JFK y los
demás, silenciados
Por Rafael Poch de
Feliú
Entre 1963 y 1968 el
establishment de la seguridad nacional de EE.UU eliminó a los dirigentes de la
oposición y a los principales políticos con veleidades de reforma.
La noticia saltó el 19 de
enero. Un grupo de personalidades, intelectuales, juristas, actores y
familiares, pidió que se reabran las investigaciones de los cuatro principales
asesinatos políticos de los años sesenta en Estados Unidos. Se trata, por orden
cronológico, de los casos del presidente John F. Kennedy, del activista Malcom
X, de Martin Luther King y del senador Robert Kennedy.
Entre noviembre de 1963 y
junio de 1968, el establishment de la seguridad nacional
eliminó a los dirigentes de la oposición y a los dirigentes y activistas
políticos con veleidades de cambio y reforma, incluido el presidente del país,
los dos principales líderes de la oposición a la guerra de Vietnam -uno pedía la
“retirada militar inmediata” (King) el otro solo “detener los bombardeos”- y al
más influyente activista de la minoría negra. No hay otro caso comparable de
una purga tan radical en ningún otro régimen parlamentario.
Crímenes de Estado
Constituido en Comité
por la verdad y la reconciliación -un nombre que homenajea a la
comisión que investigó los crímenes del Apartheid en África del Sur- el grupo
califica esos asesinatos de, “asalto salvaje y concertado a la democracia” y
“actos organizados de violencia política” que tuvieron un, “impacto desastroso
en la historia del país”. Todos ellos querían de manera diversa, “apartar a
Estados Unidos de la guerra y dirigirse hacia el desarme y la paz, salir de la
violencia y la división interior y avanzar hacia la amistad civil y la
justicia”.
Sobre el asesinato de John
Kennedy, el grupo dice que, “fue organizado en las altas esferas de la
estructura de poder de Estados Unidos y llevado a cabo por elementos superiores
del aparato de la seguridad nacional que utilizaron, entre otros, a personajes
de los bajos fondos para ayudar a su ejecución y encubrimiento”. Recuerdan los
“juicios farsa” que rodearon los cuatro asesinatos y apelan al Congreso a que
exija la publicación de todos los documentos gubernamentales, que deberían
haber sido desclasificados por completo en 2017 pero que la CIA y otras
agencias mantienen en secreto.
Oficialmente todos fueron
muertos en atentados obra de “locos solitarios”; Lee Harvey Oswald mató a John
Kennedy antes de ser muerto a su vez por Jack Ruby, Malcom X, murió a manos de
tres negros musulmanes, Marti Luther King cayó a manos del loco James Earl Ray
y el senador Robert Kennedy bajo las balas de Sirhan Sirhan, un palestino
perturbado.
Forman parte del grupo los
hijos de Robert Kennedy, abogados y colaboradores de Martin Luther King,
médicos y forenses de renombre que trabajaron en el caso JFK, el disidente
Daniel Ellsberg que destapó los papeles del Pentágono, cantantes como David
Crisby, el cineasta Oliver Stone, autor de una gran película sobre el caso JFK,
actores de Hollywood, etc. La noticia era clara, incluso desde el punto de
vista del espectáculo y las personalidades firmantes, pero muy pocos se
hicieron eco de ella. Ningún gran medio español lo hizo.
¿Les suena Michael Hastings?
Mientras nos entretienen con
las fechorías de los países adversarios, la simple realidad es que no solo de
puertas afuera, donde es la principal dictadura del planeta, sino en sus
relaciones interiores, Estados Unidos es un ejemplo bastante bueno de estado policial
en el trato a sus propios disidentes, con uso del asesinato político encubierto
en casos extremos y la violación permanente de derechos elementales de aquellos
que considera políticamente peligrosos.
El vicepresidente Henry
Wallace tuvo su correo controlado y su teléfono pinchado por la policía
política, por defender que la amenaza soviética estaba siendo exagerada por el
complejo de la seguridad nacional. Lo mismo le ocurrió al candidato
presidencial George McGovern, a cantantes como Pete Seeger o Woodie Guthrie,
músicos como Duke Ellington, científicos como Albert Einstein, los activistas
del Occupy Wall Street o Black Lives Matter… En
fín, desde que Eduard Snowden demostró documentalmente la existencia de Big
Brother, y su encarnación en la NSA, las más básicas garantías
constitucionales son negadas al conjunto de la ciudadanía mundial desde Estados
Unidos.
Todos conocen el caso de la
periodista rusa Anna Politkovskaya, pero a muchos menos les suena el nombre
de Michael
Hastings Los Solzhenitsin, Sájarov y demás de nuestro tiempo llevan
nombres anglosajones; Eduard Snowden, Julian Assange, Chelsea Maning, etc.
La cobardía de Obama
La publicación del
manifiesto no noticiado del Comité por la verdad y la reconciliación vino
precedida en apenas quince días, por el fallecimiento del gran sociólogo
norteamericano Norman Birnbaum. En su retrato de la cobardía de Barack Obama,
Birnbaum explicaba hace unos años, en una entrevista con Deutchlandfunk,
que el presidente tuvo muy presente durante su mandato el destino de otros
personajes de la vida americana, como los cuatro mencionados, que llegaron a
representar determinados riesgos de reforma. “Nuestro sistema tiene formas y
maneras de advertir para que no se superen determinados límites”, decía. “Creo
que en el caso de Obama, el presidente ha hecho para su persona esa lectura de
nuestra historia”.
Desde la advertencia del
Presidente Dwight Eisenhower, en su discurso de despedida del 17 de enero de 1961
(“Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto
solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial“,
Oliver Stone inicia su película sobre JFK con esa cita), el presidente de
Estados Unidos es un prisionero del aparato de seguridad nacional. “Ese aparato
tiene sus propias leyes y sabe perfectamente cómo disciplinar a la gente”,
decía Birnbaum a propósito de Obama.
Dándole la vuelta a lo que
siempre se dijo sobre el comunismo, que era un sistema irreformable, la simple
experiencia nos lleva a pensar más bien lo contrario: A lo largo de más de
cuarenta años, los países del Este de Europa no pararon en intentar reformas
hacia el “socialismo de rostro humano” que la URSS impidió siempre, el
comunismo soviético fue tan reformable que hasta se autodisolvió, y en China y
Vietnam se ha entronizado algo parecido a la “reforma permanente”.
Lo que se ha demostrado
históricamente irreformable es más bien el sistema de Estados Unidos. Una
sociedad de extrema desigualdad, desprovista de estado social, regida por el
interés de una minoría y faro del mundo moderno, que elimina a los líderes que
representan riesgos de transformación, y disciplina de paso a quienes llegan al
poder con ínfulas de cambio.
Sacar a la luz esa historia,
naturalmente, no es noticiable y cuando se saca a colación siempre hay algún
genio que suelta aquello de la “teoría de la conspiración”. El concepto fue
acuñado por la CIA en los años sesenta, precisamente para cortar el
cuestionamiento de la increíble versión oficial de la muerte de Kennedy… Desde
entonces no paran: cada vez usan más ese latiguillo, porque cada vez tienen más
estiércol que ocultar.
(Publicado en Ctxt)
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