Raül Digón Martín
Gerarld Cohen |
I.- Las transformaciones geopolíticas, la
evolución de la estructura de las clases sociales y el cambio de coordenadas
intelectuales de los últimos años, con el final de los metarelatos históricos,
aconsejan repensar la izquierda en términos esenciales. Sencillos. Desde esta
perspectiva, quienes investigan en teoría política normativa y/o ciencias
sociales en clave crítica y progresista pueden extraer ideas útiles para los
debates de la izquierda en el legado de G. A. Cohen y el Marxismo analítico,
cuyo estudio arroja luz en materia de fundamentación teórica y propuesta
programática. Esta comunicación señala algunas aportaciones teórico-prácticas
de dicha escuela de pensamiento, que son de interés para clarificar los valores
distintivos de la izquierda, reafirmarse en ellos y buscar vías para su
realización.
II.- G. A. Cohen (1941-2009) fue sin duda una
rara avis entre sus colegas del mainstream académico británico. Sus orígenes en
la comunidad de judíos comunistas de Montreal, el aprendizaje subsiguiente 1 de
las técnicas de la filosofía analítica en Oxford, y su invariable compromiso
con la igualdad hacen de este profesor oxoniense una de las voces más
originales de la izquierda intelectual contemporánea. Todo su recorrido
académico se puede leer como un intento de rendir cuentas con una herencia
política: el entorno familiar de una comunidad militante que, sin solución de
continuidad, aunaba democracia, comunismo y antifascismo.1 Es por eso que su
trabajo primerizo sobre el materialismo histórico y otros aspectos de la obra
de Marx se orienta a comprender el trasfondo igualitario del socialismo
científico; que la posterior crítica a Nozick desvela las desigualdades
ilegítimas que el atractivo argumentario libertarista ampara, y que la discusión
subsiguiente con liberales igualitarios como Dworkin o Rawls pretende
esclarecer normativamente la métrica de la igualdad (cuál debe ser el objeto
–bienestar, recursos, capacidades, ventajas, etc.– de nivelación entre las
personas), así como defender que el alcance del compromiso con la igualdad
trasciende la acción del Estado. La igualdad de oportunidades que platea Cohen
y su visión del llamado “igualitarismo de la suerte” implican que factores
moralmente arbitrarios, como el entorno social de procedencia o la disparidad
de talentos naturales, no alteren injustificadamente la distribución de
ingresos. Una sociedad justa sólo puede tolerar desigualdades derivadas de
opciones personales responsables, ponderándolas, además, con el principio
fraternal de comunidad, probablemente el principio normativo más definitorio de
la tradición socialista. Únicamente la igualdad, entendida de manera sustancial
y no sólo formal, habilita el acceso de todos a varios cursos de acción
posible. Sin una igualdad suficiente no podemos hablar seriamente de
"libertad real para todos", por decirlo con Van Parijs, ni de
auténtica capacidad de elección entre proyectos de realización personal. Por
ello, tal como demuestra Cohen, la pobreza significa falta de libertad, y no mera
privación de recursos. En este sentido, su crítica a Nozick desenmascara como
ilusión ideológica la asimilación entre libertad y propiedad privada,
institución –histórica, no consustancial a la humanidad– que, de hecho,
constituye una forma de distribuir libertad (cursos de acción potencial) para
algunos y falta de libertad para otros, tal como evidencia la tenencia o no de
dinero en nuestro tiempo.
El esfuerzo de Cohen nos
lleva a repensar qué se entiende por libertad, y si, como valor, se puede
conciliar con la idea igualitaria que en una sociedad justa las desigualdades
de ingreso no pueden ser excesivas (¿es realmente insalvable la tensión entre
libertad e igualdad?). Asimismo, Cohen problematiza la falta de libertad
"colectiva" de los trabajadores bajo el capitalismo, y presenta el
socialismo como alternativa para poder ser más libres. De ahí la naturaleza
"moralmente persuasiva" del ideal socialista.
