La guerra contra la Francia revolucionaria y
los orígenes del catolicismo moderno, 1789-1799
Por : Glauco
Schettini (*)
“Hoy es el día”,
escribía un alterado Dionigi Strocchi el 17 de septiembre de 1796 a un amigo en
Faenza, en el norte de Italia. En Roma, donde Strocchi trabajó como secretario
del Colegio de Cardenales, “todo el mundo murmuraba sobre una guerra santa,
una guerra de religión” que pronto sería lanzada contra la Francia
revolucionaria. Sus consecuencias, anticipaba Strocchi, serían ruinosas1.
Los miedos de Strocchi no eran infundados. Después de la invasión de los
Estados papales por Napoleón Bonaparte en junio, los delegados francés y papal
habían firmado un armisticio en Bolonia, pero las conversaciones de paz, que se
habían iniciado en Bolonia a comienzos de septiembre, estaban estancadas. Para
gran consternación de Strocchi, los diplomáticos austríacos y napolitanos
instaron al Papa Pío VI a abandonar la mesa de negociaciones y lanzar una
cruzada contra Francia, una opción que también recibía un apoyo cada vez mayor
en el séquito papal.
El día que Strocchi temía
nunca llegó. Y, sin embargo, la perspectiva de una cruzada contra Francia era
algo más que el sueño de verano de una curia papal que, repentinamente, se daba
cuenta de que Roma ya no era un refugio seguro. Los pensadores católicos de
toda Europa llevaban mucho tiempo reflexionando sobre cómo responder a la
Revolución Francesa, especialmente a lo que consideraban la característica más
aterradora de la Revolución, el impulso secularizador, que los ejércitos
franceses ahora exportaban a todo el continente. La idea de una cruzada
contrarrevolucionaria parecía una respuesta adecuada para muchos. La guerra que
libraron los franceses, como lo vieron los intelectuales católicos, fue una
guerra total, una guerra ideológica y una guerra de aniquilación2 Una
cruzada coincidiría con el compromiso ideológico de los franceses, ya que no
sería solo una guerra defensiva, sino una guerra destinada a defender un orden
mundial radicalmente alternativo al revolucionario. Y también alentaría la
participación activa de las masas populares en la lucha, una respuesta adecuada
a las levas masivas de Francia.
No pasó mucho tiempo hasta
que los intelectuales católicos contrarrevolucionarios comenzaron a describir
la Revolución como un ataque directo al catolicismo. Los pensadores contrarios
a la Ilustración se habían acostumbrado a considerar la cultura del siglo XVIII
como disruptiva de las creencias tradicionales. Cuando llegó la Revolución, sus
opositores solo tuvieron que injertar sus críticas a las políticas de Francia
en esta tradición de pensamiento. Y a medida que estallaba un conflicto militar
entre los partidarios y los opositores de la Revolución, tanto dentro como
fuera de las fronteras de Francia, la religión resultó ser un grito de guerra
efectivo. Los insurgentes contrarrevolucionarios en Francia se calificaron a sí
mismos como los ejércitos católicos y reales y adoptaron el Sagrado Corazón
como su símbolo. Fuera de Francia, también, los clérigos apoyaron activamente
los esfuerzos militares de sus compatriotas.
Fueron los clérigos
españoles quienes describieron más a fondo el conflicto en curso como una
guerra de religión. Cuando Francia declaró la guerra a España en marzo de 1793,
los clérigos españoles se apoderaron de los tropos contrarrevolucionarios en
boga y los tejieron en una lógica coherente para la guerra. Durante casi dos
años, los sermones y las cartas pastorales proporcionaron una caja de
resonancia formidable para su propagación. En estas obras, los franceses fueron
retratados invariablemente como enemigos de la religión: apóstatas que habían «abolido
toda ceremonia sagrada y arruinado iglesias y altares«, según el obispo
Lorenzana de Girona3.
