“Amantes, amentes”
“Amantes, locos”. (
Terencio , “ Andria” 318)
Amor es un lugar del lenguaje donde mayor número de metáforas se acumulan. Además, esta saturación se acentúa porque casi todas las metáforas que en ello concurren quieren tener el carácter de absolutas. No es de extrañar esto por cuanto el sentimiento del amor es aquel en que más típicamente se presenta y es sentida la finitud y el desvalimiento de los humanos. En esos casos, los humanos no podemos ni queremos referirnos a la realidad sino solamente a través de otra cosa que la sustituya para atenuar la intensidad de ese sentimiento que no es soportable en la realidad pues habla de nuestra fragilidad e insuficiencia al mismo tiempo que muestra, una vez más, que al igual que el pensamiento, el sentimiento es más poderoso que la lengua.
Por
eso es necesario acercarse al hecho del amor con todas las precauciones posibles con el fin de evitar que al querer escapar del
absolutismo cruel de la realidad no caigamos, como un escapismo en un absolutismo alienante de la metáfora.
No
hay nada más antirromántico que mantener un escepticismo cauteloso ante el hecho
del amor y rechazar a priori todo lo que
tenga un aroma de absolutismo, sea por apelación a trascendencias fuera del poder de la mano del hombre sea por su extensión a
terrenos ilimitados buscando aplicaciones al amor que hacen de él el país lingüístico
y el planeta de los sentimientos más
grande del mundo.
“L'amor che move il sole e l'altre
stelle” (1)
Precisamente
en el asunto de amar, el absolutismo en que pretende erigirse se hace excesivo, es decir su significación es tan
extensa y de tantas maneras atribuible a cosas tan dispares que , en este caso,
el obstáculo, la aporía, sea casi insalvable. Más que todo por el cansancio
que provocaría sacar conceptos “claros y
distintos” como era la regla de pensamiento de los escolásticos en la maraña de
significaciones que hemos puesto encima de esta pasión y acción humana.
Es
penoso, y quizás algunos se extrañen por lo inoportuno, que tenga que hacer confesión de escepticismo cuando se aborda
algo como es el amor, entrándome así en
el campo de los antirománticos, pero unos ejemplos vendrán bien en ayuda de lo
que vengo a querer decir de que una de
las fuentes que alimentan mi escepticismo
es el cansancio de desatar un nudo inextricable sin tener que pasar por el esfuerzo
de soportar la estupidez humana, que aprieta este nudo con más fuerza que otras
cosas.
En
un slogan publicitario que tuvo éxito en los años 70 en Francia, se utilizaba
el verbo de una manera muy astuta por
parte de una compañía multinacional del petróleo para publicitar sus
gasolineras: “ C´est Shell que j´aime” . Creo que se entiende la gracia.
“c´est shell, tiene el mismo sonido, en
francés que “es ella”, con lo que
se estaba diciendo que era la gasolina de esa marca el objeto de la declaración
de amor. ¡Hasta tan lejos puede aplicarse la acción de amar! Tan lejos, como
digo, como la propia estupidez humana presente en la frase. No es inocua la frase,
y algunos a los que se acusaba de
exagerados hipersensibles de la época criticaron el vicio que escondía aquella
publicidad . “¿Cómo voy a decir ahora de mi pareja que es “celle que j´aime” sin haber depreciado mi
sentimiento al nivel de la gasolina?”. Habían degenerado el mismo verbo. En efecto, el lenguaje del amor es un sitio
privilegiado de lo retorico en el peor sentido. La protesta contra la
publicidad de Shell venía a recordar aquello de Klemperer.
