Por Miguel Ángel Doménech Delgado (*)
En nuestros días
puede afirmarse sin dificultad que el republicanismo ha adquirido carta
de naturaleza en la reflexión política. En efecto, se tiene identificada su
especificidad y personalidad propia como teoría política y como praxis de
manera que ha quebrado el monopolio que parecía final de la historia entre las únicas realidades políticas reconocibles liberalismo o socialismo.
Incluso en el interior de estas dos se
ha reconocido deudas básicas con aquella perspectiva autónoma y que ha
configurado milenariamente la práctica y
la propuesta política en la historia de
occidente.
El
pensamiento político actual ya no puede prescindir de aquella aportación en
cualquiera de los desarrollos
contemporáneos que emprende. Es
destacable a este respecto, no obstante, que los desarrollos e implicaciones de
la concepción republicana de la política se han dirigido mas bien , tanto en el ámbito de la teoría como de la
praxis, a inspirar propuestas y realizaciones consistentes en “ sanear” las
insuficiencias de la democracia dominante, es decir de la democracia
representativa. La inspiración republicana,
se usa para subrayar la necesidad
de acentuar los aspectos participativos
y deliberativos del funcionamiento de nuestras democracias occidentales. La critica- de inspiración republicana- de las insuficiencias de la democracia se ha
planteado como una reparación de un sistema y funcionamiento políticos que, en
tanto que fin de la historia, podría
únicamente “enriquecerse” con
elementos sacados de iniciativas de inspiración republicana. Las propuestas del
republicanismo se han visto desde un paternalismo benevolente de quien ya posee
todas las certezas por situarse en un orden histórico superior como propuestas de cierto ingenuo
primitivismo político dignas de una
consideración marginal y excéntrica
entre exaltadas, desmedidas
y de aplicación anacrónica.
Algunas “deconstrucciones” de conceptos,
algunos experimentos participativos,…pero no se plantean ni se propone ninguna
demolición critica de carácter revolucionario a pesar de que fundamentalmente
puede afirmarse que la concepción republicana de lo político es radicalmente
opuesta a la concepción liberal, si es que concepción liberal de lo político
existiese dado que para el
liberalismo lo genuinamente humano es lo
no-político. Lo que afirmaba Cristopher Caudel de la burguesía: “La ilusión burguesa mas profunda e
inextirpable es que el hombre es libre, no a través, sino a pesar de las
relaciones sociales” (1) puede
aplicarse sin reparos a la concepción fundamentadora del pensamiento e
instituciones liberales de todo género.
Desde el lado opuesto, es decir para el republicanismo, república es la
única categoría de lo político. No existe polis ni puede llamarse política lo
que no es construcción de un mundo
normativo común, un espacio creado y funcionando por todos. El espacio político
que configura la democracia liberal no es sino “vacas paciendo en el mismo
prado”, que describía Aristoteles en
tanto que lugar, no de desarrollo moral sino de simple competencia
de intereses individuales, lugar
de poder, sitio donde operan aquellos en los que se ha delegado y
abandonado la obligación moral de autogobernarnos a nosotros mismos para poder
ser libres.
La radicalidad constitutiva de la perspectiva del republicanismo no encuentra plasmación en propuestas políticas de programas que se jactan en llamarse republicanos. Instituciones como el sorteo para la provisión de cargos políticos que históricamente ha sido uno de los ejes de fundamentación organizativa de repúblicas e incluso su rasgo definitorio - como señalaba Montesquieu- y su presencia milenaria en la historia de las ciudades y colectivos de todo genero eclesiásticos, profesionales, académicos, municipales,…., se considera como formando parte de un gabinete de curiosidades. El mandato imperativo y la revocación son excluidas fuera del mundo de lo posible como si utopías de la isla de Hitlodeo se tratase. En ninguna cabeza parece caber que los mandatos de más de un año que nosotros consideramos inevitables han sido una anomalía histórica y que se han dado habitualmente en organizaciones y sociedades complejas mandatos y cargos de cumplimiento de un solo mes e incluso de un solo día.
