado de
nuestra izquierda y a menudo reeditada por quienes se pretenden superadores de
los límites de aquélla); otra, aprovechar lo bueno de un conjunto malo para
mejorarlo. Esto último es lo que toca a quienes, viniendo de la tradición
marxista otrora hegemónica entre los luchadores por la emancipación social, nos
encontramos con el panorama social arriba descrito. No se trata, pues, de
condenar sumariamente a las no pequeñas (pero tampoco enormes) «multitudes» que
han sido capaces de rebelarse (algo que hace cinco años parecía impensable) ni
tampoco, claro está, a quienes han tenido la habilidad de situarse al frente
del movimiento interpretando adecuadamente el sentir de mucha gente y dándole
una salida electoral, por limitada que ésta sea (y lo es, más de lo que viene
impuesto por las constricciones del sistema(12)). Pero tampoco se trata (sobre
todo teniendo en cuenta la limitación que acabamos de señalar) de caer en el
papanatismo de exaltar sin reservas lo «nuevo» y despreciar lo «viejo».
Es
muy fácil dejarse deslumbrar por el éxito electoral de un grupo surgido
aparentemente de la nada(13) También lo fue para muchos dejarse impresionar por
los diez millones de votos del PSOE felipista en 1982(14). Confundir sin más lo
exitoso con lo correcto puede resultar coherente para una mentalidad calvinista
o para los adictos al culto estadounidense del winner. Pero no hace falta leer
el apéndice a la primera parte de la Ética de Spinoza para darse cuenta de que
no existe una finalidad sobreimpuesta al mundo ni, por tanto, una correlación
necesaria entre recompensas y méritos.
De
momento, por desgracia, lo que inclina a la desconfianza a algunos de los que
somos hijos del «espíritu de 1945» y, por supuesto, nietos del espíritu de
1917, es la tendencia de los «nuevos» a condenar sin más lo «viejo». Como si no
supiéramos desde hace tiempo que lo de «borrón y cuenta nueva» suele saldarse
con una acumulación de borrones sobre los que acaba resultando imposible
escribir. Por muy tonto que sea Abel y muy listo que sea Caín, el cainismo
siempre será censurable. Y no se trata de esperar a que, muerto Abel, Yavé nos
envíe un Set de repuesto, porque esas cosas sólo ocurren en la biblia o en las
películas de Cecil B. DeMille.
De
manera que bien harán los nuevos Hernán Cortés de no confiar ciegamente en que van
a asaltar la Tenochtitlán celeste ellos solitos gracias al terror infundido en
los «carcaztecas» por la visión de unas rastas, equivalente posmoderno de los
monstruos mitad hombre mitad caballo que espantaron a los mexicas. Por eso, y
porque es mucho lo que queda por navegar, sería suicida repetir la machada de
quemar las naves. Igualmente es de desear que desde la calle Olimpo (si se
puede seguir pagando el alquiler o equivalente) no salga ningún Pánfilo de
Narváez que dé ocasión al Alvarado de turno a liarla parda y acabemos todos
volviendo al agujero en la consabida Noche Triste. Porque, como se insinúa en
el subtítulo del presente artículo, los diagnósticos equivocados en política,
aparte del daño que causan al paciente, a menudo acaban con el médico.
Miguel
Candel
(*)
El Viejo Topo. Abril 2016. Número 339
Notas
1.- Cf. F. Jameson,
Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism, Durham, Duke U.P.,
1991 (hay traducción castellana de una versión reducida: El postmodernismo o la
lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991). Especulando
con los diferentes matices semánticos del adjetivo inglés late («tardío»,
«avanzado»...), algunos soñamos con el día en que se lo pueda aplicar en su muy
usual acepción biográfica, a saber, como «difunto».
2.- Borrando, de hecho,
la distinción entre lo absoluto y lo relativo, lo sustancial y lo accidental,
lo cualitativo y lo cuantitativo. En el fondo, los tres sesgos arriba señalados
(en lo social, lo estético y lo filosófico) se resumen en el muy pedestre
slogan: «Todo vale».
3.- Acorde, una vez más,
con el paradigma cultural posmoderno recién señalado.