“ Si alguien sustituye con suficiente frecuencia
palabras tales como “ heroico” y “ virtuoso” por “ fanático” terminara por
creer que sin fanatismo no hay heroísmo ni virtud” (2)
El
otro ejemplo es el de una polémica municipal que surgió en el seno del Pleno de
un Ayuntamiento que conozco. Tras la crítica de la oposición a una resolución
que se plateaba para ser aprobada, referida a alguna inversión o proyecto de
obra pública, tal como un acerado o
pavimentado de alguna calle en lugar de otra,
el concejal portavoz del grupo proponen se le ocurrió argumentar a favor
de la propuesta como que no era entendida en toda su profundidad por el
oponente diciendo. “Pero si esa propuesta la hacemos por amor, ¡os estáis oponiendo
a un acto de amor! ”. Vemos igualmente porque
prosaicos caminos puede deslizarse lo más
sublime y viceversa. Es en efecto, el colmo de la plurivocidad de la palabra.
También
recuerdo lo sucedido en un tribunal de
exámenes, al que yo asistía como miembro, para examinar a quienes concursaban como candidatos y candidatas para le puesto de cuidadores
de guardería infantil. A una de las candidatas se le preguntó, como caso práctico
, cómo resolvería el problema de que entre los niños se encontraste uno de ellos
que era particularmente agresivo y hasta peligroso para los demás niños. La
respuesta de la candidata fue inefable: “con mucho amor”. Aquí el amor sustituía
a la competencia profesional e incluso podría entenderse que una actitud amoroso
pudiera resolver con éxito el asunto enterneciendo a juez y a parte civil contraria
en un procedimiento de demanda judicial de responsabilidad por daños de alguna padre
de un niño que hubiese perdido un ojo por ejemplo, y hasta de responsabilidad penal por delito culposo de negligencia ..
Otra
de las metáforas, esta vez físicas es la de identificación del amor con un
órgano anatómico: el corazón. Es sorprendente esta asimilación que sin mayores averiguaciones es relativamente
reciente, pues ese sentimiento, en la antigüedad, parecía más bien estar
localizado en las entrañas, pareciendo el corazón un sitio más adecuado para el
pensamiento.
“
..pues la sangre que circunda el corazón de los hombres es su pensamiento” (3)
Últimamente
nos empeñamos en neustra cultura en, al expresar retóricamente un concepto por otra realidad con la que tiene una relación de semejanza,
con servirnos del corazón con el fin de
designar al concepto amor. Esto trae muchos inconvenientes y solo para citar el
de peor gusto observemos el uso
iconográfico de ese órgano sangriento para describir el amor que remitiría mejor a alguna patología sádica del que en esa metafora se recrea como nos
enseñan los interpretes del test de Roschard. El colmo psicopático de la metáfora inadecuada del amor es el de
esa imagen de un santo cristo con el corazón
fuera, sangrante, ornado de
espinas y con una llama añadida. Para aterrorizar al espíritu más
templado.
Podrían
traerse de la misma manera multitud de ejemplos, desde los más elevados a los más
prosaicos de un lado u otro.
Tampoco
nos escandalicemos ni indignemos. Los orígenes de la exageración son muy honrosos.
Se ha de reconocer que la exaltación del amor, su consagración como
“amour” formo parte de aquel
resurgimiento de la individualidad que se construyó en el siglo XII en la sociedad cortés y caballeresca ,entre
un público que en cierta manera se
liberaba de lo eclesiástico como
fenómeno cultural que alimento la lírica y la novela recuperando algunos ecos
del mundo poético de los antiguos por
una parte y de una mayor presencia de la mujer
precisamente por esa individualización
de otra. En ese mundo de los caballeros,
de los juglares y trovadores el amor como aventura y pasión sentimental
subrayaba un redescubrimiento de
una sensibilidad mundana y de los
valores del individuo. De aquella época es precisamente el vocablo “amour”,
cuya terminación en -our revela su origen
dialectal en la lengua
occitana, (pues en francés las
terminaciones de los abstractos se hacen en –eur, como douleur, terreur,
chaleur, etc). Aquella región provenzal fue uno de los lugares del amor cortés,
antecedente lejano de buena parte de nuestros
amores de hoy.
