Los desafíos del sorteo a la democracia, los desafíos de la democracia al
sorteo
JOSÉ LUIS MORENO PESTAÑA**
Resumen: En este artículo se
estudian las contribuciones presentes en este monográfico. El texto explica,
primero, cómo el sorteo nace de otro modo de abordar la tradición en historia
de las ideas y las instituciones republicanas y democráticas. En segundo lugar,
el artículo muestra, siempre con este número de la revista como referente, cómo
el sorteo abre un nuevo campo de debates acerca de cómo profundizar nuestras
prácticas democráticas. Palabras clave: Sorteo, democracia, filosofía política,
sociología política.
1. La reactivación de un
elemento de la democracia
Aunque al final del siglo XIX se conocieron exposiciones solventes del mecanismo del sorteo en el mundo antiguo1, hubo que esperar a la segunda mitad del pasado siglo para encontrarlo en los debates sobre la democracia. Fue fruto de varios espacios de conocimiento y de actividad política. Por un lado, el desarrollo de una historia de análisis de los procedimientos democráticos, lo cual supone despegarse del culto a los grandes nombres de las humanidades y las letras. No sólo en lo que respecta al mundo griego clásico, donde el sorteo no jugaba el mismo papel en la democracia ateniense que en la de Siracusa2, sino también en las repúblicas del final de la Edad Media. Ese conocimiento especializado, y es un segundo paso, debe filtrarse a otros campos que trabajan sobre referencias históricas. Pondré un ejemplo. Durante el I Congreso de la Red Española de Filosofía, celebrado entre el 3 y el 5 de setiembre de 2014 en Valencia, y dentro de un debate sobre la actualidad de Marx, alguien definió las dos líneas concurrentes en el movimiento político del 15M (y del naciente partido Podemos) como las que oponían Maquiavelo a Spinoza.
El primero representaba,
presuntamente, la conciencia estratégica mientras que el segundo defendería los
movimientos sociales y la potencia de la multitud. (De hecho, Maquiavelo era
alguien puesto de moda por el revival gramsciano-populista de los fundadores de
Podemos, mientras que Spinoza remitía a la supuestamente más democrática
corriente filosófica que encuentra sus galas entre Louis Althusser y Antonio
Negri). Cabría haber argüido refiriéndose a los modelos políticos de ambos
filósofos, sin duda interesantes para comprender cómo materializaban sus ideas.
El primero pensó en el sorteo para frenar el apetito de los grandes —si
seguimos a J. Mc Cormick— mientras que el segundo admiraba los sistemas
aristocráticos que lo empleaban (así la Corona de Aragón o la serenísima
República de Venecia) y propuso en su modelo aristocrático un Consejo de
Cónsules que convocase al Senado y preparase su agenda (en lo que se perciben
funciones del Consejo de los Quinientos en Atenas). El problema no alude a
defecto alguno de las personas que allí debatían, sino a un cierto modo de
socialización intelectual en la historia de las ideas, donde a estas se les
vacía del contexto y de los procedimientos que las encarnan. Maquiavelo y
Spinoza, mirados a través del sorteo, enseñan mucho acerca de cómo la cultura
republicana puede guarecerse de los apaños de los poderosos3. Lo mismo puede
decirse de espacios intelectuales que trascienden el comentario de los
clásicos.
Así, los debates sobre
la democracia deliberativa en donde emergió la figura de James Fishkin, cuya
empresa (intelectual y económica), nos enseña Julien Talpin, tanta relevancia
tiene para el uso del sorteo. Esa transmisión desde la historia de la
institución del sorteo a la filosofía y la sociología se ha acelerado en los
últimos tiempos. Estrellas de lo que Perry Anderson llamó el marxismo
occidental, como Fredric Jameson, recurren a Barbara Goodwin y su modelo
radical de implementación del sorteo, en su reciente manifiesto utópico4. La
obra de Goodwin propone el sorteo para asignar masivamente recursos. No sólo
bienes escasos con exceso de demanda, algo normal entre nosotros (por ejemplo,
cuando se sortean viviendas de protección oficial o candidatos a un tratamiento
médico caro y escaso). Goodwin, y Jameson la sigue, propone asignar masivamente
por sorteo los recursos económicos y los empleos. Se piense lo que se piense de
tales propuestas, no son las que se discutirán en este número, excepto en un
aspecto: el sorteo sirvió en la Atenas clásica para distribuir puestos
políticos pero también recursos económicos mediante los salarios que se le
asociaban. Enseguida me referiré a ello en esta presentación.
El vínculo del sorteo con el marxismo, en una tradición cuyo referente democrático es la democracia de consejos, tiene bastante de innovador5. Pese a lo cual, ya figuraba en la obra del helenista Arthur Rosenberg (reivindicada por Antoni Domènech) y en la obra de Kojin Karatani Transcritiques. On Kant and Marx (2003). A través de ella, la identificación del sorteo con instituciones anticapitalistas despertó el interés de Slavoj Zizek, quien en su reciente visita, en olor de multitudes, a España ha defendido las loterocracias6. En fin, desde otras coordenadas intelectuales y políticas el sorteo ha recibido igualmente atención. Erik Olin Wright incorporó la discusión de la “democracia aleatoria” (inspirada en los procedimientos deliberativos sorteados) dentro de su proyecto de una utopía socialista ajena al capitalismo y al estatismo7. En fin, como ha señalado Gil Delannoi, el sorteo no sirve solo a los defensores del igualitarismo político, también a los liberales inclinados a utilizarlo para garantizar la imparcialidad en los asuntos controvertidos8.