El problema del rechazo del mandato breve no
es consecuencia de la complejidad creciente de nuestras sociedades, pues
en regímenes de una reglamentación
minuciosa e institucionalmente y jurídicamente complicadas ha sido una
normalidad. Véase el propio funcionamiento de la polis griega (2). El derecho romano, modélico del derecho de occidente, es una creación de una sociedad
política cuyo cargo supremo, la
presidencia de la republica, era
anual, irrepetible y compartido por dos personas, dos cónsules. El arrinconamiento de la institución republicana del mandato
imperativo y breve al campo de anticuado e imposible obedece a la misma lógica
de que lo político debe de ser alejado del pueblo. El pueblo, el demos, es una masa ignorante, sujeta a pasiones, irreflexiva
y susceptible siempre de ser manipulada
por demagogos. Se hace necesario el gobierno de los competentes, los
selectos que realmente conocen lo bueno y lo justo, siendo esta sabiduría no lo propio del discernimiento moral que
todo humano dispone y debe disponer por el hecho de serlo sino una complejidad
solo al alcance de los mejores. El desarrollo moral de las personas en su
responsabilidad en construir el mundo de las normas que han de han de regirse y
la definición del propio mundo que debe de ser está reservado solo a unos
pocos. No es una casualidad añadida que
siempre son éstos, por cierto,
los de mayor fortuna.
El
sorteo como forma de provisión de los
cargos públicos es una de las piedras angulares del sistema genuinamente
republicano. Es la expresión de la radical igualdad de todos en la participación en los asuntos públicos y
más allá de esta circunstancia electiva, significa que todos debemos tenernos
como dotados de igual discernimiento moral y dignidad considerando que es
inalienable el igual acceso al momento
alternativo en que unos deben mandar tras haber obedecido antes y tomar
responsabilidades tras haberlas exigido.
A efectos de eficacia, en
nuestras modernas sociedades, no le es
reprochable ninguna irracionalidad pues
el sistema de sorteo es matemáticamente similar al sistema aleatorio que se desarrolla en las encuestas de
opinión pero como si tal sistema de azar
fuese extendido al mayor numero. Contra la elección por sorteo tampoco es
alegable el argumento de incompetencia a menos que se postule la incompetencia
moral que sería execrable. El concepto de competencia técnica debe de ser
predicado de los técnicos – que “sirven objetivamente intereses generales”-
como se establece en las relaciones entre Administración Publica y
política de nuestro derecho.
La rendición de cuentas políticas, es decir la responsabilidad en el ejercicio del mandato no tiene lugar ni es concebible en nuestras democracias que no contemplan sino la responsabilidad penal. Esto es consecuencia del otorgamiento de cheque en blanco y patente de corso moral y política al representante electo. Contrariamente a esta concepción, la “corrupción” política para el republicanismo no es solo el cohecho y el soborno sino la ocupación privilegiada a intereses privados en lugar de los públicos. Atender a la responsabilidad y el deber de su conciencia en el ejercicio de un cargo público que tan a gala se tiene el discurso del representante gobernante nuestro es remitirse a su privacidad, es decir una corrupción y una inversión de valores puesto que el cargo publico se ejerce por y para realización de la voluntad popular y no para el beneficio ni al juicio del particular que lo ejerce. El pueblo tiene su conciencia y su voluntad propia. No es una masa irracional e inconsciente que deba de ser suplantada por la conciencia superior del representante. La verdadera rendición de cuentas debe versar sobre la fidelidad del mandatado al mandato recibido. Por esta misma razón el mandato debe ser revocable en todo momento por iniciativa popular pues la rendición de cuentas le alcanza siempre en cuanto que no se representa al ciudadano ni bien ni mal sino que constantemente en republica, según la formulación clásica de Aristóteles , quien gobierna, obedece y viceversa
Estas
mismas propuestas constitucionales republicanas de incompatibilidades o
brevedad del mandato no solo se dirigen a cumplir el fin de la
mayor participación del mayor número. Se relacionan con aquella otra que
contempla lo político con el reconocimiento realista de que fundamentalmente la democracia es el
régimen que imponen los más desfavorecidos en la ciudad. Maquiavelo, se reconoce en esta tradición de
las dos ciudades en la misma ciudad y un enfrentamiento que nace del ánimo de
los poderosos y ricos en dominar y del pueblo en no ser dominado. La riqueza
es, por lo tanto y por otra parte, afiliación al interés particular no al bien publico. La fortuna ni
resulta de la adhesión al bien público
ni se origina en el servicio a la polis.
La republica advierte que los muchos y
pobres, protagonistas de la democracia,
deben desconfiar de la riqueza
privada. Los desarrollos de una incompatibilidad republicana tendrían un
alcance en este terreno a la manera quizás de una limitación censitaria de ejercicio
de cargo público por excesiva riqueza,
siempre sospechosa a los ojos políticos de un republicano.
