Por Federico Mayor
Zaragoza (*)
Durante los años de la postguerra
europea, al final de la década de los 40, leía a Albert Camus y pasé luego
algunos períodos de tiempo en París donde viví la perplejidad y expectación de
los jóvenes que veían su futuro lleno de pasado.
También
contribuía a mi creciente interés por conocer más sobre este tema el hecho de
que la España franquista fuera la única vía de acceso a la “isla aislada”:
Madrid-La Habana. Me di cuenta ya entonces —y tuve ocasión de conocerlo más de
cerca en la época de la glasnost y la perestroika— de la enorme influencia de
Fidel Castro en una América Latina sometida, para la que los cubanos
representaban el sueño de liberación. En efecto, Cuba fue el único país
latinoamericano que no sufrió el inmenso y culposo “Plan Cóndor”, iniciado en
1975, que sustituyó por dictadores y juntas militares a los poderes
establecidos y asesinó a mansalva… No se debería reflexionar sobre el castrismo
sin tener en cuenta la trágica realidad de dependencia y sumisión vivida en
aquellos países.
Cuando se habla del incumplimiento por
parte de Fidel de los Derechos Humanos, del desmedido tiempo en el poder y la
ausencia de pautas democráticas, pienso en el lupanar que era la isla con
Fulgencio Batista… en la reverencia que profesan los “mercados” a países en los
que el poder es sucesorio por decisión atípica y no expresa la voluntad popular
ni se respetan los derechos humanos más elementales. Produce bochorno pensar
que cuando se va a negociar con China se elimina antes la Ley de Justicia
Universal y cuando las conversaciones se tienen con Arabia Saudita se excluyen
de la agenda los Derechos Humanos y, en particular, los de la mujer…En la
actualidad, en las últimas etapas de la deriva de un sistema que cambió los
valores éticos por los bursátiles y a las Naciones Unidas por grupos
plutocráticos (G6, G7, G8, G20), contemplamos estupefactos como tiene lugar el
acoso y derribo de países-alternativa tan importantes como Argentina y Brasil,
a través de auténticos golpes de Estado debidamente “disfrazados”.
En
los años 1978-81 en que desempeñé el cargo de Director General Adjunto de la
Unesco, tuve ocasión de apreciar la rápida acción solidaria que Cuba llevaba a
cabo. Pienso especialmente en la caída de Somoza en el mes de julio de 1979.
Llamé al Presidente Adolfo Suárez, de quien era Consejero en aquel momento, y
le dije que sería bueno enviar rápidamente a unos cuantos maestros y maestras
para contribuir a la normalización educativa de Nicaragua. A los tres días
centenares de docentes cubanos llegaban, provistos de tiendas de campaña, con
las manos tendidas. Y lo mismo puede decirse de Haití, con urgente y eficiente
asistencia humanitaria y médica… y en muchos lugares de África.
Ya entonces puede apreciar el
desarrollo comparativo de la educación en Cuba: frente a intolerables
porcentajes de analfabetismo en la mayoría de los países de América Latina,
Cuba estaba en la vanguardia. Y en la atención sanitaria e investigación
biomédica ocupaba también el primer lugar.
En lo que respecta a su homofobia, se
trata de otro error sin duda… que siguen manteniendo en España no pocas
personas por motivos ideológicos o religiosos y, desde luego, en muchos países
a los que, por intereses cortoplacistas, no censuramos. Hablando de fobias y
racismos, la realidad europea y la perspectiva norteamericana son espantosas y
merecen una tajante reprobación de todos los ciudadanos.
He sido testigo del extraordinario
afecto que tenían por Fidel Castro los pueblos latinoamericanos. Recuerdo que
en 1991 se celebró en Guadalajara el “ensayo” del V Centenario del “Encuentro”
Iberoamericano. Como Director General de la Unesco había procurado, junto con
el profesor Urquidi, evitar reacciones adversas de las riquísimas culturas
originarias, invitándolas a todas ellas a participar en la Cumbre. El Rey Don
Juan Carlos y el Presidente Felipe González se sintieron especialmente
confortados por la ensordecedora exclamación “¡Fidel, Fidel, Fidel!” que se
escuchó en todo el trayecto de las autoridades hacia el Ayuntamiento. Al
aparecer en la balconada —yo estaba al lado de la única mujer, Violeta
Chamorro, Presidenta de Nicaragua— la muchedumbre sólo repetía enfervorizada
“¡Fidel, Fidel!”. Ni un piropo a la dama, ni un agravio o desagravio a los
otros mandatarios.