La exigente perspectiva
igualitarista de Cohen también le induce a cuestionarse críticamente el alcance
del principio de autopropiedad, que prescribe que las facultades de una persona
y los frutos del ejercicio de las mismas le pertenecen de forma exclusiva. Esto
es patente en la crítica contundente a Nozick, pero también en las
consideraciones de Cohen sobre el trasfondo normativo del rechazo marxista a la
explotación, en el que se puede observar la defensa de la autopropiedad. En
consecuencia, intuyendo que los diferentes talentos naturales, cuya
distribución es moralmente arbitraria, se puede concebir normativamente como
una especie de sustrato colectivo, Cohen se referencia en marcos teóricos del
liberalismo igualitario, donde la defensa de la igualdad no está condicionada
por la asunción del principio de autopropiedad. Así, al formular la noción de
igual acceso a las ventajas, Cohen apunta a una concepción de justicia
distributiva elaborada en diálogo con la teoría de igualdad de recursos de
Dworkin, al que reconoce el mérito de haber recuperado para los progresistas el
concepto de responsabilidad. Igualmente, mediante una extraordinaria
exploración conceptual de la teoría rawlsiana de la justicia como equidad,
Cohen abre la puerta a interpretar el principio de la diferencia como prisma
teórico desde donde juzgar las injusticias de la sociedad capitalista, 2 argumentando
que no puede haber ninguna sociedad justa sin que un ethos igualitario informe
el comportamiento de los ciudadanos en sus decisiones cotidianas en el mercado,
y que el alcance de la justicia rebasa con creces el ámbito de la actuación de
los poderes públicos.
III.- Es discutible si la ambiciosa concepción
de Cohen sobre la igualdad constituye una filosofía original o si es plenamente
tributaria de pensamiento ajeno. La cuestión es compleja. Por un lado, es
cierto que Cohen no aporta, en positivo, ninguna obra de entidad escrita
estrictamente en términos de propuesta, es decir, no firma ninguna nueva Teoría
de la Justicia. Y casi toda la brillante producción que ha dejado se construye
a base de críticas sucesivas a distintos autores. Sin embargo, la dependencia
hacia marcos teóricos ajenos no niega el carácter genuino ni la originalidad de
las ideas de Cohen, a veces apuntadas implícitamente o entre líneas. Él
entiende la filosofía como el pensamiento que avanza mediante controversias
sobre cuestiones que admiten respuestas diametralmente opuestas, y estima que
el contraste metódico entre verdades irreconciliables y obvias en apariencia es
lo que ilumina problemas tan complejos como el alcance de la justicia o las
explicaciones funcionales. 3 Es precisamente la confrontación entre puntos de
vista antagónicos lo que confiere a un problema el carácter de filosófico, a
partir de una rigurosa demarcación de ámbitos de filosofía política que no
deben confundirse entre sí, como el concepto de justicia y la cuestión, bien
distinta, de las obligaciones del Estado. Establecer distinciones analíticas
sutiles y rebatir premisas e inferencias inconsistentes, a partir de la lógica
y de intuiciones básicas, es el habitual modus operandi que encontramos en la
obra de Cohen. Pero sería erróneo cualificarla como una mera sucesión de etapas
de crítica textualista y fragmentaria para con la obra de otros autores de
mayor renombre. El esclarecimiento metodológico sobre las explicaciones
funcionales, una idea sustancial de libertad, la concepción del igualitarismo
como acceso a las ventajas, o la amplia potencialidad del concepto de ethos
igualitario4 son apuestas conceptuales configuradas al abrigo de las críticas
de Cohen a Marx, Nozick, Dworkin y Rawls respectivamente, pero apuestas propias
y originales, al fin y al cabo. Aunque a menudo figuren dispersas en
reflexiones separadas que Cohen no articula del todo, constituyen sin duda una
fuente de inspiración de debates relevantes.
Igualmente, aunque el
calificativo de filosofía de réplica se ajusta al grueso de su producción
intelectual (los libros y artículos principales de Cohen problematizan
conceptos de autores como los citados, entre otros), hay que matizar que su
breve pero influyente trilogía específica sobre el socialismo –formada por los
ensayos sobre el retorno a los fundamentos socialistas; las actitudes mentales
surgidas del desencanto por el derrumbe soviético, y la naturaleza y viabilidad
de un orden más justo–5 refleja en positivo, y no como mera crítica, la apuesta
por una vida colectiva más digna, regida por principios –igualdad y comunidad–
alternativos al enaltecimiento de la propiedad privada y los criterios del
mercado. A la luz de estos textos, suficientes para reconocer a Cohen como
figura original de la izquierda intelectual contemporánea, su perfil de
filósofo reactivo puro se desdibuja.
PRZEWORSKI |
La crítica humanista de
Cohen a las condiciones de la vida mercantilizada en las sociedades
contemporáneas, ya avanzada por autores de la Escuela de Francfort, muestra la
carga ética de su rechazo al capitalismo y correlativa defensa del socialismo.