Pero el sorteo no sólo se ha
introducido en la literatura especializada, ya sea en aquella, fundamental,
para comprender su papel histórico en la tradición democrática (o tal vez sea
más preciso hablar de republicana), o en el pensamiento democrático. Ha
aparecido como recurso de la movilización ciudadana. Durante las movilizaciones
en la Plaza Sintagma de Atenas recurrieron al mismo para distribuir el tiempo
de palabra9. En España, y en un proceso que comenzó también en la movilización
ciudadana, ha acabado teniendo un sitio modesto pero real en el debate
político. En las elecciones presidenciales francesas de 2017, el sorteo
adquirió un papel de envergadura. Por citar algunas propuestas, el presidente
electo Emmanuel Macron prometió un organismo sorteado que supervisase al
presidente de la República, mientras que Benoît Hamon (candidato del Partido
Socialista Francés) llevaba en su programa la introducción de ciudadanos
sorteados en el Senado; en fin, Jean-Luc Mélenchon, candidato a la izquierda de
Hamon, proponía una Asamblea Constituyente donde se participase por sorteo. Más
radical, el partido político mexicano Morena seleccionó, para ciertos puestos
institucionales, candidatos por sorteo.
2. Sorteo, cultura
técnica e imaginario histórico
En esas coordenadas se
escribe nuestro monográfico. Porque “Sorteo y democracia” contiene trabajos
situados en la encrucijada de, al menos, tres grandes caminos. Por un lado,
reflexiones filosóficas acerca del lugar del sorteo en la teoría de la
democracia, por otro, una interrogación histórica sobre qué papel desempeñó
ayer y cuánto puede ello enseñarnos acerca de cuál asignarle hoy; en fin, el
presente especial de Daimon. Revista internacional de filosofía contiene además
análisis de los usos políticos del sorteo, de cómo éste sirve para canalizar
energías militantes por todo el mundo, con especial énfasis en las importantes
movilizaciones ciudadanas de la presente década.
Aunque resulta importante
aclarar algo. No se trata de que en este número los artículos puedan ordenarse
desde una de esas perspectivas, aunque cada autor tienda a acentuar un ángulo
determinado. No, lo importante de un número como este es que obliga a cada uno
de los participantes a movilizar saberes en los tres planos. La razón es
sencilla. El sorteo identificó prácticas republicanas y democráticas en otras
épocas; en la nuestra, su lugar no es inexistente y tiende a extenderse —con
rasgos que se dilucidarán aquí—, pero sigue despertando desconfianza. Buena
parte de ésta se apoya en un conocimiento histórico muy pobre el cual, en
bastantes situaciones, confunde el razonamiento. En cualquier caso, sería
ingenuo creer que basta con rescatar las potencialidades democráticas del
sorteo para que las incorporen nuestras democracias. Cierto que tal empresa
puede ser legítima. Algunos de los dispositivos ayer respondían a
preguntas que aún son las nuestras. Para enfrentarse a ellas, a
nuestras preguntas, nunca estorba comprender que la práctica del sorteo
permitió encarnar institucionalmente ciertos ideales valiosos; estos, que aún
celebramos, suelen ser maltratados por los funcionamientos de nuestras
democracias. Así, el sorteo sigue ayudando a la democracia a profundizarse.
Ahora bien, la interrogación no circula en una única dirección. Yves Sintomer
muestra en su trabajo la diferencia entre el sorteo de la democracia ateniense
y el utilizado, por ejemplo, en los minipúblicos de deliberación, preguntándose
cómo sería posible imaginar un sorteo —como el del gobierno ático— que
distribuya masivamente, mediante participación y rotación rápida, competencias
políticas a los ciudadanos. Sintomer considera que, dado el tamaño de nuestras
comunidades políticas y los principios en los que se inspiran, el principio de
gobernar y ser gobernado no acompaña nuestros usos del sorteo y seguirá sin
hacerlo si no media un cambio radical en nuestro sistema político. Nuestras
prácticas democráticas también proponen interrogantes nuevos al sorteo. Hemos
dejado de identificar sin más, como explica Sebastián Linares, sorteo y
democracia, algo que puede derivarse de ciertas lecturas simplificadas del
legado de la filosofía antigua, señaladamente de Aristóteles. El sorteo y la
elección deben medirse alrededor de criterios que cualifican la calidad
democrática de un proceso de distribución política de funciones. Esos
criterios, nos recuerda Linares, incluyen la igualdad de trato entre los
ciudadanos, la libertad de elegir y el valor epistémico que resulte del proceso
de selección.
Cuando comparamos
elección y sorteo puede concentrarse el análisis en uno solo de los planos,
obviando otros: quien atienda preferentemente a la igualdad de trato ensalzará
las virtudes democráticas del sorteo, y algo muy distinto sucederá si encara el
problema desde el punto de vista del resultado epistémico de la técnica
democrática. Incluso en ese punto, Dimitri Courant lo apunta, cabe el debate
pues no está nada claro si el sorteo selecciona a más incompetentes que la
elección. Resolvamos como sea tales debates, lo cierto es que debemos situar el
sorteo dentro de entornos culturales más amplios, para que podamos comprender
su papel. Sobre ello insistió con vigor la obra sobre la democracia antigua de
Cornelius Castoriadis10 e Yves Sintomer, en su artículo, precisa la cuestión en
un punto tan sensible como el de la articulación entre la cultura técnica y la
cultura política. Nuestra actividad cultural se desarrolla sobre dispositivos
técnicos, modos específicos de engarzar nuestros proyectos y el mundo, aunque
tales dispositivos no imponen tiránicamente un exclusivo sentido a nuestras
acciones11. Sintomer analiza el vínculo entre sorteo y democracia, situándolo
en un doble registro que tiene la originalidad de ser absolutamente congruente
con el pensamiento republicano de las democracias modernas. Primer registro, en
el plano de las ideas: una reivindicación de destacados revolucionarios
modernos (Sintomer convoca a Mirabeau y John Quincy Adams) fue lograr asambleas
parlamentarias que reprodujesen a la sociedad a la que representan. Tal deseo
de representación descriptiva no es un exclusivo criterio de democracia, pero
sí parece útil para combatir la reproducción endogámica del personal político.