Si
queremos poner las cosas más en su sitio deberíamos centrarnos en lo mínimo y
no huir por las nubes alienantes de los absolutismos metafóricos nos
limitaríamos a decir que amar es un sentimiento hacia otra persona que nos
atrae y que procura reciprocidad en el deseo de unión. Decantando aún más:
es una
relación intersubjetiva de afecto.
La
mejor imagen de la intersubjetividad que nos constituye es una que trae Hans Blumenberg:
la de dos astronautas que se encuentran en la luna y se miran. (4) Ni el otro
ni en si mismos encuentran ningún
rasgo distintivo, ni vestido, ni figura, ni rostro , ni gesto, que los diferencia y pueda decirse que ese es
otro y este soy yo salvo en….la imagen de uno mismo reflejada en la pantalla de
la vista del otro. Estoy y me veo en el
rostro del otro, en el lugar en que
deben de estar sus ojos, ergo sum. Solo
en el espejo del otro, me veo a mí mismo y solo soy en él. Tan necesaria es la intersubjetividad para
construir la subjetividad.
Es
esta la razón por la que cuando nos dejan de amar, cuando se da el desamor, nos
sucede que no solo
perdemos algo o alguien sino como que nos perdemos a nosotros mismos. Al
desaparecer la mirada del otro, al dejar de amarnos, ya no estamos, y pocas cosas pueden ser tan dolorosas como
dejar de existir cuando se está existiendo. La reflexión de Lacan “el yo extrae
su sustancia del tu que se le otorga” es particularmente oportuna aquí, pues al
perder al tu que más nos otorgaba perdemos dramática y dolorosamente la sustancia
propia. Si no soy apenas más que mi relación
con otros , sentirse amado trae consigo un
concentrado intenso de la identidad de la persona. El amor es el mundo de la apariencia
ante el otro. No puedo conocerme a mi mismo sin exhibición y deseo de ser
visto. Por eso el amor es tan locuaz y por eso cuando pretendo conocerme a mi
mismo siento irrefrenablemente que debo decirlo a otros.
Ese
debe de ser el motivo de la necesidad de los celos imaginarios entre amantes.
La condición de mi supervivencia es la de poder despegarme de esa
dependencia y que se presente algo que la haga olvidar porque en caso contrario
moriríamos de exceso de tensión, la que
se produce por la demasiado aguda
conciencia de que no existimos más que en
la persona amada, en el objeto de nuestro amor. Es preciso, que de manera intermitente se
produzca ruptura e infidelidad imaginada para que obtengamos una pausa de
olvido y que la exacerbación del puro
sentimiento de dependencia sea sustituido
por otro sentimiento, esta vez pretendidamente fundamentado en lo
racional, esta vez apoyado en relación
de hechos supuestos y razones que muestran que se da independencia.
El otro, su opinión, y mi apariencia, mi
parecer ante sus ojos construyen mi yo y mi proyecto .Tan peligroso y arriesgado y muestra de finitud es que para ser nosotros mismos tengamos que
aparecer y ser vistos que los humanos imaginamos innumerables tretas contra la
apariencia. Una de ellas es contraponer
ser a aparecer llamado a esta
última ilusión y a aquella
autenticidad. Mostrarnos, según esta posición, seria siempre un teatro de falsedad frente a la veracidad de lo genuino, lleno de sentido que se esconde. De
la misma familia son el menosprecio de la doxa,
la opinión que se expresa y que se dice
para ser escuchada frente a la aletheia,
la verdad reservada. Esta verdad no necesita sino adhesión irresistible cuando generosamente se revela. No necesita
de afeites, elocuencia, voz , ni recursos de apariencia, sino que se impone. Lo
hace en la soledad del desierto, como una llama o una zarza ardiente que da órdenes. Por el contrario, la opinión y la apariencia
necesitan del argumento, la persuasión, el esfuerzo de seducción para provocar
el convencimiento. Los seres que encarnan el mundo de la doxa y la opinión, la apariencia serían la musa
Thelxínoe, la que hechiza el entendimiento y la sirena Thelxiépeia la que
hechiza con las palabras, ambas vecinas del cortejo de Peitho, la diosa de la persuasión.