La apuesta por esquemas organizativos diferentes a los vigentes se justifica
porque los leitmotivs del capitalismo minan la dignidad y las potencialidades
humanas. El capitalismo, tal como han dicho algunos analistas de la crítica de
Cohen, nos hace menos libres.6 Ofrece una libertad formal y parcial, mediante
la vía excepcional de la movilidad de clase, mas no una libertad colectiva que
permita mejorar la condición de todos conjuntamente.
La actual economía de mercado capitalista es
contraria a los principios que, junto con los de libertad y democracia, han
definido a la izquierda tradicionalmente, a saber: comunidad e igualdad. El
primer elemento –que expresa el compromiso fraternal con los demás y la
voluntad de servir el resto desinteresadamente– es constitutivo del socialismo,
en la lectura ética que hace Cohen. La igualdad, también característica del
liberalismo clásico, informa el principio de comunidad y se pondera con él, en
la exigente variante de igualdad radical (o socialista) de oportunidades, que
rechaza desigualdades – derivadas de circunstancias sociales o naturales
moralmente arbitrarias– que el capitalismo tolera. Estos valores, sin olvidar
la autorrealización, cuya defensa Elster sitúa en la raíz del comunismo, son
los que han justificado históricamente la existencia de organizaciones
políticas progresistas. Cuando estas formaciones los olvidan y/o sustituyen por
valores de mercado, pierden la capacidad de conquistar más derechos y espacios
de control democrático sobre la economía, así como la capacidad para defender,
en tiempos de involución social, los derechos que ya se habían alcanzado
previamente. Podemos encontrar ejemplos múltiples que ilustran esta percepción
de Cohen sobre las implicaciones políticas de abandonar y confundir valores.
Repensar con claridad los valores progresistas –como igualdad, comunidad y
autorealización– y reafirmarse en ellos. Identificarlos como sustrato de los
cambios institucionales y programáticos a defender. Este es un gran argumento
asociado a los marxistas analíticos y a Cohen en particular, para la
justificación normativa del cambio social y el esclarecimiento del porqué de
las alternativas socialistas. Compartimos plenamente esta perspectiva. Los
problemas de la izquierda se multiplican cuando olvida sus valores clásicos y
asume marcos teóricos ajenos y contrarios a su horizonte de fondo, al renunciar
a la batalla de ideas o al reducir pretenciosamente el clásico cleavege
derecha-izquierda a la condición de mera metáfora a superar, en aras de
intereses electorales o de otra índole.
V.- Tratar el pensamiento de
G. A. Cohen requiere estudiar asimismo el colectivo que él promovió. A las
puertas de las victorias electorales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en
el decenio anterior a la caída del muro de Berlín, se forma una corriente
intelectual de inspiración socialista, a raíz de la publicación del primer
libro de Cohen, Karl Marx s Theory of History: A Defence (1978). Las
discusiones que este clásico origina impulsan una escuela de pensamiento,
interdisciplinaria e internacional, que será conocida como marxismo analítico.
Se caracteriza por la intención de someter a escrutinio riguroso el marco
teórico marxista, mediante técnicas avanzadas de la filosofía y las ciencias
sociales: la lógica y el análisis lingüístico, las teorías de la elección racional
(en particular la teoría de juegos) y las técnicas del análisis económico. Es
un proyecto ambicioso que no se limita a la lectura escrutadora del corpus
marxiano, ya que también incluye trabajos empíricos para probar hipótesis y
asunciones de la tradición marxista y, en su caso, reformularlas. Los
“marxistas” analíticos comparten un posicionamiento socialista ante la realidad
de su tiempo y un compromiso riguroso con las técnicas avanzadas de la
filosofía analítica y las ciencias sociales. Desde estas premisas, producen un
meritorio elenco de libros y ensayos a clasificar orientativamente entre los
siguientes ámbitos: 1) La exégesis detallada de la obra de Marx en aplicación
de las técnicas mencionadas (Cohen, Elster, etc.). 2) La elaboración de teoría social,
en campos como la sociología o la historia, aplicando categorías fundamentales
de la tradición marxista al terreno empírico (Wright, Brenner, etc.). 3) La
propuesta de modelos y medidas económicas para una sociedad más justa (Roemer y
Bardhan; Van Parijs y Van der Veen, Wright, etc.). Los marxistas analíticos
suelen no dar por cierta ninguna asunción de la tradición marxista sin
someterla previamente a un escrutinio riguroso, mediante los recursos más
sofisticados de la filosofía y las ciencias sociales. Este criterio distintivo
rige sus debates sobre el materialismo histórico, el estatus -metodológico y
ontológico- de la dialéctica, las explicaciones funcionales, la explotación,
las clases sociales, el Estado, la justicia distributiva o las alternativas al
capitalismo.