Evidentemente, los representantes políticos actuales ofrecen un espejo muy
sesgado de sus sociedades, reclutándose la mayoría entre posiciones sociales
privilegiadas. Las instituciones sorteadas pueden servir de contrapeso a esa
tendencia, intrínsecamente oligárquica. El segundo registro vincula al sorteo
con una innovación técnica indisponible antes del siglo XIX: la noción de
muestra representativa. Esta se utiliza constantemente tanto por parte de los
institutos de sondeo como por los intentos de mejorar la calidad y la
pluralidad de la deliberación sorteando dispositivos de participación.
Lo importante de un
trabajo como el de Sintomer es que nos enseña a interrogar al sorteo desde
nuestros principios políticos y desde las posibilidades que hoy tenemos. Los
desafíos que nuestra democracia lanza al sorteo no son para arrumbarlo entre
antiguallas periclitadas; son para incentivar nuevas conexiones entre el uso
del azar y los ideales democráticos. Pero antes de aclarar qué pueda ser nuevo,
importa y mucho enterarnos de qué pasó ayer. La lectura del mundo clásico, y de
su recurso al sorteo, encuentra dos importantísimas aportaciones en el presente
monográfico. Una de Liliane López-Rabatel, quien lo aborda desde un ángulo, el
de la arqueología, con evidentes paralelos con el de Sintomer, pues ambos nos
ayudan a pensar la articulación entre culturas técnicas y políticas, en el caso
de López-Rabatel descubriendo rasgos esenciales de la Atenas democrática. Tras
realizar un preciso estado de la cuestión acerca de las fuentes de las que
disponemos, López-Rabatel nos enseña algo que las fuentes literarias, tan
comunes en las humanidades y las ciencias sociales, no son capaces de captar
sobre aquella democracia. Un régimen político dedicado a la distribución
renovada —y por ello constante— de cargos públicos no nos ha legado una
arquitectura específica —quitando la Pnyx, lugar donde se reunía la asamblea
del pueblo de Atenas—, aunque sí algo más modesto pero lleno de significado: un
mobiliario. Los instrumentos técnicos para realizar el sorteo incluyen las
máquinas y las fichas de identificación con las que los ciudadanos eran
distribuidos en su trabajo de renovación de las instituciones. El legado
técnico de aquella cultura democrática nos muestra una manera específica de
habitar el mundo, en la que el mobiliario de la democracia, sobre el que se
sostenían los rituales cívicos de sorteo de cargos, llevaba unido un imaginario
político y lazos de sociabilidad muy particulares: el de una ciudad que se
integraba por medio de la responsabilización política masiva.
Ese imaginario es central
para comprender las posibilidades contemporáneas del sorteo. Como explica
Sintomer, las empresas de investigación y los gobiernos utilizan constantemente
instrumentos para sondear la opinión ciudadana; semejante recurso al azar
podría generalizar espacios tendentes a promover la participación política.
Para pasar de una a otra utilización la técnica no basta: deben intervenir
ideas sobre la democracia y políticas que la encarnen.
La otra historiadora
que contribuye a este número se concentra en el sorteo en Roma. Virginie
Hollard nos ayuda también a pensar los complejos encajes entre el sorteo y la
cultura oligárquica de la república romana. Hollard nos recuerda la clásica
distinción entre igualdad aritmética —que reparte a todos por igual— y
geométrica —que distribuye según los méritos de cada uno— y nos señala que una
interpretación aristocrática de la última sostenía las prácticas políticas en
Roma. Este trabajo contribuye a conocer un momento esencial de los conflictos
sociales en Roma. En un artículo clásico, Ilsetraut Hadot ilustró la estrecha
vinculación de las políticas igualitarias de los Gracos con una parte de la
escuela estoica (representada por Antípatro de Tarso y Blosio de Cumas), frente
a otra parte (ligada a Panecio) tendente a legitimar la aristocracia12. Tales
compromisos, fundados en el rechazo de la propiedad privada por el primer
estoicismo, no se limitaron a Roma, sino que tuvieron efecto en los conflictos
sociales de la mismísima Esparta, donde el rey Cleómenes —seguramente inspirado
por el estoico Esfero— se enfrentó a la aristocracia de su ciudad-estado. Los
conflictos en Roma, tal y como los describe Ilsetraut Hadot, se concentran
alrededor del reparto de la tierra. Hollard nos explica que los Gracos pensaron
también en la democratización política, específicamente introduciendo el sorteo
para transformar la selección de centurias para el voto. Por tanto, la igualdad
social iba acompañada de medidas políticas democratizadoras, en las que el
sorteo resultaba una apuesta política estratégica. El proyecto llegaría hasta
César y, por tanto, su fracaso no cabe atribuirlo en exclusiva a la derrota de
los Gracos. Roma siempre mantuvo la tendencia igualadora del sorteo dentro de
los límites de las clases altas y nunca equiparó en dignidad política a estas
con el pueblo. La visión elitista de la igualdad geométrica restringía pues los
efectos políticos más igualitarios del sorteo.
Un salto enorme en el tiempo
nos enfrentará de nuevo a los litigios acerca de técnica y participación
política, ahora vinculados a la gestión de la carrera científica. Gérard Mauger
presenta una polémica acerca de la cualificación de los representantes del
Centre National de la Recherche Scientifique. En ella, Mauger concede razón a
cada uno de los contendientes: Natalie Heinich criticando la intromisión del
capital político si se recurre a elecciones y Christian Topalov rechazando el
recurso a la nominación de los representantes por parte de unas elites
supuestamente monopolizadoras de la competencia epistémica.
Mauger propone reconocer los
criterios científicos, eliminando la manipulación facciosa en la elección de
representantes, pero sin encomendar la elección a la cúpula administrativa.
Para lo cual propone un sistema combinando sorteo y elección y que se inspira
en los periodos republicanos de la Florencia de los siglos XIV y XV. Se recurre
entonces al sorteo para resolver, en el caso de las ciencias sociales, dilemas
comunes a todos los regímenes de expertos y a su legitimidad. Su ejemplo
conecta con problemas subrayados por Dimitri Courant en su contribución a
propósito de prácticas de designación: la elección (cuestionada por Heinich) o
la nominación por una autoridad (rechazada por Topalov), se convierten en
objeto de posiciones encontradas porque se sospecha de la calidad de las
certificaciones, sobre las cuales se legitima la autoridad tecnocrática. El
debate recogido por Mauger se inscribe dentro de la desconfianza en ciertas
utilizaciones de la autoridad de la ciencia, una de las causas estructurales
que Yves Sintomer identificó como causantes de nuestro renovado interés por las
potencialidades políticas del sorteo13.