Los hombres que la utilizan necesitan del foro, de la plaza, del lugar
concurrido donde puedan ser escuchados y replicados. El amar es de este género
de cosas aparentes y frágiles.
En
el dialogo Banquete , de Platón, se pone
en evidencia el juego de la seducción que es propio del amor y que funciona con
la misma fuerza de embrujo que la voz de las sirenas:
“ Por fuerza-dijo Alcibíades- me
alejo, huyo con los oídos tapados como
si de las sirenas se tratase para no estar obligado a envejecer sentado a su lado” (5)
Para
muchos esta presencia del otro, que concurre en la apariencia, en la opinión,
en el amor mismo como vemos, es un singo de inautenticidad o de vivencia de lo
inferior. Olvidan que la etica misma pertenece a ese ámbito.
“ Pensar, o representar conceptos morales es, a su modo, hacer presente
al otro” (6)
No
sabría situar al enamorado en la plaza pero desde luego no puede vivir en el
desierto. No conozco a enamorado ni enamorada
que no tenga una extrema preocupación por su vestido, y su apariencia
con lo que ser más amado por la amada y viceversa. No conocemos ningún enamoramiento del raído Diógenes.
El joven Werther cuidaba
sobremanera su famoso vestir de chaquetilla azul y chaleco amarillo. El juego amoroso es un enredado juego de apariencias
y complicidades, de entendidos-malentendidos y engaños, retoricas y seducciones, que trae su propio lenguaje sumamente
artificioso y convenido por dos entre
refinamientos y alusiones y no es un enfrentamiento
bruto de franquezas.
El
sentimiento del amor es uno de los mas expresivos de la finitud y desvalimiento
de lo humano, siempre necesitado e insuficiente. Es absolutamente imposible
imaginar al Dios del amor que se
pretende en algunas religiones sin que de inmediato me venga a la mente que el
hombre ha creado a Dios a su imagen y semejanza. El principio de la fe en estas
religiones es siempre el mismo. La creación de Dios por el hombre con
los sentimientos humanos más propios e íntimos. Se le pone amor como se le pone
voluntad cuando nos damos cuenta de nuestra limitación en ambos sitios.
“Quien no sabe poner voluntad en las
cosas, cree que ya hay en ellas dentro una voluntad. Es el principio de la fe”
( 7)
La
voluntad, como el amor, es una extraordinaria y formidable concienca de carencia propia del humano. La voluntad
conlleva a una conciencia carencial pues no podemos cambiar el mundo como quisiéramos, ya que es ajeno a nosotros
e indiferente. El amor del mismo modo es
siempre un estado carencial pues necesita una referencia a otro.
“Pensad en un Dios todo lo autónomo e independiente como querais, desde el momento en que pongáis en él amor, ponéis
en el una necesidad·” (8)
El
amor, como toda la vida afectiva, entonces, crece en el campo de la finitud del humano. Por eso
los afectos no pueden estar regidos por la negación de todo límite. El amor es
la máxima expresión del conocimiento y aceptación de límites. Sin ello, las
ideas de vinculación y compromisorio que comporta se desmoronarían en favor de
una voluntad de poder sin barreras. Por eso el amor “romántico” puede
desembocar en dominación. Es curioso, por paradójico, que en neustra costumbres
amorosas, sean compatibles en la pareja las declaraciones de amor absoluto e
ilimitado, con lamentables situaciones
de exigencia de dependencia y obediencia y hasta violencia de género. Es lo que tiene cuando
se introduje lo absoluto en los lugares en que la contingencia y desvalimiento
son más vivos: la falacia se desorbita y actúa
contra el ser humano
El lugar del amor es como todos los lugares del aparecer, de lo
intersubjetivo en lo que uno cuenta en los ojos del otro, también el de la de la
seducción hechizo, de la persuasión y encantamiento, como un foro de dos donde
cuenta esa seducción y persuasión porque se necesita el mismo
reconocimiento y presencia para poder
existir.