Mientras los franceses buscaban destruir la religión, no cabía duda, afirmó el
predicador carmelita Nicolás Chornet, que los españoles estaban luchando «una
guerra santa, una guerra de religión, que puede caracterizarse con el nombre
sagrado de la guerra de Dios«4.
Una guerra como esta podría echar mano de la larga tradición católica de
España, y especialmente de su tradición de guerra religiosa. Numerosas fueron
las referencias a la Reconquista, la larga guerra contra los reinos musulmanes
de España, que cada vez se veía más como el momento fundamental de la identidad
nacional española. El arzobispo Lezo de Zaragoza, entre otros, exhortó a sus
compatriotas a luchar contra los franceses «como ustedes lucharon por
restablecer nuestra religión sagrada y nuestra monarquía» cuando «los
árabes profanaron nuestros templos«5. Y
mientras defendían la religión, los españoles luchaban también por el orden
público y el bien del estado, tres términos que estaban esencialmente
interrelacionados, ya que se suponía que la religión era la base del sistema
social y político existente. La participación del clero en tal lucha fue sin
duda el producto de una preocupación absoluta, pero los clérigos también
estaban aprovechando la oportunidad de reafirmar su capacidad de liderazgo
moral y político. Al hacer que la defensa de la religión fuera central en los
esfuerzos de España, reclamaban para sí mismos un papel directivo en el mundo
posrevolucionario.
El clero español, entonces,
describió ampliamente la guerra contra Francia como una guerra de religión, en
la que estaba en juego la supervivencia misma del catolicismo y del país. Tal
guerra requería las energías de toda la nación y la dedicación completa de los
soldados, a quienes Dios ciertamente recompensaría por sus sacrificios. Tal vez
no hubo trabajo en el que todos estos temas fueran más plenamente expuestos
que El soldado católico en guerra de religión de Diego de
Cádiz, un fraile capuchino y un predicador de gran renombre. «Todo buen hijo
de la santa iglesia«, escribió, «debe tomar las armas para defenderlo de
sus oponentes y enemigos«6.
Sin embargo, ni siquiera fue tan lejos como para describir la guerra como una
cruzada real. El poder de lanzar una cruzada recaía en el Papa. Por lo tanto,
eso era algo que dependía de alguien que pudiera ejercer una influencia más
directa sobre Pío VI para pedir una cruzada.
En el Saggio,
Gustá explicaba cómo adaptar el modelo de cruzadas medievales a las necesidades
de la era moderna. Las cruzadas, argumentaba, habían sido el producto del
«notable acuerdo de religión y política» en un período en que las autoridades
religiosas y políticas cooperaban armoniosamente, y más específicamente, las
figuras religiosas, y en última instancia el Papa, determinaban los objetivos
que los poderes políticos tenían que perseguir7.
Una cruzada «adaptada a las circunstancias actuales«, como decía el
subtítulo de Saggio, resucitaría tal acuerdo. Pero las cruzadas
medievales también ofrecían un plan para la guerra contra Francia. El
reclutamiento masivo de Francia, señaló Gustá, había dado paso a una nueva era
de la guerra. Los ejércitos profesionales del Antiguo Régimen no eran adecuados
para la guerra popular que había lanzado la Revolución. La única respuesta
creíble a las levas masivas de Francia era una cruzada moderna en la que las
masas se alistarían en profunda devoción religiosa. «La religión«,
argumentaba Gustá, «es la incitación más poderosa para que los pueblos tomen
las armas voluntaria y valientemente«8.
Por ello, en lugar de oponerse a la irrupción repentina de las masas en la
escena política, los católicos debían darle la bienvenida, y canalizarla hacia
la renovación de la cooperación entre la iglesia y el estado.