3. El sorteo y las lecturas
intelectuales de la democracia
Los imaginarios culturales
se precisan en relatos intelectuales acerca de la democracia, de su historia y
de las posibilidades presentes. Nuestro monográfico introduce dos lecturas
específicas acerca de cómo el sorteo nos revela bastante sobre las ideologías
intelectuales sobre la democracia. Dos contribuciones abordan los relatos sobre
la democracia desde una perspectiva de sociología del conocimiento. En uno,
José Luis Bellón se concentra en el helenismo español durante el franquismo y
la transición a la democracia mientras que en el otro Francisco Vázquez
interroga a un filósofo de inspiración marxista en los años de la democracia.
Antonio Tovar —falangista
acérrimo en la primera hora del franquismo y luego disidente— y Francisco
Rodríguez Adrados elaboraron estudios sobre la cultura del siglo V a. C. Ambos
son ejemplo de la mistificación del siglo de Pericles, lo cual fue la norma
hasta los años 70 del siglo XX. Tovar escribió un estudio sobre Sócrates donde
sorteo y misthos (salarios públicos que permiten la participación política)
identifican en la democracia una pareja letal: la irracionalidad que desconoce
virtud y conocimiento, y la entrega del poder a los menesterosos.
Rodríguez Adrados, discípulo
de Tovar, incide en ambas dimensiones aunque subrayando la capacidad del
caudillo democrático Pericles para contener los excesos radicales de la chusma.
No es imposible encontrar homologías entre el Sócrates patriota, crítico del
edificio democrático, y la ideología del maestro; tampoco entre la ideología
del discípulo y la defensa de una democracia compensada por la moderación de un
poder fuerte. Es lo que Bellón sugiere identificando los referentes políticos
de ambos helenistas. A subrayar es que ambos recuerden la conexión entre
misthos y sorteo, es decir, entre retribuciones económicas y participación
política, entre integración social y estímulo del ejercicio activo de la
ciudadanía. Y resulta interesante porque es algo sobre lo que no se entretiene
cierta literatura estándar sobre el sorteo, que analiza la débil respuesta
ciudadana a los dispositivos sorteados; recordar el componente económico que
tuvieron en Atenas no está de más y tal vez ayude a pensar nuevas dimensiones
para volver viable el sorteo en nuestro tiempo.
Tales dimensiones
estuvieron presentes ya en el experimento ateniense, lo que, inspirándose en la
obra del Arthur Rosenberg, un helenista del periodo de Weimar, subraya Antoni
Domènech. Puede leerse en el artículo que le consagra Francisco Vázquez, un
minucioso estudio de las fuentes clásicas presentes en Domènech, primero
atraído por el marxismo analítico para posteriormente trabajar desde un
pensamiento republicano y socialista. Rosenberg identificó la revolución de
Efialtes en el 461 a. C con la toma del poder por el proletariado ateniense14.
El salario y el sorteo permitieron el autogobierno 14
El capítulo que dedica a analizar la revolución de Efialtes en 461 se titula exactamente así: “El proletariado toma el poder”. Rosenberg, A. (2006): Democracia y lucha de clases en la Antigüedad, Barcelona, El Viejo Topo, p. 85. Kojin Karantani ha defendido una formulación aún más radical que ha encontrado una recepción entre las estrellas actuales del marxismo occidental, particularmente Slavoj Zizek. Karatani considera que la elección define la dictadura de la burguesía, mientras que con el sorteo se impondría, al modo de la antigua Atenas, la dictadura del proletariado. La referencia al sorteo del filósofo japonés aparece tras una discusión sobre las relaciones entre Marx y el anarquismo, en la que paradójicamente no aparece la cuestión de los salarios ligados a la socialización política. Pese a lo cual, Karatani analiza con inteligencia el papel de control que el sorteo en Atenas jugaba respecto del aparato de Estado, impidiendo la escisión, siempre criticada por el Marx más libertario, entre sociedad civil y sociedad política.
Tras ese análisis,
viene su efectivo de los trabajadores atenienses y para Domènech15 será un
ejemplo de la posibilidad de un modelo democrático de masas alternativo a la
razón moderna. Esta presenta las preferencias de los agentes políticos como
algo dado e inmutable; en contraste el mundo griego considera preferencias
capaces, tras el debate con los demás (pero también consigo mismo), de
remodelarse reflexivamente. La visión “socialista” del mundo antiguo
—perceptible también en la mirada crítica del falangista Tovar— ayuda a
Domènech a criticar los republicanismos descuidados respecto de las condiciones
sociales de la deliberación y la participación política.
Es el modelo, extendidísimo
en el mainstream filosófico, de la Grecia dibujada por Hannah Arendt. Apoyada
sobre la errónea percepción de Jacob Burckhardt, Arendt nos describe a
ciudadanos que deliberan por estar despreocupados del trabajo. Domènech, por el
contrario, considera que la democracia ateniense concilió el autogobierno con
la participación de las clases populares16. Además, Domènech moviliza el sorteo
para pensar los supuestos antropológicos en los que se apoyan las modernas
teorías de la elección social. El sorteo en Atenas impedía la creación de
coaliciones para obtener un determinado bien público. De ese modo se evitaba la
congelación sectaria de las diferencias entre los ciudadanos y se impulsaba el
debate acerca de las preferencias de cada uno. En fin, como enfatiza Vázquez,
fue la lectura de la democracia antigua la que permitió a Domènech en las dos
décadas finales del siglo XX, mantener la conexión entre el ideario socialista
y la democracia deliberativa, batiéndose tanto con quienes separaban trabajo y
acción política (Arendt pero también Habermas) como con el postmodernismo, al
que identificó con el nihilismo oligárquico de los sofistas Calicles y
Trasímaco.
