Reflexión del mes:
Traer la reflexión que hace el Gilgamesh no es banal y está en relación con las anteriores notas. En efecto, la búsqueda de la inmortalidad es una búsqueda de absolutos, del Absoluto mismo que garantice y fundamente de una manera definitiva. Este afán implica que la legitimidad y el fundamento debe de ser buscado al margen de lo humano pues los humanos no son inmortales ni engendran hijos- ni productos- inmortales. Esta búsqueda de lo irrebasable fuera de nosotros mismos es , o bien una renuncia a nosotros mismos o bien la coartada para llamar absoluto lo que no es sino generación de los propios intereses de cada grupo y clase a los que queremos dar la sacralidad de lo indiscutible para su inconfesable e interesada protección, como denunciaba Bartolomé de las Casas.
A esto se lo denomina naturaleza y su ley, y en cuanto hay ley lo llamamos ius, justicia. Se opera contra
toda experiencia pues sabemos que la naturaleza, es ajena a nuestros propios
intereses y desentendida de ellos. El ser
humano libre y autogobernándose, no delega
su gobierno en el estatus de las cosas abandonándose a sus
designios como leyes. No actúa asi, construye sus propia leyes y se
ocupa de “construir los muros de su ciudad”
sabiendo que esta hecha por humanos, “ en
un horno”. No es inútil recordar que
a esta conclusión llega el Gilgamesh después de haber experimentado sus
personajes, la vivencia cruel de salir de la naturaleza para entrar en la
cultura y tras escarmentar con frustración
de la inútil búsqueda de inmortalidad. Lo que hace al ser humano, es en efecto, la ciudad,
la polis. Heráclito reafirmaba que “hay que defender nuestras leyes como si fueran
los muros de la ciudad”. La ley- nuestra propia ley construida como las murallas-
es la que nos hace justos y seres morales, no la naturaleza ni sus
arbitrariedades de intemperie y muerte. “Nacemos
sin ningún merecimiento y nada legitima nuestra muerte”. ( dice Francisco Brines).
No hay comentarios:
Publicar un comentario