por Dominic Alexander, periodista . Counterfire (*)
Capitalism
hasn't been suspended. Change that benefits ordinary people can only come by
pressure from below.”
(“El
capitalismo no va a cesar. Un cambio que beneficie al pueblo solo puede venir
por presión desde abajo.”)
La confirmación de la
noticia que el gobierno británico está usando la crisis del coronavirus para acelerar la privatización
del Servicio Nacional de Salud ( NHS) es una aterradora notificación para la
mayoría de la población del Reino Unido. Sea cual sea el daño que ocasione el
gobierno ha dejado claro que su agenda es privilegiar los beneficios
privados.
La noticia deja al
descubierto el grave error de aquellos políticos “progresistas” que piensan que
la intervención del estado va a cambiar la naturaleza del capitalismo después
de la crisis del COVID 19
La novísima Internacional
Progresista, que agrupa a políticos socialdemócratas, aspira que con la
intervención estatal surja un tipo diferente de capitalismo. Uno de sus
convocantes Yanis Varoufakis ha llegado a decir que el capitalismo «ha sido
suspendido» durante esta crisis, y ha comparado la actual situación con la
vivida durante la Segunda Guerra Mundial… como si ese momento hubiera
constituido una ruptura en el funcionamiento del capitalismo.
Sugerir que cualquier
gobierno occidental, vayan a renunciar al capitalismo no solo es completamente
erróneo sino que llevará a un desastre político a las fuerzas de izquierda.
En primer lugar, Varoufakis
ha demostrado su total incomprensión de lo ocurrido con las economías
capitalistas durante la Segunda Guerra Mundial, ha confundido la intervención
estatal con una alternativa anticapitalista. En segundo lugar, es una tonta ilusión
creer que se puede convencer con argumentos racionales a los poderes
oligárquicos, que por cuatro décadas han aplicado una política neoliberal.
Lecciones de la economía de
guerra
Durante la Segunda Guerra
Mundial, el capitalismo no fue “suspendido”. El estado intervino la economía
para dirigir los recursos al esfuerzo bélico, y por eso se hizo cargo de
sectores de la economía que estaban en manos de la propiedad privada. Esto
limitó la libertad empresarial para inversión de capitales, pero nunca fue más
lejos que eso.
El capital no fue expropiado
y los beneficios continuaron creciendo. De hecho, el enorme mercado creado por
la demanda estatal para la producción de la guerra significó que la economía
capitalista saliera de la recesión. En los Estados Unidos, las ganancias
obtenidas superaron los niveles
alcanzados antes de la Gran Depresión.[1]
Aun así, los capitalistas
exigieron un severo precio. En el Reino Unido, llegó en forma de austeridad
tanto durante la guerra como por muchos años después. El supuestamente radical
gobierno laborista de Clement Attlee recurrió a medidas draconianas contra los
trabajadores trasladando, tanto como le fuera posible, la carga de la deuda al pueblo trabajador.
Lo que paso que en esos años
una clase trabajadora fuertemente organizada conquistó algunas importantes
victorias como la creación del Servicio Nacional de Salud (NHS), la educación
pública gratuita y la seguridad social universal. Un sentimiento generalizado
contra el retorno al capitalismo de antes de la guerra obligó el gobierno
laborista ha introducir medidas sociales.
Todos los anteriores
gobiernos laboristas habían fracasado en implementar este tipo de reformas. La
historia del laborismo ha demostrado que sus líderes siempre han tratado de no
hacer nada que asuste al capital.
La nacionalización de
algunas industrias en la posguerra no significó un abandono del capitalismo.
Más bien, el sistema vio la necesidad que las industrias del carbón, el hierro
y el acero fueran asumidas por el Estado. Estas industrias no obtenían grandes
beneficios pero eran esenciales para la seguridad nacional. Si el Estado la
administraba el capital quedaba libre para invertir en las áreas que aseguraban
una mayor tasa de beneficios.
La intervención del Estado y
poner límites al mercado no «suspenden» en absoluto el capitalismo. Es una
estrategia para mantener la rentabilidad. Mientras el poder del capital
persista sobre el trabajo asalariado – por muy restringido que esté el mercado
– el capitalismo seguirá funcionando plenamente.
Capitalismo de crisis
A la luz de estos
antecedentes debemos considerar la naturaleza de la intervención del Estado en
las circunstancias actuales. De hecho, todo los acuerdo de los gobiernos con el
gran capital están priorizando la capacidad de las empresas para obtener
beneficios.
El bien social es
secundario. La escandalosa provisión de recursos estatales a los hospitales
privados en el Reino Unido es parte de una política – en todo el occidente
desarrollado- que está concediendo una enorme cantidad de dinero a las grandes
empresas y a los bancos para que restablezcan sus ganancias.
Es probable que gran parte
de estos préstamos se desperdicien ya que la actividad creadora de empleo no
volverá fácilmente . Al contrario, con la llamada flexibilización cuantitativa
(dinero emitido sin respaldo) se volverán inflar los precios de los activos de
las grandes corporaciones .
Esta estrategia que aumenta
la cantidad de riqueza de unos pocos desde 2008 ha producido más brutal
desigualdad arrasando el nivel de vida de los trabajadores. Peor aún, la deuda
estatal volverá a crear una presión para otra ronda de austeridad en servicios
públicos e infraestructuras . No se podrá hacer inversiones que no produzca
tasas altas de beneficio de manera inmediata.
El argumento que la deuda
tiene que ser pagada estará fuera de toda discusión. En este escenario no habrá
lugar para la construcción de infraestructura verde
El gobierno británico , y
otros gobiernos de occidente, no se conmoverán por ningún llamamiento a la
razón, o por las consecuencias de sus políticas para el tejido social y el
medio ambiente. Sus preocupaciones están centradas en el restablecimiento de la
rentabilidad.
Es una auténtica creer que
la crisis pandémica , y la recesión que seguirá, vaya a crear una intervención
estatal que beneficie a la gente común y corriente. La intervención económica
estatal no es buena por sí misma, siempre depende de los intereses a los que
sirve.
El capitalismo, al final, es
el poder social de la clase dominante. El estado sólo introducirá medidas que
beneficien a los trabajadores si se ve obligado a hacerlo por la presión desde
los de abajo.
Un cambio real demandará la
protesta organizada de los trabajadores y de los movimientos sociales. Como
primer paso habrá que exigir el aumento de la inversión en bienes sociales y
medioambientales, independientemente de su coste para el capital.
Notas
[1] Ver Michael Roberts, La
larga depresión (2016)
Traduccion: https://observatoriocrisis.com/
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