El núcleo del marxismo analítico lo constituye
un selecto colectivo de académicos –filósofos, politólogos, economistas,
sociólogos, historiadores– de ambas riberas del Atlántico, conocido como Grupo
de Septiembre, por los encuentros anuales que celebran desde 1979 y durante los
30 años siguientes, también autodenominado, arrogantemente, como Non-Bullshit
Marxism Group, ante las corrientes althusserianas que ellos denostan por
ambiguas y oscuras. El círculo primigenio lo 6 constituyen G. A Cohen, J. E.
Roemer y J. Elster, aunque también se suman figuras tan reconocidas como A.
Przeworski, E. O Wright o P. Van Parijs, entre otros.
Bajo el liderazgo de Cohen, el grupo registra
una intensa actividad durante la década de los ochenta y hasta mediados de los
noventa, cuando algunos componentes (Elster, Przeworski) juzgan agotado el
programa de investigación que los aglutina: determinar qué permanece vigente en
el pensamiento de Marx para una teoría socialista contemporánea.
Posteriormente, coincidiendo con una pérdida de vitalidad del colectivo, los
intereses de sus integrantes se distancian del estudio del marxismo en favor
del análisis y la propuesta de temas más variados, como el debate filosófico,
político y económico sobre la igualdad y la justicia distributiva, pero siempre
desde una perspectiva crítica y progresista.
El vínculo de estos
intelectuales con el marco teórico marxista es laxo y heterodoxo. Conscientes
de la distancia temporal que separa la etapa histórica de Marx de la propia, observan
en el legado del pensador de Tréveris una fuente de inspiración para el
análisis y la reflexión sobre problemas y propuestas contemporáneas. Críticos
con la vertiente económica de la obra del alemán (teoría del valor, ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia, etc.), reivindican, básicamente,
la carga ética y social implícita en los conceptos de explotación y alienación,
así como la llamada marxista por una sociedad más igualitaria. La debilidad del
nexo de esta escuela con el marxismo clásico, que contrasta con el firme
compromiso con las técnicas mencionadas, es patente en la concurrencia, en el
seno del Grupo de Septiembre, de académicos –marxistas, ex-marxistas,
postmarxistas y no marxistas– con perfiles y planteamientos políticos muy
diversos. Por consiguiente, es dudoso que la expresión "marxismo”
analítico ayude a captar la heterogeneidad del colectivo que se reúne alrededor
de Cohen.
VI.- El debate entre los
marxistas analíticos cobra impulso con la discusión sobre el materialismo histórico,
una de las teorías que integran el pensamiento de Marx y que tiene en el
Prefacio a la Crítica de la Economía Política (1859) su texto canónico. Cohen
identifica como funcionales el tipo de explicaciones que entrelazan los tres
elementos que Marx explica en dicho prefacio: las fuerzas productivas, las
relaciones de producción y la superestructura. De conformidad con la
interpretación (tecnológica) que Cohen defiende, es inherente al materialismo
histórico explicar causalmente los fenómenos históricos según su disposición
para producir hechos determinados: la superestructura se explica a partir de su
aptitud para preservar una cierta estructura económica (las relaciones de producción),
y esta estructura (las relaciones de poder sobre los medios de producción y el
trabajo) se explica, a su vez, por su predisposición para favorecer el
desarrollo de las fuerzas productivas. Desarrollo que es una constante
histórica, como también lo es la primacía de las fuerzas productivas sobre la
estructura económica y, por tanto, sobre la superestructura (jurídica e
institucional). Si el avance tecnológico desborda la estructura, puede haber
revolución.
Jon Elster |
La controversia sobre el
materialismo histórico propicia un debate metodológico de mayor alcance con
Cohen y Elster como principales protagonistas. La discusión sobre si las
explicaciones funcionales son verdaderamente intrínsecas al materialismo
histórico (como teoría del cambio social) abre una polémica sobre la utilidad
general de este tipo de explicaciones para las ciencias sociales. Elster se
muestra contrario a las mismas, por la vaguedad y el teleologismo que suponen,
y propone, en cambio, explorar la potencialidad de herramientas de la teoría de
juegos para analizar problemas clásicos del tradición marxista: la teoría del
Estado, las revoluciones burguesas, la explicación del cambio tecnológico, etc.