“ser amantes de ella” (9)
Esta
expresión, la de “convertirse en amante de la ciudad”, parece ser una expresión
estandarizada que habitualmente era
utilizada por los políticos atenienses. Probablemente esta frase haya sido
parte del lenguaje de moda ateniense, es
decir, de aquella manera de expresarse ligada al lenguaje político oficial del
que Platón hace una parodia en el discurso de Menexemo (10) .Es un lugar común
en el discurso político griego que el buen ciudadano sea un “amante” de la
polis (11)
Encontramos
esta expresión parodiada en la comedia Los Caballeros de Aristófanes cuando el
personaje del Morcillero le relata a Demo, que representa al pueblo ateniense,
cómo era engañado por los políticos:
“Morcillero
– En primer lugar, siempre que alguien decía en la Asamblea: ‘¡Oh! Demo,
estoy enamorado de ti, te quiero y soy
el único que cuida de ti y vela por tus intereses’; siempre que alguien hacía
este proemio, agitabas las alas y erguías los cuernos.
Demo-
¿yo?
Morcillero-A
cambio de esto, se iba después dejándote engañado.
Demo-
¡Qué dices! ¿Me hacían eso y no me daba cuenta?” (12)
No
por estandarizada , la imagen es menos ilustrativa,
y Aristofanes y su engañado y seducido demos
es el ejemplo más elocuente de que la política, cuando tiene en cuenta lo
público , se asimila al juego de los amantes, es decir al mundo de lo intersubjetivo
mas intimo donde encuentra su fundamento.
Pero
no voy a seguir por este camino
porque abuso en su recorrido de
la postura antirromantica que he de confesar que adopto respecto al amor. Sin embargo he de reconocer
que la literatura que ha inspirado los
amores proporciona un bellísimo y extensísimo catálogo de metáforas que
contiene el discurso amoroso. La
metáfora es la manera humana propia de decir lo indecible y de describir la
realidad desviándose de ella por otro
objeto que la sustituye. Pensar y hablar en metáforas es la manera más
humana de sobrevivir ante la cruel indiferencia
y total olvido de nosotros del mundo real, de la naturaleza y del cosmos en que
vivimos. Completamente desvalidos de sentido, tenemos que alimentarlo con un mundo
que si nos sea favorable y que de legitimidad
a lo que nos rodea.
Es
precisamente en un momento agudo de conciencia de nuestra indefensión y finitud
cuando más necesitamos del arma de la creación de símbolos que nos sostengan.
Por eso en el enamoramiento se multiplican particularmente las imágenes y figuras.
Por eso el amor es un lugar privilegiado para la poesía.
Roland
Barthes ha escrito un erudito y exhaustivo repertorio de bellísimas metáforas que
hacen el cosmos amoroso hasta hacer de
él un discurso, es decir un hogar
vivible. Él lo llama “figuras” y recopila las metáforas con las que describirnos históricamente ese hogar. En su “ Fragments d´un discorus
amoureux (13) , se van haciendo
presentes las figuras del
ausente, del adorable, del naufrago, del
perdido y destruido, del pasmo, de la
exageración, de las lagrimas, la noche y el dia, el amanecer y el crepúsculo.
El exilio, el buque fantasma, el vestido, la locura, el éxtasis, el corazón, la
espera,… todas las formas simbólicas que nos sirven y han servido siempre en
el amor.
La
retórica sobre el enamoramiento es extensísima y no solo la conocen lo críticos
de arte y eruditos, sino que cada uno de nosotros la ha experimentado
contándosela a uno mismo. Pero
donde se hace más patente es en la situación
del enamoramiento implicado en el amor imposible porque es ahí, en lo que tomamos
conciencia de lo que es imposible, donde se manifiesta con agudeza la limitación
humana y la finitud de su existencia. Precisamente de esa finitud
nace la actividad humana de productora
de sentido donde no lo hay. Dar sentido
es contrariar la exposición constante a
neustra situación de continencia.
