Por Carlos Gutierrez
Intentan convencernos, de
modo a veces explícito, de que el capitalismo no es una forma de vida y de que
no crea seres humanos a su imagen y semejanza. Sobre todo si el pensamiento y/o
la actuación de esos seres humanos nos parecen reprobables o bizarros. La
“manifestación” de el domingo en Madrid es una buena muestra de lo que pretendo
decir. No se puede separar a esas personas, pese a todo son personas, que
acudieron ayer a Colón, de unos determinados valores que han moldeado su
pensamiento. Son el producto de la sociedad en la que vivimos, no una mera anécdota,
y de la extensión de conceptos que llevados tal vez al extremo producen estos “monstruos”.
La banalizacion de los valores y la relativización de la cultura junto con la exacerbación
del concepto de libertad individual absoluta como guía de la actuación humana son
muy culpables de esta terrible deshumanización que parece acelerarse.
Hemos naturalizado el
despreció por la ciencia y por la cultura y parece extenderse, posiblemente por
primera vez desde hace tiempo, un cierto orgullo de ser ignorante. El destrozo
de las culturas populares ha dado paso a que a las clases más desfavorecidas y
con menos acceso a la instrucción se les arrojen, como la comida a los cerdos,
subproductos culturales y basura diversa que trata de paliar, de modo burdo
pero a veces eficaz, su incertidumbre y pavor ante una vida ausente de las
seguridades de antaño.
Desde luego que resulta
lamentable que algunas izquierdas, demasiadas, comprasen aquello de la
“generación más preparada de nuestra historia”, que en realidad lo que escondía
eran las pretensiones de una nueva élite emergente. “Con un relevo generacional
de los que mandan todo está arreglado” sería el resumen de su discurso. Este
discurso ha actuado como cortina de humo y ha escondido el tremendo problema de
una educación que sólo pretende fabricar trabajadores, más o menos
cualificados, para reproducir el sistema. Eso produce también que cada vez haya
más personas con educación superior con un dudoso bagaje cultural. Todo esto
por no hablar de la cada vez más inmensa brecha educacional, cultural y social
que se abre entre los que acceden a la educación superior y los que no.
Al fondo una clase
trabajadora joven que ya no considera su formación cultural como instrumento de
liberación y que consume de modo acritico la basura sobrante del sistema que le
arrojan. Y, lo que es peor, como mucho se adhiere a teorías catastróficas,
conspiranoicas y estúpidas como las que estamos viendo. No hace falta saber
nada para defender estas cosas y cualquier opinador de bar se puede sentir un
experto. La libertad de ser consumidor es la libertad suprema y para acceder a
ella no hace falta ser más culto ni hacer revoluciones. Esos trabajadores
jóvenes de los que hablaba más arriba no se sienten trabajadores y han cambiado
esa identidad por otra que les han vendido y que está sólidamente anclada en la
libertad individual, son consumidores y consumidoras, el rango más alto que
puede conseguirse en el escalafón capitalista.
El producto humano del
capitalismo en esta fase neoliberal es este, no es una exterioridad ni una anécdota
, y con el es con el que tenemos que trabajar. Este tipo de “homo capitalista”
está mucho más asentado y tiene unas raíces mucho más profundas que el “homo
sovieticus”, ya imos lo que tardó en
desaparecer esta última especie. Así que la tarea de tratar de cambiar esto es
titánica y tiene que comenzar por la reconstrucción de una cultura propia de
las clases populares. Estas cosas ya las sabía un viejo judio de Treveris
llamado Carlos...Parece que de nuevo tenemos, como Prometeo, que arrebatar la
llama a los dioses para entregársela a los seres humanos. Y esta tarea solo va
a ser posible si esos seres humanos son los que luchan por su liberación, que será
colectiva o no será.
Carlos Gutiérrez
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