4. Un espacio de debate
sobre los méritos de sorteo y elección
La democracia ateniense, y el lugar que se le asigne al sorteo en la misma, sirve para singularizar empresas intelectuales en el campo del helenismo y la filosofía contemporánea. El debate entre el sorteo y la elección puede convertirse por derecho propio en centro de debate, refiriéndolo a su lugar en nuestras democracias. El texto de Yves Sintomer concluye categóricamente en ese punto y procede recordarlo. Existe una necesidad, central en la democracia ateniense, a la que el sorteo no puede responder hoy de la misma manera. Entonces la combinación de sorteo y rotación permitía gobernar y ser gobernado por turnos, introduciendo la política en el centro de la cotidianeidad, hasta producir un mobiliario específico para la democracia que nos describió Liliane López-Rabatel. En el presente no podemos aspirar a reproducir aquel modelo y debemos conformarnos con recuperar otras virtudes del sorteo. La cuestión de las actualizaciones queda abierta. Pueden incluir, lo señala Sebastián Linares, la diversidad cognitiva subrayada por Hélène Landemore en un artículo de referencia. Las personas que participan en tales organismos no han sido formateadas por el cursus honorum que exige la entrada en el campo político y la consecución de un puesto de salida en el disparadero electoral. Para una buena decisión política, las competencias pueden ser igual de fundamentales que la capacidad de reclutar sensibilidades y perspectivas complejas.
Concediéndole ese valor al
sorteo, Linares insiste mucho en su incapacidad de garantizar, en ocasiones,
competencias que permitan decisiones solventes. Del mismo modo, el sorteo
impide el control de los representantes, quienes, ya sea por oportunismo o
convicción, tienden, en la lucha por el voto, a alinearse con las posiciones de
sus representados. Linares apuesta por un sorteo que complemente y corrija la
elección, aportándole una perspectiva amplia y políticamente amateur de la que
no debe prescindir ninguna democracia digna de ese nombre. Ahora bien, el
lector encontrará en su aportación más reservas que las que nos presenta
Dimitri Courant. Este considera que el sorteo actualiza tres criterios
centrales en la democracia: la igualdad (en la elección de representantes o,
cuando se ajusta al modelo ateniense, magistrados)17, la imparcialidad —que
persiste en la institución de nuestros jurados— y la representatividad, siempre
que el sorteo ofrezca un número de seleccionados lo suficientemente amplio.
Courant responde de modo distinto a una tesis presente en Sebastián Linares. Primero, no considera que la elección tenga ventaja epistémica alguna sobre el sorteo, ya que este puede producir asambleas más competentes que aquella18. Mérito específico del texto de Courant es el de ampliar el radio de comparación del sorteo, no limitándose a la elección, sino también a la nominación (o cooptación) o a la certificación (que garantiza un saber). La asamblea sorteada, lejos de arriesgarse a la incompetencia, permite la formación de ciudadanos que deliberan con conocimiento de causa. Courant ilustra su artículo con referencias a su investigación del Consejo Superior de la Función Militar, un organismo del Ministerio de Defensa francés que recurre al sorteo; lo cual nos permite comprender bien hasta qué punto valores del sorteo son necesarios —en esa institución militar, pero también en otros lugares— para evitar el faccionalismo o la arrogancia del representante. En fin, Courant recoge una preocupación presente en el artículo de Linares, la de que los dispositivos sorteados generen una nueva elite de ciudadanos entrenados en la deliberación. Para evitarlo podríamos incrementar la obligatoriedad de participar en los organismos sorteados, pues la opción de reclutar solo a voluntarios concede primacía a los excesivamente motivados —otra posibilidad, menos compulsiva, es la de un sorteo de todo el cuerpo político que solo a posteriori exige la aceptación. Asumiendo la verdad de la tesis de Sintomer (el objetivo del autogobierno por turnos según el modelo ateniense es imposible), la propuesta de Dimitri Courant ayuda a enriquecer el debate respecto a cómo incrementar la incorporación de ciudadanos a la participación política. Depende de la obligatoriedad o no de la participación, de la extensión de los dispositivos y de algo que apareció en los estudios de José Luis Bellón y Francisco Vázquez: de cómo se vincula la participación política con la redistribución económica.
Arthur Rosenberg, sin duda,
sobreactuaba retóricamente cuando identificaba la democracia ateniense con el
gobierno proletario —aunque la tesis se encuentra ya en Aristóteles,
refiriéndola específicamente al gobierno de los pobres—. Tuvo sin duda el
mérito —como Tovar/Adrados o Domènech— de situar el problema de los salarios en
el centro del dispositivo de participación antiguo. ¿Podemos pensar en la
participación política como instancia de redistribución económica masiva,
incluso como elemento de inclusión social? Mucho debería cambiar nuestra idea
de integración económica y social por medio del trabajo.
5. El sorteo y las prácticas
políticas Tal cuestión, qué cabe hacer hoy con el sorteo y cómo leer su
historia, ocupa dos artículos dedicados a Bernard Manin, autor que con Los
principios del gobierno representativo propuso una importante contribución
acerca de la distancia de nuestros modernos regímenes respecto de la democracia
antigua. La obra de Manin tuvo no solo efectos académicos, también políticos
incluyendo en estos tanto institucionales como militantes. Sobre los primeros
se centra la aportación de Francisco Carballo, que estudia la intervención de
Manin en una sesión del parlamento francés. Carballo propone un análisis
sociológico de las reacciones al discurso de Manin quien concede al sorteo un
lugar, bien que muy limitado, en la reforma de nuestras democracias. El sorteo
no solo extraña a los defensores más ortodoxos del statu quo; también y muy
señaladamente a quienes alcanzaron, a izquierda o derecha, su posición tras un
cursus honorum militante. Carballo teoriza el problema a partir de las
aportaciones de Pierre Bourdieu y Daniel Gaxie: el sorteo, concluye, elimina la
posibilidad de planificar estratégicamente el acceso a las retribuciones
militantes, lo que sin duda tiene algo que enseñarnos respecto de las
resistencias que levanta. La aportación de Jorge Costa, a la que me referiré
enseguida, incide también en tal dirección.
