Pensar
es dialogar con uno mismo, distanciándose al mismo tiempo de la realidad con el
fin de encontrarle un sentido. En tal búsqueda hacia el interior de uno mismo,
el individuo, ser comunitario por definición, recaba asimismo el parecer de
otros. Se constituye en el espectador de "mentalidad amplia" que
juzga una determinada realidad o situación. Convencida de que los juicios
morales no deben ir de los principios generales al caso concreto, sino en la
dirección inversa, de los ejemplos a las máximas, Arendt siente más afinidad
con el análisis kantiano del juicio del gusto que con el imperativo categórico.
Es la apreciación, en principio subjetiva, de la obra de arte la que utiliza
como modelo del juicio moral, un juicio que aspira no a la universalidad
abstracta, sino a extenderse intersubjetivamente y merecer el asentimiento del
mayor número de opiniones.
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Muy consecuente con su
pulsión antimetafísica y su teoría de que la filosofía es un pensar sin apoyos,
Arendt no se propone una fundamentación de la moral, sino más bien una
fenomenología del discernimiento moral, que establezca tan sólo las condiciones
en las que éste puede y debe darse. No se trata de llegar a ninguna verdad
moral, sino, sobre todo, de evitar el conformismo acrítico con lo que viene
dado. La integridad moral es, por encima de todo, la lucha contra la
indiferencia.
(*) Fuente: Ciclo: Pensadora
del siglo. Hannah Arendt: 1906-1975. Fundacion Juan March
26/10/2006
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