4.- Coartada facilitada
por el hecho de que muchos empresarios pequeños y medianos han sido ciertamente
víctimas del sistema mafioso de pago de comisiones como requisito para la
obtención de contratos públicos, montado desde ciertas instancias políticas
para beneficio de políticos particulares o de sus partidos. Pero no hay que
olvidar: 1) Que por lo general ese montaje ha sido fruto de acuerdos previos
entre sectores políticos y económicos. 2) Que en más de un caso los políticos
prevaricadores han sido previamente objeto de «empujoncitos» empresariales en
su carrera hacia el poder (Manuel Milián Mestre, estrecho colaborador de Manuel
Fraga Iribarne y director, durante varios años, de estrategia y comunicación en
la organización patronal catalana Foment del Treball Nacional, ha revelado cómo
dicha organización prestó una ayuda decisiva a Jordi Pujol y su partido en las
elecciones que le dieron por primera vez acceso a la presidencia de la
Generalitat).
5.- Por citar sólo un
autor clave para la documentación y análisis de este y otros fenómenos conexos,
mencionaré la extensa obra de Samir Amin, entre la que vale la pena destacar:
El capitalismo en la era de la globalización, Barcelona, Paidós, 1998; Crítica
de nuestro tiempo, México, Siglo XXI, 2001; Más allá del capitalismo senil,
Barcelona, El Viejo Topo, 2003, y La Crisis. Salir de la crisis del capitalismo
o salir del capitalismo en crisis, Barcelona, El Viejo Topo, 2009.
6.- Z. Bauman & L.
Donskis, Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida,
Barcelona, Paidós, 2015.
7.- No sería de extrañar,
por cierto, que la evolución ulterior de las sociedades capitalistas acabe
imprimiendo a las relaciones sociales las pautas de comportamiento propias de
los gases, cuyas moléculas no sólo fluctúan sin posición fija, sino que se
rechazan recíprocamente...
8.- «Clase media» que en
realidad, más allá de una cierta homogeneidad en el nivel de renta (hoy día,
tendente a la baja), carece de casi todos los rasgos que permiten definir una
clase social, por lo que sería más exacto decir que se trata de una «media
clase».
9.- De «redes» lo tienen
todo, en la medida en que «atrapan» compulsivamente a sus usuarios ya a partir
de la adolescencia (la edad de la compulsividad por antonomasia). De
«sociales», nada o casi nada, como ha señalado el propio Zygmunt Bauman en la
obra arriba citada: no hay que confundir contacto con relación social. La
experiencia verdaderamente social fue la ocupación de las plazas. Pero eso es
algo que, si no desemboca en una ruptura radical con el orden establecido (una
revolución política), avatar para el que la multitud no estaba en absoluto
preparada ni dispuesta, no puede prolongarse indefinidamente y acaba por
agotarse (reforzando, en muchos casos, la sensación de impotencia frente al
sistema: para muestra, los resultados electorales en la mayor parte de los
lugares en que se produjo el fenómeno, empezando por Egipto y acabando por
España).
10.- Tampoco se puede
decir que, en los partidos tradicionales de la izquierda, predominara esa
tipología social en los núcleos dirigentes: también en esos partidos se
manifestaba la división, dominante en el conjunto de la sociedad, entre trabajo
manual e intelectual (en terminología acuñada por Marx). Pero los partidos
tradicionales nunca perdieron del todo el anclaje en su seno con la clase
obrera.
11.- Siglas de Credit
Default Obligations.
12.- Como la práctica
totalidad de los analistas electorales han señalado, una confluencia más amplia,
a escala de todo el país, entre las listas de la izquierda contraria al
«consenso del 78» seguramente habría arrojado un resultado mucho más favorable
para ellas en conjunto.
13.- «Nada» si se
comparan las ayudas recibidas de ciertos medios de comunicación hábiles en
«poner huevos en todas las cestas» con el respaldo financiero nacional e
internacional con que suelen contar los partidos del sistema.
14.- Incluso personas de
la inteligencia y coherencia políticas de un Manuel Sacristán, por ejemplo,
acusaron el impacto de aquella «pasada por la izquierda», impresión favorecida
en su caso, seguramente, por la distancia (en aquellas fechas, Manuel Sacristán
se encontraba en México).
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