De la recepción de Manin se
ocupa el artículo de Samuel Hayat, en este caso entre los militantes favorables
al sorteo. Bernard Manin, se nos explica, se inscribe en una tradición francesa
donde la influencia de Montesquieu o Rousseau —quienes dedicaron páginas
elogiosas al sorteo—, el interés por la política antigua o la poca fuerza de
las teorías más empresariales de la democracia, crearon un propicio caldo de
cultivo para un libro como el suyo. A pesar de Manin, los partidarios del
sorteo comenzaron a apropiarse de su obra como si fuese un aliado. Pueden
encontrarse homologías entre la nebulosa —entre militante y ligada a empresas
de participación local— que reivindica el sorteo y la referencia a un
instrumento de la democracia antigua, completamente marginado en la moderna:
ambos se encuentran fuera del campo político. Y éste, lo demuestran
acontecimientos como el referéndum sobre la Constitución europea de 2005, no ha
cesado de desacreditarse: ¿cómo no dirigir la mirada a Los principios del
gobierno representativo, donde se demuestra de manera solvente que otra
definición de la democracia fue posible y estable?
Al margen ya de Bernard
Manin y su recepción, Julien Talpin estudia un registro básico del presente
político del sorteo, ligado este a otro nombre propio. James Fishkin se
inscribió, primero, dentro de los debates sobre democracia y deliberación que
concentraron a la filosofía política durante los años ochenta del siglo XX (y a
los que también responde, lo recuerdo, la obra de Antoni Domènech estudiada por
Francisco Vázquez). Mientras en una primera oleada —los nombres de Jürgen
Habermas y Jon Elster pueden simbolizarla— la cuestión fue cómo la deliberación
permite buenas decisiones, Fishkin inaugura y se encabalga sobre el deseo de
concreción institucional de la deliberación.
Los minipúblicos sorteados
se convierten tanto en objeto de estudio en ciencia política como en apuesta
participativa de las administraciones, fundamentalmente las de nivel local o
regional. Buena parte de la eclosión de estudios sobre el sorteo,
fundamentalmente con el comie Los desafíos del sorteo a la democracia, los
desafíos de la democracia al sorteo 19 menudo, recurriendo a organismos
sorteados contra los movimientos sociales. Frente a dicha recuperación del
sorteo para la docilización popular, Talpin invita a un uso agonístico del
sorteo, instrumentalizado por los propios movimientos sociales e integrándolo
en dinámicas de autocorrección del aristocratismo militante. 6. El sorteo en el
ciclo político español En el paso del movimiento del 15-M a Podemos, el sorteo
ocupó un lugar en el ciclo político de debate, tal y como explican Ramón E.
Feenstra y Jorge Costa. Las dos contribuciones sitúan el sorteo en una
intersección entre el espacio militante y ciudadano, las empresas que pelean
por capitalizar la participación y la legitimidad académica. Solo
analíticamente cabe distinguir tales esferas pues a menudo se encuentran
ocupadas por individuos multiposicionales19 que son a la vez empresarios
morales de una causa, empresarios políticos de una organización y empresarios
de sus propios objetivos económicos.
Sin tener claro lo
cual, nos despistamos mucho hacia la presente configuración del campo político.
Uno de los efectos mayores del neoliberalismo, con su privatización masiva de
los servicios públicos, fue exigir que el capitalista —por ejemplo de la
participación o, en otro plano, de los servicios sociales— tuviera que
disfrazarse de militante o que el militante encontrase, gracias a su
información y sus redes de contactos un camino posible para convertirse en
capitalista. Siempre existieron lo que Daniel Gaxie describió como
retribuciones militantes, pero puede que ahora aprovechen amplios nichos de
mercado ligados a los otrora servicios públicos. Ramón Feenstra reconstruye el
debate sobre el sorteo en Podemos y aclara los paradigmas políticos desde los
que, muchas veces sin advertirlo (o quizá sin explicitarlo), se articuló su
rechazo: es el paradigma de Benjamin Constant, según el cual la libertad de los
modernos consiste en ocuparse de los propios asuntos. Tales fueron parte de los
argumentos de los dirigentes de Podemos y sus mentores intelectuales; los otros
proceden de la visión de la democracia promovida por Joseph Schumpeter:
democracia consiste en técnicas electorales de selección de aristocracias. La
aportación de Feenstra propone una virtuosa articulación de descripción
política y de explicitación teórica. Fraguado en una experiencia protagonizada
en primera persona, Jorge Costa nos ofrece un estudio, tal vez pionero, sobre
los intentos de introducir mecanismos de sorteo en uno de los ayuntamientos
españoles donde Podemos y sus alianzas alcanzaron el poder. Como el artículo
anterior, el de Costa introduce una potente reflexión —en la que se combinan
análisis sociológico y teoría política normativa— para explicar los implícitos
que dieron sentido a su experiencia. Entre lo mucho relevante de su trabajo
quizá cabe recalcar un aspecto: el cambiante valor simbólico del sorteo
dependiendo de la trayectoria política de los agentes que lo contemplan como
posibilidad. La perspectiva de Costa conecta con buena parte del utillaje
intelectual movilizado por Carballo en su análisis. 19 Boltanski, L. (1973):
“L’espace multipositionnel. Multiplicité des positions institutionnelles et
habitus de classe”, Revue française de sociologie, 1, pp. 3-26. 20 José Luis
Moreno Pestaña
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view”, New Left Review, nº 25, pp. 121-134.
. ** Profesor de Filosofía
en la Universidad de Cádiz. Email: joseluis.moreno@uca.es. Investiga y publica
sobre sociología de la filosofía y filosofía política. Sus dos últimos libros
son La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español
tras la Guerra Civil (Biblioteca Nueva, 2013) y La cara oscura del capital
erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios (Akal, 2016).