Nunca llegó a librarse tal
cruzada antifrancesa, pero el Saggio de Gustá fue ampliamente
leído y reimpreso repetidamente en los años siguientes. Lo más importante es
que destacaba hasta qué punto la Era de las Revoluciones había allanado el
camino para una reinvención radical del catolicismo. La guerra contra Francia
llevó a los católicos a pedir un replanteamiento de las relaciones entre
religión y política basadas en el modelo de la cristiandad medieval. Este
modelo ciertamente fue idealizado, pero, para sus partidarios, esencialmente
significaba que los privilegios legales tradicionales de la Iglesia tenían que
ser restaurados y que las jerarquías eclesiásticas tenían que ser quienes
establecieran los objetivos a seguir por los poderes políticos. La Iglesia, y
en última instancia su líder, el Papa, debería liderar la comunidad
internacional, para sanar las heridas producidas por la secularización
revolucionaria y el absolutismo ilustrado. Sin embargo, a pesar de que el mundo
de los contrarrevolucionarios católicos era un mundo que consideraba la Edad
Media como su modelo ideal, los llamamientos a una cruzada también implicaban
la necesidad de abrazar quizás la consecuencia más radical de la Revolución: la
repentina irrupción de las masas sobre el escenario de la política. Aunque de
manera no sistemática, los cruzados del siglo XVIII describieron las
características definitorias del catolicismo del siglo XIX: sus ideales
medievales y su impulso hacia la creación de un movimiento católico basado en
las masas.
Lecturas para ampliar:
Bell, David A. The
First Total War: Napoleon’s Europe and the Birth of Warfare as We Know It.
Boston: Houghton Mifflin Co., 2007.
Carl, Horst. “Religion and
the Experience of War: A Comparative Approach to Belgium, the Netherlands and
the Rhineland.” In Soldiers, Citizens and Civilians: Experiences and
Perceptions of the Revolutionary and Napoleonic Wars, 1790-1820, edited by
Alan Forrest, Karen Hagemann, and Jane Rendall, 222-42. Basingstoke: Palgrave
Macmillan, 2009.
Herr, Richard. The
Eighteenth-Century Revolution in Spain. Princeton: Princeton University
Press, 1958.
McMahon, Darrin M. Enemies
of the Enlightenment: The French Counter-Enlightenment and the Making of
Modernity. New York: Oxford University Press, 2001.
Serna, Pierre, Antonino De
Francesco, and Judith A. Miller, eds. Republics at War, 1776-1840:
Revolutions, Conflicts, and Geopolitics in Europe and the Atlantic World.
Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2013.
Notas:
1 Giovanni
Ghinassi, ed., Lettere edite ed inedite del cavaliere Dionigi Strocchi
ed altre inedite a lui scritte da uomini illustri, vol. 1 (Faenza: Conti,
1868), 55.
2 See
David A. Bell, The First Total War: Napoleon’s Europe and the Birth of
Warfare as We Know It (Boston: Houghton Mifflin Co., 2007).
4 Nicolás
Chornet y Año, Medio seguro para triunfar de la Francia: Oración
deprecatoria y ascetica (Valencia: Burguete, 1794), 30.
5 “Carta
pastoral del ilustrísimo señor arzobispo de Zaragoza,” Semanario de
Salamanca, 2 September 1794, 166.
6 Diego
José de Cádiz, El soldado católico en guerra de religión: Carta
instructiva ascetico-historico-politica, vol. 1 (Écija: Daza, 1794), 7.
7 Francisco
Gustá, Saggio critico sulle crociate: Se sia giusta la idea invalsane
comunemente e se sieno adattabili alle circostanze presenti, fattovi qualche
cambiamento (Ferrara: Rinaldi, 1794), 33.
(*) investigador predoctoral
de historia moderna de Europa en la Universidad de Fordham. Se encuentra trabajando
en una tesis sobre la historia intelectual del catolicismo en la era de las
revoluciones. Entre sus publicaciones más recientes destaca “Confessional
Modernity: Nicola Spedalieri, the Catholic Church and the French Revolutción,
c. 1775-1800”, Modern Intellectual History (2019).
Traducción: Sergio Vega
Jiménez. Sin
Permiso
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