Otra
institución olvidada y arrastrada a la subsidiariedad de lo secundario en el
mismo eclipse de lo republicano, es la forma colectiva de las instituciones de
gobierno. El consejo, la pluralidad de componentes y participantes en los
lugares republicanos de decisión solo ha
sido evocada con valor político central en la herencia revolucionaria que el
republicanismo legó a los movimientos populares obreros en al forma de soviet,
de consejo. El ejercicio de responsabilidad en la gestión de los asuntos
públicos por el propio público tiene su imagen en que todo ejercitante que
administra los asuntos comunes debe de ser asimismo un cuerpo plural. Es destacable
que, salvo con el advenimiento del
absolutismo, la gestión de los asuntos colectivos era asunto de algún órgano colectivo cuya
elección de miembros, en la que entraba con relevancia la insaculación, el sorteo, era tan compleja, reglamentada y
minuciosa que hoy nos llama la atención: cofradías, hamsas, gremios,
universidades, ciudades, asociaciones piadosas,….no eran nunca espacios donde
la individualidad del gobernante fuese relevante. Solamente el Pontífice de la
Iglesia Católica era la excepción y precisamente lo era por su fundamento más
lejano a lo político pues la
Iglesia, imagen del reino de Dios, no es de
este mundo. Las reivindicaciones de la preeminencia del Concilio frente
al Papado personal fueron una constante entre los teólogos más cercanos a la
visón republicana de concebir la autonomía de lo político con racionalidad secular propia, y al mismo tiempo por el
acento que ponían en el origen popular
del poder como Marsilio de Padua, antecedente en esta secularización de lo
político que luego operaria Maquiavelo.
Por aquella
misma razón, las formas
asamblearias en política, también características republicanas desde sus
antecedentes clásicos, son despreciadas como indeseables en el pensamiento
dominante. En este rechazo convergen todos los argumentos que desvalorizan la
propuesta republicana en cuanto que republicano quiere decir propio del
pueblo. Su fundamento es el habitual de
la demofobia : la ignorancia e irracionalidad del vulgo que no merece el uso de
la palabra docta, la reserva de las decisiones a los que saben, poseen y
tienen, el desorden material y moral de
las multitudes. La necesidad de contener las pasiones del populacho se hace muy
aguda en los lugares precisamente más políticos: las ágoras y las plazas. En
esos lugares la ocasión de la palabra libre
es sospechosa puesto que la sabiduría solo se da, no en las razones
compartidas y discutidas sino que es privilegio de unos pocos que la reciben
como una revelación indiscutible. Se
hace preciso impedir que se den ni siquiera
espacios materiales de ocasión de pronunciamiento del pueblo que no es sino
rebelde masa informe a merced de los
demagogos sin la presencia de liderazgo que lo vertebre, o le guíe.
Detrás de todo ello se sitúa una clásica agorofobia y verdadero odio a la democracia. No es preciso extenderse mas sobre estas fobias de cuya origen y consecuencias nos ilustran particularmente Jacques Ranciere, o Francis Dupuis-Deri
Las
izquierdas de nuestros días plantean y observan el republicanismo desde esa
misma perspectiva paliativa de los males supuestamente necesarios de una
política inevitablemente configurada,
por la institución de la representación política. Están lejísimos de ni
siquiera reconocer aquello con lo que Bernard Manin inicia su clásico Principios del gobierno representativo:
la democracia representativa actual fue concebida por sus fundadores para
evitar la democracia. Desarrollos
reflexivos e historiográficos de esta constatación abundan. No obstante parece
como si se diese una desconexión entre
las reflexiones de una radicalidad republicana y los compromisos y actuaciones
políticas de una izquierda que no
obstante se sigue diciendo renovada por el republicanismo. Basta constatar el
empeño cada vez más insistente en concentrar
de manera casi exclusiva la actividad política en el momento electoral y
la actividad de los representantes como la clave del éxito de una sociedad
renovada por la emancipación que la izquierda propone. Es paradójico que el
rasgo de igualdad que es la seña de identidad del “alma” misma de la izquierda,
se deja de lado permanentemente en la actividad política consistente en elegir a los que han de dirigirnos, en
nombrar “electos”, es decir “selectos”
en quienes se abandona la soberanía popular y en los que se delega la política,
es decir se delega la libertad. Política
es hoy lo propio de algo diferente, de
un cuerpo segregado y separado del pueblo, sea en otra persona jurídica o en
otras personas, pero no el pueblo mismo actuando directamente. Política hoy es,
no una cosa pública, una res pública sino un
saber, una techne propia de
los que conocen, que exige una capacitación y especialización que el común no
tiene. La izquierda actual no atiende a los desarrollos genuinamente
republicanos que están a su alcance y en esto, como en tantas cosas, continúa
siendo únicamente la mano izquierda de un cuerpo de derechas.
