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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

20/10/22

SOBRE LO QUE PODEMOS NO HACER- Giorgio Agamben

 


 

 


Deleuze en una ocasión definió la operación del poder como un separar a los hombres de aquello que pueden, es decir, de su potencia. Las fuerzas activas están impedidas en su ejercicio, o porque son privadas de las condiciones materiales que lo hacen posible, o porque una prohibición hace este ejercicio formalmente imposible. En ambos casos, el poder -y es esta su figura más opresiva y brutal- separa a los hombres  de su potencia y, de ese  modo, los vuelve impotentes. Existe, sin  embargo, otra y  más engañosa operación del poder,  que no actúa de  forma inmediata sobre aquello que los hombres pueden hacer -sobre su po­tencia-, sino más bien sobre su impotencia, es decir, sobre lo que no pueden hacer, o mejor aún, pueden no hacer.

Que la potencia también es siempre constitutivamen­te  impotencia, que todo poder hacer es ya  siempre un poder no hacer, es la adquisición decisiva de la teoría de la potencia que Aristóteles desarrolla en el  libro  IX  de Metafísica. "La impotencia [adynamía] -escribe-es  una privación contraria a la potencia [djnamis] . To da potencia es impotencia de lo mismo y respecto a lo mismo [de lo que es potencia]" (Met. 1046a, 29-31). "Impotencia" no  significa aquí sólo ausencia de potencia, no poder hacer, sino también y  sobre todo "poder no hacer",  poder no ejercer la propia potencia. Y es precisamente esa ambiva­lencia específica de toda potencia, que siempre es potencia de ser y de no ser, de hacer y de no hacer, la que define ante todo la potencia humana. Es decir, el hombre es el viviente que, existiendo en el modo de la potencia, puede tanto una cosa como su contrario, ya sea hacer como no hacer. Esto lo expone, más que a cualquier otro viviente, al riesgo del error, pero a la vez le permite acumular y do­minar libremente sus propias capacidades, transformarlas en "facultades".  Puesto que no sólo la medida de lo que alguien puede hacer, sino también y antes  que nada la capacidad de mantenerse en relación con su propia posibi­lidad de no hacerlo, define el rango de su acción. Mientras que el fuego sólo puede arder y los otros vivientes pueden sólo su propia potencia  específica, pueden sólo este o aquel comportamiento inscripto en su vocación biológica, el hombre es el animal que puede su propia impotencia.



Es sobre esta otra y más oscura cara de la potencia que hoy prefiere actuar el poder que se define irónicamente como "democrático". Este separa a los hombres no sólo y no tanto de lo que pueden hacer sino sobre todo y mayormente de lo que pueden no hacer. Separado de su impotencia, privado de la experiencia de lo que puede no hacer, el hom­bre de hoy se cree capaz de todo y repite su jovial "no hay problema" y su irresponsable "puede hacerse", precisamente cuando, por el contrario, debería darse cuenta de que está entregado de manera inaudita a fuerzas y procesos sobre los que ha perdido todo control. Se ha vuelto ciego respecto no de sus capacidades sino de sus incapacidades, no de lo que puede hacer sino de lo que no puede o puede no hacer.

De aquí la confusión definitiva, en nuestro tiempo, de los oficios y las vocaciones, de las identidades profesiona­les y los roles sociales, todos ellos personificados por un figurante cuya arrogancia es  inversamente proporcional a la   provisionalidad e incertidumbre de su actuación. La idea de que cada uno  pueda hacer o ser indistintamente cualquier cosa, la sospecha de que no sólo el médico que me examina podría ser mañana un videasta, sino que in­cluso el verdugo que me mata ya sea en realidad, como en El proceso de Kafka, un cantante, no son sino el reflejo de la conciencia de que todos simplemente están plegándose a esa flexibilidad que hoy es la primera cualidad que el mercado exige de cada uno.

Nada nos hace tan pobres y tan poco libres como este extrañamiento de la impotencia. Aquel que es separado de lo que puede hacer aún puede, sin embargo, resistir, aún puede no  hacer. Aquel que es separado de la  propia im­potencia pierde, por el contrario, sobre todo, la capacidad de resistir. Y así como es sólo la ardiente conciencia de lo que no podemos ser la que garantiza la verdad de lo que somos, así también es  sólo la  lúcida visión de  lo  que no podemos o podemos no hacer la que le da consistencia a nuestro actuar.  

 

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