Hay un tópico de cariz
anticlerical que niega de raíz cualquier atisbo de auténtica espiritualidad
de la Iglesia y la presenta como una multinacional sin escrúpulos. Una gran
empresa con su fundador carismático (Jesucristo), sus productos (Dios, el perdón,
la salvación), su logotipo (la cruz), sus oficinas centrales (el Vaticano), su
presidente ejecutivo (el papa), su consejo de administración (el colegio
cardenalicio), sus delegaciones en todo el mundo y su clientela-rebaño. La
comparación tiene su ingenio y hasta su interés. Pero hay que matizarla por
inexacta.
La Iglesia dedica una enorme cantidad de esfuerzo e interés al dinero, sí, pero no persigue como fin primordial el beneficio económico ni el reparto de dividendos. Sí carga, al igual que la empresa convencional, con una marcada tendencia a la inmoralidad en su comportamiento económico. Y los
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La Iglesia dedica una enorme cantidad de esfuerzo e interés al dinero, sí, pero no persigue como fin primordial el beneficio económico ni el reparto de dividendos. Sí carga, al igual que la empresa convencional, con una marcada tendencia a la inmoralidad en su comportamiento económico. Y los