1 El libro de James Wycliffe Headlam Election
by lot at Athens, publicado por Cambridge University Press, es de 1891. 2
La de Siracusa fue una democracia bastante más controlada por los demagogos,
precisamente debido a la carencia de la Boulé o Consejo sorteado. Véanse las
consideraciones en Ober, J. (2017): L’énigme grecque, París, La Découverte. 3
Mc Cormick, J. (2011): Machiavellian Democracy, Cambridge, Mass, Cambridge
University Press, pp. 104- 105. Yves Sintomer me señala los problemas de la
tesis, acerca del pensamiento de Maquiavelo, contenida en esta obra. Quede
constancia de mi agradecimiento. En cualquier caso, la tendencia a separar la
historia de las ideas de la historia de las instituciones sigue volviendo
pertinente el ejemplo. 4 Jameson no se extiende sobre la cuestión, simplemente
afirma que el sorteo sirve para eliminar las rapiñas de bienes y puestos que
permiten las coaliciones de clase. Jameson remite al mundo griego pero su
modelo, en el cual se distribuyen los empleos, hubiera encontrado difícil
acogida en Atenas. De momento, contradice el relato legitimador del sorteo que
construye Protágoras en el diálogo platónico homónimo. Los hombres son iguales
en capacidades políticas, pero nunca en cualificaciones técnicas ya que
adquirir una o algunas de ellas impide adquirir otras. Véase Jameson, F.
(2017): An American Utopia. Dual Power and the Universal Army, Londres,
Verso. El modelo de Barbara Goodwin (incluido en su libro de 1992 Justice by lottery)
incluye la distribución aleatoria de opciones vitales (así, empleos para los
que los individuos deberían formarse) una decena de veces a lo largo de una
vida. Tal utopía podría pensarse como una suerte de experimento con una función
específica: una sociedad por sorteo ayuda a ver cuánto se debe, en nuestras
sociedades, a beneficios injustos de quienes acceden sistemáticamente a ciertos
privilegios. El sorteo tiene algo de hipótesis sociológica radical: cómo sería
una sociedad si en las distribuciones estadísticas de los individuos no
funcionasen poderes no explícitos; el mérito podría seguir funcionando pues
este podría servir para definir un censo de personas competentes para entrar en
el sorteo. Véase la reflexión sobre la diferencia entre las distribuciones
estadísticas constatadas (fuertemente desigualitarias) y las distribuciones
estadísticas teóricas (que se obtendrían si determinadas variables no
distribuyeran discriminatoriamente a los individuos) en Bourdieu, P. (2016):
Sociologie générale. Volume 2. Cours au Collège de France 1983- 1986, París,
Seuil, pp. 691-692. 5 La democracia de consejos admite diferentes modelos, en
la mayoría de los cuales debido a la fusión de órganos ejecutivos y
legislativos faltan los controles y contrapesos que introducen las cámaras
sorteadas. En Atenas, los poderes de organismos sorteados ayudaron a controlar
las derivas demagógicas de las asambleas. En cualquier caso, una democracia de
consejos acaba dando lugar, casi inevitablemente, a una aristocracia de hecho. Véase
sobre las diferencias entre democracia de consejos y democracia por sorteo
Luccardie, P. (2014): Democratic Extremism in Theory and Practice. All Power to
the People, Nueva York, Routledge, pp. 85-87. 6 Véase Lorenci, M. (2017):
“Zizek, un torbellino filosófico”, La Verdad, 30/06/2017,
http://www.laverdad.es/
sociedad/zizek-torbellino-filosofico-20170630014949-ntvo.html, consultado el
23/07/2017. Véase la lectura de Zizek de la obra, luego incorporada con matices
en varias obras posteriores, en Zizek, S. (2004): “The parallax view”, New Left
Review, nº 25. 7 Véase el capítulo VI de su obra (original de 2010)
Construyendo utopías reales, Madrid, Akal, 2014. 8 Delannoi, G. (2010): Le
retour du tirage au sort en politique, París, Fondapol, pp. 33-34. La creación
de un espacio público no faccioso no es exclusivamente liberal, aunque hoy sea
un elemento distintivo de lo mejor de esa tradición. De hecho, de la rica y
compleja historia de la insaculación en las Coronas de Aragón y de Castilla
parece derivarse una cierta lógica antifacciosa —normalmente antinobiliaria— en
su utilización a nivel municipal. Solo el sorteo permitió a los reyes de Aragón
o a los Reyes Católicos controlar la manipula- ción nobiliaria de las
elecciones. El sorteo es el garante de un espacio público relativamente
independiente, allí donde existen muy poderosos capaces —y tendentes— a
manipular los procesos electorales. Véase el detallado estudio de Polo Blanco,
R. (2012): “Los Reyes Católicos y la insaculación en Castilla”, Studia historica.
Historia Medieval, vol. 17, pp. 137-199. 9 Véase Collectif Lieux Communs
(2011): Le mouvement grec pour la démocratie directe. Le “mouvement de places”
2011 dans la crise mondiale. Première partie, p. 37,
https://collectiflieuxcommuns.fr/IMG/pdf/ MouvementGrecDemocratieDierctPremierePartie.pdf,
consultado el 22/06/2017. 10 Puede leerse al respecto Moreno Pestaña, J.
L. (2017): “Foucault, Castoriadis, Rancière y la democracia antigua: ¿qué cabe
aprender para una filosofía del sorteo en política?”, Imago crítica, nº 6,
2017, pp. 81-96. 11 Véase las consideraciones de San Martín Sala, J. (1999):
Teoría de la cultura, Madrid, Síntesis, pp. 199-216. 12 Hadot, I. (1970):
“Tradition stoïcienne et idées politiques au temps des Gracques”, Revue
d’Études Latines, nº 48. 13 Sintomer, Y. (2011): Petite histoire de
l’expérimentation démocratique. Tirage au sort et politique d’Athènes à nos
jours, París, La Découverte, pp. 21-22. 14 El capítulo que dedica a
analizar la revolución de Efialtes en 461 se titula exactamente así: “El
proletariado toma el poder”. Rosenberg, A. (2006): Democracia y lucha de clases
en la Antigüedad, Barcelona, El Viejo Topo, p. 85. Kojin Karantani ha defendido
una formulación aún más radical que ha encontrado una recepción entre las
estrellas actuales del marxismo occidental, particularmente Slavoj Zizek.
