La conocida teoría de la
banalidad del mal, enunciada en el subtítulo del libro Eichmann en
Jerusalén, lleva a Hannah Arendt a orientar su investigación hacia las
"actividades del espíritu", que son el pensamiento, la voluntad y el
juicio. A su modo de ver, lo característico del mal perpetrado por los
criminales nazis es la ausencia de pensamiento y de juicio, la incapacidad de
reflexionar sobre lo que se va a hacer o lo que se ha hecho y juzgarlo de
acuerdo con el sentido común de la moralidad. Desde tal hipótesis, Arendt
emprende el análisis de las facultades de pensar y juzgar con el fin de
establecer los momentos y las condiciones fundamentales para la formación de la
conciencia moral.
Pensar
es dialogar con uno mismo, distanciándose al mismo tiempo de la realidad con el
fin de encontrarle un sentido. En tal búsqueda hacia el interior de uno mismo,
el individuo, ser comunitario por definición, recaba asimismo el parecer de
otros. Se constituye en el espectador de "mentalidad amplia" que
juzga una determinada realidad o situación. Convencida de que los juicios
morales no deben ir de los principios generales al caso concreto, sino en la
dirección inversa, de los ejemplos a las máximas, Arendt siente más afinidad
con el análisis kantiano del juicio del gusto que con el imperativo categórico.
Es la apreciación, en principio subjetiva, de la obra de arte la que utiliza
como modelo del juicio moral, un juicio que aspira no a la universalidad
abstracta, sino a extenderse intersubjetivamente y merecer el asentimiento del
mayor número de opiniones.
El objetivo del juicio moral
es la reconstrucción de un sensus comunis o un mundo común
indispensable para la vida política. Dicho sentido se adquiere o recupera a
través de un doble movimiento por el que el individuo busca el acuerdo de los
otros, pero, en mayor medida, el acuerdo con el propio yo. Es esa integridad con
uno mismo, el rechazo de todo aquello que obligue a renunciar a la
autenticidad, lo que lleva a la persona a decidir, al mismo tiempo, cómo y con
quién quiere vivir. De esta forma, el sentido común o sentido moral consiste,
para Hannah Arendt, en el esfuerzo de la persona por evitar la tendencia a
dejar de pensar y juzgar eludiendo, en consecuencia, la asunción de cualquier
tipo de responsabilidad.
Muy consecuente con su
pulsión antimetafísica y su teoría de que la filosofía es un pensar sin apoyos,
Arendt no se propone una fundamentación de la moral, sino más bien una
fenomenología del discernimiento moral, que establezca tan sólo las condiciones
en las que éste puede y debe darse. No se trata de llegar a ninguna verdad
moral, sino, sobre todo, de evitar el conformismo acrítico con lo que viene
dado. La integridad moral es, por encima de todo, la lucha contra la
indiferencia.
(*) Fuente: Ciclo: Pensadora
del siglo. Hannah Arendt: 1906-1975. Fundacion Juan March
26/10/2006
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