Considera que los modelos de racionalidad de la teoría de juegos (y de
coaliciones) pueden arrojar luz, e incluso prever outputs, ante fenómenos como
la negociación entre clases. Este debate desvela que los marxistas analíticos,
aunque coinciden en que el marxismo no dispone de ningún método distintivo y
que hay que buscar los microfundamentos de la vida social, a menudo discrepan
sobre las estrategias analíticas más adecuadas (no todos comparten la apuesta
de Elster por el individualismo metodológico y, de hecho, el
"rational-choice Marxism" constituye sólo una subescuela dentro del
marxismo analítico).8
VII.- Más allá del debate
metodológico, desde el conjunto del marxismo analítico y, como punta de lanza,
desde el Grupo de Septiembre, se elaboran trabajos destacables sobre cuestiones
más sustantivas. Entre ellas destaca el estudio de la explotación. A partir de
la compleja reconceptualización que propone Roemer, con uso sofisticado de
modelos de la teoría de juegos, la tipología de las formas de explotación
resulta diversificada y el foco de análisis se desplaza desde el proceso
productivo hacia la disparidad social en el acceso y control de los recursos
productivos, haciendo notoria la injusticia distributiva que la explotación
supone. El escrutinio de este autor a la explotación y a la plusvalía nos
conduce a reafirmarnos en el rechazo moral de este fenómeno, pero también a
cuestionar su centralidad entre el grueso de las opresiones que se producen en
la sociedad. De forma conexa, y sobre los parámetros formales de Roemer, la
realidad de las clases sociales como factor estructural de desigualdad es
objeto de análisis internacional comparado por parte de Wright. Él categoriza
una sutil estructura de ubicaciones de clase que, mediante el uso de
metodología compleja, le permite descartar – en unos casos– y corroborar –en
otros– asunciones marxistas sobre las clases sociales. Sobre el trasfondo
conceptual Roemer/Wright, otros integrantes del Grupo de Septiembre
problematizan el binomio explotación/clases sociales, con sugerencias
referentes a temas como: la naturaleza injusta de la explotación y la
reconstrucción de una definición marxista de clase (Elster); el cuestionamiento
del nexo entre explotación y clase, y la contingencia en la formación de las
clases (Przeworski); la extensión radical de los tipos de explotación y las
divisorias de clase, dada la centralidad actual de fenómenos como el desempleo
y los flujos migratorios (Van Parijs), o la disociación entre el hecho social
de la explotación y la teoría del valor, y el énfasis en la dicotomía entre las
vertientes objetiva y subjetiva de las clases (G. A. Cohen).
Estas perspectivas
enriquecen el estudio sobre la explotación y la significación política de las
clases como actores colectivos. Cohen se ocupa ampliamente de las implicaciones
políticas de las transformaciones que ha experimentado la clase obrera, sujeto
llamado a la acción revolucionaria en la tradición marxista. Argumenta que la
quiebra de tesis marxistas clásicas exige repensar el socialismo y aclarar sus
fundamentos normativos. Por una parte, los límites naturales del planeta han
rebatido la hipótesis de una futura sobreabundancia de recursos fruto del
progreso tecnológico. Por otra parte, el proletariado ha perdido la anunciada
condición de protagonista natural de la revolución, una vez se han dispersado
los rasgos que pudo reunir tiempo atrás: constituir la mayoría de la sociedad,
constituir la clase productora de la que la sociedad depende, estar formada por
aquéllos que son explotados y que, a la vez, serían los más necesitados; y, por
todo ello, disponer de la voluntad y la capacidad para transformar la sociedad
sin tener nada que perder. La falta definitiva de convergencia de estos rasgos
en un mismo grupo, en sociedades como las de capitalismo avanzado, tiene
efectos políticos críticos. La distinción entre los explotados y los (más)
necesidades, por ejemplo, conlleva intereses distributivos divergentes entre
los productores y los excluidos del mercado laboral. La no confluencia –a nivel
nacional e internacional– de los rasgos mencionados en un grupo más o menos
homogéneo significa la 9 falta de identificación entre los intereses de
colectivos de naturaleza diversa. Esto complica la acción concertada de los
partidos de izquierda, y, tal como señala Cohen, reclama reforzar la
explicación de los ideales comunes que puedan movilizar a grupos heterogéneos
para concurrir en un proyecto político compartido.