Karatani considera que la elección define la dictadura de la burguesía,
mientras que con el sorteo se impondría, al modo de la antigua Atenas, la
dictadura del proletariado. La referencia al sorteo del filósofo japonés
aparece tras una discusión sobre las relaciones entre Marx y el anarquismo, en
la que paradójicamente no aparece la cuestión de los salarios ligados a la
socialización política. Pese a lo cual, Karatani analiza con inteligencia el
papel de control que el sorteo en Atenas jugaba respecto del aparato de Estado,
impidiendo la escisión, siempre criticada por el Marx más libertario, entre
sociedad civil y sociedad política. Tras ese análisis, viene su propuesta
actual: Karatani defiende el uso del sorteo para los puestos más importantes, y
no para aquellos como el jurado que sean susceptibles de ser asumidos por todos
los ciudadanos. Para lo cual propone un sistema de elección de ternas de
candidatos para seleccionar el elegido por sorteo. El objetivo, entre
psicoanalítico y anarquista, es evitar la arrogancia del poder, algo que el
azar eliminaría, tanto por sus efectos en la conciencia del elegido (podrían
ser otros los seleccionados…) como por la imposibilidad de programar las carreras
políticas. Se da la paradoja que de este modo se reivindica un sistema análogo
al de las elecciones premodernas. La selección de ternas y el sorteo fueron
característicos de la elección de los diputados a las Cortes de Cádiz en 1812,
algo que dichas Cortes abolirían por sus residuos premodernos. En fin, como
explicó Yves Sintomer, a través de su lectura de Hegel, este tipo de elección
contradice la idea moderna de que el Estado requiere cualidades que trascienden
las competencias de particulares; lo cual restringiría el sorteo a jurados
donde solo se trata de decir si algo sucedió o no. Véase el capítulo IV de
Karatani, K. (2001): Transcritique. On Kant and Marx, Cambridge, Mass, The MIT
Press. Véase Sintomer, Y. (2011): Petite histoire de l’expérimentation
démocratique. Tirage au sort et politique d’Athènes à nos jours, París, La
Découverte, pp. 120-124. 15 En un artículo reciente Domènech señala cuál fue la
rareza de Atenas: la de utilizar los impuestos para formar a los ciudadanos,
tanto para las representaciones dramáticas como, cabría añadir, para la
participación política. Domènech, A. (2017): “¿Qué hace democrática a una
república? Una reflexión sobre el origen de la democracia y algunos
malentendidos”, Cuba posible, https://cubaposible.com/que-hace-democratica-una-republica/,
consultado el 23/06/2017. 16 Véase la definitiva crítica de Ellen Meiksins
Wood, en un libro de 1988. Meiksins Wood, E. (2015): Peasantcitizen and Slave.
The Foundations of Athenian Democracy, Londres, Verso, Edición Kindle. Pese a
su enorme simpatía por el pensamiento de Hannah Arendt, Cornelius Castoriadis
planteó en sus cursos sobre Grecia críticas similares. Véase Moreno Pestaña, J.
L. (2014): “Pericles en París”, Pensamiento. Revista de Investigación e
Información Filosófica, [S.l.], v. 70, n. 262, p. 99-119, 17 Cornelius
Castoriadis insiste en esa diferencia: el magistrado, comisionado para una
función, es revocable, por lo que ha hecho o por cómo lo haya hecho, en todo
momento y nada tiene que ver con el representante político moderno. Véase
Castoriadis, C. (2008): La cité et les lois. Ce qui fait la Grèce, 2.
Séminaires 1983-1984. La création humaine III, París, Seuil, p. 93. Sobre la
cuestión de la representación, recomiendo la lectura de las clarificadoras
páginas que Antoni Domènech dedica a la relación entre aquel que encarga una
tarea (fideicomitente) a otro individuo (fideicomiso). Precisando en el
problema del representante político, cuando se piensa desde una perspectiva
republicana, aquel que encarga la tarea puede exigir cuentas al fideicomiso.
Tal desarrollo aclara bien la idea de por qué un magistrado puede ser un agente
para una tarea pero no un representante en el sentido moderno del término.
Este, como aclaró Bernard Manin, se basa en un principio de distinción que
presume en el representante competencias de las que carece el representado.
Véase Domènech, A. (2004): El eclipse de la fraternidad. Una revisión
republicana de la tradición socialista, Barcelona, Crítica, pp. 198-207 y
Manin, B. (1995): Principes du gouvernement représentatif, París, Champs, pp.
125-170. 18 La atribución de un privilegio epistémico al voto tiene,
además de razones, profundas raíces religiosas. Savonarola, en los debates de
la segunda república de Florencia a final del siglo XV, se oponía al sorteo
porque evitaba el juicio moral del individuo y la iluminación divina; a lo cual
quedaba abierto el voto. Dowlen, O. (2008): The Political Potential of
Sortition. A Study of the Random Selection of Citizen for Public Office,
Exeter, Imprint Academy. Esta dimensión debe integrarse en otra más amplia y
que la recubre: la tendencia a preferir procedimientos racionales —que parecen
ser conducidos por la inteligencia humana— aun cuando de ellos no salga nada
racional. La obra clásica es Elster, J. (1999): Juicios salomónicos. Las
limitaciones de la racionalidad como principio de decisión, Barcelona, Gedisa. 19
Boltanski, L. (1973): “L’espace multipositionnel. Multiplicité des positions
institutionnelles et habitus de classe”, Revue française de sociologie, 1, pp.
3-26.
Fuente.
http://revistas.um.es/daimon/article/view/303241/218191
RevISTA Daimon
2017 nº 72
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