Pero
no es esa la única paradoja. La contradicción entre la difusión y extensión del
pensamiento republicano, al menos de los que de él se reclaman y la penuria de
las propuestas institucionales y desarrollos consecuentes de ese pensamiento es
patente en otros muchos momentos y circunstancias políticas.
La
división de poderes y el sistema de checks
and balances que el constitucionalismo
liberal ha traído es considerado el buque insignia de la madurez política, el
descubrimiento-joya del constitucionalismo contemporáneo. Se ha pretendido configurar
como un acierto del “poder que limita al poder” evitando así el riesgo
de la dominación en política. Tras esta institución política volvemos a
encontrar aquella ilusión burguesa de que lo político no es una oportunidad y
lugar del desarrollo moral sino que es
ante rodo un riesgo y un obstáculo, un mal necesario que es preciso reprimir ya
que no puede ser evitado. A esto se añade, que si no puede evitarse lo
político, al menos debe de ser evitado lo político en manos del pueblo.
Realmente contra lo que se dirige la joya de la corona
del constitucionalismo liberal es contra la soberanía popular. En la configuración
de esta institución históricamente
volveremos a encontrar los argumentos ya enunciados propios de la demofobia.
Una panoplia jurídica debe de ser desplegada para contener lo público y su
expresión. Esa ha sido históricamente su
intención originaria y explícita entre
los padres fundadores del constitucionalismo occidental. A pesar de la
evidencia de la inspiración monárquica de todo el mecanismo de la división de
poderes parece como si una mano invisible providencial hubiera dado como
resultado inesperado y antes no deseado, pero hoy ya milagroso, de
una democracia. La mano invisible es realmente una manía liberal en todos los
órdenes en que opera la mano de los propietarios.
A
esto se añaden otros mecanismos como la rigidez de las constituciones o de
algunas de sus partes como inamovibles o
la propia elaboración de lo constitucional como una labor de expertos en
gabinete cerrado, lo cual se suele combinar con lo anterior acrecentando su
indisponibilidad para la voluntad popular. La iniciativa constitucional popular, otra reivindicación
desarrollable de inspiración republicana radical sale al paso de esa rigidez
que ya condenaba Jefferson como la de los muertos que dan leyes a los vivos.
La
soberanía popular propuesta por el radicalismo republicano no puede renunciar a
su expresión ni aceptar limites que no sean los que el propio pueblo se impone
a si mismo. Instrumentos precisamente de la autolimitación de poderes sin
limitación del poder popular son los
mecanismos jurídicos que estén inspiradas en las instituciones políticas
mencionadas. La rotación y brevedad del cargo, el sorteo para la provisión de cargos, el ejercicio del cargo mandatado
no representativo, las formas directas , asamblearia y deliberativas de democracia, las acentuadas incompatibilidades,
la posibilidad de revocación, la exigencia de responsabilidad posterior en el ejercicio del cargo, la forma colectiva
de gobierno, la apelación frecuente al referéndum,…todas
ellas son una arquitectura constitucional que
operaría con el mismo
resultado de limitar el poder de una
manera realista, es decir, el poder de quien lo ejerce que debe de ser siempre
el pueblo soberano y no el efecto de limitar
la soberanía popular otorgando poder a quien no pertenece a ella.
Los republicanos, agitemos tricolores en nuestras manifestaciones sabiendo y comunicando que con ello estamos agitando todo este nuevo mundo. Un nuevo mundo cuya tradición ancestral se sitúa en lo posible que debe ser . Aunque no haya podido devenir , nuestra experiencia cotidiana nos lo reclama y lo reclamamos.
(1) C.Caudel. Studies in a daying culture 1938 , citado por Julio Mtnez Caba en Prefacio de Costumbres
en común de Polany. Barcelona
2019.
(2).-Miguel
A.Domenech. ·La trasparencia en política en la democracia griega”. El Viejo
Topo. Nº 361
(*
) Publicado en el Viejo Topo nº 380
de septiembre 2019
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