Van Parijs |
En cuanto al socialismo de
mercado à la Roemer, constituye un original intento de síntesis entre la
eficiencia del mercado para asignar recursos y la igualdad de oportunidades,
mediante un ingenioso diseño de participación ciudadana en las acciones de las
empresas (no necesariamente cooperativas), monitorizadas por bancos públicos.
Al distinguir entre los objetivos de fondo del socialismo (igualdad, comunidad,
democracia, libertad, autorrealización, etc.) y los objetivos a corto y medio
plazo, Roemer aboga, a finales del periodo de mayor intensidad del Grupo de
Septiembre, por un futuro para el socialismo mediante un sofisticado modelo de
economía que aúne sinergias del sector público y privado, ofreciendo un esquema
superador de los problemas de ineficiencia y falta de incentivos que aquejaron
de forma crítica a los regímenes de planificación económica centralizada. Este
economista postula una versión del socialismo de mercado con puntos débiles,
ciertamente, como su difícil generalización a una economía de escala global, o
la no exigencia de cooperativas como unidad económica básica (la tolerancia de
Roemer hacia formas empresariales clásicas, a diferencia de otras formulaciones
del socialismo de mercado, infravalora que el cambio social no responde sólo a
la necesidad de redistribuir bienes, sino también a dar paso a nuevas formas de
relaciones sociales de naturaleza más democrática, en el trabajo y en el resto
de ámbitos de la vida colectiva). Aún así, la aguda apuesta de Roemer, donde
todos los ciudadanos podrían disponer de participaciones económicas, ayuda a
replantear el funcionamiento de una economía eficiente y el papel que pudieran
tener en ella las entidades financieras, bajo control democrático. El proyecto
de Roemer presenta problemas de viabilidad en un contexto ya distante del shock
causado por el final de la guerra fría, cuando autores como David Miller o el
propio Roemer repensaron la vieja idea del socialismo de mercado. Con todo,
Roemer contribuye al debate filosófico sobre la relación entre fines y medios
en la búsqueda de un socialismo no autoritario y éticamente aceptable para el
futuro. Tanto es así que G. A. Cohen discute su modelo como posible second best
para conciliar necesidades heterogéneas, aunque él fija una categórica
disyuntiva normativa entre socialismo y mercado, punto subyacente a su debate
–más teorético que programático– con David Miller.10
IX.- La demanda democrática
por un mundo más justo y el rechazo moral a la desigualdad y a los abusos de
poder precisan traducirse hoy en políticas necesariamente heterogéneas. Los
ideales socialistas que Cohen clarifica pueden plasmarse, por decirlo con E. O.
Wright, en utopías reales para transformar las sociedades existentes. En
medidas ambiciosas y plurales que afirmen unos mismos principios rectores En
iniciativas complementarias –los presupuestos municipales participativos, la
renta básica, las cooperativas de producción y consumo, los fondos de
solidaridad, la jornada semanal de 35 horas, las políticas fiscales
progresivas, formas variadas de economía social, etc.– para un pluralismo
estratégico orientado hacia la realización de los valores de igualdad y
comunidad. Pensamos que en esa búsqueda, el legado intelectual de Gerald Cohen
y el Marxismo analítico contribuye a esclarecer el porqué (la justificación
filosófica) y el qué (los diseños institucionales) de una sociedad no dominada
por puros criterios de mercado. Aunque tal vez dicho legado sea menos útil para
esclarecer el cómo (la estrategia) y el quién (los sujetos políticos) del
cambio social. Barcelona, Junio de 2015
Universitat
de Barcelona (rauldigonmartin@ub.edu)*
* Profesor asociado del
Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política de la UB. Obtuvo la
suficiencia investigadora en Ciencia Política y de la Administración, y en
Septiembre de 2015 leerá su tesis doctoral sobre G. A. Cohen y el Marxismo
analítico. Ha publicado diversos artículos, capítulos de libro y traducciones.
Es licenciado en Filosofía (UB) y en Derecho (UB) y Máster en Ciencias
Políticas y Sociales (UPF). Coordinador de atención a personas represaliadas en
la Subdirección General de Memoria, Paz y Derechos Humanos de la Generalitat de
Cata
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