Pasaron los años y en octubre de 1995
se celebró la Cumbre en Bariloche, Argentina. Yo no había acudido desde
Barcelona, 1992. Pero me llamó Enrique Iglesias diciéndome que era sobre
educación y no podría faltar. Viajé a Buenos Aires desde donde, de madrugada,
seguí a Bariloche con el Secretario General de las Naciones Unidas a la sazón,
Boutros Boutros Ghali. Al aproximarnos al hotel, rodeado de una gran multitud,
el adorable Boutros me dijo emocionado: “Federico, es alentador ver la
consideración y aprecio que tiene la gente hacia las Naciones Unidas”. Sus
sentimientos se vieron seriamente contrariados cuando, al llegar y abrir las
ventanillas sólo se escuchó: “¡Fidel, Fidel!”…
En
el mes de marzo del mismo año de 1995, Fidel Castro viajó a París y visitó
oficialmente la sede de la Unesco, para seguir luego hacia la Cumbre de
Desarrollo Social —la primera reunión sobre desarrollo “social” que se
celebraba en 50 años— que tenía lugar en Copenhague. En los registros de la
Organización consta que nunca se acumuló tanto público y expectación, dentro
del recinto y en sus entornos.
Me he entrevistado (siempre a altas
horas de la noche) con el Comandante en varias ocasiones. En privado, hay que
decirlo, también escuchaba. Coincidíamos en muchas cuestiones y discrepábamos
también en muchas otras. Una madrugada, discutimos hasta el punto en que me
dijo: “Estás cansado. Prefiero no seguir esta conversación”. Regresé al hotel…
y cuando estaba desayunando se presentó sonriente comentando: “Yo estaba más
cansado que tú. Discúlpame”. Y me acompañó hasta la misma puerta del avión.
Recuerdo vivamente las veces que
coincidí con Gabriel García Márquez, visitando antes la Escuela de
Cinematografía… y con Oswaldo Guayasamín, “el pintor de Iberoamérica”… y con
Eusebio Leal, Alfredo Guevara, Armando Hart, Héctor Hernández Pardo, Abel
Prieto….
Otra
faceta que debo destacar del Comandante Fidel Castro es la facilitación de los
Procesos de Paz. Para reiniciar el de Guatemala en 1992, conté, como había
sucedido antes con el Presidente Vinicio Cerezo, que restableció la democracia
en su país, con la intermediación del Comandante y cinco guerrilleros,
presididos por Rodrigo Asturias, hijo del premio Nobel de Literatura Miguel
Ángel Asturias, acudieron a la primera reunión que programé en los Montes de
Heredia, en Costa Rica.
Este mismo año de 2016, asistí a
finales de enero en La Habana a una reunión con las FARC, que habían ya
alcanzado acuerdos muy importantes con el gobierno del Presidente José Manuel
Santos, siempre con la recatada acción de los noruegos a quienes todos debemos
especial gratitud por el qué y el cómo proceden en estos casos…
Fidel
Castro protagonista del siglo XX. Todos dejamos de ser. Algunos, como él,
siguen siendo leyenda. La historia hará un día balance y lo juzgará. Es
totalmente improcedente juzgarlo ahora. Y, sobre todo, arrogarse la potestad de
“absolverlo” o no… Se ha escrito que “su muerte despeja el camino hacia la
democracia”. Es muy deseable… pero ¿hacia qué democracia? ¿Hacia la de Trump?
¿Hacia la de los “mercados” que han tenido la desfachatez de designar, en
Grecia, cuna de la democracia, a un gobierno sin elecciones, sin urnas? Nos
hallamos en plena revolución digital. Por primera vez en la historia, los seres
humanos saben progresivamente lo que acontece a escala planetaria y pueden
expresar libremente sus puntos e vista. Pero, sobre todo, la mujer -“piedra
angular” de la nueva era según el Presidente Nelson Mandela- adquiere con
cierta rapidez el papel crucial que le corresponde en la toma de decisiones.
A 200 millas de los EEUU, Cuba es David
frente a Goliat. Fidel Castro nunca se hincó y se convirtió en un referente
mundial de la resistencia.
Fidel Castro ha muerto pero sus ideas
permanecen. Ahora es preciso seguir lo que debe seguirse, aún a contraviento. Y
modificar con tino aquello que debe modificarse. Porque, aunque los aferrados a
la inercia no quieran reconocerlo, se está iniciando una nueva era en la que
serán “Nosotros, los pueblos…” -como tan lúcidamente establece la Carta de las
Naciones Unidas- quienes tomarán en sus manos las riendas del destino común… y,
con las lecciones, entre otras, del castrismo y del neoliberalismo, releer la
Constitución de la Unesco y la Carta de la Tierra, y la Declaración de los
Derechos Humanos y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea…
para proceder, con audacia, firmeza y rigor a inventar el por-venir que, por
fortuna, está por-hacer. Y hacerlo con urgencia, porque podemos alcanzar puntos
de no retorno, lo que constituiría un pecado intergeneracional inadmisible.
Sigamos, como hizo Fidel en muchos
casos, a José Martí que, dirigiéndose a los jóvenes, les dijo: “La solución no
está en imitar sino en crear”.
(*)Presidente de la
Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO
(1987-1999).-Fuente. Público
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