El
amor imposible es la exacerbación de la retórica y de la
metáfora. Símbolos, metáforas,
todos son instrumentos de la retorica y consisten en poner un objeto en lugar de otro. Si el modo
de estar del hombre en el mundo es retorico, en el amante esta necesidad se
hace más acuciante que en ningun otro caso.
Hacer retórica, es dar la vuelta
a las cosas, es decir no abordarlas. Es lo propio del dudoso, del incierto, un modo de
habérselas con la realidad. En el amor estamos
fuera de todo arrasar e imponer y vamos por la via del seducir, cortejar,
persuadir, adornar. Es en el contexto de lo intersubjetivo la verdad se construye y se disfraza
y se hace retórica. Como cosa propia de ese terreno, el amor, es el sitio del más bello discurso y
más plagado de símbolo , retórica y metáfora.
Así
pues, la hermandad que antes aludía entre la política y el enamoramiento no sería
solo una reacción de intención desmitificadora
del amor romántico sino que tiene un
fundamento que comparten sofistas y enamorados.
El más incapaz de todos los enamorados sería el Sócrates de Platón del Fedro que despreciando a su
amante proclama que lo que se ama del amante no es él, ni siu persona circunstancial
y contingente , sino la idea de la
belleza, especie suprema a la que se aspira si se está noblemente inspirado y de la que el pobre y desairado amante no es más que un pobre médium transmisor que nos provoca a elevarnos por encima del individuo
amado para alcanzar la idea misma de la que él no es sino una pálida sombra.(14).
El amor, sinj esa sublimación no es sin expresión del desorden y tumulto de
nuestras vidas empíricas .El eros, para Platón, incorpora a la existencia una
actividad vulnerable y carente de estabilidad y’ por ello según la Republica, bastaría para rechazarlo
como bien. (15) Al mismo tiempo sabemos
que Platón era el más incapaz de los políticos, al mismo tiempo que el más enemigo
a los sofistas y el más reaccionario antidemócrata. Por cierto, ese mismo Platón
expulsaba a los poetas de su república por mendaces. (14)Todo ello se une a que
atribuye a su Sócrates la más cruel de las resistencias a la llamada del amor
como si esa actitud de negación fuese una virtud superior.
Apariencia y mirada, seducción, retorica,
metáfora, contingencia y fragilidad,
finitud, duda, opinión, promesa,
poesía, enamoramiento, política,…
Las piezas de un puzle que parecía
un paisaje inexplicable y contradictorio
van encajando extrañamente.
(1).-Dante Aligheri.- “ el amor que mueve el sol y las
otras estrellas” Divina comedia” El paraíso, Canto XXXIII,
versos 142-145
(2) Victor
Klemperer.- Die unbewaelthgte
Sprache.-Munich) ciado por Feyerabend”· Contra el método”.-Edt. Orbis.- 1984
Basrcelona p. 135(3).-Empedocles.-Fr 1º5.- 485 de Kirk y Raven “ La filsoofia presocrqatica”.-Gredos 1970
(4).-Hans Blumenberg .-
(5) Platon.-Banquete 216
(6) Hannah Arendt Entre le pasado y el futuro. Barcelona Penisula 1996. p 285
(7) Nietzsche.-Crepúsculo de los dioses.
(8). Feuerbach
(9).-Tucidides.-Historias.-II,43
(10).-Platón.- Menexemo
(11).-Platón.-Alcibíades 132 a
(12).-Aristófanes.-Los caballero
(13).-Roland Barthes.-“ Fragments d´un discours amoreux”.-Edit. Du Seuil. Parios 19776
(14).-Platon .Banquete.Alcibiades.Fedro
(15).-Para un análisis muy esclarecedor y minucioso de la problemática del amor en Platón. Martha Nusbaum.-“La fragilidad del bien ”.-A.Machado Libros SA.-Madrid 1995
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